Estos días vuelve a ser noticia la iniciativa católica «Objetivo 1300», que desde 2012 se propone «cumplir la misión de coronar [con símbolos católicos] 1.300 cimas del Sistema Central», para lo que se organizan marchas en las que llevan cruces de hierro de cuatro metros de altura, estatuas de piedra artificial de la virgen María, […]
Estos días vuelve a ser noticia la iniciativa católica «Objetivo 1300», que desde 2012 se propone «cumplir la misión de coronar [con símbolos católicos] 1.300 cimas del Sistema Central», para lo que se organizan marchas en las que llevan cruces de hierro de cuatro metros de altura, estatuas de piedra artificial de la virgen María, y el material necesario «para la consecuente elaboración del hormigón necesario para su instalación y fijación permanente en la cima coronada».
Afortunadamente, la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid ha sido sensible al daño ecológico (para empezar, paisajístico) y se ha opuesto a la iniciativa; al parecer ya ha quitado algunas de las cruces y vírgenes, pero Objetivo 1300 amenaza con sustituir -con «ardor apostólico»- cada imagen retirada por dos similares, y con extender la iniciativa por toda España.
Sin embargo, la proliferación de símbolos religiosos no sólo en las urbes, en sus entradas (las cruces de término con sus distintas denominaciones, como humilladeros, pedrós o cruceiros) y en sus caminos, sino en las cumbres y en otros parajes naturales de España y de cualquier país donde el catolicismo tiene poder, no es una novedad del fundamentalismo ultramontano (nunca mejor dicho). No es nada raro para los excursionistas toparse con la visión, incluso a gran distancia, de alguno de esos símbolos. Los más frecuentes son las cruces, a menudo coronando cerros. El ejemplo paradigmático -en la misma Sierra de Guadarrama ahora asediada- es la que remata el monumento del valle de los caídos, claro, pero las vemos por todas partes. En mi provincia, Granada, son muy conocidas las del Sacromonte, Víznar, Huétor Santillán, Alfacar, Beas de Granada, Almegíjar, Zagra, Pinos del Valle, Almuñécar, etc. Pero entre estos símbolos granadinos el más ostentoso no es una cruz, sino una virgen: la de las Nieves, próxima al Veleta, que, como dice wikipedia, «preside» la estación de esquí. Se trata de una imagen de tres metros de altura de la virgen con su hijo; pero está más alta, pues se sostiene sobre un arco de piedras (lajas de pizarra sustraídas del Veleta) de 9 metros de altura. La estatua, de aluminio, es obra de Francisco López Burgos, muy conocido por el monolito fascista en honor a José Antonio Primo que el Ayuntamiento de Granada (del PP) se ha visto obligado a retirar… sustituyéndolo por otra obra más inocente del mismo autor. El monumento de la Sierra, que se completa con un altar de piedra, fue restaurado en 2008 por personal de Cetursa (la empresa de capital mixto público y privado que gestiona la estación de esquí) y soldados del MADOC (Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército), organismo que no pierde ocasión de recordarnos sus añoranzas nacionalcatólicas.
Mentiría si dijera que me sorprende que el furor católico por someter las conciencias les lleve a invadir los espacios físicos públicos. Nunca les ha bastado con exhibir la dominación de su fe en cada pueblo mediante la ostentosa verticalidad arquitectónica y la multiplicación de símbolos en calles y plazas. Los integristas religiosos parecen marcar el territorio especialmente con sus torres rematadas por cruces (más sus toques de campana), de igual modo que los poderosos político-económico-militares del ámbito seglar lo han hecho con sus castillos, banderas e himnos (también impregnados de elementos confesionales, revelando la connivencia, y a veces hasta coincidencia, entre unos y otros)… y ahora con sus rascacielos y otras edificaciones ostentosas. Por cierto, ese exhibicionismo opresor religioso no es exclusivo, ni mucho menos, de los católicos: véanlo en ciudades sojuzgadas por el islam, en territorios dominados por el budismo (vayan al modesto centro mahayana de la Alpujarra), etc. El fanatismo religioso (como el militar, al que a menudo acompaña) prospera en diversas etnias y culturas.
Tampoco les basta con ocupar aún más el suelo y la atmósfera (sonidos, olores) de muchos municipios con exhibiciones públicas cada cierto tiempo, como en la apoteosis in-festiva de la semana santa. No, no es suficiente. Cabía la posibilidad de escapar, de liberarse temporalmente del acoso apostólico vagando por los montes. No parecen poder soportarlo. De ahí las cruces y vírgenes cimeras. O las vigilantes figuras que correspondan en otras religiones. Cada cruz, cada virgen, cada figura religiosa en un cerro, es un símbolo, en efecto: de santa intolerancia, de fanatismo cerril.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.