Las recientes sesiones parlamentarias del 21 y 22 de marzo han sido la ocasión para comprobar, más allá de la larga lista de disparates y autoalabanzas que hemos podido escuchar, el estado actual de las controversias entre los principales partidos del régimen. Me limitaré a apuntar algunas lecciones que podrían extraerse de las mismas.
1. Algo positivo ha tenido la presentación de Ramón Tamames como candidato a presidente del gobierno. Con ella hemos visto escenificada en sede parlamentaria la confluencia que se ha ido produciendo desde hace tiempo entre la ultraderecha política, mediática y judicial y una parte de la vieja clase política en torno a la asunción de un marco de discurso común: que los consensos de la Transición son intocables, sobre todo si se interpretan desde el techo que se impuso después del 23F de 1981 mediante el pacto bipartidista presidido por Juan Carlos I.
No por casualidad, Tamames se ha manifestado como uno de los pioneros en esa convergencia puesto que su deriva, cada vez más derechista, ya comenzó con su predisposición a asumir la cartera de Economía en el frustrado gobierno que aspiraba a encabezar el general Armada durante aquella intentona golpista en la que, por cierto, también estaba el socialista Enrique Mújica. El relato idealizado de esa Transición, con el rey como motor (cuando en realidad fue, desde el principio, el freno), se convirtió en dominante en la década de los 90 del pasado siglo (recordemos el exitoso programa televisivo de Victoria Prego) para luego empezar a ser cuestionado con la irrupción del movimiento memorialista y la aprobación de la tímida ley de memoria histórica de Zapatero. Fue ya entonces cuando muchos personajes de la mitificada Transición, incluida la vieja guardia del PSOE, con Alfonso Guerra a la cabeza, empezaron a expresar su temor de que la legitimidad del régimen se viera debilitada.
Llegarían luego la irrupción del 15M, los escándalos de corrupción de Juan Carlos I y el largo ciclo de movilización del independentismo catalán, paralelamente al ascenso electoral de Podemos y, más tarde, del potente movimiento feminista a partir de 2018, que fueron abriendo grietas en el régimen sin llegar, sin embargo, a culminar en un proceso rupturista. Agotado ese ciclo, no por ello la formación de un gobierno de coalición PSOE-UP, con el apoyo de fuerzas independentistas catalanas y vascas, dejó de generar alarma en el bloque de poder dominante. Pese a que ese gobierno no ha llegado a cuestionar las bases del régimen ni el modelo económico, se ha convertido en el enemigo a batir para promover una contrarreforma preventiva que podría llevarnos a la España del espíritu del 12 de febrero de Carlos Arias, el carnicero de Málaga. La concepción patrimonial del régimen une a esa plural alianza de fuerzas y personajes, entre los cuales Tamames se ha prestado a ser su portavoz mediante la presentación de la moción de censura.
En su involución política e ideológica, Tamames ha llegado hasta el punto de hacer suyo el revisionismo histórico de la ultraderecha sobre la guerra civil, la revolución de 1934 y Largo Caballero, lo cual supone, sin duda, un nuevo salto adelante que otros procedentes de la vieja clase política no se han atrevido a dar (al menos en público). Empero, no puede sorprender esta deriva, ya que refleja la consecuencia lógica de la evolución de alguien que ya partía de considerar la ley de Amnistía como ley de punto final y que ha terminado optando por la rendición, como lo definió un parlamentario, ante el discurso que justifica el golpe de Estado franquista. Sigue así el camino de la banalización de la dictadura franquista al que conduce la reivindicación sin complejos del olvido de sus crímenes y, por tanto, el rechazo a fomentar una cultura democrática antifascista en la que debían haberse socializado las generaciones que se han ido sucediendo durante los más de 40 años de régimen del 78. Ese ha sido uno de los más altos precios de la Transición, ya que ha permitido que se haya ido produciendo una afinidad electiva entre la extrema derecha y los fundamentalistas de la Transición, estimulados a su vez por la ola reaccionaria que desde hace tiempo se extiende a escala internacional.
Que, además, ahora Tamames cuestione incluso el Estado autonómico (pese a que no hace tanto tiempo hablaba de España como “nación de naciones”), mostrándose abiertamente a favor de la recentralización del Estado, de la imposición del castellano frente a las lenguas cooficiales y de anular la “sobrerrepresentación” electoral de los partidos de ámbito no estatal (cuando son los dos grandes partidos los mayores beneficiarios), junto con sus elogios a las grandes empresas multinacionales y a la sanidad privada, la reducción drástica del gasto público (nada menos que 60 mil millones de euros), el rechazo al avance del movimiento feminista (¡reivindicando a Isabel la Católica como modelo!), o a la inmigración que roba los puestos de trabajo de los españoles, son sólo algunos ejemplos de que ya no hay, apenas, diferencias entre su discurso y el defendido por la ultraderecha de Vox.
Así que en el caso de Tamames ni siquiera es aplicable la calificación de ex comunista, ya que él nunca se consideró como tal ni como marxista, sino que simplemente, empleando una fórmula de Isaac Deutscher, se ha convertido en un renegado del antifranquismo[1].
2. Hemos visto también cómo este debate ha dado una oportunidad al gobierno de coalición para dar una imagen unitaria pretendiendo superar así la reciente crisis interna en torno a la ley del sólo el sí es sí. Incluso Pedro Sánchez ha llegado a afirmar que ha habido un “cambio de paradigma” en la política de la UE, como si el neoliberalismo no siguiera muy vivo, aunque muestre ahora una cara más asistencialista y pragmática dada la gravedad de la crisis global –especialmente la social, ecológica y sanitaria– que estamos sufriendo[2]. En realidad, el líder del PSOE, más allá de la retórica y a pesar de la sobreactuación crítica de las derechas, no ha dejado de mostrarse como un fiel gestor de la seguridad jurídica que le exigen los principales lobbies españoles y extranjeros (“están viendo que estamos gestionando mejor”), aunque no haya llegado a frenar a tiempo iniciativas empresariales como la de Ferrovial, gran beneficiada, sin embargo, de dinero público durante largos años.
En la misma línea triunfalista se ha manifestado Yolanda Díaz, con su lista de medidas adoptadas en el plano social como grandes logros, poco diferentes, por cierto, de las adoptadas por otros gobiernos europeos de signo político diferente. Sin menospreciar por nuestra parte algunas de esas medidas en el plano social o de derechos civiles, ha evitado mencionar promesas incumplidas, nada secundarias, de su programa de gobierno, como la derogación de la ley mordaza, la nueva ley de vivienda digna y –no lo olvidemos– la derogación de la reforma laboral del PP. Y, sobre todo, ha querido ignorar graves decisiones de su gobierno, como el alineamiento con el régimen marroquí frente al pueblo saharaui, su corresponsabilidad ante la masacre de Melilla, o el apoyo a la remilitarización de la UE en el marco de una OTAN subordinada a EE UU.
Este discurso, en fin, ha servido para que la líder de Sumar se haya reafirmado en su voluntad de repetir la experiencia del gobierno de coalición con el PSOE tras las próximas elecciones generales. Apuesta así por dar un paso adelante respecto a la subalternidad practicada hasta ahora respecto al PSOE, formando un tándem (ticket electoral, como ya le llaman) con ese partido como único horizonte posible –y, por tanto, techo al que someterse– de su proyecto. No parece haber, por tanto, ninguna línea roja en esa colaboración con un partido que ha demostrado sobradamente ser sostén fundamental de este régimen y estar claramente alineado dentro del bloque transatlántico occidental.
En resumen, la líder de Sumar parece tomar como referencia el papel que están jugando formaciones políticas que considera afines, como los Verdes en Alemania. Una vía que supondría, ya definitivamente, su integración como parte del régimen del 78 contra el que nació Podemos. En cuanto a esta última formación, si bien es cierto que sus dirigentes se esfuerzan ahora por resaltar las diferencias que mantienen con el PSOE, parece que esta labor obedece más a la disputa por el protagonismo dentro de la coalición y a la búsqueda de un espacio propio ante las próximas convocatorias electorales que a su voluntad de cuestionar la subalternidad que han compartido hasta ahora dentro del gobierno.
3. Respecto al tercer protagonista, el líder del PP Alberto Núñez Feijóo, aun estando ausente de este debate, ni siquiera ha optado por votar en contra de la moción de censura, como hizo su antecesor, Pablo Casado. Consciente de que, en el fondo, no son tantas las diferencias que le separan de Vox y de Tamames y, sobre todo, de que va a necesitar los votos de la ultraderecha para poder ofrecerse como alternancia de gobierno en las próximas campañas electorales, ha preferido una presunta equidistancia que sin embargo no ha podido ocultar, con su apoyo a la contrarreforma de pensiones de Macron, su defensa de un neoliberalismo autoritario dispuesto a la confrontación social.
Por último, y más allá de la retórica contra la ultraderecha y de los exabruptos de Tamames, apenas hemos podido escuchar en los discursos de las distintas fuerzas a la izquierda del PSOE, con la excepción de la CUP, una valoración crítica de la política gubernamental y de su resignación a seguir aceptando los marcos de este régimen y de la UE como barreras infranqueables para una política alternativa. Con todo, en algún análisis periodístico de este debate, como el de Javier Pérez Royo[3], hemos podido encontrar una conclusión que no es difícil compartir: que la legitimidad de la Segunda Restauración está definitivamente agotada y, por tanto, que una nueva legitimidad debería pasar, al menos, por una reforma constitucional. Algo que, sin embargo, el PSOE sigue sin atreverse a hacer en un sentido progresivo y que el PP haría en un sentido contrario, por lo que es previsible que la crisis de régimen continúe agravándose, si bien ahora se manifiesta en su propio seno, debido a la radicalización de las derechas, y no desde fuera y desde abajo.
Para esta tarea de recuperación del protagonismo de la movilización social y de construcción de un bloque político y social alternativo al bloque reaccionario y a un moderado social-liberalismo todavía queda mucho por hacer, pero no por ello podemos aceptar como insuperable una política del mal menor. Deberíamos esforzarnos, en cambio, por desbordar ese marco si se quiere realmente parar a las derechas extremas y para ello sería mejor empezar a seguir el ejemplo de las nuevas revueltas obreras y populares que, ahora en Francia como epicentro, se están extendiendo por Europa.
Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur
Notas:
[1] No viene mal recordar lo que en 1950 comentó Isaac Deutscher -autor, entre otras obras, de Herejes y renegados– con ocasión de la adhesión al anticomunismo de muchos ex comunistas en plena guerra fría: “Ignacio Silone cuenta que una vez dijo jocosamente a Togliatti, el líder comunista italiano: ‘La lucha final será entre los comunistas y los ex comunistas’. Hay en esa broma una amarga gota de verdad”, “La conciencia de los ex comunistas”.
[2] Como escribe Daniel Albarracín en un artículo de próxima publicación en viento sur, “el neoliberalismo realmente existente no ha tenido empacho alguno en asumir una política monetaria ultraexpansiva -no incompatible con retomar otra restrictiva a partir de 2022, una vez retorna la inflación-, o aprovechar al Estado para rescatar a grandes bancos o emplear el dinero público para apoyar al sector privado, que no son preceptos ortodoxos, dejando intacta su política de ajuste salarial” (“Una vuelta a Keynes en la política económica española”).
[3] “La legitimidad de la Segunda Restauración está agotada desde hace varios años. La penosa moción de censura a la que hemos asistido esta semana ha venido a subrayarlo. Ha sido un espectáculo triste, en el que un partido “franquista” (Iñaki Gabilondo), como es Vox, ha recurrido a un protagonista de La Transición, que ha dejado una imagen actual tan patética de sí mismo como de la fórmula política a cuya génesis contribuyó”, Javier Pérez Royo, “La legitimidad de la Transición no da más de sí”, eldiario.es, 23/03/23, https://www.eldiario.es/contracorriente/legitimidad-transicion-no-da-si_132_10060105.html