Desde hace unos 50 años los científicos nos han estado advirtiendo acerca de los peligros de las transformaciones (causadas por los humanos) del clima terrestre. Pero en los recientes dos o tres años ha habido dos cambios importantes en esta situación. Primero, hay una serie de informes confiables -realizados por diferentes grupos científicos-, los cuales […]
El segundo cambio es el grado en que para la gente común se han hecho visibles estos cambios. Hubo un tsunami en el océano Indico. Hay un incremento en la frecuencia y ferocidad de los huracanes en el Caribe, que culminó en el notable desastre de Katrina. Las fotos del derretimiento de las zonas de hielo en el Artico circulan ampliamente en la prensa. Y este año los meteorólogos que en Londres han estado midiendo las temperaturas por más de tres siglos anunciaron que éste fue el invierno más cálido allí desde que comenzaron a medir. La contraparte del clima cálido en Europa son los tornados y otros desastres provocados por el viento en otras partes.
Entonces, ¿por qué se está haciendo tan poco? Es claro que no es por falta de conciencia del problema, por más que algunas personas traten de negar su existencia. No obstante, el grado en que los líderes políticos están dispuestos a hacer algo, y de hecho el grado en que existe presión del público para que hagan algo, es sorprendentemente bajo. Cuando hay una separación tan clara entre el conocimiento y la acción, debe haber obstáculos en la arena sociopolítica que expliquen esto. De hecho, existen tres obstáculos bastante poderosos en acción: los intereses de productores-empresarios, los de las naciones menos ricas y las actitudes de ustedes y yo. Cada uno de estos obstáculos es poderoso.
A los productores/empresarios les preocupa primero que nada obtener ganancias con sus actividades. Si uno les pide que internalicen costos que actualmente no tienen que pagar (el mejoramiento o limpieza de sus procesos de contaminación), esto afecta seriamente sus ganancias en dos formas. Primero, los fuerza a elevar sus precios, lo que puede ocasionar la eliminación de ciertos clientes suyos. Y si internalizan sus costos pero los competidores no lo hacen, pueden perder ventas que lograrán estos competidores.
Es por esto, como regla general, que las acciones voluntarias tienen poca posibilidad de funcionar, debido a que rara vez son unánimes. En este caso, los productores/empresarios virtuosos perderían ante los competidores. La solución sería la internalización obligatoria de costos ordenada por el gobierno. Aun si esto resolviera el problema del competidor nacional, deja abierto perder ante los competidores internacionales, así como el hecho de que, por arriba de cierto precio, hay disminución de la clientela.
El segundo problema es precisamente el de la competencia internacional. Los países más pobres buscan mejorar su capacidad de competencia en el mercado mundial. Una de las formas en que hacen esto es produciendo ciertos productos a un menor nivel de costos de tal modo que algunos artículos puedan ser comercializados a un nivel menor de precios. Si se ordenaran (digamos mediante algún tratado internacional) ciertos virajes en el proceso de producción (la reducción en el uso de carbón como fuente de energía), esto requeriría una costosa restructuración de las industrias en esos países, así como la pérdida potencial de su ventaja competitiva relativa a precios. Este es el argumento esgrimido actualmente por países muy grandes como China e India, pero también por naciones de Europa central y oriental como Polonia y República Checa.
Existe, por supuesto, una solución parcial a este problema. Es el financiamiento masivo de los costos de restructuración de las industrias de estos países por parte de las naciones que actualmente son ricas (Estados Unidos, Europa occidental). Pero dicha transferencia de riqueza -porque esto es lo que es- siempre ha sido impopular y cuenta con poco respaldo político en estos países más ricos. En cualquier caso, esto no afecta la pérdida potencial de la ventaja en los precios, tan importante para estos estados menos ricos.
Ustedes y yo constituimos el corazón del tercer obstáculo. Se le llama consumismo. A la gente siempre le ha gustado consumir. Pero en los pasados 50 años, el número de personas que podrían consumir más allá de cierto nivel mínimo de supervivencia se ha incrementado notablemente. Cuando llamamos a los individuos a consumir menos electricidad o potencia, o a consumir menos de los productos que requieren de estos insumos, estamos convocando a quienes ahora son consumidores a que cambien su estilo de vida, de modos significativos. Y en cuanto a aquellos que actualmente no son lo suficientemente ricos como para consumir de esa forma, uno los convoca a renunciar a la poderosa aspiración de tener acceso al consumo que históricamente se les ha negado.
Esto también puede ser resuelto. Las personas pueden reducarse unas a otras. La gente puede poner en el centro de su sistema de valores otras cosas que no impliquen consumo. Podemos todos aceptar la necesidad de lograr niveles de vida más igualitarios por todo el planeta, aun si para algunos esto tal vez signifique reducir sus propias ventajas.
Hace 50 años los científicos produjeron la primera evidencia de que consumir productos de tabaco tenía la consecuencia de una mayor probabilidad de contraer cáncer. Hacerlo encontró los mismos obstáculos que hoy implica hacer algo acerca de los riesgos climáticos. Después de 50, a escala mundial, la tasa de fumar ha disminuido considerablemente, en parte debido a que se fuerza a las compañías tabacaleras, mediante demandas legales, a rembolsar los costos sociales de sus acciones previas, en parte porque los individuos se reducan y porque los gobiernos ordenan restricciones a los locales donde está permitido fumar. Entonces es claro que algo puede hacerse.
Pero, ¿tenemos 50 años para hacerlo?
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera