El franquismo, además de oprimir, menospreciar y asesinar como pocos regímenes políticos de la historia, cambió el nombre de nuestras calles. Ubicó en su lugar suciedad, infamia y fascismo. Las dos arterias principales de Barcelona se llamaron durante décadas «Avenida José Antonio Primo de Rivera» y «Avenida del Generalísimo». Un ejemplo entre cinco mil. Durante […]
El franquismo, además de oprimir, menospreciar y asesinar como pocos regímenes políticos de la historia, cambió el nombre de nuestras calles. Ubicó en su lugar suciedad, infamia y fascismo. Las dos arterias principales de Barcelona se llamaron durante décadas «Avenida José Antonio Primo de Rivera» y «Avenida del Generalísimo». Un ejemplo entre cinco mil.
Durante la cada vez menos Inmaculada Transición, se cambiaron las denominaciones de algunos de esas calles. No de todas por supuesto. No es imposible visitar ciudades y pueblos de nuestro país de países donde criminales fascistas, como el carnicero de Badajoz, el que fuera ministro del Aire con el criminal golpista, hablo de Juan Yagüe, siguen nombrando calles de poblaciones que no merecen esa inmensa ignominia.
Mucho queda por hacer en este ámbito. Como en tantos otros. Y no es asunto de centro versus periferia. No es eso.
En Cataluña siguen los cambios nominales. Pero la perspectiva es otra.
CiU y CUP votaron en su momento a favor de recuperar el nomenclátor de Sitges [1], ¡el anterior a 1910! (sin error del firmante de esta nota). Los nacionalistas -preciso: tendencia conservadora- que gobiernan el municipio se han peleado con el PP por la decisión. ¡Fuera España! ¡España araña, Cataluña abraza! Gobernaban juntos CiU y PP (como, con sus más y sus menos, y sus pactos con alevosía y nocturnidad, en Barcelona). Hasta el momento, sin problemas sustantivos. La misma cosmovisión política neoliberal, su pulsión inagotable para los negocios, sus corrupciones afines y no afines, les hermana fraternalmente. Ni siquiera la supuesta España rancio-conservadora enturbiaba su idilio esencial.
En su momento, el Ayuntamiento de esta turística ciudad cercana a Barcelona impulsó una consulta ciudadana. Participaron el 3,44% del censo de 18.100 habitantes. Un 60% de los votantes optaron por el SÍ, el 40% restante por el NO. El respaldo ciudadano al regreso a un pasado algo lejano se sitúa, por tanto, en poco más del 2%, en la voluntad de, aproximadamente, unos 400 ciudadanos/as. Un apoyo popular mermado como puede colegirse.
No es, en ningún caso, el único pueblo donde quieren introducirse cambios. En diez municipios catalanes se han borrado también los nombres del Rey Borbón, de la Constitución demediada y de la negra-España-araña.
¿Y qué se y me preguntaran? Intento responder:
No seré yo quien me oponga (ni de entrada ni de salida) a esos cambios… Aunque, bien mirado, pensando con un poco más de calma, no es lo mismo A que Z, alfa que omega, ni García Lorca que Salvador Dalí. ¿Se imaginan que un consistorio burgalés o salmantino cambiase el nombre de la plaza de Cataluña por el de, pongamos, Plaza de los cervantinos, el (supongamos) nombre de la plaza a finales del XIX? ¿Se imaginan los editoriales del ARA, las proclamas incendiarias en TV3, las declaraciones institucionales de don Mas y sus muchachos? «¡La España de siempre insulta, una vez más, a la Catalunya inmaculada!», sería el lema más afable.
Puestos en el tema: ¿por qué no se cambian también los nombres de calles o plazas que hacen referencia a Alemania, Israel o Estados Unidos por ejemplo? ¿No hay nada oscuro-muy-oscuro en esos nombres y en sus referentes histórico-políticos?
Un nudo mas, paseando por el lado arriesgado del abismo: ¿por qué hay que cambiar el nombre de una plaza que se llame «España» y no el de una plaza que se llame «Catalunya»? ¿Será porque, en el fondo, si no ha hubo imposición franquista en su momento, España es siempre Fachapaña y Catalunya «Demolunya? ¿Porque los españoles todos, sin excepción, son conservadores, meapilas y peperos y los catalanes progres, liberales, exquisitos, generosos, listos como el hambre y guaperos postmodernos? ¿Porque la historia de España es un serial inagotable de desastres antipopulares y la Cataluña, en cambio, una historia interminable de avances sociales y democráticos? ¿De verdad? ¿No van cogidas una y otra muchas veces de la mano? Por ejemplo: ¿no fue, tras su derrota en febrero de 1936, cuando la derecha agraria catalana, representada por el Institut Agrari de Sant Isidre, se alineó con sus homólogos del resto de la fachosa España y, finalmente, en 1936 con los militares fascistas? [2] ¿No eran catalanes esos propietarios agrarios? ¿No fueron catalanes gentes como Fabià Estapé y López Rodó? ¿No colaboraron intensamente, no dirigieron más bien, esos «grandes hombres» procesos económicos del régimen franquista? ¿No fueron franquistas convencidos, entre otros miles y miles, los ciudadanos catalanes Porcioles y Samaranch? ¿Hablamos y recordamos las identidades nacionales y regionales de los cardenales que apoyaron y abonaron la «cruzada franquista», empezando por su «cabeza» más destacada?
Puestos en el tema, puestos a cambiar, ¿por qué no nos esforzamos un poco más, sólo un pelín?
En esta ciudad donde vivo, la ciudad de los prodigios empresariales y la desigualdad galopante, la millor botiga del món sin discusión atendible [3], hay una avenida ubicada en un lugar muy importante de la ciudad que lleva el nombre del gran patricio burgués y colaborador del golpe fascista de 1936 Francesc Cambó. ¿Cómo es que CiU no tiene ningún plan para cambiar el nombre de esta avenida? ¿Será porque don Francesc era catalá-molt català? ¡No me lo puedo creer! ¿A qué, a qué no es creíble? ¿Cambó será un referente en esa Catalunya, independiente de España y dependiente de esa «Deutschland über alles» a la que algunos parecen aspirar?
Una avenida transitada por miles de ciudadanos y turistas diariamente lleva el nombre de «Juan de Borbón», el hijo del monarca que la II República logró exiliar. ¡Venga Sr Alcalde, venga don Xavier, manos en el pastel cívico! ¡Cambiemos también el nombre de este paseo!
Una sugerencia para el cambio: Juan Paredes Manot, Txiki, el nombre de uno de los últimos luchadores asesinatos por el franquismo. Fue fusilado en Cerdanyola del Vallès, justo al lado de Barcelona.
Notas:
[1] El País, 16 de agosto de 2013, p. 15
[2] Helen Graham, La República española en guerra 1936-1939, Debate, Madrid, 2006, p. 58
[3] Un infame lema, no se olvide, que no es convergente, sino de los gobiernos tripartidos consistoriales (PSC-ERC-ICV).
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.