Se cumplen 10 años de un hito que nacido en el corazón del Reino de España, aquel del “No pasarán”, traspasó no solo las fronteras de Madrid sino del Estado, y cuyo eco resituó elementos y de alguna forma marcó una época.
Hoy que los grandes medios homenajean el movimiento, situándolo muchos como detonante del fin del bipartidismo en España y recordándolo como quien recuerda a un familiar simpático y rebelde que ya falleció, se hace necesaria una lectura crítica sobre todo ese proceso nacido en 2011, en la primavera más colorida y democrática de décadas en los pueblos de España. ¿Qué significó y qué cambió el 15M? ¿Fue realmente un antes y un después? ¿Qué rol jugaron los nuevos partidos políticos nacidos tras el movimiento? ¿Qué queda hoy de los indignados? ¿Es el neofascismo, el ayusismo o el confusionismo que nos acecha la expresión de un fracaso del ciclo político nacido un 15 de mayo de hace ahora 10 años?
Siempre se hace más fácil escribir sobre procesos nacionales y territoriales a los cuales no nos sentimos arraigados que analizar políticamente la propia realidad. Sobre ésta caminamos con una mochila de demasiadas subjetividades a la espalda. Al ejercicio de la razón se le mezclan no pocas emocionalidades y sentimientos producto de largos procesos de amores y desamores. No prometemos que las líneas que aquí iniciamos estén exentas ni de unas ni de otros. Sí en cambio que trataremos de dibujar una lectura de estos 10 años con el máximo respeto y honestidad. Honestidad que nos lleva a no disimular la subjetividad, como tampoco el necesario ejercicio crítico y autocrítico. Prometemos también que no daremos respuesta a todas las preguntas, que no seremos breves y que no hablaremos desde púlpitos ni falsas barreras. De muchas de las críticas que aquí esbozamos, estas manos escribientes no quedan liberadas. Si hacemos este ejercicio, contra una parte de nosotros, lo que fuimos y muy probablemente sigamos siendo, es para que puedan servir de insumos a las nuevas épocas por venir, a la construcción de un nuevo porvenir que nos supere y nos haga mejores. De la mano con las de siempre, contra los mismos de siempre.
Del 15 de mayo al 15M
Un 15 de mayo de 2011, acudimos al llamado de una manifestación por las calles de Madrid para expresar el descontento ante el deterioro de las condiciones de vida. Como en otras ciudades del Estado, varios miles caminamos pacíficamente en una soleada tarde de primavera hasta la Puerta del Sol. Finalizada la marcha, la cosa se disolvió; como en otras ciudades y como tantas otras veces, la mayoría nos retiramos para al día siguiente acudir a nuestros trabajos, quienes teníamos la suerte de tener trabajo en un país de más de 5 millones de desempleados. Mientras, esa misma noche, un grupo de jóvenes de esos a los cuales habitualmente se criminaliza por ensuciar la imagen de la protesta o de las calles, decidieron acampar en Sol. Probablemente todo habría acabado ahí de no ser porque la policía decidió disolver con violencia a los jóvenes acampados, perseguirles y reprimirles por las calles de Madrid. La noticia amaneció en todos los medios, provocó la indignación generalizada y el pueblo de Madrid respondió de forma inédita: ocupando Sol de tal forma que no cabía un alfiler y las calles adyacentes a la plaza eran un tapón. La indignación se desbordó y nos desbordó. Más gente decidió acampar esa noche. Al día siguiente más de lo mismo. La masividad y diversidad de las protestas paralizó la solución policial. El acampe crecía día a día hasta levantar una especie de ciudad improvisada y autoorganizada. En el campamento de la puerta del Sol, entre las carpas, había comedor, cocina, biblioteca, espacios comunes y hasta guardería. Se crearon comisiones y grupos para trabajar en cada área. Primero en cuestiones puramente organizativas -logística, interna, comunicación, coordinación, información…- luego cada vez más políticas, educativas y formativas –comisión de política internacional, nacional, jurídica, educación, economía, medio ambiente, transversal…- En cada esquina se encontraban asambleas discutiendo, debatiendo, pensando colectivamente. Las calles eran una especie de escuela política y popular.
Manifestaciones y acampadas se multiplicaron en los siguientes días al 15M en alrededor de 100 plazas del Estado español y la indignación contagió a otros pueblos, incluido el corazón del imperio y el famoso Occupy Wall Street. Las acampadas ocuparon las plazas del planeta. Había nacido lo que se bautizó como movimiento de los indignados, por influencia del manifiesto ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel.
¿Indignados ante qué? Si el 15M fue una especie de comienzo de ciclo político, su antecedente fue la crisis global de 2007-2008, nacida en el corazón financiero de EEUU con las famosas hipotecas subprime y expresada en un Reino de España que había vivido más de dos décadas de fiesta neoliberal y un crecimiento ficticio basado fundamentalmente en el ladrillo. La burbuja inmobiliaria estalló y salpicó a numerosos sectores. El golpe fue profundo. Las clases populares sufrieron las consecuencias de una crisis económica, social y política que afectó a millones de personas. Es ante eso que se levantó la indignación ocupando de forma pacífica calles y plazas. La pregunta es, ¿qué sector de esas clases oprimidas es el que se movilizó mayoritariamente durante el 15M? La respuesta a esta pregunta, toca una de las debilidades principales del movimiento, presente ya en su germen.
Grietas fundantes
La gran heterogeneidad del levantamiento social del 15M se expresó en la cantidad de lemas llenos de ingenio que dieron vida a plazas y sueños. Desde los que increpaban y referenciaban la política interna, las consecuencias locales de la crisis y la corrupción generalizada de la clase política: «No nos representan», «PSOE y PP la misma mierda es», «Entre capullos y gaviotas nos han tomado por idiotas», «Violencia es cobrar 600 €», «¿Dónde está la izquierda? Al fondo a la derecha», «Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo», «No hay pan para tanto chorizo», «No falta dinero, sobran ladrones», «Nuestros sueños no caben en vuestras urnas», «Los políticos nos mean, los medios dicen que llueve», «Nietos en paro, abuelos trabajando» hasta los que arremetían, sin nombrarlo explícitamente, al sistema: «Error de sistema. Reinicie, por favor», «No es una crisis, es el sistema», «Lo llaman democracia y no lo es», «Me sobra mes a final de sueldo», «Manos arriba, esto es un contrato», «No somos mercancía de políticos y banqueros» pasando por otros más alegres, ambiguos y primaverales: «Cuando se apagan las farolas brilla Sol», «Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir», «No somos antisistema, el sistema es antinosotros», «Tu pasividad es tu complicidad», «Apaga la tele. Enciente tu mente», «Yes, we camp», «Ya tenemos Sol. Ahora ¡La luna!», «La primavera ha llegado a Sol», «Esto no es cuestión de izquierdas contra derechas, es una cuestión de los de abajo contra los de arriba».
La cantidad de corrientes y sectores ideológicos que se sumaron a la protesta supera una descripción rápida acerca de su textura, que solo puede simplificarse aludiendo a su heterogeneidad. La gran virtud del movimiento, lo que le dio masividad, es a la vez su gran debilidad. Si bien encontramos pluralidad en cuanto a tendencias, corrientes, tribus y miradas políticas, así como sectores más o menos politizados –no por ello no ideologizados-, su composición social no fue tan heterogénea. La mayor participación y protagonismo en el movimiento lo tuvieron fracciones de la mal llamada clase media.
Fuimos las capas medias urbanas las que salimos a las calles a protestar el 15M. El sujeto principal del movimiento fue una juventud cualificada, con estudios universitarios, master, idiomas, a mucha de la cual la explotación de la fuerza de trabajo de nuestros padres nos dio la posibilidad de alcanzar una formación a la que ellos no tuvieron acceso, y sin embargo padecíamos la falta de oportunidades laborales, una “juventud sin futuro”, condenada en muchos casos a emigrar. Ante la precarización de las condiciones de vida de esas capas medias, la pérdida de los “privilegios” de la clase trabajadora del norte y el desmontaje del llamado Estado del bienestar, cae la venda consumista del volátil consenso neoliberal. Sin embargo, la llamada clase obrera y los sectores más agredidos por la crisis no participaron activamente en el movimiento, o lo hicieron de forma más puntual.
El movimiento se autopercibe como un antes y un después. Antes del 15M, y esta mirada se fue profundizando con el tiempo, todo era viejo. El 15M encarnaba algo más que un rito iniciático: el punto cero de un nuevo hecho político. En la multitud de comisiones en cambio, los liderazgos, la conducción, la moderación, era asumida por personas con una base política y formación en la conducción de asambleas y procesos. Realidad inevitable y lógica que indica sin embargo que el movimiento no nació de la nada sino de una experiencia política previa y de un contexto histórico. Discutir formas de hacer política anquilosadas, cooptadas, entregadas a los poderes dominantes, es muy diferente a renunciar a toda una herencia política. Sin ese legado, sin ese aprendizaje del ayer, quedamos huérfanos de mañana, entregados a las fauces de los más interesados en borrar y desdibujar el pasado histórico. Esta será, a nuestro juicio, la mayor grieta fundante del movimiento.
Entre la gran cantidad de comisiones que surgieron durante el tiempo que duró la acampada en Sol, hubo una que nos sorprendió y no precisamente para bien: la comisión de espiritualidad. Creemos que no es casual que así fuera, y manifiesta no solo la heterogeneidad de la que hablamos, sino la aparición en el movimiento de elementos y factores que favorecen la despolitización en un sentido popular y la ideologización en un sentido común propio del autoconsumo neoliberal posmoderno y progre. Qué mejor ejemplo de ello que la presencia de las modas propias del misticismo descontextualizado del New Age, con todas las vertientes de la filosofía de la autoayuda y el pensamiento positivo. Y ahí aparece el factor de lo emocional muy presente ya en el 15M. Elemento bisagra de una subjetividad macerada por los instrumentos culturales del neoliberalismo, lo emocional definirá cada vez más la despolitización de la política en los años posteriores a 2011.
El 15M fue una impugnación y un grito legítimo y necesario contra el orden y el statu quo. Pero también, como es lógico, expresión de la sociedad de nuestro tiempo, con todas sus falencias, miserias y contradicciones.
La estela indignada
Dormíamos, despertamos, decía una placa que colocó el movimiento a los pies de la estatua ecuestre de Carlos III. No fue literal, pero sí parecido. El 15M supuso para muchas conciencias un antes y un después. Colocó sobre la mesa temas y debates de forma masiva, logrando a los pocos días una aceptación popular inédita. No todas las expresiones del 15M adolecían de los males expuestos. Mucha gente entendió las movilizaciones desde otros parámetros, y se lograron transformaciones en el terreno de lo simbólico y lo organizativo importantísimas.
Levantadas las acampadas de las plazas, la propuesta y el trabajo se llevó a los barrios, donde se replicaron espacios y comisiones de diversas áreas, talleres, grupos de consumo agroecológico y local, huertos urbanos, universidades populares… Movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o Stop Desahucios en la vivienda y la lucha contra los desahucios, Marea Verde en educación, Marea Blanca en Sanidad, Marea Amarilla en Pensiones y muchos otros movimientos y organizaciones territoriales que perduran son hijas del 15M. De la misma forma que grandes movilizaciones como el Rodea el Congreso, producto de las cuales algunos compañeros siguen a día de hoy criminalizados y encarcelados, y las extraordinarias Marchas por la Dignidad.
Las consecuencias del 15M también tuvieron su eco en lo electoral, modificando elementos y, más que “pateando el tablero”, poniendo nuevas fichas sobre la mesa que complejizaron el juego de la batalla política institucional.
Del sí se puede a Podemos
El partido en el gobierno cuando estalló el 15M era el PSOE de Zapatero, que pasó de negar la crisis tras el crack de 2008 a modificar a puerta cerrada el artículo 135 de la Constitución dando prioridad al pago de la deuda frente al gasto social. En las elecciones de 2011 ganó por mayoría absoluta la derecha del PP. Ya se sabe: el bloque de la derecha siempre vota.
Hubo que esperar un tiempo hasta que surgió una propuesta electoral que decía representar el espíritu indignado. Izquierda Anticapitalista puso la estructura, Pablo Iglesias el rostro y las elecciones al Parlamento Europeo hicieron el resto. Los buenos resultados en esos comicios colocaron a Podemos en el ámbito que mejor sabía moverse y del cual nació: el mediático. La figura de Pablo Iglesias, quien había alcanzado un reconocimiento en las tertulias políticas televisivas, fue la carta de presentación de unas siglas que se decían movimiento y no partido. Que arremetían contra la vieja forma de hacer política, que impugnaban a los partidos del régimen del 78, que se decían herederos del 15M. Podemos se colocó en la órbita mediática encarnando la posibilidad de un cambio. Todo el mundo hablaba del fenómeno. Hemos nacido para ganar, decían sus voceros.
Muchos de quienes crecimos en el solar yermo del neoliberalismo de los 90 y principios de siglo, que veníamos participando en las grandes movilizaciones desde el 15M, nos emocionamos y vibramos con el surgimiento del partido morado, y lo consideramos una herramienta valiosa para comenzar a tejer un cambio político asentado en las demandas populares, y en conexión con la movilización popular. No alcanzamos a adivinar entonces que la movilización daría paso a la delegación y la representación.
Las ya debilitadas asambleas de barrios mutaron en círculos, que formarían las bases de Podemos, de las cuales recogería las demandas de los de abajo. Era la teoría. La práctica fue demostrando que su presencia era testimonial y ante su inutilidad orgánica acabaron desapareciendo. La euforia dio paso a la decepción y con el tiempo, dolores y enfados intestinales a un lado, fuimos visualizando las debilidades fundantes y evolutivas de Podemos. Retrospectivamente constatamos que expresó y utilizó la parte más efímera y volátil del 15M, la menos politizada. Sus formadas dirigencias políticas focalizaron esfuerzos en un supuesto “asalto al cielo” centrado puramente en la batalla por lo institucional, emprendiendo así un peregrinaje más propio de las aves y los vientos que de una formación con un proyecto político sólido de transformación. Su rápido ascenso se basó en el márquetin y la estrategia de comunicación en redes. Jóvenes formados en el manejo de nuevas tecnologías, redes sociales e internet, manejaron como ningún otro grupo este campo. Poco que objetar. Para jugar en el campo de lo electoral hay que asumir la lógica de algunas reglas del juego. El problema es cuando esa lógica acaba desvirtuando el propio horizonte de aquello por lo que se supone se lucha.
Tanto el discurso de Pablo Iglesias en los debates televisivos como posteriormente Podemos en sus inicios, pusieron sobre la mesa elementos de radicalidad y confrontación con las estructuras que apuntalan el sistema en el Estado capitalista español. La impugnación del régimen del 78 aludía al pacto de la transición y la constitución de 1978, que lavó la cara al régimen franquista. Podemos defendió propuestas como auditoría de la deuda, vivienda digna, prohibición de los Centros de Internamientos de Extranjeros, fin de los paraísos fiscales o las puertas giratorias, denunció a la Europa del capital y las políticas de austeridad, pidió la derogación de los tratados de libre comercio entre EEUU y la Unión Europea, y en sus momentos de mayor inspiración habló de nacionalización de sectores estratégicos de la economía o la creación de una banca pública. Propuestas que fueron desdibujándose y mezclándose con lemas que bebían de las fuentes más ambiguas del 15M: “no somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba”. Las propuestas mutan en el pensamiento positivo y el ¡Sí se puede! Ese popurrí caótico le beneficia en términos electorales y cortoplacistas a la vez que constituye su derrota anticipada como alternativa popular.
Para quienes conocemos y participamos en procesos políticos de América Latina, no deja de sorprendernos que gran parte de las dirigencias que formaron el núcleo duro de Podemos, estudiaron e investigaron algunos de esos procesos latinoamericanos. Constatamos ahora con cierto conocimiento de dichas realidades que no solo bebieron de las fuentes teóricas más ligadas a su ser y su extracción de clase, sino que focalizaron sus investigaciones académicas en la práctica política en la que acabaron participando activamente. Las tesis posmarxistas de pensadores como Ernesto Laclau sedujeron a las posteriores dirigencias de Podemos. El mantra del significante vacío dejó vacío de proyecto a Podemos. La transversalidad adopta la demagogia como una especie de “populismo” positivo. El sentido común posmoderno nos deja sin horizonte.
A la par que se va soltando lastre y desechando propuestas de carácter popular, opera a la interna de Podemos la batalla de tronos. La agresión mediática que primero los aupó y luego los condena solo añadió leña a un fuego que sus propios vicios alimentaron. Luchas caciquiles, las peores prácticas dogmáticas de los partidos tradicionales a los cuales criticaban, purgas internas, incoherencias personales, amiguismos, líos amorosos. La batalla más representativa la lideran Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. ¿Cuánto de disputa política y cuánto de intestinal? Centrémonos en lo político, que de lo mundano se sabe demasiado. Pablo Iglesias pugna por un acercamiento a Izquierda Unida, con quien acaban formando Unidas Podemos. Iñigo es más partidario de coquetear con el PSOE. Podemos se rompe. Errejón se desmarca y crea Más Madrid y Más País y Podemos acabaría formando “el gobierno más progresista de la historia” pactando con uno de los dos partidos del régimen: el PSOE. Con ese pacto no solo se consolida la traición a los principios sobre los cuales se levantó su propuesta, sino que apuntala al régimen al favorecer el fortalecimiento de un PSOE que pasaba por sus horas más bajas. Si Podemos llegó para patear el tablero, acabó devolviendo las fichas a la mesa y casi pidiendo perdón por la osadía. Lo menos que se puede decir es que si pensaron que un pacto de gobierno en inferioridad de fuerzas con los tiburones del PSOE les situaría en términos de ventaja al menos de cara a la simpatía popular, realmente fueron muy ilusos. Por respeto a quienes lo hacen honestamente, no mencionaremos otros posibles factores.
Lo cierto es que a día de hoy, si podemos algo es sostener con no pocas razones que Podemos fracasó en su intento de asaltar los cielos en un sentido popular. Lo decimos con un dolor inmenso, pero esa herramienta política no nació para ser lo que hoy es, a pesar de toda la gente hermosa que sigue trabajando en ese espacio con toda su buena intención. Arrastró así mismo a una formación histórica, que sí tiene o tenía un proyecto político más sólido, como es Izquierda Unida, al espacio de la política vacía de contenido y llena de significantes emocionales. Unidas Podemos acabó practicando a nivel nacional la política de pactos con el PSOE que muchos criticamos en el pasado a Izquierda Unida a nivel local.
Movimientismo o partidismo
10 años después del 15M, vivimos una nueva crisis que supera la de 2008 y cuyas secuelas pueden ser catastróficas. Todas las condiciones están dadas para la rebelión. Las razones que nos llevaron a levantarnos en 2011 siguen presentes y se han agravado. La desigualdad crece “como la desdicha a cada rato”. ¿Por qué no somos capaces de articular una respuesta popular masiva a este momento y lo que se viene? Sería un tremendo error responsabilizar a Podemos de todos los males que aquejan al campo popular. La delegación de la participación política y el cambio de la necesaria creación de poder popular por la representación electoral también es consecuencia de un tipo de subjetividad que penetra en los sujetos políticos y los movimientos.
Un debate se reedita en todo este proceso. Debate que no es nuevo. La eterna discusión de si las luchas se dan por arriba o por abajo es, a nuestro juicio, un debate tan estéril que solo conduce a acumular decepciones, disidencias y divisiones. Conviene, de hecho recurrir a la historia de los movimientos obreros y populares de esta y otras latitudes para sacar lecciones y aprendizajes. Tan lastrante es pensar que las luchas políticas para las grandes transformaciones se deben librar exclusivamente en los salones parlamentarios como minusvalorar o desechar la necesidad de una visión y un proyecto político de Estado, y pensar que todo lo resuelve la discusión asamblearia.
El 15M fue una escuela en muchos sentidos. Solíamos participar en las asambleas de la comisión logística de Sol. Tras varias semanas de acampada, los ánimos de quienes hacían noche en el acampe estaban cansados. Planteaban en esas asambleas internas que debían asumir labores para las cuales no estaban capacitados, como cuestiones de seguridad, y expusieron que en las noches se estaban dando dificultades y ciertas agresiones relacionadas con la delincuencia común propias de una urbe desigual como Madrid que si pasaban a mayores podrían enturbiar todo el movimiento. Tras horas de deliberación y discusión, se llegó a la conclusión de que Acampe Sol había cumplido su función y era la hora de descentralizar y hacer trabajo territorial en los barrios. Todas las presentes estuvimos de acuerdo y decidimos llevar la propuesta a la asamblea general de la tarde, que solía ser masiva. Llegada la noche, tras horas de discusión y expuestos los motivos, de acuerdo la mayoría en que había que retirarse de Sol, tomó la palabra un hombre de mediana edad a quien nadie habíamos visto antes, y se marcó un discurso encendido defendiendo que Sol era un símbolo que se había constituido en faro internacional de las luchas… tal y tal. El hombre, enardecido como un pastor evangelista, contagió el éxtasis a los presentes, que aplaudieron mayoritariamente ante la mirada atónita de quienes ponían cuerpo, tiempo y trabajo cada noche. El campamento continuaba.
Neofascismo
Las recientes elecciones de Madrid, con la victoria aplastante del Partido Popular de Ayuso y la posterior dimisión del mayor referente de Podemos desde sus inicios, Pablo Iglesias, nos lleva a hacernos la pregunta de si este hecho lamentable pone fin a una especie de ciclo político nacido el 15 de mayo de 2011.
De la misma forma que se caracteriza todo un fenómeno que responde a múltiples factores con el término reduccionista del trumpismo, podríamos caer en la tentación –líbranos del mal- de hacer lo mismo en los feudos del Reino de España con el concepto del ayusismo, o el voxismo, en referencia a la líder del PP y al partido españolista de extrema derecha Vox. El ayusismo, así, habría firmado el acta de defunción al ciclo político del 15M. El acontecer político es siempre más complicado y toda simplificación oculta los necesarios matices.
Tras la irrupción de Podemos, emergió otra fuerza política joven y fresca que copió formas, discurso y estrategia mediática. En este caso, eso sí, financiada por los grandes poderes. El espacio vacío del que Podemos se nutrió y alimentó lo rellenan luego otras fuerzas de tendencia antagónica. Ciudadanos arrebató tanto el voto de sectores que habían votado a Podemos como a parte del electorado clásico del PP, ante sus escándalos de corrupción. Tras la versión liberal del “centro político” de Ciudadanos, el poder ensayó su versión radical con Vox, una especie de neofascismo liberal que llega para marcar la agenda y virar el discurso más hacia la derecha. Toda la progresía se pone a la defensiva. El coco del fascismo nos repliega en la defensa de las políticas neoliberales del gobierno “progresista” liderado por el PSOE. Los grandes poderes se frotan las manos.
¿Cuál es el punto en común de los discursos que seducen a las mayorías, y que esgrimieron tanto Podemos como Ciudadanos o Vox en sus inicios? Arremeter contra la corrupción y la casta política tradicional tiene rédito electoral. El gran descrédito de la clase política deja frases desafortunadas como “todos los políticos son iguales”. Los nuevos partidos que supuestamente tambalearon el bipartidismo PP-PSOE emergen con fuerza y luego se desinflan. Las históricas estructuras de los viejos lobos de la política, ante el fracaso de una propuesta alternativa, siguen operando hoy, revitalizadas.
Escarbando en internet para escribir este artículo, nos quedamos atónitos al descubrir un vídeo en las redes sociales de Vox, con muy buena calidad, llamado “15M, seguimos indignados”. Más estupefactos al comprobar que los tres participantes en el vídeo, personas de la clase trabajadora, afirman que estuvieron en el movimiento y se declaran fieles seguidores de Vox, partido que para ellos encarna el espíritu indignado del 15M. La descripción del vídeo, dice así: “en 2011 miles de españoles se manifestaron en la Puerta del Sol de Madrid contra la corrupción y el bipartidismo. 9 años después del 15M hemos hablado con alguno de sus participantes y nos han contado los motivos por los que siguen indignados”. Más allá de la sorpresa ante semejante hipocresía, nada nuevo bajo el sol, que la extrema derecha pretenda disputar a las izquierdas el voto de los sectores populares y las clases trabajadoras. En cualquier caso, la sola posibilidad de esta instrumentalización, no deja muy bien parado al movimiento.
De la misma forma que un sujeto como Trump en el poder no puede explicarse sin remontarse años atrás y analizar el desmontaje previo del tejido industrial y la precarización neoliberal de la clase obrera norteamericana, hoy desempleada y sin futuro, política en la cual participaron activamente los demócratas, no podemos obviar en el análisis del fortalecimiento del fascismo en el Reino de España, el papel que la progresía del PSOE y todos sus altavoces mediáticos jugaron como copartícipes y legitimadores de las medidas neoliberales más canallas. El ascenso de la extrema derecha no es resultado del fracaso del 15M, sino de la falta de articulación de un proyecto radical de cambio político. El 15M, con todas sus virtudes y defectos, es resultado también de esa subjetividad y esa emocionalidad líquida. Y nos duela o no, lo que vino después del 15M tampoco logró levantar una alternativa de carácter popular que articule una respuesta a las necesidades de las grandes mayorías. Cierto es que desperdiciamos una oportunidad.
La respuesta a si el desinfle estratégico de Podemos acaba con un ciclo político, es no. Los procesos históricos ni son lineales ni pueden caracterizarse por una serie de ciclos que se repiten mecánicamente. La lucha sigue abierta y el 15M dio lo que pudo dar en un momento histórico concreto hecho por sujetos políticos concretos, de carne y hueso, producto de su tiempo histórico. Nada comienza de cero. Por eso son muchas las enseñanzas que nos deja todo este proceso. Nos sumamos al 15M y nos volveríamos a sumar, qué duda cabe. Pero debemos sacar algunas lecciones de esta etapa política que nos permitan afrontar el futuro en mejores condiciones.
Regresando de nuevo a Madrid, podríamos señalar muchos factores coyuntuarles como causantes del resultado, como la falta de estrategia y liderazgo del gobierno central en afrontar la crisis social y económica que vivimos, agravada por la crisis sanitaria. En un reciente artículo publicado en el diario mexicano La Jornada [1], el pensador de origen chileno radicado en Madrid Marcos Roitman, hizo un valioso análisis donde relacionaba lo sucedido en las recientes elecciones madrileñas con el declive del hecho político y el debate de ideas y la exaltación del campo de lo emocional. A ese juego quiso jugar el bloque progresista con la dicotomía “democracia o fascismo”, como si en el Reino de España viviéramos en democracia. Ese campo, el de las emociones, la exaltación alejada de lo político y las razones, lo domina la derecha. El resultado en Madrid fue una especie de metáfora de lo que ocurre cuando la izquierda renuncia a las propuestas. La mentira, la posverdad y el caos informativo y moral es terreno enemigo. La honestidad, la coherencia, la verdad, la ética y la razón política el nuestro. Si lo olvidamos morimos.
De la indignación a la Rebelión popular
El 15M fue un remecer de las conciencias. Alteró el espacio de lo simbólico y lo emocional. Y aunque no modificó estructuras, devolvió los sueños a sujetos sociales educados en la resignación. Y como apuntamos, dejó un poso organizativo valioso del cual se mantienen importantes expresiones. No es poca cosa.
Uno de los momentos más emotivos del 15M en Madrid fue cuando desde una asamblea general conectamos por videollamada con el movimiento estudiantil chileno que en esos días agitó todo el espectro político desde las plazas y calles en la tierra de Allende, Víctor o Violeta. Lo que vivió Chile en 2011 es muy similar a lo que vivimos nosotros, un movimiento liderado por los estudiantes que como relata el historiador Sergio Grez Toso “logró ganarse una simpatía difusa a nivel general”, llegando en algunos momentos a un 80% de aceptación. Años después, Chile vivió algo que los pueblos de España no hemos vivido: un estallido social que mutó en Rebelión Popular. ¿Por qué? De nuevo en palabras de Grez, “por su duración en un período amplio de tiempo, por su profundidad, por la gran variedad de sectores sociales involucrados, desde marginales hasta sectores de clase media y profesionales, y por la politización de las demandas cuestionadoras del modelo neoliberal”. A día de hoy, lamentamos decir que aunque todas las condiciones materiales están dadas para la rebelión en los pueblos de España, no estamos en las condiciones objetivas para que ocurra algo similar, comenzando por la falta de aceptación social de elementos que se dan en Chile y que aquí no toleramos, como el factor de la violencia política y el papel de la llamada Primera Línea, asunto complejo que da para otro texto.
Lo que se dio en Chile desde 2019, o en estos días en Colombia, sin embargo no basta. Las rebeldías, los estallidos y las rebeliones populares, para que se conviertan en transformaciones de calado histórico, a largo plazo, necesitan de un proyecto político compartido que cristalice el descontento y la rabia en alternativas reales de cambio. Sin una propuesta de país, sin un proyecto de carácter nacional o plurinacional que articule las luchas y las demandas de las grandes mayorías, construidas de forma participativa, protagónica y democrática, que beba de las fuentes de todas las luchas anteriores, que resignifique mitos y empate lo emocional con lo plebeyo, no lograremos caminar hacia un horizonte popular. Bienvenida la “creación heróica” en la búsqueda de ese horizonte que tanto necesitamos. No será sin embargo renunciando a las identidades de una izquierda anticapitalista. No será sin situar en el centro de la praxis política la perspectiva de la lucha de clases. No será sin regresar al trabajo de base, a bregar en los barrios, a asumir la formación política y colectiva como tarea central para el cambio. No será olvidando a Marx y asumiendo a Laclau, los significantes vacíos, modas postmarxistas y postmarcianas. No será sin colocar en la memoria las dignas luchas históricas que nos precedieron. De nosotros depende que las rebeldías que vendrán superen las deficiencias anteriores y hagamos de los errores acumulado de aprendizaje, sueños y esperanzas. De la mano con las de siempre, contra los mismos de siempre.
Nota:
[1] Marcos Roitman Rosenmann, Comicios en Madrid, La Jornada, 7 de mayo de 2021
Vocesenlucha. Comunicación popular. Pueblos América Latina, el Caribe y Estado español