Hay un instante revelador en Amianto el libro que Alberto Prunetti dedica a reconstruir la vida laboral de su padre Renato, obrero especializado en las siderurgias y en las metalurgias de su país, que recorrió de norte a sur y de oeste a este durante décadas, desde los boyantes años 60 posteriores al milagro económico italiano hasta las postrimerías de los años 80, cuando el mundo auspiciado por la Escuela de Chicago, Margaret Thatcher, Ronald Reagan y los asesinos de la idea de sociedad comenzó a mostrar sus feroces desigualdades, esas que aún hoy, treinta años después, alimentan el ideario de los más conspicuos ideólogos del ultraliberalismo como maná.
Ese instante revelador sucede cuando Alberto, nacido con la crisis del petróleo de 1973 y que se proclama parte de ese «precariado cognitivo» que debe poner su fuerza de trabajo, en este caso la escritura y la traducción, al servicio de larguísimas jornadas de empeño para así llegar a duras penas a final de mes, reflexiona a propósito del momento en que la clase obrera no se percató de que el capital se había alzado de la mesa de la paz social y del café para todos llevándose consigo la parte del león y dejando al trabajador la hipoteca de un futuro en ruinas que acabarían por pagar sus descendientes, los mismos que hoy se preguntan en qué línea de esta historia todo se torció para que los hijos universitarios y viajados de los obreros nacidos en los años 40 y 50 del siglo pasado vivan mucho peor que unos padres que apenas fueron a la escuela, nunca cruzaron las fronteras de su país y jamás conocieron otros intereses que el fútbol, la televisión y los destilados alcohólicos.
Esa pregunta, que no es baladí ni retórica, impone la consideración de ‘Amianto’ como un texto mucho más complejo que un reportaje novelado acerca de las relaciones entre siniestralidad laboral y rapacidad económica e insinúa su entronque con los mejores retratistas de la dictadura del lucro en las sociedades opulentas, desde John Berger a Mike Davis, pasando por Günter Wallraff o Luciano Bianciardi, a quien por cierto Prunetti rinde homenaje en ‘Amianto’. Y esa continuidad es la que permite leer esta crónica de una muerte anunciada como un episodio nada inocente no sólo de la desintegración anímica de la lucha obrera, sino de la constancia con la que los poderes han logrado comprar el silencio cómplice de los protagonistas de este desarme incruento que ha sido y sigue siendo la reconversión del proletariado urbano y campesino en una mediocrísima y desideologizada clase media, embrutecida a base de placebos y destinada a diluirse sin estruendo en la enésima catástrofe social del siglo en marcha, pecios de un naufragio que, en clave italiana, ha tenido lugar en Busalla, Piombino o Piancastagnaio, pero que el lector asturiano podrá traducir sin problema a los muchos cadáveres de la tradición obrera que todavía hoy buscan entre nosotros el modo de recibir una sepultura, si no heroica, al menos honrosa.
Fuente: https://www.laopiniondemalaga.es/libros/2021/01/24/capital-dejo-mesa-paz-social-30576968.html