A la caza se le caen adeptos como a mí el pelo y gana detractores por similares motivos que lo hace la tauromaquia: gracias a la existencia de una mayor información conducente a la progresiva toma de conciencia social. Tal avance equivale, como siempre ocurre cuando se apartan cortinas colgadas para ocultar una realidad que […]
A la caza se le caen adeptos como a mí el pelo y gana detractores por similares motivos que lo hace la tauromaquia: gracias a la existencia de una mayor información conducente a la progresiva toma de conciencia social. Tal avance equivale, como siempre ocurre cuando se apartan cortinas colgadas para ocultar una realidad que a algunos no les conviene que se vea, a sacudir ignorancias e indiferencias que con o sin intención se transforman en complicidad. Sus justificaciones para dañar y matar animales con absoluta impunidad van perdiendo poco a poco la credibilidad, eso es lo que suele acontecer con toda falsedad mantenida en el tiempo, y especialmente cuando semejante estrategia, ruin y peligrosa, se emplea para perpetuar aberraciones.
Dicha certeza de rechazo creciente a pegar tiros para acabar con vidas, ha llevado a la Federación de Caza de Castilla y León en un programa denominado «Cazador por un día» y que tiene un precio de 300.000 euros abonaditos del erario publico por la Junta de Medio Ambiente de esa Comunidad (¿serán los que les sobraban tras los recortes en materias básicas?), a limpiarse de la indumentaria la omnipresente sangre de sus víctimas y a posar con escolares, en vez de como continuamente hacen en sus foros, páginas y revistas con la bota apoyada con orgullo sobre un cadáver transformado en trofeo.
Piensan que así podrán imbuir su afición en algunos chavales y detener la incontestable disminución de licencias, lo que garantizaría el mantenimiento y hasta la ampliación de prerrogativas para matar por lo que verdaderamente les mueve a hacerlo: el placer de sentirse dueños de vidas, la testicular obsesión de saberse envidiados por sus colegas en el recuento y tamaño de las criaturas abatidas, y seguir recibiendo dinero de todos nosotros en forma de subvenciones. Lo de función reguladora que tanto les gusta pìar es pura verborrea, pues con sus acciones contribuyen además de a que haya heridos y muertos humanos, a la contaminación y a los incendios, a la perdida de un equilibrio natural que no parece haber devenido en tragedia en aquellos paises donde la caza ha sido prohibida.
Pero me toca ser realista, o mejor dicho: jugar con la interpretación sesgada de la verdad habitual en muchos por interés o desconocimiento. Pongamos, puestos a hacernos los idiotas, que es como nos prefieren los cazadores, que los animales no deben de ser poseedores de derechos, que sin embargo sí les pertenecen porque hablamos de algunos tan fundamentales como el de la propia vida; que no sufren, que claro que lo hacen tanto física como psíquicamente; que no merecen consideración ni empatía, una postura miserable y cínica en la era de las tan cacareadas libertad, justicia e igualdad. Hagámonos los memos y admitamos todas esas mentiras: ¿qué ocurre con los niños de nuestra especie? ¿Atravesar en su educación el uso de armas y lo idóneo de acabar con la existencia seres vivos por entretenimiento puede contar con el beneplácito de padres, profesores y administración?
Consentirlo equivale a dar por buena la violencia como asignatura transversal en su formación, y a despreciar cuanto estudio realizado por profesionales objetivos (no como esos informes encargados por las asociaciones cinegéticas) demuestra que fomentar tales prácticas entre los más jóvenes, a menudo provoca en ellos tendencias agresivas que serán determinantes en su desarrollo mental y ético, marcando pautas de conducta en el periodo adulto. Allá cada uno con su conciencia y responsabilidad como educador, padre o legislador. Pero les garantizo que si los escopeteros irrumpen en el colegio de mis hijos para tratar de inculcarles la pasión por la caza yo me los llevo inmediatamente del centro, y haciendo uso de mis derechos (por suerte para mí no soy zorro ni jabalí y se supone que los tengo) interpongo las denuncias correspondientes. Ya veremos si desde el primer juzgado donde la presente hasta el Tribunal Europeo si es menester pasando por audiencias provinciales o el Supremo, acaban todos por darle la razón a los que quieren enseñar a niños a matar. Ya está bien de aguantar sus perversiones. Y en este caso, a quien no le importen los animales tendrían que preocuparle al menos los chiquillos a merced de esos rambos con 4×4. Unos y otros son sus víctimas. Pero nosotros a lo nuestro…
Julio Ortega Fraile. Delegado de LIBERA! en Pontevedra
www.findelmaltratoanimal.
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