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Entrevista a Andrés Sorel

«Defender hoy la Revolución Cubana es una manera de combatir al imperialismo más agresivo y brutal que ha conocido la humanidad»

Fuentes: Colectivo Cádiz Rebelde

Andrés Sorel remueve despacio el territorio de las palabras y de las conciencias.  Con su verbo preciso y la contundencia y claridad que habitualmente despliega, participó en las Jornadas «Cultura y libertad en Cuba» que esta revista digital organizó junto a la Asociación de solidaridad con Cuba de Puerto Real, los días 27, 28 y […]

Andrés Sorel remueve despacio el territorio de las palabras y de las conciencias.  <>Con su verbo preciso y la contundencia y claridad que habitualmente despliega, participó en las Jornadas «Cultura y libertad en Cuba» que esta revista digital organizó junto a la Asociación de solidaridad con Cuba de Puerto Real, los días 27, 28 y 29 de octubre en Cádiz.

Momentos antes de presentar al Ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto, en la sesión de clausura, nos facilitó la posibilidad de compartir esta entrevista y sus reflexiones.

Fany Miguens: Bajo el título de «Cultura y libertad en Cuba» de estas Jornadas, ¿cómo se posiciona un intelectual como tú?

Andrés Sorel: Me posiciono fundamentalmente a favor de la Revolución Cubana y en contra de todos los medios de comunicación que en España serían felices si pudieran terminar con ella y, después, como hicieron con Nicaragua o con otras revoluciones fallidas, se olvidarían de la destrucción de sus pueblos, de la enajenación de sus culturas y del retraso social y humano de sus habitantes. Creo que defender hoy la revolución cubana es una manera de combatir al imperialismo más agresivo y brutal que ha conocido la humanidad. Me refiero al de Estados Unidos.

Y junto a eso, ofrecer un discurso distinto al superficial que dan la mayor parte de los intelectuales que, lejos de analizar todos estos fenómenos de los que te estoy hablando, se limitan a dejarse guiar muchas veces por los patrones que rigen la información y la opinión en el mercado y que son los que están situados enfrente de Cuba.

F.M.: Durante estas Jornadas, precisamente has señalado la diferencia entre los intelectuales y los pensadores ¿En qué sustentas esa diferencia? ¿Qué lugar tiene cada uno de ellos en la sociedad actual?

A.S.: Para los políticos y para los empresarios, los intelectuales siempre han ejercido una clara función. Desde la edad media se han buscado intelectuales dóciles que sirvieran casi como un ornamento al poder, que pudieran ser exhibidos como algo que brilla, que da esplendor -como dice la Real Academia que, lejos de indagar en el lenguaje real y lejos de crear una lengua viva en contacto con su propia evolución, se dedica a fijar y a dar esplendor-. El intelectual muchas veces juega ese papel de florero, ese papel ornamental que le diferencia del pensador… Un intelectual (en este caso estamos hablando de escritores y de artistas) puede ser un extraordinario pintor, un poeta sublime o un narrador brillantísimo y, sin embargo, como pensador puede ser un cero a la izquierda. Domina muy bien la sensibilidad para comunicar lo que quiere expresar, pero es incapaz de analizar la realidad en la que vive y los condicionantes que se dan en esa realidad. La diferencia es, pues, sustancial.

Y, por otra parte, así como al intelectual todos le buscan y le quieren, al pensador todos le huyen. Porque el pensador busca una realidad distinta, se envuelve de dudas, disiente, es diferente y, entonces, cuestiona. Cuestiona el poder que quiere utilizarle. Y al no aceptar ser un lacayo de ese poder, es perseguido, silenciado o, simplemente, negado como si no existiera.

F.M.: En relación a esta diferencia entre intelectuales y pensadores ¿cómo valoras el papel de los intelectuales ante la revolución cubana, el progresivo alejamiento que se hizo públicamente visible en aquella «Carta contra la represión en Cuba»?

A.S.: Ni ahora ni en el año 59 ni después, en los años 60, el intelectual era un pensador respecto a Cuba, aunque muchos de esos compañeros, escritores, artistas, visitaban la isla y decían apoyar incondicionalmente la revolución cubana.

En ese momento, yo era más crítico en algunos aspectos. Era más crítico en el tratamiento de los homosexuales, de la pena de muerte, porque me interesaba la revolución cubana por encima de todo y buscaba que profundizara en aspectos que tienen que ver con la libertad.

Mientras tanto, los intelectuales no se acercaban y se conformaban con decir «aquello es diferente, es una revolución con pachanga, aquello es muy bonito». Se divertían. Es decir, no eran pensadores. Ni cuando aparentemente eran los grandes amigos de la Revolución Cubana ni ahora que se han convertido en sus grandes enemigos.

Por eso basta un caso puntual, como el caso de Raúl Rivero, que ha sido el último detonante. En esta cuestión yo siempre digo que al poeta Raúl Rivero no tengo por qué atacarle. Al contrario, le defiendo y creo que tiene todo el derecho de expresar en sus versos su concepción individual o colectiva, su visión de la tierra o del cielo o del mundo y, en ese sentido, no aceptaría el encarcelamiento del poeta Raúl Rivero, estaría absolutamente en contra y demandando su libertad. Pero, nos olvidamos de que un escritor es también un ciudadano. Un ciudadano que puede trabajar políticamente y que puede ser, en este caso, un contrarrevolucionario. Y el estado lo único que hace es aplicar unos mecanismos que en todas partes existen.

Aquí se olvida que hay un extraordinario poeta en el País Vasco que se llama Joseba Sarrionandia (*), uno de los mejores poetas y narradores contemporáneos, que ha estado encarcelado durante años, fugándose en aquella célebre escapatoria que hizo escondido en un bafle, cuando Imanol fue a cantar a la cárcel. De él no se puede saber ni su paradero porque, en el momento en que fuera localizado en cualquier parte de Europa. lo detendrían. Entonces, de qué estamos hablando?

El intelectual, lejos de cuestionar esta dualidad y esta situación, lo que hace es actuar tan falsamente, tan superficialmente como lo hacía antes cuando, sin comprender lo que suponía la revolución cubana para el pueblo (pero no sólo para el pueblo cubano sino para todo el pueblo, ya sea el latinoamericano, el africano…), con respecto a cuestiones tan fundamentales como la educación, la sanidad, la dignidad de las personas, lo único que veía era la música, el son de La Habana y hasta el color del verde olivo.

F.M.: Mientras tanto, a los pensadores rebeldes que, como tú, disienten, no se les da voz ni palabra en los grandes medios de comunicación, en Falsimedia…

A.S.: Incluso creo que soy de los pocos. Somos un núcleo muy pequeño los que defendemos la revolución cubana y, seguramente, si analizaran mi trayectoria se comprobaría que he estado siempre con la revolución cubana. He escrito sobre el Che Guevara, he escrito tres libros sobre José Martí, que para mí es una de las figuras mayores que se ha dado en el mundo, incluso escribí una novela que se llama «El libertador en su agonía»… Pero he sido crítico con aspectos de la revolución. Crítico sin querer por esto ser como dios, como si uno lo supiera todo. Crítico ofreciendo mis dudas, mis planteamientos en algunos aspectos que yo no entendía. Sin embargo, ahí estoy, ahí sigo. Porque, para mí, en estos momentos, defender la cultura cubana, la revolución cubana, es defenderme a mí mismo de todas mis dudas, derrotas, y mantener encendida esa llama utópica por algo que no se rinde frente a lo que es bestial, que es la agresión imperialista de los EEUU contra la humanidad, contra el mundo, no sólo contra Cuba. EEUU está en este momento agrediendo en todos los aspectos, sean ecológicos, militares, políticos, económicos, culturales y hasta en los modos de vida a la humanidad entera.

F.M.: Ese posicionamiento tuyo con respecto a Cuba, a las guerras del imperio yanqui, al drama de la inmigración, te ha situado a este lado oscuro del silencio y de la soledad del que tú has hablado mucho últimamente: «El mercado condena a muerte, ejecuta, reduce al silencio». ¿Cómo vive un escritor como tú, un pensador como tú, ese silencio al que te somete el embargo informativo?

A.S.: Para mí, el intelectual, pensador, creador, reflexivo, es un solitario. Mi última novela «Apócrifo de Luis Cernuda» es un canto a la soledad crítica de alguien que tampoco quiso venderse, que renunció a los honores, a la academia, al franquismo, que vivió solo, que abominó del país donde tenía que estar, Estados Unidos, al cual llamó «esa tripa hueca». (Esa definición de Luis Cernuda era antológica, lo suficiente como para que hoy, cuando se habla de EEUU, se pusiera con grandes caracteres. Como una tripa hueca… Por desgracia yo diría que es una tripa hueca llena de cañones, una tripa hueca que nos amenaza a todos.)

Entonces, la soledad del escritor creo que es un rasgo de su propia libertad, de su propia inviolabilidad. A mí hay algo que el mercado no puede comprarme y es la conciencia.

F.M.: Teniendo en cuenta que cada trayectoria esta surcada de noes, no solamente de los síes, evidentes a través de tus apariciones, tus declaraciones, tus ensayos, tus libros, siempre comprometidos, ¿dónde no has estado, cuáles son los noes que te han marcado más?

A.S.: El no, desde luego, es a la colaboración con el fascismo, con el capitalismo, pero también refiriéndome a términos culturales, con el feísmo, con el dominio del mercado… El no es rechazar el que yo por triunfar pudiera supeditarme a unos valores que me parecen terribles, irracionales y perniciosos, tanto para el ser humano como para la cultura. Mi no, en ese sentido, ha sido y será siempre tajante.

A veces cuento, como anécdota, que desde que se instauró la monarquía recibo anualmente una invitación para asistir a la fiesta que dan los reyes. Creo que he sido el único intelectual que no ha querido nunca ir. ¿Por qué…? Porque no me gusta ni vestirme de pingüino ni fingir lo que no siento… El día que un hombre, además monarca, llamado Juan Carlos quisiera hablar conmigo de los problemas del mundo o de la literatura o de lo que sea, estaría dispuesto a hablar. Pero ir allí, a la Corte, a rendir esta pleitesía, no. Entonces, de esos estoy lleno de noes.

F.M.: Y para finalizar, ¿cómo crees que se puede vencer el discurso dominante? ¿Hay señales para la esperanza?

A.S.: Manteniendo una posición crítica desde nuestro discurso y apoyando todos los movimientos organizativos que, al margen de los partidos tradicionales y, sobre todo, del poder, intentan coordinar el mundo en una respuesta al bloque dominante que desde Estados Unidos busca un pensamiento único.