Hace días, el PP proponía que se prohibiesen las huelgas durante la negociación de los convenios. ¿Cómo iban a hacer valer sus pretensiones los trabajadores? ¿a base de brillantes discursos? Aunque parece que el Partido Popular ha dejado que el tema se olvide, la pregunta es, cómo el PP se atreve a hacer tal proposición. […]
Hace días, el PP proponía que se prohibiesen las huelgas durante la negociación de los convenios. ¿Cómo iban a hacer valer sus pretensiones los trabajadores? ¿a base de brillantes discursos? Aunque parece que el Partido Popular ha dejado que el tema se olvide, la pregunta es, cómo el PP se atreve a hacer tal proposición.
Los trabajadores nos escandalizamos cada vez que nos dicen que han reformado «el mercado de trabajo» (mejor habría que decir «el mercado de trabajadores»). Repasamos cada una de las medidas que nos anuncian y criticamos que sean peores que las de la reforma anterior y, en todo caso, con resignación, nos aventuramos a decir que se podían haber aprobado otras medidas menos malas, pero malas, al fin. Parece, cada vez, que el grado de resignación ha llegado al máximo posible. Hablamos, cada vez, del mayor recorte de la historia. Pero, la experiencia dice que no. Que nos pueden apretar más aún.
La actual Reforma aprobada, entre otras cosas, deja abiertas puertas muy anchas para que el despido sea, no sólo más barato, sino que se cebe con los trabajadores fijos. Despedir a todos los eventuales que al sistema, en este momento, le ha venido bien, ya se ha hecho y sin problemas. Ahora, la ofensiva se dirige hacia los fijos. Con una serie de datos, que le norma aprobada enumera con suficiente ambigüedad para justificar un despido con veinte días de indemnización por año, la última palabra queda en manos del juez que ni sabe, ni tiene que saber, ni cuenta con medios para ello, si los datos son verídicos, si son fiables y si en realidad reflejan un panorama que justifique los despidos que le pongan sobre la mesa. Y, a día de hoy, la mayoría de los jueces «han tragado» la máxima de que es mejor tirar lastre antes que el barco se hunda, que es mejor preservar los puestos de trabajo restantes que dejar que se pierdan todos. Y se quedan tan tranquilos. Para ellos no hay dramas personales ni familiares del despedido. Habrá despidos como churros.
Y, encima, parte de esa reducida indemnización no la va a pagar el empresario sino que la vamos a pagar entre todos.
La pregunta, por tanto, no es sólo por qué el PP se atreve a hacer esa propuesta a que aludíamos, sino cómo podemos tolerar que las actuales medidas sean aprobadas, cómo toleramos las anteriores y si vamos a tolerar las que vengan.
Posiblemente porque cada uno hace las valoraciones individualmente y calcula en cuánto le puede afectar tal o cual medida y si podrá soportarla. Y, sobre todo, porque nos comparamos con quien está peor que nosotros y, al final, consideramos que lo que perdemos con cada medida es un mal menor que tenemos que soportar si no queremos perder el resto. La comparación es la clave del conformismo.
No estamos acostumbrados a ver todo esto como un proceso, y la clave está en darnos cuenta de que lo es, y la preocupación debe ser saber a dónde ese proceso nos lleva.
Lo que estamos viviendo no es cosa de la última crisis ni de la nefasta gestión que los políticos del gobierno y la oposición están haciendo de la misma. La cosa viene de lejos.
Llevamos muchos años de reformas laborales y, con cada reforma, no sólo hemos perdido unos derechos concretos. Hemos perdido la posibilidad de defendernos. Porque lo grave no son los recortes (que lo son), sino por qué se han producido. Y se han producido porque la mayoría de trabajadores y trabajadoras, con los sindicatos UGT y CCOO al frente, hemos ido perdiendo argumentos con que responder a los empresarios, a los banqueros, a los gobiernos. Hemos asumido inocentemente y sin apenas rechistar que para que haya empleo hay que dar facilidades al empresario para que arriesgue menos, hay que aceptar flexibilidad en las leyes, hay que renunciar a la seguridad y a la salud. Hay que aceptar rebajas salariales para que gane más. Hemos confiado todo «al diálogo y la negociación». Y así hemos llegado a donde estamos. Lo verdaderamente grave es todo el proceso. Hemos aceptado cómodamente quedarnos en casa, hemos dejado de movilizarnos. Hemos aceptado que nos desunan. Hacemos cálculos sobre el salario que vamos a perder con una huelga, y no tenemos en cuenta lo que vamos a perder si no nos plantamos. Tenemos miedo a que nos tachen de políticos cuando pedimos huelgas generales como si los políticos no fuesen también responsables del paro y de los recortes. Tragamos ahora dócilmente los argumentos contra la Huelga General convocada para setiembre, sin darnos cuenta de que se trata de una campaña perfectamente orquestada, financiada por quienes tienen el dinero, que son quienes mantienen en sus puestos a los políticos, a los sindicalistas que se sientan a negociar y a «desinformadores» de los medios de comunicación. Y seguimos creyendo que estos medios son neutrales y objetivos y nos escandalizamos ingenuamente cuando descubrimos sus mentiras.
Vamos cuesta abajo y sin frenos. ¿Hasta cuándo?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.