Corría el 8 de marzo de 2022, Día Internacional de las Mujeres, y en el instituto de Eugenia Monroy algunas alumnas habían preparado una lectura de poemas feministas. A un grupo de estudiantes la propuesta le molestó, así que decidieron boicotearla: para ello acudieron al centro educativo vistiendo banderas de España cuan capas de superhéroes, e hicieron sonar fuerte el “Cara al sol” para acallar los versos elegidos por sus compañeras. El 25 de noviembre anterior, la misma profesora socializaba en Twitter un hilo en el que compartía su preocupación por otro boicot, el ejercido contra un grupo de apoyo LGTBI que se citaba, desde hacia cuatro años, en el patio del centro, situado en Parla. Para esta docente, estos episodios muestran una tendencia cada vez más visible en las aulas: la traslación de discursos reaccionarios y narrativas de extrema derecha que impregnan redes sociales y medios de comunicación a los idearios de jóvenes y adolescentes.
Los símbolos franquistas como significante vacío
Monroy
apunta a este perfil masculino cuando explica su alarma al ver cómo
grupos de chavales hacen “ostentación de símbolos y lemas asociados a la
extrema derecha, exhibiéndolos con orgullo, con una actitud muy abierta
y contestataria”. ¿Pero qué reivindican estos chavales de un régimen
que terminó décadas antes de su nacimiento?, según esta profesora de
Lengua y Literatura “reciclan” la simbología adaptándola a sus
imaginarios. “La idea de España ha tomado mucha fuerza, como en una
especie de nebulosa donde cabe todo, y la bandera la ligan a símbolos
franquistas. Observo, además, que el simbolismo que le dan es
antifeminista y anti LGTBI”.
En materias como Valores Éticos, esta tendencia deviene insoslayable: “Primero porque el tema político sale a relucir en nuestras clases, y segundo porque precisamente los alumnos más derechizados son los que más se atreven a participar en un debate”, apunta Óscar Sánchez, profesor que viene un tiempo reflexionando sobre el tema y que considera que el sentimiento de irrelevancia social y el gran peso de los problemas que se les vienen encima, empujan a algunos jóvenes a sumarse a una ideología “que les invite a ‘pertenecer a algo más grande que ellos mismos’”. “Yo no descarto en absoluto que a la edad a la que mis hijos comiencen a salir por las noches patrullas de cabezas rapadas a la caza de inmigrantes o homosexuales infesten las calles”, alerta este docente madrileño.
Mientras en las redes se profundiza en estrategias que tienen que ver con no retroalimentar las narrativas de extrema derecha para no amplificarlas, en las aulas no es fácil replicar la táctica de “no les des casito”, y muchas y muchos docentes se sienten superados cuando se ven cuestionados consensos que se daban por sentados. “El auge de Vox y el blanqueamiento de esas propuestas hacen que se vea como aceptable decir cosas que antes no lo eran, como hablar en contra de la igualdad de género o hacer gala de pensamientos racistas, es como que lo ven cool, rompedor. Son los nuevos rebeldes”, explica M.G, profesora de Filosofía en Leganés.
El auge de esta extrema derecha no solo se refleja dentro de las aulas, sino que se aprecia también en las fachadas. El pasado marzo, un cartel en el vallisoletano colegio Teresa Íñigo de Toro en defensa de la enseñanza pública fue vandalizado. ¿Qué había molestado de la pancarta? Aparentemente, el reivindicar enseñanza pública de calidad para todos y “todas”: el uso del plural en femenino pareció a un grupo de chavales desconocidos, una afrenta. “La respuesta por parte del centro, tanto de los alumnos como de los profesores, fue llenar la pancarta de la palabra ‘todas’, porque al final es que es algo intrínseco a la educación pública, la propuesta de una educación en igualdad”, explica Miriam, integrante del Frente de estudiantes de Castilla y León, que denunciaba este episodio también en las redes sociales.
La cosa, al contrario de lo que esperaban, no quedó ahí: “A los dos días apareció la pancarta destrozada, llena de simbología fascista”. Desde la organización estudiantil consideran urgente denunciar que estas acciones son relevantes, que no son una cosa de chiquillos. “Ahora mismo, con Vox en el gobierno de Castilla y León, estos actos van a tener más impunidad que nunca”, se inquieta esta estudiante ante el empuje de la extrema derecha en “toda la sociedad”.
En Andalucía, donde Vox continua teniendo fuerza, aunque la formación no haya cumplido con el objetivo planteado por Macarena Olona de acceder al gobierno de la Junta, la sensación es parecida. Isabel Carmona, que es delegada de Acción Sindical de CGT Andalucía, ha tenido oportunidad de transitar por varios centros educativos en su comunidad autónoma, es en el último de ellos, en Almería — provincia en la que los de Olona consiguieron la mayor representación con algo más del 20% de los votos en los últimos comicios — donde más radicalizado ha visto el problema. Y es que el partido ha colocado las aulas desde el principio en el centro de sus batallas culturales, poniendo también al profesorado en el punto de mira. “Lo que dicen es muy bestia. Cosas como ‘Nunca más los profes (los progres), camparán a sus anchas por el aula’”.
El mensaje, reproducido en el minimalista programa electoral del 19J bajo la fórmula “desalojaremos a los activistas de las aulas”, es respaldado por muchos padres, y transmitido desde dentro de las aulas por muchos chicos, generando una hostilidad que tiene sus efectos en las y los docentes: “Cunde entre parte del profesorado cierto temor a la represalia por parte de las familias”, alerta esta profesora. La tensión se vive también fuera de las clases de valores éticos: “Por ejemplo, cuando surgen debates de carácter político en Historia, en 4º de ESO, que se habla de la nación, del tema catalán durante la República, del proceso de descentralización del territorio”, explica.
Racismo en aulas diversas
La irrupción de un patriotismo asociado a la bandera en el imaginario de algunos chavales, se traduce en algunos casos en términos belicistas: “En bachillerato tengo alumnos que están deseosos de ir a las trincheras si Putin o quien fuera atacara España, ‘para luchar por mi país’”, apunta Monroy. Los discursos abiertamente racistas sin embargo, deben confrontar con la realidad de aulas en las que la presencia racializada y migrante es a veces mayoritaria. En el caso del centro de Monroy, el racismo es más latente que explícito.
Las realidades, por su puesto, varían. Maria Jesús Suárez lleva años trabajando en Vallecas en centros donde la mayoría del alumando es de origen migrante: esta realidad demográfica junto a la arraigada identidad antifascista del barrio, hace que los discursos racistas tengan poco recorrido en las aulas. Sin embargo, durante sus casi dos décadas de docencia ha trabajado en otros centros donde, a pesar de haber población migrante, el racismo se hacía más presente: “En Moralzarzal, Daganzo, Alcalá o Parla [municipios en la periferia capitalina], sitios donde se hacía evidente la heterogeneidad en cuanto a nivel cultural y económico y la mezcla de culturas, sí notaba la asunción de discursos racistas, a veces de rechazo muy directo a los inmigrantes de ‘la mesa de al lado’, aunque luego fueran juntos al centro comercial o jugaran juntos al fútbol y fueran colegas”.
En Almería, el discurso contra la inmigración, tan rentabilizado electoralmente por la extrema derecha, inunda también un centro educativo, el de la profesora Isabel Carmona, que, paradójicamente, cuenta con una alta población de origen extranjero. Se trata de un territorio, denuncia esta profesora, que “se enriquece con el trabajo de los migrantes en los invernaderos pero no quiere a sus hijos”. En este contexto, “las actitudes xenófobas y racistas están a la orden del día”. Los chavales racializados acaban aislándose y apartándose, sin conseguir consolidar una respuesta antirracista.
Como padre y profesor, a Antumi Toasijé, presidente del Consejo para la eliminación de la Discriminación Racista (CEDRE), no le sorprende la escalada del racismo percibido en el ámbito de la educación, que ha detectado su último informe, de 2021. Por un lado está la omnipresencia de la ultra derecha en los medios de comunicación y el debate público, por otro, el contexto de pandemia, en el que “había muchos discursos antiinmigración”. Sin embargo, considera, es un tema al que se quita importancia en los centros educativos. “No solamente es el acoso entre iguales, el profesorado en ocasiones también exhibe comportamientos racistas, hace comentarios racistas, avergüenza a los alumnos en medio de la clase”, apunta.
Vivir a la defensiva
“Yo de lo que estoy en contra es de las ultrafeminazis estas, pero no por eso voy a votar a una extrema derecha o a una extrema izquierda”. La frase la pronuncia un adolescente, con otros tres amigos están abordando qué es lo que opinan de Vox, el franquismo, o la lucha por la igualdad de mujeres y minorías. La escena se sucede cerca del instituto donde trabaja Eugenia Monroy, quien, grabadora en mano, ha decidido preguntarles directamente por qué comparten determinada simbología o hacen determinados comentarios en clase.
Para todos ellos, tres de ellos de origen migrante, los símbolos franquistas son casi un recurso humorístico, un universo común de memes. “La verdad no soy franquista, no soy nada de eso, los compartimos para soltar una coña, reírnos entre colegas”, apunta uno de ellos. Lo que realmente los une, lo que se toman en serio, es otra cosa, la ambición de un feminismo que según ellos, busca la superioridad sobre los hombres.
“Ahora mismo las mujeres tienen ante la ley más derechos”, sentencia uno de ellos. Y es que, defienden desde un consistente consenso: “los hombres no tenemos la culpa de que haya violadores y sufrimos una discriminación en plan que nos lo van diciendo por la calle, nos gritan violadores y cosas así”. En los medios de comunicación pasaría lo mismo: “Viendo lo que se dice en artículos en la prensa, en algunos vídeos, yo me estoy notando como atacado. Como que los hombres son peores que las mujeres”, incide otro de los chavales. No solo se sienten atacados por el feminismo, sino que interpretan que la visibilidad LGTBI también les cuestiona: “Hay gays tranquilos que no van llamando la atención con lo de que son gay, no están orgullosos de ello”. “Yo no me subo en tanga en una carroza para que tú veas que yo soy heterosexual”, desarrolla otro. Y un tercero apostilla: “Básicamente los gays, todos ellos, están como intentando humillar a los heterosexuales”, pues, se trataría de un grupo que tiene (también) cierta superioridad “no legislativa, sino social”. Es, explica otro de los muchachos, un colectivo que “se ofende muy fácilmente y el que paga eres tú”. “Por eso a lo mejor hay tanto odio hacia ellos”, concluyen.
“Desde la huelga del 2018, se han dado dos efectos divergentes en los centros: por un lado, vemos a chicas y algunos chicos cada vez más concienciadas e informadas sobre género, violencias, identidades no normativas, es decir, el feminismo está mucho más presente. Por otro lado, se ha ido cultivando este movimiento reaccionario que entiende que hay una ‘dictadura de género’”, explica Monroy, una mirada que genera pertenencia en base a una “camaradería masculina: su postura la presentan como rebeldía ante un pretendido sistema feminista opresor”. Esta profesora piensa que entre su alumnado, en su mayoría proveniente de familias en una situación muy precaria, y además, golpeadas por la pandemia, “la falta de perspectivas vitales y la inexistencia de un discurso alternativo que les acoja les empuja hacia estas posiciones”. Así: “términos como feminismo, masculinidad o identidad de género son objeto de bromas y risas constantes”.Del otro lado de esas bromas, de ese “humor”, está el alumnado que asiste, a veces harto e impotente, a la proliferación de estos discursos de boca de sus compañeros. “Les han metido estas ideas en la cabeza los padres, los amigos, o alguna otra influencia en su vida, y se ven en derecho de comentar sobre la existencia de minorías”, define Víctor, un estudiante de secundaria harto de convivir con esta realidad en su instituto, ubicado este en un barrio acomodado. Al contrario de lo que afirmaban los chicos de Parla, quienes insisten en que no se les deja hablar, Víctor estima que quienes comparten estos discursos hablan con bastante libertad: “Son los que suelen participar más en los debates de clase. Para una persona como yo, son una molestia. Los fachas que me encuentro yo en mi instituto son los que menos respetan mi identidad trans, y los que más bromas hacen sobre minorías y problemas sobre los que no tienen derecho a hacer bromas”. Como Monroy, Suárez también ha notado como el antifeminismo brotaba en las aulas: hace unos años “claramente se notaba que ellas tenían más claro el discurso en el que reconocían que debían igualarse en derechos y oportunidades a los hombres; pero la mayoría de ellos callaba, pese a mis intentos de que se involucraran, estaban más perdidos”. Tiempo después ya no están en silencio “a veces, dicen cosas que tienen que ver con un discurso muy defensivo y atacante a la vez, un discurso que reproduce mantras de la ultraderecha (y del machismo en general). Como si se sintieran agredidos por el feminismo y ahora se atrevieran a responder a ese sentimiento”. No se trata solo de los chicos, también son cada vez más chicas, explica, las que respaldan este tipo de discurso impugnando, por ejemplo, cuestiones como la existencia de la violencia marcada por el género.
El caso de Pamela Palenciano es paradigmático de cómo se articulan la estrategia de Vox ante las aulas, el acoso a feministas en redes y el discurso de victimización que se extiende entre los chavales. La autora de “No solo duelen los golpes” explica que desde 2017 son tres las denuncias que ha tenido que afrontar, todas archivadas. La tercera querella, presentada en verano de 2021 por una organización llamada “Asociación de hombres maltratados”, partió de un tuit de una diputada de Vox, quien calificó a la activista de “basura”, mientras compartía un vídeo en el que un grupo de adolescentes se levantaba para no atender al monólogo en centro de secundaria en Linares. El tuit, más allá de la querella, motivó un linchamiento en las redes de la mano de todo tipo de cuentas antifeministas. Palenciano describe cómo en estos últimos tiempos, mientras ofrece el monólogo que ha ayudado a miles de personas en los últimos quince años a entender mejor la violencia machista, hay adolescentes que la miran con odio. Es consciente de que no es la única en esta situación: “Hay muchas compañeras feministas que trabajan en los institutos, que lo notan y que salen llorando de las aulas”
Cómo abordar todo esto
Víctor acude cada día a las aulas: los mismos adolescentes que han encontrado en el discurso de la extrema derecha un parapeto para “defenderse” de feministas y gays, y en la parafernalia franquista un espacio de pertenencia, son gente con la que se codea todo el tiempo. Lleva un lustro pensando en cómo contraargumentar, cómo defenderse, para llegar a la conclusión de que lo que menos daño le hace es ignorar a quienes emiten estos discursos: “He intentado de todo; reportar su odio a profesores, debatir y razonar con ellos, intentar ver su punto de vista, intentar educarlos. Pero no van a cambiar de opinión, porque no les interesa escuchar”. Ante esta certeza, este estudiante opta por seguir con su vida. “Mi existencia como persona trans les enfada. Se pueden enfadar todo lo que quieran porque yo ya no les presto atención”. Para Víctor, lamentablemente, todas las estrategias desplegadas por el centro, las charlas sobre bullying o tolerancia, no han conseguido hacer mella en estos discursos.
Por su parte, Oscar Sánchez considera que es imprescindible “discutir una a una las razones de la extrema derecha en el aula o fuera de ella, aunque ello suponga perder tiempo de clase”. Esto fue lo que este profesor hizo cuando un grupo de alumnos suyos se trajo a clase, a modo de provocación, la foto de Franco. Por entonces, trabajaba en un instituto en Villaverde: “Escribí en la pizarra una lista de características del periodo franquista que desconocían y hablamos de ellas durante toda la hora”. Sánchez, no obstante, comparte pesismismo con Víctor. “La capacidad de la extrema derecha de proporcionar al futuro electorado adolescente respuestas sencillas, directas y fáciles de asimilar con un alto contenido emocional sólo se podrá combatir si la democracia da ejemplo e insufla a su vez entre ellos un entusiasmo parecido, algo que al menos en España desgraciadamente está muy lejos de ocurrir”, lamenta este profesor que compara la situación actual —por la inestabilidad económica y el desasosiego— con la República de Weimar.
Si hace falta memoria histórica para que la juventud no se posicione detrás de símbolos cuya estela desconoce, también es necesario depurar de eurocentrismo la manera de estudiar el pasado “mostrando una visión del mundo en la que las únicas personas que han hecho algo por la humanidad, o que han inventado cosas, o que han escrito libros, son personas blancas”, manifiesta Toasijé, una visión de la historia que habla, por ejemplo, de los musulmanes como invasores, pero de los visigodos como “los forjadores de España”. “Todas esas narrativas siguen a la orden del día”.
Para Suárez también es fundamental encontrar otras formas de debatir sobre la actualidad y el presente que interese a los alumnos y alumnas. La profesora defiende que cuando en sus clases de Vallecas se habla de cuestiones relativas a la política actual, temáticas que les interpelan como adolescentes, muestran interés. “No están acostumbrados a que les hablen de política abiertamente y la mayoría quieren saber cosas”. Captar su interés desde ahí, considera, es fundamental pues “las ideas homófobas, racistas y machistas que tienen algunos tienen gran relación con la falta de conocimientos relacionados con la política que sufre la mayoría, la falta de atención y análisis a su realidad social, y su incapacidad para contextualizar esa realidad en el marco más general de la sociedad en su conjunto”.
Pero, ¿cómo se pasa de la teoría a la práctica, para empezar, en un tema tan polarizado como el feminismo? Suárez apunta a la necesidad de resaltar que “el daño del patriarcado no se dirige solo a las mujeres, sino que también tiene como víctimas a los hombres”. Para ello, Monroy considera que es necesario contar con adultos hombres concienciados. “Todo lo que nosotras les podamos decir o proponer es interpretado como ‘ya están otra vez estas putas feminazis’, el monólogo de Pamela Palenciano se percibía por ellos de una manera completamente distinta hace cinco años, ahora hay que cambiar de enfoque”.
Y es que las aulas son un espacio central para abordar estas cuestiones, pero las profesoras refieren que no parece que haya una preocupación institucional por una situación que preocupa y desconcierta a docentes que, en palabras de Suárez, “estamos algo cohibidas, en posiciones de retirada y cada vez más silencio. Hay mucho agotamiento y falta de una perspectiva ilusionante”.
En la misma línea M.G., cuando algunos de sus alumnos le llegan a calificar los derechos humanos como “una cosa de progres”, se plantea los límites de los esfuerzos personales si no hay una mirada más amplia de esta deriva: “A veces hay un problema social y todo el mundo dice: esto hay que tratarlo en la escuela, como si la escuela pudiera hacerlo todo”. Carmona, desde Almería, considera, que sin apoyo institucional ni respaldo de los centros, el margen de maniobra de las y los docentes es estrecho pues, con las dinámicas de las redes sociales, o los medios, impregnando la conversación en las aulas, el diálogo deviene poco fructífero: “tienen su discurso muy integrado, y entonces cuando tú les trasladas otros mensajes, otras ideas, no les cala, tienen su propia verdad, otra cosa son las ganas que tú tengas de discutir o no discutir con ellos”.
Toasijé lo ve claro: la extrema derecha debería de ser prohibida en las instituciones. “Hay una ley de partidos que dice claramente que los partidos no pueden fomentar el racismo o la xenofobia”, recuerda. El presidente del CEDRE evoca los tiempos previos a la llegada del nazismo al poder: “La extrema derecha siempre está esperando su oportunidad, si llegan a tener suficiente poder se van a meter de lleno y van a producir un retroceso de 60 años en libertades”, advierte.
Palenciano confía en la cultura para impactar en los imaginarios —como ya hacen con mucho éxito los youtubers antifeministas— y plantea la urgencia de revisar el lenguaje y el cómo se llega a la chicas y chicos. La activista comparte preocupación ante un momento que le parece no solo peligroso, sino que resulta muy doloroso para quienes luchan por la igualdad. Pero apunta a un lugar de posibilidad, que también trasciende las paredes del aula, y apela directamente a las y los adolescentes que están plantando cara a estos discursos en primera persona: “En los últimos años el auge de la movilización de la gente joven con el feminismo, el antirracismo, el movimiento LGTB, me emociona el alma. Es la misma gente adolescente la que me da esperanza”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/extrema-derecha/ultraderecha-cuela-institutos-antifeminismo