El pasado 30 de octubre tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes de Madrid la primera de las mesas redondas del Ciclo «La ciencia como respuesta a los desafíos del siglo XXI». Bajo el título «Biodiversidad: ¿qué nos perdemos con la crisis?», moderados por Gonzalo Nieto, miembro del CSIC a cargo del Real Jardín Botánico, […]
El pasado 30 de octubre tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes de Madrid la primera de las mesas redondas del Ciclo «La ciencia como respuesta a los desafíos del siglo XXI». Bajo el título «Biodiversidad: ¿qué nos perdemos con la crisis?», moderados por Gonzalo Nieto, miembro del CSIC a cargo del Real Jardín Botánico, intervinieron Enrique Macpherson, del Centro de Estudios Marinos de Blanes, Jordi Bascompte de la Estación Biológica de Doñana y Xavier Bellés del Instituto de Biología Molecular de Barcelona.
A pesar de que el propósito de la moderación era evitar «visiones predictivas sombrías» lo cierto es que los tres intervinientes contestaron a la pregunta planteada con serias advertencias. Xavier Bellés señaló que la pérdida de diversidad, cercana a un 70% en el mundo, está influendo en la estabilidad, la producción y el equilibrio de los sistemas. Belles advirtió que al perder variabilidad genética perdemos la posibilidad de evolucionar y adaptarnos al cambio. Por su parte, Enrique Macpherson dijo que en el mar queda hoy un 1% de la biomasa que había hace 50 años, de manera que se acerca un colapso, una de cuyas consecuencias será que las pesquerías terminen en 2048. Macpherson señaló sin embargo que se estaba a tiempo de recuperar biodiversidad si se protegen espacios naturales de forma urgente. Con todo se manifestó claramente pesimista, sin ir más lejos recordó que «el mismo Caribe, por desgracia, tiene muy pocos arrecifes en buen estado; excepto en Cuba y algunas zonas de Belice, la mayoría de los están en vías de extinción«.
La charla generó un debate durante más de una hora en que varios miembros del público plantearon su inquietud sobre el patrocinio empresarial de la ciencia, así como sobre la posible búsqueda de soluciones y por tanto de responsables a la actual situación. Macpherson reconoció que «la mayoría de los grandes proyectos que intentan censar todos los organismos que hay, en bases de datos públicas y disponibles en internet para todo el mundo, son de fundaciones privadas«. Los investigadores comenzaron intentando «no demonizar» la participación de las empresas privadas incluso cuando -como se señaló desde el público- éstas fuercen al silenciamiento de los resultados de las investigaciones con objeto de beneficio. También valoraron el mantenimiento de la biodiversidad, poniendo el ejemplo paradigmático de «un acuerdo entre la empresa farmacéutica Merk y el gobierno costarricense por el cual la empresa pagaba bastante dinero no sólo para investigación sino para mantenimiento de parques nacionales, infraestructuras y demás a cambio de que se le dieran muestras de material de todos los organismos con las cuales hacer screanings para tratar de ver si había compuestos de interés farmacéutico«.
La insistencia de miembros del público sobre las contradicciones entre los intereses de beneficio económico de las empresas y de la ciencia, así como respecto a la dificultad de mantener un crecimiento sostenido del 3% con el desarrollo sustentable llevó a Xavier Bellés a reconocer la difícil compatibilidad entre el crecimiento económico mundial y la sostenibilidad. Por otra parte, reconoció, «tampoco podemos decirles a los países que están en desarrollo que no se desarrollen para que el planeta se preserve para los países que ya se desarrollaron y destruyeron sus territorios. Yo creo, aunque parezca una ingenuidad, que los países que se están desarrollando, están haciendo esfuerzos para desarrollarse de manera sostenible, ordenada y sensata. Yo he estado hace dos semanas en China donde el Congreso del Partido Comunista decidió que China se desarrollará de manera sostenible y lo hará, porque cuando lo dice el Congreso del Partido Comunista se hace«. Para Bellés, «es mucho más complicado deseducar a los grandes consumistas, por ejemplo a la sociedad norteamericana». « El problema «, arguyó, es que este tipo de soluciones que son planes nacionales o medidas, «no dependen tanto de los gobiernos sino de las empresa transnacionales que no tienen gobiernos democráticos, sino que las gobiernan empresarios que lo que quieren es vender y por eso, por mucho que nos esforcemos, que sé yo, en no usar insecticidas porque creemos que es mucho más eficaz que actúen los parasitoides naturales; por mucho que lo veamos claro y que nos esforcemos es muy probable que las tres empresas multinacionales que controlan el 80% del mercado, sigan vendiéndonos insecticidas y ése problema es más difícil de resolver porque el control de esas empresas está fuera de los ámbitos participativos«.
Descolgándose de un análisis de la economía global, Gonzalo Nieto del CSIC del Jardín Botánico, señaló que una forma viable de conservar las especies es conservar ecosistemas, puntos calientes de biodiversidad dado que «en el mundo el 1’5% de la superficie terrestre alberga un 45% de la superficie de plantas y las especies vertebradas«. A esta opinión se sumó el representante del parque de Doñana defendiendo una línea de investigación «que intenta conseguir dinero yendo a ver a gente rica, banqueros e ir a puntos calientes de biodiversidad, por ejemplo Brasil y comprar cantidades de tierra que albergan una biodiversidad muy grande«. Lejos de ese optimismo, Macpherson señaló que «no se puede ser optimista con siete mil millones de habitantes, la única solución es consumir menos y no podemos seguir creciendo y más cuando la protección del mar no existe y todavía en la pesca sigue subvencionándose la destrucción».
A todas estas reacciones una persona del público planteó que creía que había diversos tipos de responsabilidad por parte de las empresas y de los consumidores, dado que los consumidores a menudo no podían optar por consumos responsables. Así mismo señaló el peligro de que sean las empresas o los ricos de quiénes dependa la conservación de la biodiversidad, por no hablar de las patentes y de la compra de territorios sin respetar a las poblaciones autóctonas de esos lugares. A esta pregunta Bellés respondió: «El gasto de investigación y de protección de patentes y de desarrollo lleva a que las empresas argumenten que se debería beneficiar exclusivamente a la empresa. Sin embargo lo investigado es un recurso natural que es de todos… y eso es una contradicción flagrante porque por un lado se argumenta que es de todos y por otro lado se patenta. Por otra parte, las comunidades locales no son las responsables de la pérdida de biodiversidad, el uso que hacen de ellas es sostenible e incluso seguramente dio pistas para despertar el interés de las empresas«. A este respecto añadió «Hay un caso que es descorazonador y es de la polimerasa obtenida de un microorganismos que vive en géiseres a temperaturas altas que posibilita una amplificación de fragmentos de ADN… se consiguió en el Parque de Yellostown y los gestores del Parque están persiguiendo a la empresa que ha patentado la polimerasa para compartir beneficios y no lo han conseguido (1). O sea que imagine una comunidad de yanomamis del Brasil compitiendo con Novartis «.
A este respecto, la responsable de la revista Fauna Ibérica que se encontraba en el público constató que el Convenio de Biodiversidad Biológica regula las patentes. Ella aseguro que el Convenio aclaró que no se puede patentar la especie sino el proceso, aunque éste convenio, no ha sido ratificado por EE.UU. Un científico del público planteó que existe la necesidad de crear opinión por parte de la comunidad científica y señaló la pasividad y ausencia de voces críticas por parte de la comunidad científica. Gonzalo Nieto, miembro del CSIC a cargo del Real Jardín Botánico, dijo: «En casos concretos que se han dado en la historia reciente hay que constatar que los ciéntificos no se ponen de acuerdo y por tanto sería complicado organizarse».
Finalmente terminó Macpherson argumentando: «Nadie tolera, ni nosotros mismos, estar continuamente en un ambiente pesimista y lo que nosotros estamos transmitiendo es una situación preocupante. Nadie tolera esto ni siquiera nosotros, algunas de las cosas que he dicho aquí las publicamos en La Vanguardia y señalaron que no querían artículos tan serios, y yo estoy quedándome ya sin amigos y sin familia por culpa del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, pero es que nadie quiere hablar de esos temas«.
Otra científica del público dijo que era una optimista decepcionada. No se oye la voz de los científicos, porque es un problema que no importa. Macpherson señaló que la primera vez que se publicó un informe sobre la influencia del tabaco en el cáncer de pulmón, el informe fue silenciado en el Reino Unido, sin embargo todos los oncólogos, cuando moría un enfermo por eso motivo «informaban a los políticos sobre que habían fallecido algunos de sus posibles votantes… En cambio ahora estamos mucho en nuestra torre de marfil…, yo creo que me da mucha pereza y no sé como hacerlo…»
A este respecto, Bellés concluyó que debemos «intentar aprender los idiomas de la gente que toma decisiones. Son por ejemplo muy sensibles a los argumentos económicos y esto está dando resultado… No hace mucho, el foro de nueva economía organizó una reunión sobre el cambio climático, el auditorio eran empresarios… la Toyota, las Bodegas Vega Sicilia…; las bodegas están pensando ya que si asciende la temperatura tendrán que trasladar los bodegas a Inglaterra y están ya comprando en el Reino Unido en zonas que tendrán en unos años la temperatura de la Rioja. Eso significa que está calando el mensaje de la gente que maneja la producción«.
A pesar de lo edificante del debate generado, tan poco habitual en los tiempos que corren en espacios públicos, nos quedamos con la pregunta de si se puede traducir en dinero el coste de la pérdida de biodiversidad… nos preguntamos si cambiaría algo de ese futuro, más que sombrío de nuestro planeta, que constatamos día a día.
Seguiremos informando