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En torno a la definición de desarrollo sostenible que se ha incorporado recientemente en el diccionario de la R.A.E.

Desarrollo sostenible: retórica y práctica

Fuentes: Rebelión

Recientemente el término desarrollo sostenible ha empezado en el diccionario de la Real Academia Española. Como cabría esperar, la definición escogida es aquella popularizada en 1987 por el Informe de las Naciones Unidas Nuestro futuro común, también llamado «Informe Bruntland» [1]. Dicho documento, definió el desarrollo sostenible como «el modelo de desarrollo que, cubriendo las […]

Recientemente el término desarrollo sostenible ha empezado en el diccionario de la Real Academia Española. Como cabría esperar, la definición escogida es aquella popularizada en 1987 por el Informe de las Naciones Unidas Nuestro futuro común, también llamado «Informe Bruntland» [1]. Dicho documento, definió el desarrollo sostenible como «el modelo de desarrollo que, cubriendo las necesidades del presente preserva la posibilidad de que las generaciones futuras satisfagan las suyas» acuñando el significado que se le daría al término desde entones en los foros internacionales. Cinco años más tarde, la célebre Cumbre de Río de Janeiro (1992) lanzaría definitivamente el concepto de desarrollo sostenible a la arena pública, momento a partir del cual el uso del término trascendió de las filas de los movimientos ecologistas para incorporarse no sólo al debate social, sino también en el discurso político e incluso también en el marketing empresarial.

Cabría preguntarse dónde radica la clave del éxito que tuvo este concepto respecto a otros utilizados anteriormente como el ecodesarrollo, que tuvo una cierta difusión en los años 70 pero cuyo uso no llegó a salir de los círculos especializados. Algunos autores han señalado que la ambigüedad que envuelve al término tiene algo que decir al respecto. Efectivamente, el Informe Bruntland se limita a hacer una especie de llamamiento ético a la equidad intergeneracional, presentando una definición cuya vaguedad ha permitido que no en pocas ocasiones se haya abusado y/o hecho un uso incongruente del mismo. De esta manera el mundo de la política y la empresa han podido rentabilizar la popularidad del concepto, sin tener que verse comprometidos a ninguna acción en concreto, excepto a algunos cambios en la retórica utilizada.

Sin embargo existen otras razones de calado que pueden contribuir a explicar su éxito respecto a aquel otro de ecodesarrollo, su predecesor. Hagamos un poco de memoria y recapitulemos el contexto en el que uno y otro concepto fueron acuñados. Las desoladoras perspectivas con respecto a la crisis ecológica que salieron a la luz tras la publicación en 1971 del informe elaborado por el Club de Roma llamado Los límites del crecimiento o Informe Meadows llevaron a las Naciones Unidas a encargar a un grupo expertos coordinados por Ignacy Sachs, la acuñación de un término de referencia que permitiera compatibilizar de forma coherente las nociones de desarrollo y conservación del entorno. Dicha comisión propuso el término de ecodesarrollo, que se presentaba como una alternativa al modelo consumista depredador que suponía el sistema industrial y comercial de los países ricos, siempre orientado al consumo y al crecimiento económico, con los consecuentes aumentos en los ritmos de dilapidación de recursos naturales y de emisión de residuos. El informe apostaba por un modelo más endógeno de desarrollo, adaptado a las particularidades ecológicas y culturales de cada región. Se consideraba que si bien los países del sur todavía tendrían que crecer en alguna medida para aliviar su pobreza, los países industriales en cambio debían reconfigurar sus modelos económicos anteponiendo la mejora cualitativa de sus economías a los objetivos de crecimiento. Esta sería la filosofía seguida por la Declaración de Estocolmo, síntesis de las conclusiones obtenidas durante la cumbre internacional celebrada en dicha ciudad en 1972, y que trataría el problema de la crisis ecológica en torno al concepto de ecodesarrollo, que había empezado a usarse en los foros internacionales especializados.

Las ideas y propuestas planteadas en torno al concepto de ecodesarrollo levantarían muy pronto las protestas de los países industrializados, quienes veían en el nuevo término una amenaza a su modelo de crecimiento económico. Este descontento se haría efectivo cuando el omnipresente y entonces secretario de Estado de los Estados Unidos Henri Kissinger envió un comunicado a la comisión coordinada por Sachs vetando definitivamente la utilización del concepto de ecodesarrollo en los foros internacionales [2]. Las Naciones Unidas se vieron así obligadas a buscar un nuevo término que se adaptara con mayor comodidad al modelo económico de los países industriales. En este contexto es presentado en 1987 el desarrollo sostenible. Pero ahora, dicho concepto se acompañaría con una nueva lectura o reconceptualización de la crisis ecológica. El problema ya no estribaba, como antes se había planteado, en el modelo despilfarrador y consumista de los países desarrollados que, se supone, estaba dilapidando los recursos naturales, sino en «la pobreza», trasladando la responsabilidad del problema principalmente a los países pobres [3]. En alineamiento con las tesis de Inglehart sobre el «postmaterialismo», se consideraba ahora que la falta de riqueza imposibilitaba el desarrollo de una conciencia ecologista en dichos países, y que la falta de crecimiento no permitía la obtención de los excedentes económicos necesarios para la inversión en tecnologías limpias ni el desarrollo de las políticas «verdes». El crecimiento económico y la sociedad de consumo perdían así el estigma adquirido en la década anterior como causa esencial de la crisis ecológica para plantearse ahora como la gran panacea que nos abría la puertas a su solución. Los planteamientos del Informe Bruntland serían ratificados 1992 con la Conferencia de Río, cuya declaración final sentenciaba (principio 12) la necesidad de «un sistema internacional favorable y abierto que lleve al crecimiento económico y el desarrollo sostenible de todos los países» [4].

El «crecimiento sostenido» quedaba rebautizado como «desarrollo sostenible» mucho más biensonante, sin que se revisaran los aspectos esenciales del anterior. Las voces que alertaban sobre la inevitable contradicción que surgiría en el largo plazo entre un sistema ecológico sujeto a límites físicos y sistema económico abocado al crecimiento perpetuo, quedaban ahora acalladas gracias al aval verde con el que el desarrollo sostenible cubriría el crecimiento. Asimismo, el planteamiento de los años 70, que buscaba la adaptación de la estrategia de sostenibilidad a los límites de los sistemas ecológicos planetarios, es sustituido en los años 90 por uno más pragmático consistente en la adaptación de la estrategia de sostenibilidad a los moldes del modelo económico dominante en los países del norte. La Estrategia de Gotemburgo firmada en 2001 que pretendía establecer las directrices del desarrollo sostenible para la Unión Europea acogería de forma acrítica el planteamiento indicado, lo que le permitía complementarse sin fricciones con la Estrategia de Lisboa, firmada un año antes y que fijaba el crecimiento económico entre sus objetivos fundamentales, al tener como fin último conseguir que la Unión Europea fuera «la economía más dinámica y competitiva del mundo para el año 2010». Ahora también los diccionarios oficiales que homologan el castellano han ratificado el concepto, quizás inconscientes o quizás indiferentes ante los cuestionables principios que se ocultan tras la definición retórica con la que el desarrollo sostenible ha sido presentado a la sociedad civil.

[1] CMMAD 1987. «Our common future». (Trad. en castellano, Nuestro futuro común, Madrid, Alianza Ed. 1988).

[2] Véase Naredo y Valero, 1999. «Desarrollo Económico y deterioro ecológico», Fundación Argentaria, Capítulo 5, p. 58.

[3] Véase Martínez Alier, 1992] «De la economía ecológica al ecologismo popular», Icaria Ed. Capítulo 3, pp. 87-90.

[4] CNUMAD 1992. «Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo». Río de Janeiro.