Hace exactamente veinte años, mediante un comunicado, la organización armada ETA informó a la sociedad vasca de la entrada en vigor de una tregua bilateral acordada con los emisarios españoles, con duración de dos meses, que dio paso al arranque de las conversaciones políticas en el marco de la primera experiencia negociadora de Argel. Dos […]
Hace exactamente veinte años, mediante un comunicado, la organización armada ETA informó a la sociedad vasca de la entrada en vigor de una tregua bilateral acordada con los emisarios españoles, con duración de dos meses, que dio paso al arranque de las conversaciones políticas en el marco de la primera experiencia negociadora de Argel. Dos décadas después de aquel hito, un jalón ineludible para comprender también los posteriores intentos, GARA ha estado con dos partícipes en aquella experiencia. Por un lado, Eugenio Etxebeste, Antton, quien fue el principal interlocutor de ETA, y, por otro, el ex secretario general de LAB, Rafa Díez Usabiaga, que ejerció, entre otros aspectos, de asesor político.
Si bien coinciden en subrayar que Argel supuso la constatación, «para las dos partes», de que el conflicto político que enfrenta a Euskal Herria con los estados español y francés «sólo» será resuelto por la vía del diálogo, la negociación y el acuerdo político, tanto Etxebeste como Díez han intentado ofrecer trazos pedagógicos sobre cómo, a su parecer, se debe interiorizar y abordar «una herramienta política» de esa naturaleza.
Para contextualizar la experiencia de Argel, Etxebeste recuerda que hasta entonces tanto el Estado español como la insurgencia de ETA planteaban la solución del conflicto en base a estrategias político-militares, lo que llevó a un punto de «empate infinito».
Asunción por todas las partes
Es así que Argel supone otra fórmula de resolver conflictos, alternativa a la «victoria por KO», a la vía insurreccional o militar.
«En Argel se empieza a vertebrar y a asumir por todas las partes que este conflicto sólo tiene solución en clave de diálogo y negociación», señala Rafa Díez, a lo que añade que considera que esa constatación «se sigue manteniendo; y por encima de otro tipo de tesis e hipótesis, lo que llevó a las partes a Argel es lo que hoy o mañana tiene que llevarles a un proceso definitivo de resolución».
Antton recuerda, en la retrospectiva político-militar, que ETA llegaba a Argel con «un balance de lucha armada relevante» pero, situándose en el contexto, «también se era consciente de que, en ese terreno puramente militar, los pulsos bélicos eran insostenibles».
«Por tanto, se perfilaba la idea de haber alcanzado topes o límites en el accionar armado y haber entrado en un estadio de neutralización en su aporte de progreso al conjunto de la estrategia político-militar», prosigue Etxebeste, para colocar ahí la experiencia negociadora. Aquello supuso ligar a «un proceso político en marcha» la herramienta del proceso negociador «como vía donde pudieran materializarse los mecanismos de resolución de un contencioso con el Estado y de un conflicto vasco a través del diálogo, la negociación y el acuerdo político».
En la lectura política de la situación, que en sus principales rasgos se mantiene con plena vigencia, ambos señalan que, por un lado, «la llamada transición española, con ese modelo constitucional-autonómico, ha calado en determinados sectores de la sociedad», aunque, por otro, la respuesta que se da desde otros sectores «no puede ser neutralizada por el Estado».
Algo más que un mero intento
A partir de esa constatación y asumiendo la negociación como una herramienta política, Etxebeste y Díez dan mayor dimensión a aquel intento, a aquella definición del posible esqueleto de un proceso, al recordar que en su diseño se llegó a plasmar no sólo lo que sería la mesa de partidos, sino también que debería ser la sociedad vasca la que tuviera que refrendar el acuerdo político final.
Éste fue un planteamiento que no llegó a desarrollarse porque el proceso no avanzó y no se pasó a la fase posterior. Lo que constatan ambos es que en Argel «no había madurez por ninguna de las partes» para que el proceso a desarrollar fuera resolutivo, pero recuerdan que el cimiento construido en el país magrebí ha servido, como se ha visto después a raíz de la propuesta de Anoeta, para nuevos intentos negociadores.
No obstante, el ex secretario general de LAB hace hincapié en señalar cuáles son los beneficios «netos» o, si se quiere, las enseñanzas de Argel. Primero, la evidencia de que el conflicto sólo se solucionará por vía del diálogo; de ahí la importancia que tuvo en aquella ruptura la frase acordada de «solución política negociada» que al final el Gobierno español no pronunció. Segundo, que la izquierda abertzale es un interlocutor insustituible. Tercero, «la importancia que tiene que un proceso de diálogo y negociación tenga instrumentos garantistas». Y cuarto, como se ha podido ver en posteriores intentos, que en el proceso negociador iban a existir dos grandes carriles: el espacio entre ETA y el Estado, y el de los partidos políticos vascos.
Entre los claroscuros a destacar, y preguntados sobre quién fue quien en realidad se sentó en Argel, si el Estado español o el Gobierno del PSOE, Díez trae a colación también la última experiencia negociadora: «Tanto en Argel como en el último intento se demuestra la importancia de que el proceso no esté influenciado por los intereses inmediatos, específicos, del gobierno de turno, sino que responda a una involucración real del Estado para dar pasos sólidos en el mismo». A su juicio, debe estar avalado no solamente por el partido del Gobierno, «sino por estamentos que van a hacer efectivo que ese proceso, con sus lógicos vaivenes y tensiones, pueda llegar a construir un acuerdo democrático definitivo».
Entre los valores «netos» logrados, Etxebeste resalta dos elementos fundamentales, «de principio», para un proceso negociador. El primero, «el reconocimiento de partes». Y el segundo, la creación de «un escenario de distensión mutua», para desactivar o mitigar las políticas de confrontación.
Para el que fuera interlocutor de ETA en Argel, sí falló un tercer elemento, igualmente fundamental: «El respeto a las reglas de la lógica y la coherencia de responsabilidades ante el drama y la gravedad de la situación». Una quiebra que el donostiarra reprocha al Estado español, «primero, al incumplir compromisos trascendentes adquiridos» y, segundo, «al negar el amparo diplomático a la interlocución delegada de ETA, reprimiéndola y sirviéndose de ella como rehenes a canjear».
Es por ello que matiza que, si bien en Argel se dieron «avances significativos de ingeniería negociadora», también se produjeron «involuciones del mismo rango que aún perduran», de un tipo que, según Díez, se ha apreciado también en otras rupturas. Así, recuerda cómo, al igual que en Argel se produjo «una neutralización de la interlocución», en el caso del último intento se consumó una anulación por vías represivas.
Y ahí entra, a su parecer, otra de las cuestiones fundamentales: la estabilidad de las interlocuciones políticas. «Si quitas los cimientos y los arquitectos básicos de un edificio negociador, pues, evidentemente, las problemáticas de todo tipo, objetivas y subjetivas, para abordar la posible reconstrucción del mismo son más complicadas».
«Espacio dialéctico de lucha»
Pero Argel también supuso un cambio de «conceptualización» para la propia izquierda abertzale. De ahí, por ejemplo, la creación de un frente negociador. Ambos inciden en el carácter de herramienta de la negociación: «Es un instrumento para resolver el conflicto político pero, a su vez, es un espacio dialéctico de lucha política donde la izquierda abertzale tiene que extender en la sociedad vasca sus posiciones tanto en los contenidos de un marco democrático como respecto a nuestros objetivos estratégicos». «Una herramienta dinámica, ajustada y acompasada a los ritmos y tiempos que establece la correlación de fuerzas y los avances del proceso político», agrega Etxebeste.
Al respecto, Díez señala que la caracterización del proceso negociador «no ha sido suficientemente desarrollada en praxis real por la izquierda abertzale». A su entender, «en cada oportunidad hemos entendido que otros son los sujetos, que otros son los que van a `cocinar’ las soluciones, lo que desactiva la dialéctica posible de la sociedad vasca y de los agentes políticos en todo el intervalo negociador. Ha surgido una concepción estática, de espectador de proceso, más que sujeto de proceso».
La reconstrucción del proceso es otro de los aspectos en el que inciden. Díez afirma que se deben delimitar dos fases: alcanzar «un escenario de mínimos democráticos» en el que las partes se reconozcan y se creen las condiciones de entorno necesarias para activar un proceso; y, la segunda, definir «un marco jurídico democrático» en el que consolidar el acuerdo político resultante, donde todos los proyectos políticos compitan en las mismas condiciones de igualdad y oportunidad.
Sobre la eficacia estratégica
Ante la situación de bloqueo en la que se enfrentan la estrategia asimiladora y la del proceso de liberación de Euskal Herria, Rafa Díez insiste en que tiene que ser la izquierda abertzale la que «imponga el ritmo», en base a iniciativas, cara a una posible reconstrucción del proceso democrático: «Hemos llegado a un punto donde el que mejor se mueve en el bloqueo es el Estado. Sin embargo, es mucho más débil en escenarios de diálogo y negociación abiertos, donde el fondo político del conflicto surge con mayor intensidad».
Etxebeste apostilla que «es fundamental que analicemos a fondo el balance político de unas estrategias que presentan signos evidentes de agotamiento e incapacidad evolutiva. Al único que le interesa alargar el conflicto y evitar vías de solución democráticas es al Estado», subraya antes de lanzar la idea de que hay que pasar «de la etapa de `resistir es vencer’ a la etapa de `convencer es vencer'», con dinámicas de mayorías en la senda independentista.
«Y en este camino, el proceso político debe contar con la piedra angular del instrumento negociador, como escenario desde donde mostrar al pueblo vasco, al conjunto de los estados español y francés, y a la comunidad internacional, nuestra voluntad de llevar al terreno político los derechos y las reivindicaciones de Euskal Herria y nuestra vocación de servicio a la resolución democrática del contencioso», concluye el que fuera el principal interlocutor de ETA en la Mesa de Argel.