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De un Borges desafinado

Fuentes: Rebelión

En opiniones de Jorge Luis Borges sobre el tango, – palabra que él bien entendía africana- situaba su origen por 1880, y también decía que el pueblo adoptara esa música luego que la clase alta – o ‘gente bien’- la difundiera desde su propio ámbito. Hubieron muchas presunciones sobre esto mismo, pero al fin sería […]

En opiniones de Jorge Luis Borges sobre el tango, – palabra que él bien entendía africana- situaba su origen por 1880, y también decía que el pueblo adoptara esa música luego que la clase alta – o ‘gente bien’- la difundiera desde su propio ámbito. Hubieron muchas presunciones sobre esto mismo, pero al fin sería indudable que el tango llegara desde las casas más acomodadas a los barrios menos pudientes de la ciudad de Buenos Aires- Y que luego desde allí sería adoptado en almacenes y despachos de bebidas; sitios de reunión adonde concurría ‘la gente común’ a jugar a la baraja, tomar algún vaso de vino y juntarse con sus iguales o algún amigo.

Esa certeza que ganara adeptos al repetirla Borges, ya existía por una precisa realidad económica: los instrumentos iniciales de los músicos de tango eran muy costosos y solo accesibles a los medios sociales superiores al gentío común. Donde compadritos o no, nadie podría propiciarse un piano, un violín y ‘ni siquiera una flauta común para darse el gusto’; opinión que expresara Borges en sus charlas de grandiosa memoria. Aquellas reuniones para una veintena de asistentes que él no consideraba ‘conferencias’ pero donde solía expresar además de lo vivido su gran ilustración. Donde con un mínimo de imaginación era inevitable no comprender aquel rico bagaje contenido y enraizado en el gusto del argentino común que instruía Borges; condición didáctica más desechada por la mala fe de los detractores de lo popular que por las actitudes del mismo escritor. Y un perfil borgeano al que muy pocos accedían o aceptaran, era su idea de estimarle al tango un valor sustancial en el carácter de los argentinos, y además que esa expresión musical resumía el inconsciente de nuestra cultura en general. Y dentro de ese inmenso territorio conceptual donde Borges solía gastar hirientes socarronerías a otros autores, él mismo marcaría su presencia y lugar generando ‘ese mundo que sería su mundo’ que estimara un crítico alguna vez. Y sí; Borges sostenía cierto ámbito propio donde además de su innegable saber de los orígenes del tango, – que para muchos de su clase algo inabarcable- persistía en otro espacio universal que él valoraba como un ámbito propio. Y de semejante criterio digamos apenas eso…

Jorge Luis Borges, escritor argentino de una ilustración muy visitada por el modernismo de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán y Leopoldo Lugones, al encontrarse con la milonga solía frasear que esa expresión musical, mirada a fondo y con atención, bastaba por sí misma para conjugar un primario y definitivo elemento cultural del Buenos Aires siglo veinte. Y por ese rumbo él también hablaría con naturalidad de guitarras y violines, de valientes y cobardes que nutrieran las letras del tango y otros renglones que cada tanto repetiría con alguna reserva. Por cuanto en Borges era evidente su afecto y tendencia hacia los tangos de la guardia vieja ‘que eran sólo melodía’, y más aún porque los primeros tangos no tenían letra pero sí recurrencias traviesas. Acaso fuera de ahí que a él no le gustara Gardel por su insistencia en cantar tangos con argumento, y le enjuiciara además su marcado sentimiento llorón. Una afirmación temeraria más que Borges iría desechando como hiciera también con ese otro ‘desafío personal’ de presentarse ante sus amistades cantando un tango ‘con mi inflexión correctamente desafinada’, decía. Disparate que él, Borges, tampoco solía advertir ni siquiera entre amigos como un verdadero papelón, y ambas tonterías las iría sumando a otras recurrencias que hasta ahí él creía ingeniosas por más que nunca lograran adhesión de nadie. Más aún; un muy serio rechazo no solo entre los ‘propiamente tangueros’ sino también del gentío de sus amistades informadas del mar profundo que contiene ese río del gusto popular. Un territorio donde ni el más desencaminado de los argentinos agitaría el mínimo resquemor anti- gardeliano, por más intrépida o certera que luciera su calificación.

Pero al fin así era Jorge Luis Borges, quien como cualquiera de nuestra especie de mortales, a veces también desafinaba. (2015)

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