Uno de los principales componentes de la conflictiva realidad que vivimos es el el problema de la enseñanza. La discusión y aprobación de la LOE reclaman una atención especial de nuestra revista a la que dedicaremos un tratamiento adecuado en un número próximo. Y como una de las tareas de Laberinto es ayudar a la […]
Uno de los principales componentes de la conflictiva realidad que vivimos es el el problema de la enseñanza. La discusión y aprobación de la LOE reclaman una atención especial de nuestra revista a la que dedicaremos un tratamiento adecuado en un número próximo. Y como una de las tareas de Laberinto es ayudar a la cartografía de las propuestas teóricas y las luchas reales que definen el actual campo de reflexión de la izquierda, hemos decidido resumir por su coherencia teórica una serie de ideas que en distintos foros ha venido defendiendo Manuel Valle y que por diversas razones no ha encontrado medios que las difundan. Hemos efectuado un resumen en diez apartados.
1. La unanimidad en el diagnóstico es hoy casi general: la educación en España está inmersa en una crisis de un calado profundísimo. Es un proceso que está siendo percibido en los últimos años en los países capitalistas desarrollados, pero que en España ha mostrado sus perfiles más duros desde la implantación de la LOGSE en los lejanos años ochenta/noventa del siglo XX. Dicho de manera clara y directa: el aparato educativo se muestra hoy absolutamente incapaz de proporcionar a los alumnos que estudian en él no sólo los conocimientos mínimos considerados imprescindibles sino los supuestos valores (morales, ideológicos, democráticos etc.: la terminología no importa mucho en este caso) en los que la escuela debe formar a los «ciudadanos». El último informe PISA no ha hecho más que mostrar con datos estadísticos incontestables una verdad que era conocida por todos aquellos que se mueven en el ámbito educativo.
2. Pero esta unanimidad en el diagnóstico se fractura enseguida cuando se trata de elaborar un análisis sobre las causas de esta crisis. Aparecen así diversas formulaciones de tipo fragmentario que, aunque contienen elementos de gran valor sociológico, no agotan -pensamos- la complejidad de los procesos históricos que estamos viviendo. Así, para algunos, no se trata de una crisis escolar sino familiar; para otros, el problema está en la financiación y en los medios materiales; otros, en cambio, ponen el énfasis en las complejas y desequilibradas relaciones que se establecen entre la enseñanza pública, la privada y la concertada; otros proponen, al hilo del elemento anterior, la necesidad de una enseñanza «laica» como una panacea que solucionaría casi por sí sola los problemas educativos; otros, en fin, insisten en la gestión democrática de los centros, en la mayor o menor gestión por parte del Estado nacional, de la comunidad autónoma etc. Son todas cuestiones de gran importancia -el lector las encontrará recogidas de un modo u otro en los artículos que componen este número de Laberinto- pero, pensamos que no agotan el problema, pues hoy se están produciendo transformaciones históricas que sobrepasan estos condicionantes y desbordan (por arriba y por abajo, en el interior y en el exterior de los procesos educativos) a los aparatos educativos y sus diferentes coyunturas.
3. El análisis correcto de las contradicciones sociales que estamos viviendo y su impacto sobre el aparato educativo debe hacerse, pensamos, en torno a dos cuestiones ineludibles: a) la consideración del aparato educativo como «Aparato Ideológico de Estado» y por tanto, su relación no sólo con las relaciones sociales en su conjunto sino con los demás aparatos de estado; b) los procesos de globalización que aparecen directamente ligados al Imperialismo.
4. Si el aparato educativo existe es porque cumple una función social pero esa función es «histórica». La historicidad real de la educación (más allá de las diversas temáticas que podrían estudiarse) debe encuadrarse en una cuestión ya señalada hace muchos años por Louis Althusser: la educación (junto a la familia, la religión, la prensa, la televisión, etc.) es uno de los Aparatos Ideológicos de Estado (AIE). Como tal Aparato Ideológico de Estado, el aparato educativo se mueve entre dos límites infranqueables: a) su necesidad de formar sujetos que se puedan incorporar a las relaciones sociales existentes, es decir, su necesidad de reproducir (al menos en algunos de sus aspectos) la fuerza de trabajo; b) su necesidad de actuar con una cierta autonomía (al igual que ocurre con los otros aparatos de estado, tanto los ideológicos como los represivos), una autonomía que opera de manera diferente respecto a las clases dominantes que respecto a las clases dominadas. Para reproducir la fuerza de trabajo el aparato educativo (como todo aparato ideológico) debe llevar adelante dos tareas: proporcionar a los estudiantes una serie de saberes necesarios para incorporarse posteriormente al aparato productivo y formarlos ideológicamente en torno a unos valores ideológicos que les permitan asumir como «normales» o «naturales» tanto las relaciones sociales en las que viven como su posición (de explotadores o explotados) en ellas. La autonomía (relativa) de que goza el aparato educativo da lugar a la falta de relación directa con los cambios políticos coyunturales (cambios de gobierno, golpes de timón en el parlamento etc.). Frente a la variabilidad enorme que ofrece la «política» cotidiana, el aparato escolar, (al igual que la burocracia de estado en su conjunto) presenta -debe hacerlo así para funcionar- una cierta estabilidad. Pero esta estabilidad no implica -más bien es al contrario- que el aparato escolar o educativo esté al margen de la historia.
5. Conviene, por tanto, tomarse muy en serio la «historicidad» de los aparatos educativos. En primer lugar, al afirmar esta historicidad afirmamos algo que debería ser casi de sentido común: el aparato educativo (con sus legislaciones, sus cuerpos de profesores, sus programaciones, sus jerarquías, sus títulos etc.) no ha existido siempre. En otras formaciones sociales, la «educación» de los individuos (esa moneda con una cara doble: saberes más valores ideológicos) se ha procurado a través de otros aparatos ideológicos (desde la Iglesia hasta el propio valor ideológico de los procesos productivos). Y en consecuencia, no es necesario, ni obligatorio (socialmente obligatorio) que exista siempre. Es perfectamente posible que deje de existir o deje de tener el sentido, el peso o la importancia que actualmente tiene. Dicho claramente: es posible imaginar que la formación de los individuos se haga cada vez de manera más determinante a través de otros aparatos ideológicos que, por diversas razones, cumplan de mejor manera las funciones que la educación está dejando de cumplir. Se podría citar la televisión (es un recurso muy socorrido, pero cierto) pero igualmente se podrían anotar el cine, los comics, la música, los videojuegos, internet, el manga, las diversas publicaciones etc. Parece innegable que hoy, cualquier niño/adolescente/joven español no obtiene de la escuela (y mucho menos de la familia o la iglesia) sino de los medios de comunicación citados la mayor cantidad de información sobre el mundo en que vive, a la vez que encuentra en ellos los «modelos» vitales que toma como referente para forjar su «identidad» personal.
6. Pero el deslizamiento de la escuela (familia, iglesia) a la televisión/revistas/internet, que en principio parece sólo «técnico» (sustitución de unos medios por otros) oculta un desplazamiento que nos parece fundamental y que arraiga en el centro de los cambios históricos en los que nos movemos: el desplazamiento desde los Aparatos Ideológicos de Estado (propios del capitalismo fordista), como mediadores entre las clases dominantes y las dominadas al papel cada vez más protagonista de las propias clases dominantes. Dicho de otro modo: hasta ahora (y aún ahora: estamos únicamente delimitando tendencias, líneas de fuerza con mayor o menor presencia según las diversas coyunturas) las clases dominantes, para imponer su dominio ideológico, se dirigían a los sujetos principalmente a través de los aparatos ideológicos de estado, les hablaban a través de ellos. Hoy (repetimos: con mayor o menor fuerza según los casos) la burguesía empieza a considerarse en condiciones de hacerse cargo cada vez más «directamente» de la formación de los individuos, de hablarle a cada uno «individualmente» y «personalmente», de dirigirse de manera privada a cada sujeto, da igual si es un niño o un joven, una mujer o un emigrante o un obrero o un profesor o un anciano etc. Así, el «conecting people» que funciona como eslogan de una empresa de telefonía se convierte en un síntoma de nuestro tiempo: todos estamos «conectados» -directamente y sin intermediarios- con el poder ideológico de las empresas. La imagen descriptiva de esta situación podría ser la de una familia en casa: mientras cada hijo está conectado (recuérdese: conexión las veinticuatro horas) a su página de internet en su habitación, los demás pueden recibir en los diferentes televisores las emisiones que están programadas para cubrir absolutamente todos los sectores y variantes individuales. La conexión («vertical») con el poder de las empresas es la otra cara de la moneda de la desconexión («horizontal») de los individuos entre sí (incluso en ámbitos tan reducidos como una familia, un grupo de compañeros de clase o los inquilinos de un bloque de viviendas en el que «nadie conoce a nadie»).
7. Para llevar a cabo su función ideológica, las empresas (convertidas en «marcas», esto es, en auténticos aparatos ideológicos) deben abordar en adelante un doble proceso: a) su configuración como elementos no solo productivos sino ideológicos, capaces de ofrecer no tanto una mercancía para el mercado como un modo de vida completo (con sus productos, por supuesto, pero también con sus costumbres, sus gestos, su lenguaje, sus horarios etc.); b) y a la vez, el ataque sistemático, organizado y constante a los demás aparatos de estado, para eliminarlos como mediadores en el momento en que vayan dejando de ser útiles, puesto que, a diferencias de los departamentos de marketing de las empresas, los aparatos ideológicos de estado (los profesores, los escritores, los filósofos, los artistas etc.) gozan de una autonomía que puede convertirse en un problema para las clases dominantes. El objetivo «oculto» de este ataque consiste en convencer a los ciudadanos de la siguientes aseveración: «Las empresas te cuidan, el estado te oprime». Que conlleva un corolario ineludible: «Confía en las empresas, recela del estado».
8. Las consecuencias de estos procesos son de primer orden. En primer lugar, se «oculta», se «invisibiliza» la estrecha relación que existe entre las relaciones de producción (la forma en que se estructura el dominio de unas clases por otras) y el Estado que esas relaciones han producido, haciendo aparecer como contrapuestos elementos que en realidad están asociados o son interdependientes o complementarios. Este ocultamiento afecta directamente al análisis o el diagnóstico de la crisis educativa. La crisis educativa no es algo que ocurra a pesar de los esfuerzos de los poderosos, sino justo al contrario: es una crisis organizada, patrocinada y estimulada por el poder para desprenderse -poco a poco y en la medida en que sea necesario- de un aparato ideológico que presenta ciertos inconvenientes debido a su autonomía, e ir sustituyéndolo por medios de formación social más eficaces y sumisos. Un ejemplo gráfico de lo que ha ocurrido en otro aparato, esta vez represivo: la desaparición de los ejércitos nacionales de reemplazo (provocada supuestamente por las luchas de toda una generación de jóvenes objetores de conciencia que aborrecían el uso de las armas) ha ido acompañada por la creación de ingentes ejércitos privados (las empresas de seguridad) formados por pistoleros (estos mismos jóvenes) a las órdenes directas de las empresas que pueden contratarlos. Por ello, no debemos dejarnos llevar en ningún momento por los discursos de los poderosos (de uno u otro signo): la educación escolar -excepto en la formación de las inevitables elites- está dejando de importar a las clases dominantes, porque la formación de individuos útiles para el sistema está siendo garantizada cada vez más por otros aparatos ideológicos.
9. Una segunda consecuencia, que afecta al tan «encendido» debate en torno a la «privatización» de la educación. Sin menoscabar en ningún modo la importancia de la cuestión de la enseñanza pública (titularidad pública de edificios e instalaciones, programaciones, profesorado etc.), se olvida que tras el lema «las empresas te cuidan, el estado te oprime/confía en las empresas, recela del estado», se oculta una privatización más sibilina, pero más poderosa e implacable: la privatización de las conciencias, es decir, el hecho de que los alumnos que acceden a los centros docentes sean -al igual que el resto de los adolescentes o jóvenes sobre todo (tanto trabajadores como estudiantes) y, en diferente medida, al igual que el resto de los ciudadanos- absolutamente «permeables» a todo tipo de mensajes recibidos desde el mundo empresarial al tiempo que se muestran «impermeables» (cuando no reacios o directamente hostiles) a cualquier aprendizaje recibido en la escuela. Un botón de muestra: los mismos alumnos que -tras una decena de años de aprendizaje de la escritura- son incapaces de escribir correctamente en su lengua y que justifican de manera constante su ignorancia con el tópico del «si se entiende, qué más da», considerarían absolutamente inadmisible, incluso aberrante llevar una prenda deportiva que fuera de la marca «naic» o «hadyda»: cualquier palabra o conocimiento recibido de la escuela es hoy susceptible de ser criticado, relativizado o rechazado sin más, pero las marcas son «sagradas». Así, por incidir en un ejemplo de política de actualidad, mientras los políticos de uno u otro signo se desgañitan luchando en contra o a favor de la lengua española, catalana, vasca o gallega y su mayor o menor presencia en las escuelas, hoy día -y el dato es absolutamente escalofriante, aunque nadie parece querer darle la menor importancia-, una gran mayoría de jóvenes escribe prácticamente todas sus comunicaciones (tanto cuando lo hacen en el móvil como cuando lo hacen en el ordenador o cuando escriben con el bolígrafo sobre un papel) en la lengua semianalfabeta/semifonética/semiinglesa/semiincomprensible que las empresas de telecomunicaciones han creado para ellos, al tiempo que siente auténtica vergüenza de escribir respetando las normas aprendidas en la escuela. Una generación entera ha decidido suicidarse culturalmente y convertirse en analfabetos voluntarios y a nadie parece interesarle. Excepto a las empresas, que al principio de manera tímida, pero cada vez de un modo más expeditivo están legitimando con su poder (tanto económico como simbólico) una forma de escritura que atenta directamente contra todo aquello que sostiene a la cultura escolar (o simplemente a la cultura, si queremos decirlo así). ¿Qué mísero profesor, amparado en qué raquítica institución escolar, se atreverá en pocos años a señalar como equivocadas expresiones del tipo «LKXA», avalada por una de las principales instituciones financieras del país o «enreda-t», avalada por las propias cadenas televisivas estatales?
10. El debilitamiento de los aparatos ideológicos (entre ellos la educación) paralelo al refuerzo de las empresas como aparatos ideológicos se despliega en un escenario de globalización imperialista. Así el anterior desplazamiento se cruza con un no menos organizado plan de destrucción de las culturas locales (en este caso se trata nada más y nada menos que de la cultura europea de los últimos siglos) y su sustitución por la subcultura norteamericana (desde los simpsom hasta la última serie o subproducto de Hollywood, desde el apabullante «halloween» a la comida basura) o por los comics japoneses (el manga etc.). La imagen de Ray Bradbury en Farenheit 451 era sugerente (el poder «totalitario» acababa con la cultura destruyendo los libros), pero la realidad es aún más pavorosa: no se trata de destruir los libros sino de destruir la capacidad de entenderlos. Así, si no conseguimos resistir este arrasamiento ideológico, a la vuelta de unas décadas es posible que (pese a que la escolarización es prácticamente completa) a una gran mayoría de los habitantes europeos les resulten literalmente incomprensibles la casi totalidad de las obras literarias, filosóficas, artísticas o científicas producidas en Europa en los últimos diez siglos. La sustitución de las culturas locales por la cultura dominante norteamericana no conoce límites. No se trata (sólo) de un problema educativo sino de una lucha ideológica sin cuartel. En caso de perder esta batalla, desde las cantatas de Bach a la paella valenciana resultarán sustituidas por la música basura o la comida basura. La cuestión, directa, dura y claramente se plantea en estos términos: ¿qué clase de socialismo podrán imaginar, concebir o producir el ejército de jóvenes salidos de nuestras escuelas?
El panorama se presenta bastante espinoso, pero ¿cuándo no ha sido así en la lucha contra la explotación? Por supuesto que no hay recetas ni panaceas ni soluciones directas o inmediatas. El lector del presente número de Laberinto no debe esperar encontrarlas en las páginas de la revista. Pero sí que encontrará en los artículos que la conforman elementos suficientes para componer una visión más compleja de la situación actual no sólo de la educación sino de la lucha ideológica en su conjunto.
El Consejo de Redacción de Laberinto espera que estos planteamientos susciten un debate que enriquezca el conocimiento de los cambios que en el sistema educativo se están produciendo y que puedan servir para orientar una práctica política antagonista a las líneas de fuerza del capitalismo agresivo que seguimos soportando.