En los últimos tiempos, un nuevo término no exento de polémica, el decrecimiento, ha irrumpido con fuerza en el escenario de la construcción de las alternativas. En términos generales, se defiende la idea de que hay que recuperar el sentido del desarrollo (humano) entendido como la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones, […]
En los últimos tiempos, un nuevo término no exento de polémica, el decrecimiento, ha irrumpido con fuerza en el escenario de la construcción de las alternativas. En términos generales, se defiende la idea de que hay que recuperar el sentido del desarrollo (humano) entendido como la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones, en una perspectiva de sostenibilidad. Para lo que no tiene porqué darse -necesariamente- crecimiento económico, sino que hay que modificar determinados parámetros del modelo de desarrollo actual, y manejar nuevas variables que se correspondan con un desarrollo equitativo y sustentable, con las personas y con el planeta.
El planteamiento es francamente radical si, como Marx, entendemos que ser radical es justamente ir a la raíz del problema. Porque la raíz del problema en nuestro caso es la lógica del sistema de acumulación capitalista, la lógica del máximo beneficio independientemente de los costes sociales y ecológicos, una lógica que nos conduce en estos momentos a unos niveles de desigualdades sin precedentes en la Historia de la Humanidad (3/4 partes de la población mundial por debajo del umbral de pobreza) y un ritmo de consumo de los recursos naturales, especialmente los energéticos de orígen fósil, que amenazan la continuidad del propio sistema, tal como denuncia Al Gore, que no es ningún radical, en su documental sobre el cambio climático. Todo esto, con episodios de crisis financieras fruto de la lotería del capital financiero y la especulación, como acaba de pasar en España y antes en EEUU con la llamada «burbuja inmobiliaria».
En tiempos de crisis, las contradicciones mencionadas afloran, pero no son percebidas como tales, ni mucho menos se facilita el atisbo del problema de fondo. Por eso, nuevas categorías como el decrecimiento representan una oportunidad para todas aquellas personas y colectivos que defendemos aquello de que «otro mundo es posible»: porque el decrecimiento nos permite problematizar y dar sentido a propuestas y luchas aisladas, que así se nos presentan habitualmente: aisladas y parciales, mientras que la lógica del sistema, al tiempo que tiene «beneficiarios» o «beneficiados» particulares, es una lógica global acompañada de unas estrategias (y unas instituciones) globales, con consecuencias y efectos locales (como por ejemplo la deslocalización de empresas, los despidos, o la contaminación de un río).
Si rememoramos un poquito las recetas al uso para el crecimiento económico (contención salarial, flexibilidad laboral y flexibilidad en las emisiones de CO2, reducción de impuestos a los ricos), que pasan también en el actual contexto de nueva crisis petrolera, como ya ha puesto sobre la mesa el gobierno de ZP desde pretendidos postulados progresistas, por la obtención de nuevos inputs energéticos mediante, por ejemplo, la energía nuclear (a pesar de sus efectos ambientales, o de la negación directa que supone de la retórica verde de las multinacionales españolas de la energía), la apuesta por el decrecimiento se nos presenta como una oportunidad clara para defender otra economía y así, otro modelo de sociedad. Que sólo será posible si, efectivamente, se produce un decrecimiento de los beneficios de una minoría, y crecen los derechos y prestaciones para la mayoría.
En las Illes Balears también es posible de-crecer, sobre todo si tenemos en cuenta que la «gallina de los huevos de oro» es un capital turístico atraído por el atractivo del territorio, sostenido por una gran masa de trabajadoras y trabajadores de servicios que lo hacen posible… El miedo no hemos de tenerlo a de-crecer, sino a cualquier factor que con la excusa del crecimiento económico, haga aumentar (aún más, si cabe) la actual vulnerabilidad del sistema. Sí, nuestro sistema económico es vulnerable porque hay toda una serie de indicadores lamentables y no contemplados por la ortodoxia economicista como tales, tanto a nivel ambiental (récords en coches por habitante, segundas residencias, producción de residuos, consumo energético), como social (tasa más alta de la UE de abandono escolar en un contexto mundial altamente competitivo a nivel de mano de obra, precariedad y temporalidad laboral, abortos juveniles, consumo de drogas).
El espejismo del cuasi-pleno empleo, que ha actuado en la última década como un auténtico amortiguador social (extrapolable en los últimos años al conjunto del Estado gracias a la artificiosidad de la «cultura del ladrillo»), ha empezado a desvanecerse, y la mejor manera de contrarrestar sus efectos es apostar por medidas que permitan revertir estos indicadores y, sólo así, asegurar la sostenibilidad y la solidez de nuestro desarrollo… Que para que sea nuestro, de todas y todos, y no sólo de unos pocos, debe ser OTRO desarrollo.
Lógica global, acción local. ¡Es hora de de-crecer!
David Abril, coordinador d´Esquerra Unida de Mallorca