Ya causa asco tanto medio masivo de comunicación ajustando la mira, las veinticuatro horas, para indagar sobre lo que ocurre en Cuba, por qué ocurre y para qué. Indagar y ventilar, sin respiro, acerca de un país de aproximadamente doce millones de habitantes; en un mundo que arde con seis mil trescientos millones de personas […]
Ya causa asco tanto medio masivo de comunicación ajustando la mira, las veinticuatro horas, para indagar sobre lo que ocurre en Cuba, por qué ocurre y para qué. Indagar y ventilar, sin respiro, acerca de un país de aproximadamente doce millones de habitantes; en un mundo que arde con seis mil trescientos millones de personas adentro. Hoy, más precisamente, con la reiteración del ejercicio genocida con que el Estado de Israel -arropado por EE.UU.- machaca la franja de Gaza y al pueblo palestino.
Aparece un disidente, o una disidente -posando como una modelito, toda de negro y tacones-, en Cuba, y ahí van la cámara y el micrófono, para que todos se informen, para que no falte el pan de cada día: Cuba, esto y aquello. Castro, esto y más cual. Y a cargar el dado, sin piedad y sin decoro. Cosas que tampoco se les pide.
Una bloguera es disidente y allí el foco. Una «escritora» es disidente y detrás de ella -ávidos y amaestrados por sus patrones- corren los corresponsales, en La Habana, Madrid y Miami.
En el mundo, en este mundo, plagado de capitalismo inhumano, de financistas estafadores, de asesinos uniformados, de hambreadores ricos y famosos, hay más de tres mil millones de personas en la pobreza. Y más de mil millones de gentes harapientas, sarnosas, humilladas, analfabetas, echadas a revolver la mierda ajena para encontrar un átomo de algo que se asemeje a la comida.
En Estados Unidos -hablamos de las tripas de la podredumbre sistémica- existen cincuenta millones de seres humanos disputándose un lugar entre la pobreza y la indigencia; muchos de ellos durmiendo a la intemperie, «alimentándose» de los basureros municipales: viviendo el dolor de no ser casi nada, nadie. ¿Serán disidentes, o acordarán con el régimen político, económico y social que los trata como escorias?
Sin embargo la mirilla está puesta en Cuba, en un grupito de disidentes, alentados por mafiosos disfrazados de «organizaciones no gubernamentales».
¿Más de mil millones de analfabetos estarán de acuerdo con los que le arman el calvario, y también la cruz para la resignación?
¿No hay ni un, o una, disidente entre más de tres mil millones de vejados? ¿Tampoco hay ninguno entre miles de millones de explotados laboralmente? ¿Ninguno entre casi trescientos millones de hombres y mujeres sin empleo? ¿De qué escapan millones y millones de inmigrantes -de África, Latinoamérica, Asia y los países de Europa del Este- sino del sin futuro y de un presente insultante? ¿No hay responsables de esta carnicería planetaria? ¿Dónde está la mirilla telescópica mediática? ¿Por qué no revela, con lujo de detalles, quiénes son y cuánto llevan ganado las empresas yanquis en la «reconstrucción» de la ex Yugoslavia, parte de Irak y lugares de África y Asia supuestamente afectados por fenómenos de la naturaleza? ¿Quién puede acordar con semejante hoguera, sino un cómplice intelectual o material de la misma?
Pero la lente, el micrófono y la babosa periodística recorre carroñera las calles de La Habana, buscando -libremente- al personaje para la foto que se desplegará por el mundo. ¿Periodismo mercenario? ¿Independiente? ¿Ignorante? ¿Ideológica y políticamente orquestado? De todo un poco.
Más de un millón de disidentes, enfrentados a la invasión de EE.UU. a Irak y Afganistán fueron masacrados por el ejército más sofisticado y criminal de la tierra; en una historia tan reciente como nauseabunda: en la que las principales figuras de un gobierno y de sus fuerzas armadas son denunciadas -dentro de una lucha facciosa al interior de EE.UU.- por mentir, estafar, delinquir, torturar, usurpar, y asesinar.
Millones de personas disienten y no aparecen, vestidos para la ocasión -de negro y de tacones-, ni en la tele ni en las fotos de los diarios. A veces sí, pero como «una masa informe», generalmente acusada de provocar aquello que ahora se denomina «caos vehicular».
Un sistema puesto como una ametralladora delante de miles de millones de seres humanos es una noticia vieja, sin pena ni gloria. Además, se trata de genocidios habituales, un tanto aburridos; siempre los mismos asesinos, siempre las mismas víctimas. Mejor, hablar de Cuba, de los hermanos Castro, de una bloguera, de una «escritora», de cierto amigo de Vargas Llosa que está incómodo, de uno que levanta la voz, luego de caminarse de ida y vuelta -recibiendo instrucciones-, los pasillos de la Oficina de Intereses de Estados Unidos, cita en La Habana, a orillas del malecón. Una bloguera cubana, una «escritora» cubana, posando como una modelito, son las «voces de los que no tienen voz». ¡Cuánto desprecio por la inteligencia humana!
Aun con la ametralladora de su lado, el «periodismo verdad» le teme a las ideas. Y, aunque no lo diga, le tiene pavura al -todavía- «silencio» de miles de millones de personas que, desde hace largo rato, se han echado a andar buscando trabajo y comida, y llevando en sus entrañas una disidencia que, a no dudarlo, será justicia.
Juan Carlos Camaño es presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).