Cada mañana subíamos a Maestrale la barca del viejo Rosario. Pequeña barca de madera, pintanda en rojo, blanco, amarillo y azul, que con su motor y la maestría de navegante de Rosario nos llevaba calmadamente a recorrer la isla. En la juventud de Rosario -y de Maestrale- la rutina no era pasear turistas, era salir […]
Cada mañana subíamos a Maestrale la barca del viejo Rosario. Pequeña barca de madera, pintanda en rojo, blanco, amarillo y azul, que con su motor y la maestría de navegante de Rosario nos llevaba calmadamente a recorrer la isla. En la juventud de Rosario -y de Maestrale- la rutina no era pasear turistas, era salir a pescar…»pero la pesca empezó a llegar congelada o enlatada y anticipé mi jubilación», cuenta. El rumbo de Maestrale lo marcaba la mano de Rosario.
El cuarto día, el tranquilo chucuchu del motor de Maestrale quedó silenciado por el ruido ensordecedor de una gran lancha de dos motores que parecía querer envestirnos. Al timón, el hijo de Rosario que paró para saludarle. Una breve conversación y de nuevo el estruendo, y desapareció guiado por deseos de velocidad, de comerse el mundo.
En dos generaciones se resumen los cincuenta últimos años de éxito del desarrollismo, o del desarrollo entendido sólo como crecimiento económico (Truman: «una más gran producción es la clave de la prosperidad y de la paz»). Hasta tal punto que el planeta sufre ahora las consecuencias de tanto sobredesarrollo dañino por su concepción y por su exceso. La acumulación de capital lleva implícita la destrucción ecológica dejando sin espacio ni posibilidades de futuro a las poblaciones más pobres. Las 225 fortunas más grandes equivalen a los ingresos anuales del 47% de 2.500 millones de personas, las más pobres del mundo.
Así, en un planeta finito, con sus recursos naturales limitados, hemos de dar un golpe de timón para alejarnos del modelo de desarrollo capitalista tanto los países ricos del Norte como los empobrecidos del Sur. Estos segundos deberán corregir el rumbo, los primeros, ya no podemos simplemente esquivar las evidencias. Deberemos frenar y poner la marcha atrás. Decrecer todo aquello que creció sin sentido. Desprendernos de la economía como motor y sobre nuevos valores humanos repensar los modelos de producción y consumo.
La revolución será si será sosegada y austera. Humanos pobres y ricos y todos los seres vivos del planeta, somos compañeros de piso que ganaremos en justicia e igualdad, en tiempo, en calidad de vida.
-¡Delfines, delfines! -avistó Rosario. Hemos visto delfines en libertad.
Gustavo Duch Guillot es Director de Veterinarios Sin Fronteras