No había tenido la posibilidad de leer «Cuba frente al buen vecino. Entre el contrato y la herejía» de Iroel Sánchez, hasta este momento en que el autor, gentilmente, me ha obsequiado un ejemplar, en correspondencia con su gesto, y aprovechando el tiempo libre de estos días que casi nunca tengo, he dedicado un espacio para leerlo.
¡Es un libro que parece escrito para este instante que vivimos! Invito especialmente a los jóvenes a recorrer sus páginas por varias razones. Primero, para que puedan constatar hasta dónde avanzan en su labor de propaganda política los medios reaccionarios, estigmatizando y tratando de “asesinar el carácter” de los revolucionarios cubanos. ¡Tratando!
Han fabricado una imagen de Iroel Sánchez como la de un “oficialista”. Sin embargo, todo el libro y, en especial, las páginas de “Encrucijadas cubanas”, primer apartado del mismo, es un compendio de materiales con un profundo sentido crítico sobre nuestra realidad, con énfasis en el funcionamiento de las instituciones en Cuba.
Se trata de un abordaje que, sin evadir el peso de la vida cotidiana de los cubanos y todas las necesidades que la atraviesan, más bien situándose de lleno justo en ese escenario concreto y difícil, pone en perspectiva un análisis serio de las contradicciones de nuestra sociedad, las implicaciones políticas de los problema que vivimos, las posibles rutas de solución, focalizando siempre el interés de los más vulnerables, y eso, en diálogo documentado con lo que es el mundo hoy, mientras interpela el modelo de “democracia” desde donde nos venden la solución a nuestros problemas, cuando sabemos que, por ese camino, solo se agravarían para los más.
En un contexto mediático donde gran parte de la “crítica” está capitalizada por quienes hacen análisis ahistóricos, poco objetivos y descontextualizados, hiperbolizando a conveniencia algunos hechos y omitiendo otros, la mirada honesta del autor, comprometida con el cambio que la sociedad cubana necesita para mejorar, es un ejercicio intelectual raro, en el sentido de poco común y valioso.
Tres cosas me llaman la atención de la primera parte del libro “Encrucijadas cubanas”:
- La importancia que se concede a la dimensión cultural de la realidad, aspecto que no puedo obviar siendo psicóloga. ¿Cuál es la trama subjetiva que va produciendo las transformaciones de las formas de organización de la vida material en Cuba? En este sentido, las reflexiones a las que nos invita el libro marcan, desde mi punto de vista, una ruta muy necesaria para el pensamiento social cubano contemporáneo, frecuentemente evadida por su complejidad y por el grado de compromiso ideológico que demanda y que Iroel asume frontalmente.
- La agudeza de su mirada, que logra develar el sentido simbólico implícito en hechos muy concretos, cincelando el relieve de intensas contradicciones y desafíos con que depara la construcción del proyecto socialista de la Cuba de hoy.
- La valentía de su postura, al compartirnos con meridiana honestidad un punto de vista que está destinado a molestar en todas las direcciones, porque no hace concesiones a los enemigos históricos del socialismo cubano, pero tampoco a la gestión administrativa del Estado.
Y esto el autor lo desarrolla (y se agradece) sin el regodeo al que nos tienen últimamente habituados algunos intelectuales cubanos, que para exponer una idea se gastan párrafos hablando de sí mismos, haciendo listados interminables de citas para que no nos queden dudas de su erudición, en un ejercicio aburrido y vano de narcisismo intelectual, o lo que es peor, apelando con frecuencia a la relación personal con importantes figuras de la intelectualidad de nuestro país, lo que en nada puede venir a calzar una postura ideológica distante de la obra de tales autores, que además, como si fuese poco, ya no están vivos para ejercer su derecho a la réplica, en caso de que lo hubiesen considerado pertinente.
Quienes repiten que Iroel Sánchez es un mero soldado del Departamento Ideológico del Partido, exponente del oficialismo, ¿se habrán leído “Encrucijadas cubanas”?
Los tan preocupados por el destino de una revolución que “los propios burócratas cubanos están destruyendo desde adentro”, ¿habrán leído en esta instigadora obra la crítica que el autor hace al burocratismo, o se contentan con meterlo en el saco de los “dinosaurios de mierda” y punto?
“El buen vecino”, segundo apartado del libro, por su parte, nos ayuda a escudriñar el reverso de toda la campaña propagandística que acompañó el periodo de descongelamiento de las relaciones con Estados Unidos durante el mandato de Barack Obama.
Aún comprendo la necesidad y complejidad de un acercamiento del que podíamos esperar una distención de los mecanismos de asfixia económica sobre la Isla, como parte de la estrategia del mandatario estadounidense de conseguir el cambio de régimen a través de otros métodos, hubo quienes solo vieron la posibilidad de sacar para sí el mayor provecho de estos otros métodos. Se sumaron a la plataforma de medios digitales y proyectos que fueron creados por E.E.U.U. y sus aliados para desacreditar al sistema y la gestión del gobierno, promover los valores del liberalismo a la americana y escindir la sociedad cubana a través de la promoción de un emprendurismo privado que estuviese desconectado de la construcción del proyecto socialista de nación.
Con una intensa rapidez de pensamiento, el autor nos sorprende develando el carácter anexionista y proliberal de algunos vientos que recorrieron La Habana entonces, y que deberíamos aprender a leer a pocos días de hacerse efectiva la llegada al poder en los Estados Unidos de un presidente que ha prometido retomar la misma ruta de relaciones iniciada por Obama.
Algunos que en aquella época disfrutaron las prebendas de un gobierno norteamericano que los empoderó mediáticamente como protagonistas del escenario para la reinstauración capitalista y que le concedió capital como ningún otro había hecho hasta la fecha, aguardan esperanzados la segunda temporada, ahora con Biden al mando.
Consciente de este escenario complejo, Iroel Sánchez denuncia el injerencismo que atravesó toda la estrategia yanqui que se presentaba con un nuevo maquillaje, sin desconocer la relevancia de retomar las relaciones con el vecino del norte y avanzar en el proceso de diálogo y restablecimiento de vínculos diplomáticos y económicos.
Y realizo esta última aclaración porque una de las expresiones de las posturas conservadoras ha sido tratar de estigmatizar como dogmático u obstaculizador del diálogo cualquier llamado de atención sobre la complejidad y el doble filo propios del contexto en el que se llevó a cabo el proceso de intercambio entre ambos países, sin que sea necesariamente así, con la intención de neutralizar las perspectivas que no se alinean con una tendencia pro anexionista. Hay quienes, incluso, han llegado a sugerir que Cuba debe aceptar condiciones y realizar concesiones “democráticas” para que el bloqueo sea eliminado.
Por su parte, en “Entre el contrato y la herejía”, el autor nos regala textos en los que cristaliza el mismo espíritu de su programa televisivo La Pupila asombrada. Arte y periodismo político se entrelazan a golpe de una sensibilidad muy especial para deparar en aquellos detalles de la obra de autores comprometidos con su época. Iroel, sin ser poeta, nos sorprende con aquella capacidad de atender y dar testimonio de la que Eliseo Diego hablara.
Mientras, “Herejes” nos acerca, con la misma sensibilidad para notar lo esencial, a la vida de personas que tuvieron todas algo en común, la grandeza de trascender el marco estrecho de quimeras biográficas, narcisismos o intereses personales para entregarse al proyecto colectivo de trabajar por un mundo más libre y justo, desde diferentes épocas y encrucijadas geográficas.
Las entrevistas realizadas o concedidas por el autor, compartidas en este último capítulo del libro, debieran ser material de estudio sobre el complejo escenario que vive la sociedad cubana hoy, sobre todo, por traer luz sobre temas de marcada actualidad como el papel de los medios digitales, los conceptos de prensa “independiente” y “oficialista”, los mecanismos de guerra no convencional, así como el sentido con que se presenta, desde la voz de determinados actores, el reclamo anticonstitucional por el pluripartidismo.
Es muy posible que yo sea criticada por esta reseña comprometida, que no aspira a ser neutral, en los pasillos donde algunos eruditos, otros muy revolucionarios y aquellos al servicio del Congreso de los E.E.U.U. y compañía (últimamente se articulan) discuten sobre pluralidad política y “democracia” en abstracto, entre otras cuestiones.
Defender la obra de un autor como Iroel Sánchez supongo que sea una apuesta hereje, como me dijo alguien en una ocasión con motivo de un artículo en el que citaba a Iroel, “todo estuvo muy bien hasta que lo citaste”. Y yo me pregunto, si los datos los tomé de un texto suyo, ¿cómo pudiéramos denominar el no citarlo?
No podemos experimentar miedo cuando tenemos un compromiso con la verdad y con la Patria. Es un deber apoyar a quienes están a la vanguardia en la batalla cultural contra la reinstauración capitalista y en defensa de la Revolución (que obviamente no son los que se autoproclaman marxistas mientras firman articulaciones “plebeyas” junto a agentes del capitalismo.
Como mismo una vez escribí ante los ataques que recibían revolucionarias cubanas en redes, hoy escribo esto, por lo que seguro me tildan de oficialista una vez más.
Gracias compañero, por la irreverente inteligencia y la titánica perseverancia en la valentía; si ser oficialista es pensar con la agudeza y rapidez con que lo hiciste en Cuba frente al buen vecino, me siento honrada.