Al paisano y entrañable amigo Luciano G. Egido «Pues tendrán que aguantarlo». Es el comentario que escuché en Salamanca hace unos años al pasar por el arco de la Plaza Mayor, albergue del medallón franquista, protegido como todos los últimos 20 N de las acciones de los «incontrolados». La observación denota la seguridad de quien […]
Al paisano y entrañable amigo Luciano G. Egido
«Pues tendrán que aguantarlo». Es el comentario que escuché en Salamanca hace unos años al pasar por el arco de la Plaza Mayor, albergue del medallón franquista, protegido como todos los últimos 20 N de las acciones de los «incontrolados». La observación denota la seguridad de quien se cree en posesión de la verdad. El símbolo del dictador se había naturalizado en el paisaje urbanístico con la misma legitimidad de otros medallones como los del teólogo Francisco de Vitoria o Miguel de Unamuno. Al fin y al cabo algún escéptico dirá que todo es historia. Solo la tenacidad de las acciones de la izquierda salmantina ha recordado a aquél y otros viandantes franquista-democráticos que había otras sensibilidades, las que se han impuesto a la altanería de quien impone resignación. No se puede borrar el franquismo pero sí fortalecer la idea de su ilegitimidad.
Fracasado el último recurso judicial, el de la Fundación Nacional Francisco Franco, el 9 de junio, se iniciaron las obras para desmontar el medallón de Franco de la Plaza Mayor salmantina. Triunfo simbólico que ha tenido que vencer durante más de diez años una resistencia tenaz, blindada con todos los argumentos éticos y estéticos posibles y planteada por el PP desde la alcaldía salmantina y su prensa apesebrada. Victoria digna de encomio que se celebró con un acto cívico el pasado 28 de mayo.
Con la retirada del medallón, la Plaza recupera su dignidad, hollada varias veces. Para empezar, el 19 de julio de 1936 cuando las tropas sublevadas dispararon a quemarropa contra la multitud que disfrutaba de una tranquila mañana de verano con el resultado de doce vecinos muertos y muchos heridos. Al año siguiente, el 3 de marzo de 1937 la esvástica nazi engalanó el Ayuntamiento con motivo de la entrega de credenciales del embajador alemán Von Faupel, pocas semanas antes de que su Legión Cóndor, con base en Salamanca, bombardeara Guernica. Es a la celebración de este acto, lucido por la guardia mora, al que se asocia la implantación del medallón franquista (sería más bien un auto regalo de Franco) que ochenta años después ha sido apeado de la historia sociourbanística.
De este modo Franco y Godoy se emparejan por haber disfrutado de honores inmerecidos que fueron borrados por la movilización popular. Pero hay diferencias llamativas. Vayamos a los hechos. En el diario de Zahonero, que rescaté del olvido hace años, un hidalgo iletrado y conservador, trasmite la alegría de los salmantinos por la réplica del motín de Aranjuez:
El día 22 de marzo de 1808 vino la gran (por muchas razones) noticia de Madrid del mucho alvoroto que ubo la noche del 17 en que acavó su privanza don Manuel Godoi; por la tarde de este día se alvorotaron los estudiantes, binieron a la plaza i encontraron en ella a el Marqués de Zayas, Governador de este pueblo, dispués de apedriar la medalla, le obligaron a que trajese un pica pedrero y mandase a este picar dicha medalla de Godoi, que el mismo Zayas avía puesto en el poste primero después del Arco de S. Martín acia la calle del Prior; y su postura fue en agosto de 1806 con gran ponpo y majestad. Luego, le pidieron novillos y que mandase tocar el relox lo que concedió esta misma tarde, viendo la Universidad lo que pasava, mandó quitar la medalla que en octubre de este año 1806 se le erigía el tal Godoi por averse echo Juez Conservador de ella; asímismo hicieron los estudiantes que se tocase el relox de Escuelas y la clave de la Catedral, y esta misma noche, tan locos estavan que fueron a la casa del Arcediano de Salamanca que era primo de don Manuel Godoi, y alli dijeron mil disparates, i no hicieron otra cosa por estar el Arcediano forastero, pero con todo le quebraron las bidrieras; el día siguiente 23 ubo dos novillos con cuerda, y sacaron las gigantillas de S. Ysidro, todo esto se hizo quando se puso la dichosa medalla !O inconstancia de las cosas umanas!.
Poco más de año y medio habían durado los honores que la Universidad y la Ciudad habían concedido al «favorito», Príncipe de la Paz y Generalísimo en 1801 gracias a la Guerra contra Portugal (Guerra de las Naranjas). La manifestación de regocijo es incontestable: exigencia del toque de campanas, desorden público contenido, y, por supuesto, toros. Ya se sabe, no hay fiesta popular que se precie que no se corone con tales festejos. El motín salmantino fue, como poco, conservador en una ciudad que había aislado como apestado a su ilustrado obispo Tavira años antes; le tildaban de jansenista, un tópico similar al «populista» de hoy. No exageremos ni apliquemos etiquetas inapropiadas de «progresista», pero sin duda Godoy -quien se quejaba de que los clérigos eran «dueños de la opinión»- había atacado el poder de la Iglesia con la Desamortización, y su fulgurante ascenso era fácilmente manipulable para ser objeto de las iras populares. El picapedrero desalojó a Godoy del medallero de la historia y dos siglos después su medallón vacío solo es evocado si algún guía enterado hace mención a la historia.
¿Cuánto tiempo seguirá diciendo algo el exmedallón de Franco? ¿Hará la función de «significante vacío» que permita un cambio en la hegemonía conservadora? ¿O seguirá pesando cierta cristalización del pensamiento ultraconservador manifestada en 1808?
Si después de más de ochenta años el principal partido sigue sin condenar el franquismo, puede aventurarse que no peligrará demasiado la hegemonía amiga de «pasar página» y de no «reabrir heridas», pese a la victoria ciudadana lograda hace unos días. Ojalá me equivoque.
En 2005 se intentó la legitimación de la efigie franquista incorporando medallones de Amadeo de Saboya, Alfonso XIII, la Primera República y la Segunda República. Los miles de firmas que Izquierda Unida presentó al Ayuntamiento exigiendo la retirada del medallón, avaladas por la Ley de Memoria Histórica, acabaron en la papelera. Incluso el actual alcalde de la ciudad, y presidente regional del PP, Fernández Mañueco, molesto con el acto de celebración de hace unos días y con la intervención de Baltasar Garzón, dio pábulo a un posible recurso en la justicia ordinaria para paralizar la retirada del medallón.
Solo la constancia y el apoyo social han conseguido este triunfo cívico. Como se expuso en el discurso de los organizadores del acto del 28 de mayo, podemos evocar ya «la diagonal de la dignidad», esa línea simbólica (del Pabellón Real al Arco del Corrillo) que unirá las sombras de dos villanos de nuestra historia que compartieron el título de Generalísimo: Manuel Godoy y Francisco Franco, apeados en efigie de dos extremos de la Plaza Mayor. Son pequeñas victorias que animan a navegar contra corriente en este horizonte de expectativas limitadas donde estamos situados. Hay expertos que califican este periodo de «nueva fase de repliegue cívico» en la que se imponen la decepción y la importancia de la vida privada. Pequeños triunfos como el comentado en estas páginas servirían para respaldar la tendencia contraria que debe seguir suscitando esperanzas.
Ricardo Robledo es Catedrático jubilado de la Universidad de Salamanca. Profesor visitante de la Universitat Pompeu Fabra.
Fuente: http://ctxt.es/es/20170607/Firmas/13206/salamanca-ctxt-memoria-historica-franco-godoy.htm