«Hay una sociedad civil esperando convertir sus necesidades en derechos, transformar en políticas públicas sus reclamaciones. Hay una España que quiere terminar con las desigualdades de género y la lacra de la violencia machista (y que saque de la política a los machistas que jalean la violencia contra las mujeres con sus declaraciones). Hay una […]
Que la izquierda no esté a la altura de sus ideas, de su país, de su gente, de su ciudadanía, y sobre todo de su clase, no se traduce sólo en que sus potenciales votantes no confíen en ella, sino que también incide en un reforzamiento de la derecha. De hecho, esto es lo que explica el auge de las fuerzas políticas de extrema derecha y neofascistas en nuestro continente y en otras partes del mundo. Cuando el electorado ávido de cambios políticos se encuentra con una izquierda desaparecida o que traiciona sus valores, es frecuente que las preferencias del voto, sobre todo entre el pueblo con baja cultura y madurez política, tiendan a refugiarse en la opción contraria, es decir, en la derecha. De ahí que los mensajes claros, las estrategias coherentes y la valentía a la hora de gobernar sean los atributos que nunca debemos decepcionar. De entrada, es lógico que en Podemos existan diversas corrientes de pensamiento, y que la integración de miles de personas procedentes de los foros del Movimiento 15-M (unidas a otras personas que procedían del desencanto de la militancia en otras fuerzas políticas), cada una con sus inquietudes, su formación y sus capacidades, haya de realizarse lógicamente mediante un debate constante de ideas. El debate de ideas y la vertiente de movimiento social, con presencia en la calle además de en las instituciones, son vocaciones que la izquierda jamás debe olvidar. Para alcanzar tanto el poder político como el económico, la batalla contra el pensamiento dominante no puede desfallecer.
Parto de la base (porque en caso contrario tendría muy claro que no me representan) de que los objetivos de Podemos son alcanzar un nuevo modelo de sociedad más justa, equitativa y democrática. Y en ese sentido, hablar claro es un objetivo fundamental. No se puede vivir atrapado permanentemente en el quiero pero no puedo, en los límites de la formalidad, de la calculada ambigüedad, de la corrección y la cobardía política. Y en ese sentido, no sólo hay que denunciar con firmeza las grandes injusticias de nuestra sociedad, no sólo hay que realizar correctos diagnósticos de la situación, sino que también hay que proponer las oportunas y audaces medidas que sean capaces de romper los moldes de dicha sociedad injusta. Evidentemente, ser claros en nuestros planteamientos, en nuestros objetivos y en nuestras medidas es un ejercicio arriesgado, pero la constante ambigüedad calculada o la moderación en las medidas propuestas para captar más cantidad de voto popular no nos llevarán jamás a buen puerto.
Y por tanto, una cosa es que actualicemos la doctrina socialista, marxista y anticapitalista con nuevas tendencias y disciplinas complementarias (como pueden ser el pacifismo, el ecologismo, el feminismo, el Buen Vivir, etc.), y otra cosa muy distinta es que rompamos con tantas experiencias de la lucha del movimiento obrero. Si queremos cambiar los perversos pilares del mundo en que vivimos, no tenemos otro camino que hablar con claridad a la gente a la que queremos convencer, facilitando a su vez su acercamiento y comprensión al imaginario en el que creemos. Tomando las sabias palabras de Isabel Benítez (socióloga, feminista y sindicalista): «Si buscas el voto de Amancio Ortega y de una dependienta de Zara, a uno de los dos lo estás engañando». Se pueden actualizar la terminología y los significantes, adecuando los conceptos a una realidad social distinta, que evoluciona, y que lógicamente no es la misma que la que teníamos en el siglo XIX o en el XX, pero las grandes bases de las relaciones de poder y de los fundamentos económicos de una sociedad están perfectamente establecidas desde los escritos de Marx y Engels. Ellos sentaron las bases científicas para estudiar la estructura del capitalismo, al igual que están establecidas las bases de la termodinámica o de la física nuclear, puesto que dichos autores basaron siempre sus documentos en una metodología científica que es incuestionable. Por tanto, ellos son la brújula. Ellos nos marcan el camino a seguir. El ritmo del recorrido y los diversos vericuetos del mismo es lo que nosotros hemos de delimitar. Marx y Engels fueron a las ciencias sociales lo que Albert Einstein fue para el resto de las ciencias, o lo que Leonardo da Vinci fue para las artes: grandes puntales donde se basan todos los científicos y artistas de hoy, a pesar de que tanto las artes como las ciencias hayan avanzado mucho desde Leonardo y Einstein.
Hay que volver a recuperar la frescura y la agresividad del Podemos original. Hay que volver a recuperar los ejes arriba-abajo como referentes de la casta que nos oprime y de las clases populares y vulnerables. Hay que recuperar las propuestas radicales de los primeros programas electorales (concretando no obstante en aquéllas propuestas que sean realistas para una legislatura dada), aquéllos que consiguieron que 5 eurodiputados de la formación morada se sentaran en el Parlamento Europeo. No sólo hay que hacer un planteamiento derogatorio de las leyes fundamentales que los Gobiernos del bipartidismo nos han implantado (Reforma Laboral, Ley Mordaza, LOMCE, etc.), sino que también hemos de tener nuestra propia hoja de ruta para la transformación de la sociedad. En este sentido, y entre otras muchas propuestas, hay que volver a la Renta Básica, a la nacionalización de determinadas empresas que suministran servicios básicos en atención a fundamentales derechos humanos, a la salida de la OTAN, a la derogación de los Acuerdos con la Santa Sede, y por supuesto, no hay que olvidarse del Proceso Constituyente y de la Tercera República. Todo ello, como digo, adaptado a las propuestas reales que se entiendan posibles dentro del contexto de una legislatura de cuatro años, pero sin duda encaminadas en esa dirección.
El discurso de Podemos tiene que ser inequívocamente un discurso de clase, y un discurso de género. Ha de ser un discurso ecologista y pacifista, y ha de ser un discurso fundamentalmente republicano y anticapitalista. Debemos salir de «la lógica de la derrota» (en palabras de Carlos Pérez Soto). Hemos de atrevernos a plantear un cuestionamiento radical al capitalismo, sin complejos ni miedos a ser tildados de «radicales», «extremistas», «totalitarios», «dirigistas», «trasnochados» o «fracasados», entre otros muchos adjetivos con los que nos bautizan. Si nos quedamos paralizados ante tan necios calificativos, daremos pávulo a la extrema derecha, que seguirá aprovechando la situación en su favor. Hemos de recuperar una narrativa coherente y apasionada, a la par que agresiva y esperanzadora, capaz de canalizar el descontento de la inmensa mayoría social. Hemos de denunciar la dictadura del capital bajo esa fachada democrática, donde el pensamiento dominante no deja resquicio alguno a la rebeldía y a la justicia social. Sacudámonos los complejos, encaremos las medidas bajo un mensaje claro y rotundo. Llamemos a las cosas por su nombre. Recuperemos la decencia del lenguaje.
El discurso de Podemos no tiene que estar pendiente de si gusta o no a los medios de comunicación, o a los poderes económicos, pues estos grandes agentes del capitalismo siempre estarán en contra de quiénes planteen medidas de justicia social y de redistribución de la riqueza. Hay que remarcar nuestras diferencias con el PSOE de forma clara y contundente, y en ese sentido, nuestro discurso no tiene que centrarse en nuestra adscripción o recuperación de la socialdemocracia, cuyo papel ha fracasado absolutamente, y ya no ofrece alternativas reales, sino en nuestra adscripción al verdadero socialismo. Podemos ha de mostrarse en todo lugar y en todo momento como la única, auténtica y verdadera alternativa socialista que los votantes puedan elegir. No olvidemos que el mejor cómplice de la derecha y de los poderes económicos es la ignorancia, y por eso la formación, la divulgación, el estudio, el conocimiento, el debate y el pensamiento crítico deben ser nuestras mejores armas para lograr conciencia colectiva y movilización popular, para poder así acabar con esta «cultura del miedo».
Tampoco podemos olvidarnos de la memoria histórica del movimiento obrero, para convertirnos en una formación política acomodada, domesticada, servil a los poderes fácticos. Hay que tener siempre muy presente la memoria de los luchadores por la democracia y por las libertades, la lucha obrera, los grandes conflictos laborales, que son los que verdaderamente han conseguido las conquistas sociales de las que ahora disfrutamos, y que nos quieren volver a arrebatar. Porque ninguno de los derechos sociales, laborales o culturales conquistados en el pasado fueron concesiones voluntarias y gratuitas del poder. Se consiguieron mediante la lucha, mediante la confrontación. El capital jamás dará su brazo a torcer si no es obligado a ello. Las conquistas, los derechos y las libertades hay que arrebatárselas por la fuerza, luchando en las calles, algo que en el pasado (y aún hoy) costó miles de vidas, de humillaciones, de cárceles, de marginación, de sufrimiento, de vidas entregadas a la causa de la igualdad y de la justicia social. Esa batalla no ha terminado, sino que está más enconada que nunca, y por tanto, la lucha de clases está más vigente hoy que nunca. No podemos convertirnos en un sucedáneo del PSOE, en un partido acomodado que aún tiene la desfachatez de autodenominarse «socialista» y «obrero» y de albergar en su seno la sensibilidad «republicana».
Pero a su vez hay otro segundo frente tan importante como la claridad en la exposición de las ideas, y es la valentía, firmeza y determinación en llevarlas a la práctica. Quiero decir con ello que una vez alcanzado el poder (político, electoral) habremos de enfrentarnos en serio con el poder real (económico), y no valdrán medias tintas, terceras vías, atajos, ni excusas. Por decirlo más concretamente, sufriremos con mayor o menor intensidad y crudeza el mismo asedio que sufrió el gobierno griego de Siryza, y entonces no valdrán respuestas del estilo «es que no tenemos tanto poder como creíamos, hacemos lo que podemos», porque entonces estaremos perdiendo toda la credibilidad. Habrá que estar preparado para optar por todas las alternativas posibles, siendo en todo momento honestos y sinceros con el pueblo, preparándolo para las grandes decisiones y transformaciones que hay que llevar a cabo. Pero está claro que bajo el actual contexto europeo, si queremos dar pasos hacia la verdadera transformación y democratización de nuestro país, se impone una lógica de desobediencia civil y política hacia las instituciones europeas.
Pero todo ello, pasa, como decimos, por sacudirnos los complejos, por hablar de forma clara y contundente, por ser valientes en los modos, en las formas y en los mensajes, por no dejarnos domesticar ni involucionar, por no relajarnos ni moderarnos, por ser fieles a nuestros principios y a nuestras ideas (como hizo Fidel en Cuba), por cultivar más la calle que los despachos, y por estar constantemente del lado de los más vulnerables. El mensaje de Podemos además de sincero, tiene que ir al fondo, tiene que ser radical (esto es, ir a la raíz de los problemas para poder solucionarlos), tiene que ser claro y honesto, incluso con brutalidad y simpleza, pero siempre desde la empatía hacia los que sufren, los de abajo, los más necesitados. Podemos ha de ser una fuerza capaz de capitalizar y canalizar la indignación y el hartazgo a tanta mentira, a tanta banalidad, a tanta corrupción, a tanta desigualdad, a tanta injusticia. La indefinición, ambigüedad o confusión ideológicas han de ser abandonadas. Los mensajes tienen que ser claros y coherentes, sin fisuras, sin complejos, rotundos, cabales.
En definitiva, a la inmensa mayoría de personas que apostamos por la formación política de color morado, lo único que nos interesa de Podemos es que sea realmente el instrumento para conseguir esa España que Juan Carlos Monedero retrataba en la cita de entradilla. Perderse en disquisiciones inútiles, en tácticas acomplejadas, en oposiciones internas al poder dentro de la organización, es volver a la máxima de «servirse de la política», en vez de «servir a la política». Sólo un Podemos firme, con las ideas claras, decidido, valiente y sin complejos, será capaz de representarnos a todas las personas que reclamamos los cambios necesarios para convertirnos, de verdad, en una democracia justa, equitativa y madura. Ya sabemos cómo está el patio, no sólo en nuestro país, sino en la escena internacional: si no somos capaces de canalizar la frustración de las clases populares, dicha opción la seguirá liderando la derecha, incluso la comenzará a liderar la extrema derecha. De errores de la izquierda está repleto el siglo XX…¿los vamos a volver a repetir en el siglo XXI? Definitivamente, si la izquierda no está a la altura, es que no será la izquierda.
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