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El necesario salto en busca de la democracia perdida

Del 15-M al 25-S

Fuentes: Rebelión

El surgimiento del movimiento 15-M en España supuso el inicio de un cambio de tendencia. Por fin, un amplio (aunque todavía no mayoritario) sector de la ciudadanía empezó a desprenderse de las telarañas de la apatía y el miedo que le atenazaban. Sin embargo, el 15-M tiene grandes retos que superar para revitalizarse, para, por […]


El surgimiento del movimiento 15-M en España supuso el inicio de un cambio de tendencia. Por fin, un amplio (aunque todavía no mayoritario) sector de la ciudadanía empezó a desprenderse de las telarañas de la apatía y el miedo que le atenazaban. Sin embargo, el 15-M tiene grandes retos que superar para revitalizarse, para, por fin, pasar de la casi inevitable indignación a la necesaria (pero nunca garantizada) revolución. Demasiados ciudadanos siguen apoyando en las urnas a los principales partidos de esta falsa democracia. Del gobierno «socialista» hemos pasado al gobierno «popular». El sistema involuciona cada vez más. Las clases altas siguen su hoja de ruta de ataques cada vez más agresivos e indiscriminados a la mayoría social. La democracia retrocede hasta puntos harto peligrosos. Frente a esta situación surgió recientemente la iniciativa de «ocupar» el Congreso de los diputados el 25 de septiembre, de rodear el parlamento para conseguir la dimisión del gobierno y de la jefatura de Estado, e iniciar un proceso constituyente.

Como era de esperar, dicha convocatoria del 25-S ha generado mucha polémica, incluso división de opiniones dentro de los distintos movimientos populares, como el 15-M. Algunas asambleas la apoyan mientras otras no. Los errores cometidos al organizar tal evento han generado demasiadas dudas. Por otro lado, la búsqueda del consenso o de mayorías demasiado amplias impide que ciertos colectivos vinculados al 15-M apoyen explícitamente las movilizaciones del 25-S, aun siendo apoyadas por más del 70% de sus integrantes en algunos casos. Las contradicciones organizativas del 15-M le empiezan a pasar factura, en forma de desmovilización, de división, de eternas discusiones (cada vez menos concurridas). El 15-M, por lo menos una parte de él, corre el serio peligro de encerrarse en sí mismo y no seguir avanzando. El buscar consenso o mayorías muy amplias, aun siendo deseable inicialmente, no debe convertirse en un obstáculo que impida tomar cualquier decisión, en una herramienta que facilite que ciertas minorías obstaculicen las acciones. ¿Es democrático que una organización se desvincule de cierto evento porque tan sólo el 30% de sus «afiliados» no lo apoyan? ¿No pesa más en este caso la opinión de la minoría frente a la de la mayoría?

Como mínimo, la Plataforma ¡En Pie! ha logrado ya generalizar el debate acerca de la cuestión del proceso constituyente. Este tema, por fin, ha entrado en la agenda de las discusiones de la ciudadanía movilizada. Surgieron voces acusando a dicha plataforma de antidemocrática y ultraderechista. Afortunadamente, los organizadores del 25-S reaccionaron con un nuevo manifiesto para aclarar sus posiciones. Ciertos políticos y periodistas del sistema comparan la iniciativa «ocupa el congreso» con el golpe de Estado del 23-F. Nada sorprendente. Hacen su trabajo. El sistema se defiende. Cunde cierto miedo «escénico» en algunos sectores del movimiento 15-M. Hay miedo a que el sistema reaccione violentamente, tenga la excusa buscada para hacerlo. Existe el riesgo de que el 25-S se convierta en una trampa, de que se busque demasiado demasiado pronto. Ciertos intelectuales que llevan tiempo combatiendo el neoliberalismo imperante se desmarcan de tal iniciativa o permanecen distantes, a la expectativa, en vez de mojarse.

Yo les pregunto a quienes se desmarcan del 25-S: ¿Cómo creéis vosotros que hay que presionar al sistema para cambiarlo? ¿Es posible cambiarlo simplemente rogando a las élites que lo controlan? ¿Es posible cambiarlo sin presionarlo? ¿Es posible llevar a cabo las interesantes ideas alternativas discutidas en ciertos sectores populares sin una democracia que merezca tal nombre? ¿Es posible transformar radicalmente el sistema sin la democracia real?

Las revoluciones nunca se han hecho pidiendo permiso al sistema establecido. Siempre se han hecho enfrentándose a la legalidad vigente. Lo legal no es siempre lo justo. Las revoluciones han sido siempre ilegales. Y lo seguirán siendo por mucho tiempo. Pero gracias a ellas tenemos algo de ley, no estamos del todo en la jungla. Debemos aprovechar las posibilidades legales para luchar legalmente contra la legalidad vigente, pero, inevitablemente, la ley se puede volver contra nosotros. Quienes controlan el Estado, controlan la ley, su aplicación. Si es necesario, se la saltan a la torera, la aplican arbitrariamente. Mientras sobre los pobres cae todo el peso de la ley, los ricos se enriquecen, precisamente, por su impunidad legal. La ley hecha por las élites es inherentemente contradictoria. Quien hace la ley hace la trampa. Basta con fijarse en nuestra actual Constitución monárquica que al mismo tiempo que dice que todos somos iguales ante la ley, pone al Rey por encima de ella. Por tanto, debemos procurar actuar legalmente, pero no debemos obsesionarnos por ser escrupulosamente legales. Pues, si es necesario para el sistema, para quienes lo controlan, lo que es legal puede dejar de serlo. A medida que el sistema involuciona el simple hecho de manifestarse en las calles pacíficamente se acerca cada vez más a la ilegalidad. Hasta la resistencia pasiva se intenta convertir en grave delito, similar al terrorismo. Lo legal no es necesariamente democrático. Esto es obvio en las dictaduras sin disfraz, pero lo es menos en las que tienen un disfraz de democracia, sin el cual no podrían subsistir mucho tiempo. Como decía Gandhi, en cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle. O como afirmaba Montesquieu: No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia […] Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa.

En nuestro actual sistema lo legal todavía dista mucho de lo justo. Si estuviéramos en una democracia auténtica no necesitaríamos recurrir a las huelgas, a las manifestaciones callejeras. El propio sistema democrático haría innecesarios semejantes actos de expresión popular porque él mismo encauzaría eficazmente la voluntad popular, no sólo de la mayoría sino que también de las minorías. La democracia es el gobierno de la mayoría respetando a las minorías, incluso a cada individuo. En la lucha por la democracia lo que debemos evitar a toda costa es la violencia física, es no respetar a las personas, es emplear métodos antidemocráticos. Pero, inevitablemente, perjudicaremos a unos pocos (aunque sólo sea por cuestionar su «chiringuito», por ponerlo en peligro de extinción). La lucha por la democracia beneficia a la gran mayoría pero atenta contra los intereses de ciertas minorías. Consiste en que todos (incluso las minorías que nos oprimen) puedan acceder a ciertos derechos humanos básicos, pero también consiste en que unos pocos pierdan ciertos privilegios a todas luces injustos, que atentan contra el más elemental sentido común.

Toda la historia de la humanidad nos enseña, sin ningún género de dudas, que el poder nunca cede si no se le presiona, que es necesaria una presión sostenida e intensa desde abajo para cambiar las cosas a mejor (para el conjunto de la sociedad). La poca democracia que tenemos en la actualidad (la cual, sin embargo, se está desnaturalizando) existe gracias a la presión ejercida en el pasado, desde abajo, por amplias capas populares. Creo que sobre esto no puede haber muchas dudas. Las dudas pueden surgir en cuanto a las estrategias a emplear, en cuanto a los objetivos a buscar a corto, medio y largo plazo.

Para poder hacer el viaje hacia una sociedad nueva, mejor y no peor, necesitamos primero, prioritariamente, proveernos, cuanto antes, del vehículo adecuado. Dicho vehículo no puede ser otro que la auténtica democracia. Dicho vehículo deberemos irlo mejorando en el tiempo, pero primero debe tener ciertas prestaciones básicas, mínimas, sin las cuales no es posible ni siquiera iniciar el largo camino de la emancipación social e individual. No son posibles gobiernos que gobiernen de acuerdo con el interés general si el poder no lo tiene el pueblo. Y realmente el poder todavía no lo tiene el pueblo. Sólo teniendo en cuenta esta verdad podemos explicar satisfactoriamente la impotencia que siente el pueblo al ver que aun eligiendo a su gobierno éste atenta contra él. Por esto, por ser un problema del sistema, y no tanto del gobierno de turno, me parece acertado manifestarse alrededor de la residencia de la «soberanía» popular: el parlamento. De un sistema podrido es casi imposible que surjan gobiernos que no estén podridos. Y es que la democracia es mucho más que poder elegir al gobierno, es poder controlarlo una vez que es elegido, es que el gobierno responda por sus actos ante el pueblo. La soberanía popular es imposible sin una real y efectiva separación de los poderes (sobre todo respecto del poder económico), sin referendos frecuentes y vinculantes, sin una ley electoral donde todos los votos valgan igual, sin la revocabilidad, sin el mandato imperativo,… De poco o nada (como estamos comprobando en estos duros momentos) sirve elegir a un gobierno si luego éste hace lo que le da la gana, si no cumple su programa electoral o sus promesas, en base a los cuales fue elegido.

La democracia real, al menos a corto plazo, será una combinación de democracia (verdaderamente) representativa y directa. Con el tiempo habrá que ir gradualmente yendo hacia una democracia lo más directa posible. Pero esto no podrá conseguirse de manera inmediata. Lo que sí es más factible a corto plazo es lograr una democracia realmente representativa y más participativa. Una vez superado cierto umbral, la democracia se realimentará a sí misma. Como la bola de nieve, será casi imparable. Debemos superar ese umbral que haga que la democracia se descongele y como el agua líquida fluya dinámicamente. En general, debemos impregnar a la sociedad de igualdad por todos sus poros. La libertad, en la vida en sociedad, es imposible sin igualdad en las relaciones sociales. Añadamos suficiente igualdad a la actual oligocracia y lograremos transformarla en democracia propiamente dicha. Ese umbral, a partir del cual podremos empezar a hablar realmente de democracia, puede superarse mediante un proceso constituyente. Ese necesario salto puede lograrse implementando ciertas medidas concretas partiendo de las condiciones actuales. En particular, sobre todo pero no exclusivamente, la separación de todos los poderes (muy especialmente respecto del económico, muy especialmente logrando una prensa independiente), la revocabilidad, el mandato imperativo y una ley electoral donde se cumpla el principio elemental de toda democracia «una persona, un voto». Lo más importante es lograr inicialmente un debate verdaderamente libre en el cual pueda participar toda la ciudadanía sobre cómo mejorar nuestra democracia. Esto sólo será posible cuando el pueblo tome él mismo el protagonismo que las élites intentan coartarle. Es el pueblo quien debe forzar los acontecimientos. Lo esencial es que la democracia se vuelva dinámica, que dé un importante, pero posible, salto inicial para a continuación seguir avanzando sin parar. Cuando todas las ideas puedan ser conocidas y cuestionadas en condiciones de igualdad entonces se nos abrirán verdaderamente las puertas de otras políticas, de otro sistema, de otra sociedad. No podemos esperar ingenuamente que las ideas alternativas (que tan lógicas y correctas nos parecen cuando, por fin, accedemos a ellas liberándonos del pensamiento único implementado por quienes monopolizan los medios para propagarlo) puedan llevarse a la práctica si permanecen en ciertos rincones marginales de la sociedad. Sólo con una democracia que merezca tal nombre, en la cual la libertad de prensa será sagrada, en la cual toda la gente podrá contrastar fácilmente entre todo tipo de ideas, será posible que la mayoría (y no sólo una minoría rebelde con iniciativa) se libere de prejuicios, de la desinformación, del pensamiento único.

Como la realidad nos demuestra tozudamente, no basta con escribir artículos que la mayor parte de las veces permanecen en ciertos círculos marginales de la sociedad, no basta con concienciar más a quienes ya lo están, no basta con denunciar al sistema, no basta con hacer de vez en cuando huelgas generales, no basta con salir a la calle en ciertas ocasiones para luego volver a casa (para quien la tenga) y que todo siga más o menos igual. Todas estas luchas parciales, sectoriales, individuales y colectivas, son necesarias, pero insuficientes. Deben converger en una gran lucha general de mucho mayor calado. Hay que luchar por cambiar el sistema, desde dentro de él y desde fuera, desde las instituciones y desde la calle. Debemos presionar al sistema unitariamente, coordinadamente, persistentemente, incluso cada vez más, apuntando a su armazón: el sistema político. No podremos transformar la economía si no controlamos primero el sistema político. Tampoco valdrá la pena controlar el sistema político si no buscamos con ello cambiar radicalmente la economía, el centro de gravedad de toda sociedad. No podremos socializar la economía, ponerla al servicio del conjunto de la sociedad, del ser humano, si primero no socializamos la política. La democracia política es condición necesaria, pero no suficiente, para lograr la democracia económica. No podremos repartir el trabajo, la riqueza, si primero no repartimos el poder de decisión. Decidir es hacer política. La democracia consiste esencialmente en repartir el poder. Cuanto más repartido esté, más desarrollada será la democracia. Desde el surgimiento del movimiento 15-M yo lo he apoyado, pero aportando mis críticas constructivas, más o menos acertadas, a veces incluso equivocadas, pero con la mejor intención. Cualquiera puede comprobarlo accediendo a cualquiera de mis artículos o libros disponibles en mi blog para su libre descarga y distribución. Desde el principio insistí en que el gran objetivo concreto a corto plazo del 15-M debería ser un proceso constituyente, lograr una democracia política real. Y desde el principio tuve claro y dije que esto sólo sería posible lograrlo presionando sostenidamente al sistema de múltiples maneras. Por fin ha surgido en España una iniciativa que tiene como objetivo que el pueblo protagonice una nueva transición. No habrá democracia real sin una transición real. Y no habrá una transición real si el pueblo no la protagoniza. La democracia vendrá desde abajo.

Yo no puedo saber las verdaderas intenciones de quienes han puesto en marcha tal iniciativa del 25-S. Tampoco pude saberlo con respecto a quienes iniciaron el 15-M. Pero eso no me impidió apoyarlo. Tampoco me lo impidieron en su día, ni me lo impedirán ahora, los errores cometidos a la hora de convocar, las dudas, los rumores, el miedo. Muchas de las cosas que se dicen ahora con respecto al 25-S ya se decían cuando surgió el 15-M. Sobran motivos para salir a la calle para denunciar a esta falsa democracia. Las razones para salir a la calle superan a las razones para no hacerlo. No puedo saber qué pasará, no puedo saber si algunos colectivos aprovecharán la ocasión para involucionar aún más nuestra débil democracia. Pero éste es un riesgo que hay que correr. La democracia ya está involucionando. Sí puedo saber con absoluta certeza que el sistema no cede si no se le presiona, que aún no lo hemos presionado suficientemente, que la democracia real es una herramienta imprescindible para lograr una sociedad mejor, que todavía no tenemos más que una oligocracia disfrazada de democracia. Obviamente, a raíz de dicha iniciativa existirán ciertas personas que intentarán que fracase, incluso desde dentro de la misma. Las quintas columnas siempre han existido en toda lucha, en toda guerra. Obviamente, podremos equivocarnos. Obviamente, podremos fracasar. Pero la peor lucha es la que no se hace. El peor fracaso es no intentarlo o intentarlo siempre de la misma manera sin corregir nuestros inevitables errores. El peor error es no tener en cuenta los resultados de nuestras acciones para cambiarlas, para readaptar las estrategias.

A mi parecer, los organizadores del 25-S deberían crear «brigadas» de voluntarios para garantizar el orden, para evitar las provocaciones violentas que seguro existirán (el sistema se defenderá de mil maneras). Como los hechos nos han demostrado, si somos muchos y actuamos pacíficamente, el Estado tiene miedo de reprimirnos violentamente por los efectos rebote que se producen, ganamos adeptos entre la ciudadanía. Sin embargo, si somos pocos o reaccionamos violentamente frente a las agresiones, el Estado tiene la excusa perfecta para hacer lo que más desea: reprimir mediante la violencia, cortar de cuajo cualquier atisbo de rebelión popular, presentarnos ante la opinión pública como «violentos radicales antisistema». Es muy difícil, yo casi diría que heroico, resistir pacíficamente los golpes perpetrados por la policía. Pero es absolutamente imprescindible para nuestra causa no caer en la trampa de la violencia. Yo creo que el 25 de septiembre de este año 2012, los organizadores del que puede ser un evento histórico, por lo menos para nuestro país, deberían recordarlo insistentemente, altavoz en mano, a todos los ciudadanos que acudan: no a la violencia. Previsiblemente, el Congreso de los diputados será blindado policialmente, no será posible ni siquiera acercarse a él. No pasa nada, si no nos dejan estar a 200 metros, nos iremos a 500 metros, a 1000 metros. La cuestión es llamar la atención pública. La cuestión es evitar la violencia. El ser sus víctimas, pero también, sobre todo, el actuar nosotros violentamente, aunque sólo sea para defendernos. Dicho sea de paso, el hecho de que esté prohibido manifestarse frente al parlamento habla mucho acerca de la calidad de nuestra «democracia». Pero, como ya vimos en otras ocasiones, cuando miles de personas desafiamos a las autoridades que mediante su ley intentan amedrentarnos, cuando somos muchos y pacíficos, el Estado lo tiene muy difícil para desalojarnos. En el número y en la unidad está la fuerza del pueblo. Debemos ser muchos y permanecer unidos. Sólo así podremos vencer, tarde o pronto.

Hay que procurar que el parlamento pueda seguir su normal funcionamiento. Yo creo que el objetivo no debe ser impedir el paso de los diputados (lo cual sería aprovechado por los lacayos del sistema para acusar a los manifestantes de antidemócratas, de golpistas, se lo pondríamos así muy fácil al sistema) sino llamar la atención de la opinión pública (nacional e internacional) y de las instituciones acerca del derecho que tiene el pueblo a decidir sobre lo que le afecta. No se deben repetir las escenas ocurridas en su día alrededor del parlamento catalán, las cuales hicieron mucho daño al movimiento 15-M, a la causa democrática. Este nuevo evento no debe volverse contra nosotros. Al contrario, debe servirnos de catalizador. Quienes dicen que es inoportuno, que viene demasiado temprano, deberían también explicar cómo creen ellos que hay que revitalizar a la «Spanish Revolution». Quienes dicen que van lentos porque van lejos deberían explicarnos cómo impedir que al ir tan despacio nos detengamos en el camino. Es verdad que al correr demasiado podemos tropezar, pero también existe el riesgo de que al ir demasiado lentos la marcha se detenga o pierda el rumbo, que la chispa se apague. Quienes, incluso desde algunos círculos del 15-M, acusan a los organizadores del 25-S de no tener objetivos claros deberían explicarnos qué objetivos tenían ellos al iniciar el movimiento ese día histórico del 15 de mayo de 2011. Precisamente, yo creo que ahora sí se han fijado objetivos claros y contundentes, ahora sí la democracia real tiene nombre y apellidos en nuestro país: proceso constituyente hacia la Tercera República.

Pedir la dimisión del actual gobierno por traicionar al electorado al incumplir sus promesas, un referéndum para que el pueblo elija su régimen (república o monarquía), debates públicos en los grandes medios de comunicación para que todas las opciones puedan ser conocidas en condiciones de igualdad, son demandas perfectamente asumibles por la ciudadanía y sólo pueden ser calificadas como democráticas y muy razonables. En nombre de la democracia exigimos que los gobiernos gobiernen para el pueblo, exigimos poder decidir nuestro régimen político. Pero no impedimos el normal funcionamiento de las instituciones «democráticas», por muy poco democráticas que sean. Este matiz es primordial. Las formas son consustanciales a la democracia. Quienes reivindicamos más y mejor democracia actuamos democráticamente. La democracia se hace al andar, al protestar también. El ejemplo es la mejor pedagogía.

Yo creo que la «ocupación» del Congreso, la acampada alrededor del parlamento, siempre que se haga pacíficamente, siempre que se fijen objetivos claros y asumibles por la inmensa mayoría de la población, por lo menos, podría lograr que mucha más gente se conciencie y luche, podría lograr (tal vez ya lo haya hecho) que el 15-M se centre en una gran reivindicación, la democracia real, la cual, por fin, empieza a tomar forma concreta: proceso constituyente. La democracia real sólo podrá alcanzarse democráticamente. Manifestarse pacíficamente en las calles es también democrático. Exigir la dimisión de un gobierno ilegítimo, por haber traicionado al pueblo, es democrático. Exigir más y mejor democracia es democrático. Quienes no creen que esto sea así, que hay que presionar desde abajo, desde la calle también, en pos de un proceso constituyente, quienes no creen que esto sea posible o adecuado hacerlo de la manera planteada, que nos expliquen cómo creen que pueden lograrse cambios sistémicos, que nos expliquen por qué no surgen desde el mismo sistema, que nos expliquen cómo regenerar nuestra democracia, cómo presionar más eficazmente. Si no están de acuerdo con el evento propugnado para el 25-S, con su estrategia, con sus objetivos, que den alternativas, que digan cómo creen ellos que hay que actuar. Se admiten, es más, se necesitan sugerencias. No son momentos para permanecer callado. El silencio delata. El silencio es sospechoso. Las explicaciones insuficientes también. Así como las críticas sin propuestas alternativas. Es hora de actuar y no sólo de hablar.

Yo pienso que el 25-S puede ser ese revulsivo que necesita el 15-M. Pero también existen muchos peligros, como siempre ocurre cuando se cuestiona y acosa al sistema establecido, cuando se pasa a la acción, cuando ésta es de mayor calado, ambiciosa, arriesgada, concreta. El tiro puede salir por la culata. Pero debemos ser ambiciosos, apuntar alto, arriesgarnos, concretar. El peor riesgo es no arriesgarse. Únicamente no se equivoca quien no hace nada. Sólo podremos superar los obstáculos que nos pondrán en el camino con tenacidad (en los objetivos esenciales buscados), flexibilidad (en las estrategias empleadas para alcanzarlos), transparencia, coherencia (¡cuánto daño hace al enemigo!), humildad, honestidad, unidad, autocrítica. Tal vez logremos ya resultados concretos. ¡Ojalá sea así! Deberemos poner toda la carne en el asador. Tal vez fracasemos esta vez, en cuyo caso deberemos volver a intentarlo, readaptando nuestra estrategia, aprendiendo de nuestras experiencias prácticas. El 25-S puede suponer un antes y un después para el 15-M, para el movimiento republicano, para las clases populares, para bien o para mal. De nosotros, los ciudadanos de a pie, depende fundamentalmente que suponga un impulso, y no una trampa, para nuestra causa, para la causa del pueblo, para la lucha por una democracia real. Quienes han organizado este cotarro del 25 de septiembre no deben dejar lugar al más mínimo resquicio de dudas. Deben explicar a la opinión pública, abiertamente, sin complejos, si es necesario mediante ruedas de prensa, asambleas populares, las que hagan falta, cuáles son sus motivos y objetivos. En mi humilde opinión, el mensaje a transmitir a la ciudadanía debe ser breve, contundente y claro como el agua cristalina de los ríos: no tenemos una democracia real, debemos luchar (pacíficamente) por ella, necesitamos más y mejor democracia, queremos que el pueblo sea dueño de su destino, un gobierno que incumple sus compromisos al llegar al poder es ilegítimo, un sistema que se niega a darle voz al pueblo sobre aquellas cuestiones que le afectan gravemente no puede autodenominarse como democrático. La democracia no consiste en poder elegir a nuestros dictadores. Los votos no deben ser cheques en blanco.

¡El poder al pueblo! ¡El pueblo unido jamás será vencido! ¡Sí se puede! ¡El 25-S todos a rodear el parlamento!

Blog del autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/

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