Vídeo: Stéphane M. Grueso A la misma hora en la que Real Madrid y Atlético de Madrid se enfrentaban en el partido de ida de la semifinal de la Copa del Rey, un acto político desbordaba el aforo de la Sala Mirador de la capital de España: medio millar de personas se apiñaban en las […]
Vídeo: Stéphane M. Grueso
A la misma hora en la que Real Madrid y Atlético de Madrid se enfrentaban en el partido de ida de la semifinal de la Copa del Rey, un acto político desbordaba el aforo de la Sala Mirador de la capital de España: medio millar de personas se apiñaban en las butacas del teatro mientras un número mayor esperaba en la puerta, en vano, que el evento se trasladara a otro lugar. Los responsables del alboroto, el diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón y el profesor y cabeza visible de Podemos, Pablo Iglesias, que iban a protagonizar un debate bajo el título Democracia: ¿qué es una democracia real?
Lo que hace unos meses hubiera podido parecer imposible fue en la noche del miércoles una realidad. Como advirtió al inicio la moderadora de la charla, la periodista Olga Rodríguez, el acto se concretó antes de que Podemos se diera a concer y, aunque durante las largas y académicas primeras intervenciones ambos soslayaran la irrupción de la iniciativa del profesor de la Universidad Complutense, el turno de preguntas no dejó lugar a la duda.
No en vano, los primeros aplausos sinceros, los que no se regalan al protocolo, no fueron para ninguno de los actores principales, sino para un espectador que, sorprendido, aseguró que él había ido a un debate político y no a una clase universitaria. Y consiguió otro cerrado y corroborante aplauso cuando espetó que «la unión de la izquierda sí levanta pasiones».
A partir de ahí, la práctica totalidad de las intervenciones giraron alrededor de un eje único: la posibilidad y conveniencia de la tan ansiada unidad de la izquierda. Por turno, le tocó responder primero a Alberto Garzón: «Por la unidad de la izquierda estoy dispuesto a sacrificarlo todo. Lo importante no es el medio sino los fines: cambiar las cosas». El diputado de IU, muy crítico durante todo el debate con las estructuras de los partidos políticos y el papel teatral que, en su opinión, cumplen las instituciones democráticas, repitió en varias ocasiones que su militancia no responde a la convicción de que su formación es la única capacitada para cumplir esa misión de cambiar las cosas: «Mi objetivo es que IU sea un dispositivo para canalizar la frustración de la gente».
Una afirmación que perfectamente podría haber salido de los labios de Iglesias, que a otra pregunta aseveró: «Para ganar, la izquierda tiene que dejar de ser una religión y empezar a ser un instrumento».
Tanto Iglesias como Garzón desgranaron todo el repertorio de críticas a las instituciones españolas y europeas; al capitalismo, a los medios de comunicación y a la desideologización de la sociedad; a la inoperancia de la democracia representativa actual y a la necesidad de que la ciudadanía, el pueblo, asuma una cuota de poder muy superior a la que hoy en día tiene acceso a través de las elecciones.
Y, sin embargo, sí hubo durante el debate matices y divergencias entre los planteamientos de ambos. Pablo Iglesias los hizo patentes en una frase que despertó a algunos en la sala cuando respondía, una vez más, sobre la convergencia de todas las fuerzas a la izquierda del PSOE: «El límite de la unidad de la izquierda es el 15% o el 20%. Rajoy y Rubalcaba están encantados con la sopa de letras. Y yo quiero ganar».
La única manera de lograr romper ese techo es, según la cara más visible de Podemos, terminar con la falsa dicotomía izquierda-derecha, propia de la guerra fría, y plantear una nueva entre demócratas y antidemócratas: «Los demócratas defendemos los derechos y los autoritarios, los privilegios. Los demócratas queremos sanidad y pensiones públicas y los antidemócratas su privatización». Y para ello es necesario tocar «la tecla» de la gente, recurrir a las emociones, porque «a partir de la emoción deviene el desbordamiento». «No regalamos al fascismo el monopolio de la emoción porque conocemos la Historia», zanjó.
Para ejemplificar lo que quería decir, Iglesias contó que en la gira de presentación de Podemos que le ha llevado a varios puntos de España se ha encontrado con personas mayores que, pese a confesarle ser votantes del PP, «les gusta lo que digo. Y pienso: coño, podemos ganar».
En el otro lado de la balanza, Alberto Garzón advirtió del mal uso que se puede dar a las emociones si no se modulan con la razón y no se identifica con una ideología. Como ejemplo, usó el papel de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y el movimiento antidesahucios. Garzón recordó que muchas de las personas que han participado en protestas para impedir que echaran a otras lo han hecho, precisamente, desde la emoción, por solidaridad con sus vecinos o amigos, pero que el papel de la PAH como instrumento ha sido explicar que ese desahucio responde a una determinada política marcada por agentes externos a las instituciones democráticas. «Mi objetivo es que IU sea ese instrumento». Eso sí, advirtió el diputado de IU: «Yo no tengo la hoja de ruta. Yo tengo mis principios y mis valores, los expongo y los debatimos».
Dos horas largas de debate que supieron a poco a quienes esperaban asistir a un antes y un después para la izquierda española pero que sí revelaron que, al menos parte de dicha izquierda, aguarda a que ocurra.