El decrecimiento nos revela que para la ciencia económica el medio ecológico en el que se desarrolla el proceso económico no existe. La economía deja fuera de sus modelos a la biosfera. Esta ceguera explica que el «desarrollo» occidental haya sobrepasado desde finales de los años 80 las capacidades de carga de la tierra. No […]
El decrecimiento nos revela que para la ciencia económica el medio ecológico en el que se desarrolla el proceso económico no existe. La economía deja fuera de sus modelos a la biosfera. Esta ceguera explica que el «desarrollo» occidental haya sobrepasado desde finales de los años 80 las capacidades de carga de la tierra. No sólo para nosotros el planeta no existe, sino que vivimos como si tuviéramos varios a disposición.
La intención de este artículo es señalar cómo la incapacidad del modelo económico occidental de tener en cuenta a la biosfera contagia también a la cooperación internacional. Por ello, entendemos que la cooperación necesita una relectura crítica de sus modelos teóricos de intervención.
Para explicitar estas reflexiones, primero caracterizaremos brevemente la cooperación internacional y algunos de sus principales rasgos, para luego revisarlos a la luz de los análisis del decrecimiento.
La cooperación internacional no tiene una definición ni unos objetivos únicos e inequívocos. A menudo se recurre de manera indistinta a términos diferentes para evocar una misma realidad: cooperación internacional, cooperación al desarrollo, cooperación Norte-Sur, ayuda oficial al desarrollo (AOD), etc.
A modo de aproximación podríamos decir que por AOD se entiende la transferencia de recursos de países del Norte hacia países del Sur con el objetivo de reducir la pobreza y promover el desarrollo humano sostenible de estos últimos.2 En este sentido, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) plasmarían lo que más se acerca a un consenso internacional sobre las pautas para reducir la pobreza y alcanzar el desarrollo sostenible.
El propósito de este artículo no es clarificar los objetivos y definiciones de la cooperación internacional, sino reflexionar sobre algunas características del modelo de cooperación Norte-Sur a la luz de los planteamientos del decrecimiento. Por ello, queremos resaltar dos grandes rasgos del modelo de cooperación que consideramos que necesitan una revisión crítica.
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La cooperación como respuesta a carencias de los países del Sur
El modelo de cooperación dominante intenta responder a problemas que afectarían a los países del Sur y les mantendrían en situaciones de pobreza. Así, hasta los años 80, la cooperación internacional identificaba la falta de crecimiento económico como la mayor carencia de los países del Sur. Por ello, el crecimiento económico fue el principal objetivo de la cooperación durante décadas. Actualmente, sigue siendo uno de sus principales fines. Así, para el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la OCDE, el objetivo principal de la AOD es la promoción del desarrollo económico. Se trata de promover el crecimiento económico de los países del Sur para acortar las distancias con el Norte. A partir de los años 80 han ido ganando fuerza análisis que otorgan un papel central también a carencias situadas en la dimensión social u otras dimensiones no estrictamente económicas (promoción del capital humano, de las capacidades y oportunidades humanas, etc.). El crecimiento económico ya no se ve como una condición suficiente por sí sola, aunque sigue siendo una condición imprescindible para alcanzar el desarrollo humano. En definitiva el problema de la pobreza en el Sur se reduce a una «falta», a carencias en cuanto a crecimiento (en su dimensión estrictamente económica) y a carencias respecto a capacidades y oportunidades humanas (en su dimensión social, cultural, política, etc.)
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La cooperación como ayuda voluntaria y discrecional
La AOD no constituye una obligación de los Estados donantes. Como máximo podríamos apuntar a un compromiso moral adquirido en el seno de las NNUU, pero la decisión de un Estado de «ayudar» o no hacerlo es absolutamente discrecional. La propia terminología del modelo de cooperación («ayuda», «donación», etc.) nos remite a su voluntariedad y no obligatoriedad. En ningún momento aparece el derecho de los países del Sur a reclamar o exigir flujos de AOD. El modelo de cooperación se sustenta en la decisión unilateral del Norte acerca de dónde, cómo, y cuánto ayudar.
En definitiva, el modelo de cooperación consiste esencialmente en un flujo de transferencia voluntaria de recursos desde los países del Norte (vía multilateral o bilateral, mediante fondos financieros reembolsables o a través de donaciones) hacia los países del Sur, con el objetivo de paliar carencias que obstaculizarían la erradicación de la pobreza y el logro del desarrollo humano.
A partir de esta caracterización, entendemos que el decrecimiento puede ayudarnos a redefinir críticamente el marco general de la cooperación internacional.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento emergente que pretende evidenciar la insostenibilidad estructural del modelo de crecimiento económico y la necesidad de construir modelos de sociedades alternativos que recuperen la sostenibilidad ambiental y social. Se trata esencialmente de recordar algo evidente: no es posible un crecimiento infinito en un planeta finito.
Las aportaciones del economista Nicholas Georgescu-Roegen constituyen una de las bases teóricas fundamentales del decrecimiento. Confrontando la teoría económica ortodoxa con otras disciplinas científicas (en particular modo la física y la biología), Georgescu-Roegen ha ilustrado cómo la ciencia económica contradice las leyes fundamentales de las ciencias naturales y no contempla la biosfera y sus límites. Siguiendo sus razonamientos, la fase industrial de la evolución humana nos habría llevado a un callejón sin salida. La especie humana, como las demás especies, ha vivido siempre del flujo de radicación solar, respetando los grandes ciclos de la naturaleza. Con la era industrial, la humanidad ha pasado a depender de recursos finitos presentes en la corteza terrestre (materia y energía) que se degradan de manera irrevocable e irreversible. Sirva de ejemplo el caso del petróleo: en poco más de un siglo habremos acabado con un recurso que el planeta ha tardado millones de años en formar.
El índice de la Huella Ecológica3 ofrece una visión gráfica y sencilla de esta situación. De acuerdo a la Huella Ecológica, desde finales de los años 80, por primera vez la humanidad ha superado las capacidades de carga de la tierra. Ya no hay suficiente área de tierra y mar para proporcionar los recursos que utilizamos y absorber nuestros desechos. La humanidad vive como si tuviera disponibles 1,2 planetas tierra. Los países del Norte (y las élites del Sur) tienen la responsabilidad de esta situación, mientras que la gran mayoría de las poblaciones del Sur «subutilizan» sus ecoespacios. Universalizar el estilo de vida de un ciudadano medio de EEUU implicaría disponer de más de 5 planetas. En el caso de la UE, necesitaríamos 3 planetas.
A partir de estos breves esbozos sobre los análisis del decrecimiento, podemos intentar sacar alguna conclusión sobre la revisión crítica de los dos grandes rasgos de la cooperación internacional señalados anteriormente.
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La cooperación como redistribución
La Huella Ecológica nos muestra que los países del Norte ocupan ecoespacios superiores a sus territorios, confiscando áreas de los países del Sur para proveerse de los recursos que necesitan y para absorber sus desechos.
Por lo tanto, el decrecimiento nos enseñaría que la «pobreza», el supuesto «subdesarrollo» de los países del Sur, no atañen principalmente a problemas relacionados a carencias propias, sino a la confiscación de sus ecoespacios por parte de los países del Norte.
El situar carencias de los países del Sur como problemas centrales que aborda la cooperación (escaso crecimiento económico, pobreza en cuanto a capacidades y oportunidades humanas, etc.), puede llegar a servirnos de coartada para no enfrentar la responsabilidad estructural del Norte en las condiciones de vida del Sur.
El problema no es el crecimiento de los países del Sur (ya sea en términos estrictamente económicos o desde un punto de vista de capacidades) o su hipotética convergencia hacia el desarrollo del Norte. El problema fundamental es de redistribución del uso de los recursos y de sujeción a los límites naturales. Siguiendo el camino ya trazado por los teóricos de la dependencia desde los años 60, el decrecimiento y la huella ecológica nos muestran que no es que el Sur no crezca o no se «desarrolle», sino que lo hace en función de las necesidades e intereses de los países del Norte y de las élites en el Sur.
La reflexión nos llevaría por lo tanto hacia la necesidad de repensar el modelo de cooperación, centrando las estrategias en el ajuste ecológico y social del Norte que permita redistribuir con equidad la utilización de los recursos del planeta entre sus habitantes, así como volver a respetar los límites marcados por la biosfera y las capacidades de regeneración del planeta.
Ya no se trataría de enfrentar las carencias del Sur, sino los excesos del Norte.
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La cooperación como responsabilidad y obligación
En el análisis esbozado ya no caben la voluntariedad y la discrecionalidad.
Los impactos negativos del exceso de crecimiento en el Norte los sufren y los pagan principalmente las poblaciones del Sur, que en cambio no tienen responsabilidad en el sobreconsumo que genera la crisis ecológica sin precedentes que vive la humanidad. Por ello, podemos hablar de una deuda del crecimiento4.
Contemplar la cooperación desde la perspectiva de la deuda del crecimiento nos llevaría a sustituir la voluntariedad por la obligación, la caridad por la responsabilidad. Deberíamos reformular entonces un modelo de cooperación internacional basado en una doble obligación: la obligación de devolver y de no exceder. Compensar y remediar, por un lado, todos los impactos negativos que nuestro modelo ha tenido en los países del Sur. Ajustar ecológica y socialmente nuestro modelo, por otro lado, para que occidente ya no viva a costa de los bioespacios de las poblaciones del Sur y superando las capacidades de carga del planeta.
Ante la urgencia de las crisis ecológicas y sociales que vive el planeta, necesitamos urgentemente un modelo de cooperación que sitúe la redistribución Norte-Sur y el ajuste ecológico y social en el Norte como objetivos prioritarios. Necesitamos, en definitiva, nuevos modelos de cooperación que salgan del imaginario económico dominante del crecimiento, y que vuelvan a situar al cuidado de la vida humana y de la biosfera en el centro de sus preocupaciones y análisis.
La agenda de trabajo resultante queda por construir e imaginar. Aunque parece claro que la nueva cooperación surgida a raíz del decrecimiento tendría que otorgar un papel fundamental al trabajo de cambio en el Norte y reorientar el trabajo en el Sur hacia una cooperación política, que se centre en la denuncia del modelo y en la propuesta de alternativas. Uno de los pilares sería el impulso de un «ajuste estructural» de los países del Norte que les permita dejar de usurpar ecoespacios del Sur y dejar de vivir en un mundo imposible.
Giorgio Mosangini Col·lectiu d’Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament (www.portal-dbts.org)
1 Artículo publicado en la revista ONGC (Nº34).
2 Es evidente que la cooperación internacional también tiene objetivos vinculados a las necesidades e intereses de los países del Norte (desde el apoyo a sus empresas multinacionales hasta la defensa de intereses geopolíticos o estratégicos). En este artículo no abordaremos esta faceta de la cooperación, es decir, no hablaremos de la cooperación realmente existente, de su cara oscura, sino que nos centraremos en su cara supuestamente amable, en la cooperación que se entiende como funcional a las necesidades e intereses de los países del Sur y de sus poblaciones.
3 La Huella Ecológica mide el área de tierra y mar biológicamente productiva que la humanidad requiere para proporcionar los recursos que utiliza y absorber sus desechos.
4 Por deuda del crecimiento entendemos el conjunto de deudas definidas a partir del estudio de los impactos del modelo de crecimiento occidental en los países del Sur, tales como: la deuda ecológica (la deuda de carbono, la biopiratería, los pasivos ambientales, la exportación de residuos, etc.); la deuda social (impacto en las condiciones de vida de las poblaciones del Sur); la deuda cultural (destrucción de culturas y formas de vida en los países del Sur); la deuda histórica (modelo colonial); la deuda económica (el intercambio desigual con los países del Sur); etc.