Mi buen amigo Joan Coscubiela escribía hace unos días acerca de la oportunidad de grandes cambios en el modelo productivo y las relaciones sociales como consecuencia de una pandemia que, de un manotazo, ha desnudado todas las miserias de la globalización neoliberal y revelado la vacuidad de sus dogmas. Ante los ojos de la opinión pública aparecen hoy las consecuencias de haber debilitado la musculatura del Estado del bienestar, la impotencia del todopoderoso mercado para hacer frente a la emergencia, nuevas enfermedades que brotan de la devastación ecológica… Y notas esperanzadoras, desde luego, las ha habido en medio de esta crisis. Han surgido nuevas redes de solidaridad; hemos redescubierto la centralidad del trabajo, el valor de lo público y la superioridad de la cooperación sobre la competencia desenfrenada. Las capacidades productivas de la humanidad, la tecnología, la ciencia, la cultura… en suma, el potencial creativo de un nuevo orden mundial, solidario y respetuoso con la naturaleza, está ahí, latente, embridado por un capitalismo senil de rasgos parasitarios.
La posibilidad de una transformación no surgirá, sin embargo, de la constatación del agotamiento sistémico, sino de los grandes conflictos sociales que están fraguándose en todos los países. Sólo en ese sentido cabe pensar el shock de la pandemia como una oportunidad. Denostado y olvidado, el viejo Lenin sigue brindándonos la visión histórica más lúcida: “No existen situaciones sin salida para el capitalismo”. Lejos de contemplar un panorama halagüeño, lo primero que percibirá la gente al salir del confinamiento será un escenario de devastación económica y terribles amenazas sobre su futuro. Los sectores sociales más desprotegidos están viviendo ya esa angustiosa realidad. Las élites responsables del desastre no reconocerán su fracaso, ni abandonarán compungidas el puente de mando a las fuerzas progresistas. La oportunidad de un cambio sólo puede surgir de un vasto movimiento de rebeldía social y de un denodado esfuerzo de organización de la clase trabajadora. Sólo deviniendo fuerza material podrá la razón abrirse paso. La regresión autoritaria, bajo la enseña ilusoria de un repliegue nacional o de una mutación populista del liberalismo, aguarda también su oportunidad en “el día después”.
Los datos de que vamos disponiendo permiten entrever la magnitud de lo que se nos viene encima. Por un lado, están las estimaciones macroeconómicas, inquietantes, que hablan de cifras de paro rebasando ampliamente el 20% de la población activa en España y de un déficit que podría dispararse entre el 10 y el 20% del PIB. Por otro, la constatación empírica de la realidad que hacen sindicatos, entidades y movimientos sociales: colas interminables ante los bancos de alimentos; redes vecinales desbordadas; millares de puestos de trabajo que desaparecerán, comercios que ya no abrirán… Las calles del Raval de Barcelona han visto aflorar súbitamente, transformadas en pobreza severa y desamparo, lo que hasta hace unos meses eran situaciones de precariedad laboral o economía sumergida. Ni que decir tiene que mujeres y migrantes llevan la peor parte – a la vez que topan con las mayores dificultades para acceder a las ayudas de las administraciones. Y como las desgracias nunca vienen solas, Nissan amenaza con cerrar su factoría en Zona Franca – una decisión estratégica de la multinacional que comportaría, más allá de la pérdida de empleos directos, un terrible impacto sobre las industrias auxiliares del ramo del automóvil.
A estas alturas, muchos convienen en que haría falta una decidida intervención del Estado para afrontar la situación y liderar el esfuerzo de reconstrucción. Pero es ahí donde se plantean los grandes dilemas. En estos momentos, el gobierno de Pedro Sánchez contiene el aliento, a la espera de ver cómo se decantan las cosas en Europa. El Parlamento de Estrasburgo acaba de votar una resolución que propugna la habilitación de un fondo de dos billones de euros, respaldado por el presupuesto comunitario, que permita a los Estados actuar sin incrementar su endeudamiento. La Comisión Europea no parece alinearse, sin embargo, con esa perspectiva de mutualización. Presionada por los gobiernos del Norte, hoy por hoy sólo contempla la activación de mecanismos de ayuda, por cantidades limitadas y durante un período determinado, para atender los gastos sobrevenidos en materia sanitaria o por cuanto se refiere a los ERTE. Aunque bajos, los tipos de interés anunciados no dejarían de incidir en la carga financiera de los Estados que acudiesen a esos fondos… Y la ausencia de “reformas estructurales“, exigidas en anteriores ocasiones como contrapartida del rescate, tampoco garantiza que, según cómo evolucione la situación, no aparezcan más adelante los hombres de negro con sus consabidas recetas de recortes en servicios públicos y pensiones. En cualquier caso, no estamos hablando de esfuerzo mancomunado de reconstrucción, ni mucho menos de los recursos necesarios para encarar una reconversión de la economía del continente.
Desde ese punto de vista, el panorama en España aparece especialmente cargado de incertidumbre. La elaboración de los presupuestos generales – y el propio gobierno de coalición – se verán sometidos a tremendas tensiones en los próximos meses. Con cifras de desempleo e indicadores de pobreza acuciantes, se pensará más en términos de emergencia que de oportunidad. Es cierto que la escasez de recursos financieros exigiría plantear una ambiciosa reforma tributaria. O que, ante la amenaza de cierre de una planta industrial estratégica como Nissan, sería razonable considerar su nacionalización. (Javier Pacheco, secretario de CCOO, esbozaba esta semana un proyecto de reconversión de la factoría, transformándola en un centro de diseño y producción de vehículos eléctricos. ¿Quién sería capaz de llevar a cabo ese plan, si no el Estado?). Pero, ¿hasta qué punto un gobierno como el actual, apoyado en una mayoría parlamentaria voluble y heterogénea, podrá encarar medidas audaces? En los círculos intelectuales de la izquierda debatimos de nuevos modelos económicos. Pero, en la palestra mediática, cada vez se escuchan más voces que reclaman zurcir a toda prisa el que teníamos – incluso en condiciones salariales más precarias. Sin ir más lejos, ha empezado una campaña contra UP, explicando que aumentar los impuestos a los ricos pondría en fuga capitales e inversores en un momento crítico. Es previsible que griterío de la oposición – y el nerviosismo de algún aliado puntual – vayan in crescendo a medida que se acumulen datos negativos y aumente la desazón social. La izquierda deberá medir muy bien los pasos que da y en qué dirección. Si Europa no procurase un respiro a los países del Sur, podría presentarse la disyuntiva de tener que escoger entre una línea Tsipras – modulando decisiones impuestas al gobierno por los mercados del modo menos doloroso posible -… o ceder el poder a una derecha radicalizada, con el riesgo de convulsiones sociales y territoriales que ello comportaría. Tampoco habría que excluir la hipótesis de que, en determinadas circunstancias, las élites empresariales, políticas y mediáticas conspirasen a favor de un gobierno de unidad nacional, descabalgando a la izquierda alternativa y al propio Sánchez.
En cualquier caso, no va a ser fácil preservar la existencia del actual gobierno. Y, sin embargo, ese debería ser el objetivo prioritario de toda la izquierda. A él debería subordinar cualquier otra consideración. Pero, en realidad, más que en el hemiciclo del Congreso, el futuro del ejecutivo progresista se dirimirá en el terreno de la lucha de clases. En primer lugar, dependerá de la habilidad de los sindicatos para apoyar a Sánchez, empujándole a tomar decisiones favorables a las clases populares… al tiempo que negocian y bregan con la patronal para hacer viables esas medidas. El mayor peligro residirá en la angustia por la supervivencia cotidiana que atenazará a millones de familias, en la desesperanza que puede ampararse de ellas. Badalona nos manda una seria advertencia. La izquierda debe recuperar a toda prisa sus mejores tradiciones militantes, volcándose en asociaciones vecinales, organizaciones obreras y movimientos, para dar los objetivos y el formato apropiados a las demandas populares. Tan solo ese esfuerzo abrirá ante nosotros nuevas oportunidades.
Fuente: https://lluisrabell.com/2020/05/17/del-desafio-a-la-oportunidad/