La decisión brasileña de avanzar en el programa alentado por EE.UU. y las corporaciones petroleras y agroalimentarias es una amenaza de más neoliberalismo y menos cambios. Parece que la mesa está servida, pero sólo para Estados Unidos, Europa y el complejo corporativo que forman las agroalimentarias y las petroleras. La semana pasada, Petrobrás y la […]
La decisión brasileña de avanzar en el programa alentado por EE.UU. y las corporaciones petroleras y agroalimentarias es una amenaza de más neoliberalismo y menos cambios.
Parece que la mesa está servida, pero sólo para Estados Unidos, Europa y el complejo corporativo que forman las agroalimentarias y las petroleras. La semana pasada, Petrobrás y la portuguesa Galp firmaron un acuerdo para la producción de 600.000 toneladas anuales de aceites vegetales en Brasil y la comercialización y distribución de biodiesel en el mercado portugués y en el resto del Viejo Mundo.
El proyecto, anunciado en Lisboa durante la primera reunión empresarial Unión Europea-Brasil, en el marco de una cumbre con las máximas autoridades oficiales de ambas partes, implica la producción de 300.000 toneladas de aceites vegetales para ser procesadas en las refinerías de Galp Energia. Las restantes 300.000 toneladas serán destinadas a la producción de biodiesel para exportación a Portugal y al resto de Europa, informaron varios medios de prensa internacionales.
Petrobrás calificó a la asociación con Galp de «promisoria», ya que las previsiones de producción de biodiesel de Brasil en 2008 «genera disponibilidades de exportación casi inmediatas». Brasil es líder mundial en producción e investigación de biocombustibles, sobre todo en el etanol fabricado a partir de la caña de azúcar.
«Con este acuerdo, Galp Energía da un paso decisivo en la concreción de su estrategia de biocombustibles y contribuye al posicionamiento de Portugal en el liderazgo de la producción de segunda generación», indicó la corporación lusitana en un comunicado oficial.
La Unión Europea (UE) debe cumplir con un marco regulatorio que determina la utilización de un 10 por ciento de biocombustibles antes de 2010. Por su parte, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, sostuvo que el acuerdo de su país con la UE es «estratégico».
Claro, que los líderes políticos y corporativos se abstuvieron de reconocer que si ese proyecto, impulsado por el gobierno estadounidense de George W. Bush y las transnacionales se impone, una vez más los países en desarrollo financiarán la abundancia de las potencias centrales, con efectos letales para las sociedades del Sur.
Europa aspira a que los agrocombustibles satisfagan algo menos del 6 por ciento de la energía que necesitarán los transportes terrestres en 2010, y un 20 por ciento en 2020. Por su parte, Estados Unidos se propone una producción de 35.000 millones de barriles por año.
Para alcanzar esas metas, Europa debería comprometer el 70 por ciento de su superficie cultivable y, en Estados Unidos, la totalidad de las cosechas de maíz y soja tendrían que ser utilizadas para la elaboración de biodiésel o etanol, lo que provocaría una hecatombe alimentaria en el opulento mundo del Norte.
«Es por eso que los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) miran al hemisferio Sur para cubrir sus necesidades», sentenció Eric Holtz-Giménez, director general de «Food First, Institute for Food and Development Policy» (Estados Unidos), en un notable artículo publicado por la revista Le Monde Diplomatique, el mes pasado.
Lula acaba de considerar a los agrocombustibles como «la revolución del siglo XXI» por su «indiscutible» cualidad de ser más limpios y ayudar a reducir la contaminación. Sin embargo, el mismo Le Monde Diplomatique recordó exactamente lo contrario.
Los agrocombustibles NO son limpios NI protegen al medio ambiente: «cada tonelada de aceite de palma que fundamentalmente se produce en Indonesia y Malasia, emite tanto o más gas carbónico que el petróleo. El etanol producido a partir de la caña de azúcar cultivada en selvas tropicales desmontadas emite un 50 por ciento más gases con efecto invernadero que la producción y la utilización de la cantidad equivalente de nafta. Los cultivos industriales destinados a los combustibles necesitan enormes esparcimientos de abonos producidos a partir de petróleo».
Algunas interpretaciones provenientes de los medios de prensa vinculados al poder económico corporativo, como el diario Clarín, de Buenos Aires, concluyen que Lula aspira a que sus acuerdos con la UE flexibilicen las posiciones de Estados Unidos, que aunque proclamado socio estratégico de Brasil, no disminuye las trabas aduaneras a los agrocombustibles del país sudamericano.
«Esa disposición (la que surge de los acuerdos Brasil-UE) marca una diferencia con los resultados que obtuvo el presidente Lula en sus dos últimos encuentros con Bush. Con éste no logró superar la discusión de las barreras que Estados Unidos impone al alcohol de origen brasileño que se usa en las naftas. En las citas de marzo, Bush se mostró categórico: la venta de etanol brasileño recién puede aspirar a ver liberadas las trabas en 2009, esto es, después que él mismo deje el gobierno», sostuvo Clarín la semana pasada.
Ni Lula, ni Bush, ni la UE, ni los medios de comunicación hegemónicos quieren recordar que, por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) reconoce lo siguiente: «como consecuencia de la pobreza, 824 millones de personas en el mundo sufren hambre, pese a que en el planeta se producen alimentos suficientes como para que cada uno de sus habitantes cuente con una ración diaria de 2.200 calorías».
En tanto, el «Internacional Food Policy Research Institute», de Washington, estimó que, si se pone en ejecución la estrategia agrocombustibles, el precio de los alimentos básicos aumentará entre un 20 y un 33 por ciento en 2010 y entre un 26 y un 135 por ciento en 2020.
«Con cada aumento del 1 por ciento en el precio de los alimentos, 16 millones de personas caen en inseguridad alimentaria. Si la tendencia actual continúa, 1.200 millones de habitantes podrían sufrir hambre de manera crónica para 2025», afirmó Holtz-Giménez.
Al calor de proyecto agrocombustibles vienen registrándose operaciones de concentración creciente en el sector soja, uno de los más «dinámicos» en los países del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
En ese sentido resulta curioso que, habiendo obtenido una cosecha sojera récord (47,5 millones de toneladas), Argentina haya incrementado en forma geométrica durante el primer semestre del año las importaciones de poroto de soja desde Paraguay, convirtiéndose en el principal cliente del país guaraní.
La Bolsa de Rosario (ciudad argentina donde se concentra buena parte de la industria transnacionalizada del sector) estimó que 1,5 millones de toneladas paraguayas se sumarán a lo producido en Argentina, informó el pasado lunes el diario Clarín.
Soja y agrocombustibles son partes complementarias de un modelo que tiende a derivar la producción agrícola hacia el mercado de los «commodities», alejándola de las necesidades de soberanía y seguridad alimentaria de las sociedades del MERCOSUR.
Es en esa estrategia donde las corporaciones petroleras, de la alimentación y financieras han decidido asociarse, y por supuesto que Petrobrás y la portuguesa Galp no están solas.
«La rapidez con que se opera la movilización de capitales y la concentración de poder en la industria de los agrocombustibles es asombrosa. En los últimos tres años, se multiplicaron por ocho las inversiones de capital de riesgo en el sector. Los financiamientos privados inundan las instituciones públicas de investigación, como lo comprueban los 500 millones de dólares en subvenciones otorgadas por British Petroleum (BP) a la Universidad de California. Los grandes grupos petroleros, cerealeros, automotores y de ingeniería genética firman poderosos acuerdos societarios: Archer Daniela Midland Company (ADM) y Monsanto; Chevron y Volkswagen; BP, Dupont y Toyota», afirmó el ya citado artículo de Holtz-Giménez en el mensuario Le Monde Diplomatique.
Es por lo expuesto hasta aquí, que ni remotamente alcanza para agotar el tema, que queda abierta la pregunta que le da título a esta nota: ¿Del Mercosur al Mercoetanol o Mercosoja?