Santiago Alba Rico es hoy una de las voces más autorizadas en los estudios sobre democracia, sistema capitalista y medios de comunicación. Escritor y filósofo español, colaborador de sitios digitales como Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal y Nodo50, pueden citarse entre sus obras los ensayos Dejar de pensar, Volver a pensar, Las reglas del caos, El […]
Santiago Alba Rico es hoy una de las voces más autorizadas en los estudios sobre democracia, sistema capitalista y medios de comunicación. Escritor y filósofo español, colaborador de sitios digitales como Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal y Nodo50, pueden citarse entre sus obras los ensayos Dejar de pensar, Volver a pensar, Las reglas del caos, El islam jacobino, Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos, Leer con niños, Capitalismo y nihilismo.
En una entrevista electrónica con La Jiribilla el autor de libros publicados en la Isla como La ciudad intangible y Cuba; la ilustración y el socialismo, este último en coautoría con Carlos Fernández Liria, afirma que esta nueva campaña contra la mayor de las Antillas, así como el golpe de Estado en Honduras y la instalación de bases militares en Colombia, «son signos sin duda de preocupación por parte de un imperialismo que percibe todo el terreno que ha perdido en la última década y que comprende además con mucha claridad hasta qué punto Cuba juega un papel axial en los procesos abiertos en América Latina. Solo cabe esperar nuevas ofensivas en todos los frentes: económico, mediático y militar.»
Uno de los temas que en el frente de la ofensiva mediática ha ocupado mayor espacio por estos días es el referente a los derechos humanos en Cuba, precisamente uno de los países impulsores de que se reconocieran en el seno de las Naciones Unidas los llamados derechos humanos de segunda y tercera generación, es decir, los derechos sociales, económicos, culturales, ecológicos… y recientemente ha sido acusada por el Parlamento europeo de violadora de los derechos humanos de primera generación, es decir, los relacionados con las libertades civiles. Esto, al decir de Santiago Alba, «supone aceptar que la UE puede dar lecciones al menos en relación con los llamados derechos humanos de primera generación. No es así. La situación en Europa y concretamente en España es objetivamente mucho más condenable. Hay que pensar en las leyes migratorias, que convierten a millones de personas en «judíos» despreciados, explotados y silenciados, perseguidos, encarcelados y expulsados y a los que no hace falta poner una estrella amarilla porque su color mismo revela su «inferioridad criminal»; pensemos en la Ley de Partidos en España, donde se sigue torturando en las comisarías y en los CIES; pensemos en el juez Garzón, que después de violar reiteradamente los principios jurídicos más elementales para encarcelar disidentes vascos, ahora es sentado en el banquillo paradójicamente por la ultraderecha española, con la complacencia del Tribunal Supremo, por querer juzgar los crímenes de Franco. Si las llamadas Damas de Blanco son trasladadas a sus domicilios en autobús por la policía cubana todos los medios españoles se escandalizan. Hace un par de días una manifestación pacífica de vecinos en Valencia fue reprimida con una violencia brutal: la gente sentada en el suelo recibía pasivamente bastonazos brutales, uno detrás de otro, delante de las cámaras de televisión, pero a nadie le ha parecido mal. Como España es ontológicamente una democracia se puede comportar como una dictadura. Como Cuba es ontológicamente una dictadura, de nada le sirve comportarse como una verdadera democracia. Lo que está en cuestión no es la democracia, que a los países de la UE les importa muy poco: lo que está en cuestión es el papel de Cuba como referente invencible de otro mundo posible, en un momento en el que ese otro mundo posible no es ya un sueño sino una necesidad impostergable.»
Sobre las razones que mueven a los grandes medios a privilegiar en sus espacios las voces de la contrarrevolución en Cuba sobre la de los cubanos de a pie el autor de El naufragio del hombre asevera: «Digámoslo con toda claridad: los medios de comunicación son responsables, directa o indirectamente, de muchas muertes en el mundo. Concretamente son culpables de la muerte de Orlando Zapata. Su atención selectiva induce huelgas de hambre y protestas en Cuba mientras abandona a su suerte a miles de verdaderos disidentes en otros países, dejándolos completamente a merced de dictaduras ignominiosas. Pensemos, por ejemplo, en Honduras o Colombia. Aún diría más. Creo que los medios de comunicación son parcialmente responsables no sólo del terrorismo imperialista sino también del terrorismo reactivo, por ejemplo en el mundo árabe y musulmán. Miles de presos, hoy expuestos impunemente a las violencias más atroces, estarían un poco más protegidos y harían huelgas de hambre más justas que la de Zapata si los medios les prestaran un poco más de atención y miles de hombres y mujeres sojuzgados por dictaduras cómplices de occidente dejarían de poner bombas si consiguiesen llamar la atención de los periodistas por otras vías, con manifestaciones, huelgas o desobediencia civil. Pero desgraciadamente son los medios occidentales -cuarto poder que subsume los otros tres- los que imponen los métodos de lucha al mismo tiempo que la legitimidad o ilegitimidad de las causas. Fariñas, que está en su casa, clama al cielo con una fuerza que no tienen los 7.000 presos palestinos en huelga de hambre en las terribles cárceles israelíes. Eso no es informar, es guerrear y guerrear contra la justicia, la democracia y la humanidad. Cuba tiene muchos menos problemas que resolver que la mayor parte de los países del mundo, pero tiene algunos; y quizás podría resolverlos si la dejaran en paz de una vez. Eso es lo que no van a hacer -dejarla en paz- ni los gobiernos capitalistas ni sus periódicos.»