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Discurso en la Clausura de IV Encuentro Mundial de Corresponsales de Guerra

Cuba frente a la «marea negra»

Fuentes:

Comienzo agradeciendo su participación a todos. Saludo especialmente a los familiares de José Couso, mártir del periodismo y de la libertad de información. Cuba respalda plenamente la exigencia de que se le haga justicia. Su caso nos recuerda que el Imperio que miente y manipula la información también asesina periodistas. Algún día los nuevos bárbaros […]

Comienzo agradeciendo su participación a todos. Saludo especialmente a los familiares de José Couso, mártir del periodismo y de la libertad de información. Cuba respalda plenamente la exigencia de que se le haga justicia. Su caso nos recuerda que el Imperio que miente y manipula la información también asesina periodistas.

Algún día los nuevos bárbaros descubrirán que la verdad no se destruye a cañonazos.

Nuestro homenaje a Couso y a todos los caídos en defensa de la libertad, la justicia y la paz. Ellos nos alientan en la convicción de que otro mundo mejor es posible y nos convocan a la lucha para conquistarlo.

Nada más natural que en Cuba se reúnan, ahora por cuarta vez, los corresponsales de guerra. Aquí se libra un combate de más de 45 años en el que la información ocupa un lugar central.

Noam Chomsky ha señalado que posiblemente sea Cuba el país contra el que más se ha practicado el terrorismo. Pudiera afirmarse con igual certeza que Cuba ha sido y es el país contra el cual más se ha mentido, engañado y desinformado.

Junto a la guerra económica, al terrorismo, los ataques mercenarios, el sabotaje, la subversión y las amenazas de agresión militar directa, el Imperio ha desatado la guerra informativa que se expresa en una colosal práctica del embuste, sistemática, constante en la que emplea todos los medios y a la que destina gigantescos recursos financieros y materiales.

No hay exageración en lo que acabo de decir.

Consta con lujo de detalles en documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos que habían permanecido en secreto durante muchos años hasta que fueron desclasificados en el último decenio del Siglo XX. En ellos puede leerse cómo desde 1959 ese Gobierno lleva a cabo un plan, el llamado Programa Cuba, cuya finalidad es destruir a la Revolución cubana usando los más diversos instrumentos entre los cuales, los más notorios han sido el bloqueo económico y la agresión militar. Elemento esencial de ese Programa, según el texto original, es «fabricar una oposición dentro de Cuba que sería alimentada con asistencia clandestina externa» y «crear una organización en el exilio» que sirviese para ocultar las acciones del Gobierno norteamericano ya que, en palabras del presidente Eisenhower «la mano de Estados Unidos no debe aparecer».

Esa mano escondida, sin embargo, se ha caracterizado por su largueza. A mentir y a engañar sobre Cuba sucesivas administraciones de Estados Unidos han prodigado miles de millones de dólares, muchos más que toda la ayuda oficial norteamericana para el desarrollo de América Latina. Han publicado diarios, libros y revistas, han organizado conferencias, concursos, seminarios, exposiciones y giras artísticas y académicas, han sobornado escritores y periodistas, han realizado transmisiones de radio y de televisión, han financiado películas de ficción, historietas para niños y documentales, han inventado noticias, fabricado historias truculentas y falsificado groseramente la realidad. Los detalles, vuelvo a decirlo, incluyendo episodios francamente grotescos, están hoy disponibles para quien se interese por la verdad en las propias fuentes oficiales norteamericanas.

No hablo del pasado. Me refiero a una política que ha sido permanente, igual a sí misma, se ha practicado siempre, sin pausa y tiene hoy plena vigencia. Ahí está para probarlo el llamado «Plan de Asistencia a una Cuba Libre» que establece con precisión la política oficial para poner fin a la Revolución y a la Independencia convirtiendo a Cuba en una colonia, hecho público el 6 de mayo de este año. En el se define que «la piedra angular de nuestra política para acelerar y ponerle fin al régimen de Castro es fortalecer las políticas de apoyo pro-activo a los grupos que respaldamos dentro de Cuba» y para ello decidieron «destinar un total de 59 millones de dólares a la AID para aumentar el presupuesto actual de 7 millones del Programa Cuba». Nótese la persistencia de una política que sigue buscando derrocar a la Revolución y continúa asignándole un papel clave a dirigir una oposición fabricada por ellos mediante un plan que conserva hasta el nombre con que lo bautizaron 45 años atrás.

El Programa Cuba continuaría después que hubiesen implantado aquí, mediante una guerra que ni en sueños van a ganar, un régimen colonial, más aún, según reza el Plan anunciado por Bush el 6 de mayo, a él se le suministrarían muchos más recursos, «se incrementará sustancialmente» para convertir a esos grupos mercenarios en los futuros partidos políticos de Cuba.

El Programa Cuba no es ni mucho menos la única fuente para promover su política subversiva. De hecho es una fracción menor incomparablemente inferior a lo que gasta la CIA con un presupuesto que obviamente es secreto. Esto ha sido reconocido con toda claridad y públicamente por quienes desde la Agencia Internacional para el Desarrollo dirigen el Programa Cuba.

Sería legítimo preguntarse ¿por qué el gobierno de Estados Unidos decidió hacer públicos estos documentos antes guardados con especial celo y revelar esa información que a pesar de sus muchas omisiones y las numerosas tachaduras y borrones en los textos divulgados describe cuánto paga y cómo paga la AID a sus agentes dentro y fuera de Cuba?

Debo recordar que ese limitado destape no se produjo hasta los años noventa de la recién concluida centuria cuando al ocurrir la desaparición de la Unión Soviética, Washington creía posible derrotar también a la Revolución cubana. Para ello intensificaron y ampliaron el bloqueo con las leyes Torricelli y Helms-Burton y otros engendros legislativos y administrativos. Esas leyes, sobre todo la Helms-Burton, proclaman abiertamente la promoción de la subversión interna, revelan lo que siempre había existido pero conforme a la directiva presidencial de Eisenhower y sus sucesores se había mantenido en la oscuridad. Tras aclarar en su Ley Helms y Burton que lo de la CIA es aparte y seguirá en las tinieblas decidieron levantar el velo sobre el Programa Cuba probablemente por estas razones: estaban convencidos del inminente fin del socialismo y debían establecer por ley yanqui la futura organización de la sociedad cubana, querían hacerlo con un texto ostensiblemente subversivo y provocador que obligase además a los países europeos no sólo a acatar dócilmente las medidas que a ellos también perjudican, sino a incorporarlos a la conspiración anticubana en lo que tendrían éxito notable como los acontecimientos posteriores han demostrado.

Pero el mayor éxito lo han alcanzado con los grandes medios que se dicen dedicados a informar. Su pretendida objetividad se vuelve patética ante el cuidadoso empeño que ponen en silenciar la verdadera naturaleza de la agresión contra Cuba respecto a la cual no pueden alegar ignorancia.

La información oficial del gobierno de Estados Unidos, la tienen al alcance de la mano.

A lo mejor les está prohibido recurrir a fuentes oficiales del Gobierno norteamericano. ¿Quién sabe? ¿Tendrá razón Chomsky cuando, al definir a esos medios con una sola palabra, el gran lingüista, la que usó fue «disciplinados»? ¿Será que todavía obedecen a la directiva del viejo Ike, aquella de «que no aparezca la mano del gobierno de Estados Unidos»?

Tengo muchos amigos norteamericanos. Algunos son de izquierda pero no pocos son demócratas o republicanos. Muchos son periodistas por los que siento afecto y simpatía. Por eso y porque jamás pondré en riesgo una fuente no les diré quien me advirtió, aquí en La Habana, en los días de la invasión a Granada en 1983 que todo aquel enjambre de corresponsales venidos del Norte traían la misma indicación cual era obtener de mí una frase que pudieran usar para construir la misma historia que, todos, casual e independientemente, tenían encomendada. Nada más les interesaba. Recuerdo cuando alguien me hizo la pregunta, fue en el Hotel Riviera en el cuarto piso y al rehusar darle la respuesta deseada, todos, sin faltar uno sólo, apagaron luces y grabadoras, recogieron sus cámaras y se fueron dejándome en paz. Concluyó así con una sola pregunta la conferencia de prensa más breve de mi vida.

Tampoco les diré quién me aclaró en New York, en 1996, que tanto la suya como las demás cadenas televisivas de Estados Unidos no iban a cubrir absolutamente nada de la discusión que tendría lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU para examinar el informe de la Organización de Aviación Civil Internacional sobre el derribo de las avionetas contrarrevolucionarias en el espacio aéreo de Cuba en febrero de aquel año. No habría competencia. Nadie diría una palabra. A todas se les había orientado no hacerlo y él me aseguraba que todas acatarían esa orientación. Y así fue. Resultado: para los norteamericanos la reunión del Consejo de Seguridad no existió y siguen creyendo ellos, y repitiendo los medios, la supuesta responsabilidad de Cuba. ¿Se ha preguntado alguien por qué, años después, Madeleine Albright, entonces Embajadora yanqui en la ONU reconoció que ese había sido el momento más difícil de su carrera?

No puede culparse individualmente a los periodistas pues muchas veces ellos son apenas piezas de un engranaje de grandes corporaciones que constituyen los instrumentos principales del Imperialismo en su guerra ideológica. Tampoco se puede esperar de todos la disposición al sacrificio y el heroísmo de José Couso, Tarek Ayud y Taras Protsyuh y otros centenares de colegas que han entregado sus vidas en cumplimiento del deber. Pero sí tenemos derecho a reclamarles que se incorporen a la lucha por la verdad o al menos que comprendan que no son simplemente empleados de una empresa cualquiera sino que su labor acarrea una responsabilidad social por la que tienen que rendir cuentas. Como afirma Ramonet: «la información está, como los alimentos, contaminada. Hoy la información que consumimos, muchas veces nos está envenenando el espíritu, emponzoñando el cerebro, tratando de manipularnos, de intoxicarnos..…. Hay que limpiar esa información de la ‘marea negra’ de mentiras, descontaminarla. Los ciudadanos deben hoy movilizarse para exigir que los medios pertenecientes a esos grandes grupos tengan un respeto elemental de la verdad, porque la verdad constituye en definitiva la legitimidad de la información».

El respeto elemental de la verdad se relaciona con la información que suministran esos medios y también con la información que premeditadamente ocultan. Permítanme detenerme en un caso particularmente sensible para los cubanos, el de nuestros cinco compatriotas encarcelados en Estados Unidos, en condiciones especialmente crueles, desde hace más de seis años. Ellos han sido casi totalmente ignorados por los medios o cuando, excepcionalmente, se han visto obligados a mencionarlos lo han hecho cubriéndolos con la marea negra de la mentira.

Si dejamos a un lado los medios locales de Miami, que desataron una feroz y tergiversadora campaña para presionar al tribunal y a los jurados reduciendo el juicio a una farsa grosera, el tema fue sepultado en el mayor silencio por todos los demás. En más de seis años sólo se publicó un artículo en el New York Times y otro en el Atlantic Journal Constitution que trataron el asunto en forma muy breve y parcial, aunque con objetividad. Lo único que sobre esto ha aparecido en televisión fue un segmento de 7 minutos y 25 segundos parte de ese tiempo empleado por una representante de la mafia terrorista anticubana. Se ha logrado recientemente publicar explicaciones más completas pero ha sido mediante anuncios pagados. Alguna ventaja habría de tener el capitalismo. Si usted paga el precio que le pongan puede conseguir que inserten, como si fuera una publicidad comercial, algo sobre lo que los redactores no han escrito una palabra en seis años.

Así ocurre en un país que dedica páginas enteras de sus diarios y revistas y gran parte de sus servicios informativos en la televisión, día tras día, con sus noches incluidas, a tratar informaciones relacionadas con detenciones, juicios y procesos legales. ¿Recuerdan a O. J Simpson? ¿Quién, en Estados Unidos, no conoce las peripecias judiciales de Kobi Bryan o Martha Stewart? Para colmo, las aventuras de tales personajes, como consecuencia de la llamada globalización, saltan fronteras e inundan como seriales de novelas rosa los hogares de las elites globalizadas de este mundo.

Pero al proceso contra nuestros cinco compatriotas no se le ha dedicado un análisis, un programa, un comentario.

Cuando alguna vez se han sentido obligados a decir algo, entonces falsifican los datos y sobre todo ocultan cuidadosamente la cuestión fundamental.

Suelen repetir, como en su día hicieron los vociferantes radiales de Miami, que los cinco eran «espías». Eso es enteramente falso. ¿Por qué lo afirman si de eso no fueron siquiera acusados por el Gobierno norteamericano? ¿Por qué no leen el acta acusatoria de la fiscalía que es un documento público? El acta contiene los 24 cargos que en conjunto les fueron formulados y ninguno se refiere a la realización de actividades de espionaje. Por si fuera poco la propia Fiscalía durante el juicio se encargó de subrayar que ningún secreto había sido sustraído y que los acusados en nada habían dañado la seguridad nacional de Estados Unidos, algo que además fue declarado públicamente por el Pentágono y reiterado, bajo juramento, ante el Tribunal por almirantes, generales y otros altos oficiales que comparecieron como testigos o como expertos.

Fueron acusados, no los cinco sino tres de ellos, de «conspiración para cometer espionaje» que no es lo mismo. Hay una gran diferencia en el sistema norteamericano entre la realización de algo sustancial y la «conspiración» para supuesta e hipotéticamente intentar hacerlo eventualmente en el futuro. Para lo primero hay que presentar pruebas, para lo segundo basta contar con un jurado que, amedrentado por el ambiente de odio irracional contra Cuba en que vive y que es además atizado por una campaña de mentiras y calumnias en la radio, la prensa y la televisión locales, acceda a cualquier petición fiscal. Eso fue exactamente lo que ocurrió. Esa burda manipulación de dos términos con implicaciones jurídicas y procesales diferentes y su despliegue malicioso en los medios cumplió su propósito: no sólo declararlos culpables de la falsa «conspiración» sino además imponerles por ello, con total desmesura, la máxima sentencia posible, cadena perpetua, reservada por ley como el más duro castigo a quienes incurran en la violación sustantiva, o sea, a los que en los hechos concretos practiquen el espionaje. Los medios ya cumplieron su tarea como instrumentos para impedir un juicio justo. ¿Para qué seguir mintiendo?

El silencio y la manipulación en este caso tiene consecuencias muy graves. La explicación aparece con toda claridad en escritos firmados por la fiscalía, en determinaciones de la jueza y en las actas del tribunal, que son documentos accesibles, en inglés, para quien quiera leerlos.

Allí está la verdad que los «informadores» se empeñan por acallar. Todo el proceso desde que los cinco fueron apresados el 12 de septiembre de 1998 hasta el día de hoy expresa el apoyo del gobierno de Estados Unidos a los grupos terroristas que desde territorio norteamericano operan contra Cuba. Así consta en el acta acusatoria y en numerosas intervenciones de la fiscalía ante el tribunal, así consta en los memorandos de sentencia presentados por el Gobierno en los que pedía, además del castigo máximo para cada uno, la imposición de una sanción adicional que les impidiese actuar contra los terroristas, que los «incapacitase» para emplear el término exacto usado por el Gobierno. Accediendo a esta expresa petición gubernamental el tribunal impuso como parte de la sentencia lo siguiente: «Se le prohíbe al acusado asociarse con o visitar lugares específicos donde se sabe que están o frecuentan individuos o grupos tales como terroristas, miembros de organizaciones que abogan por la violencia y figuras del crimen organizado». Estas palabras pronunciadas solemnemente aparecen en las actas correspondientes a las sesiones del tribunal de los días 14 y 27 de diciembre de 2001. Pero de esas palabras aun no se ha dado por enterado nadie en los grandes medios de comunicación.

Tres meses después de los atroces ataques a las Torres Gemelas el gobierno de Estados Unidos reconoce que hay terroristas organizados en su propio territorio, pero eso no es noticia; reconoce que sabe quienes son los terroristas y qué lugares frecuentan, pero eso no es noticia; reconoce que lejos de arrestarlos los protege y prohíbe a sus ciudadanos que intenten molestarlos, pero eso no es noticia. Tampoco es noticia que actuará así el Gobierno del señor Bush que no se cansaba de repetir, una y otra vez, sin sonrojarse: «quienes albergan a un terrorista son tan culpables como el terrorista mismo».

El caso de nuestros cinco compatriotas prueba más allá de toda duda que el terrorismo es una de las armas que el Imperio continuará utilizando contra nuestro pueblo.

El Plan Bush hipócritamente llamado de «Asistencia a una Cuba libre» también despeja cualquier incógnita. Su propósito es aniquilar a la Nación y esclavizar a los cubanos. Pretenden hacerlo aplicando «las lecciones aprendidas en Afganistán e Irak».

Nuestra respuesta a los fascistas de hoy es muy simple: no pasarán. Si nos atacan aquí sufrirán su mayor y más vergonzosa derrota.

Esta Isla seguirá navegando sin arriar jamás sus banderas de libertad, justicia y solidaridad. Seguirá navegando pese a la «marea negra» de mentiras y calumnias y frente a cualquier agresión hasta la victoria siempre.

Palabras de Ricardo Alarcón de Quesada,
Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular,
Cuarto Encuentro Mundial de Corresponsales de Guerra
20 de octubre del 2004
Centro Internacional de Prensa (CPI)