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Entrevista a Salvador López Arnal (I)

Desde una izquierda sin complejos

Fuentes: El Viejo Topo

¿Habrá alguien en la izquierda de este país que no haya leído nada escrito por Salvador López Arnal? Parece imposible… Continuamos aquí la serie de entrevistas iniciadas en el número anterior con los hacedores de esta revista. En el número anterior yo le preguntaba a otro antiguo colaborador, Higinio Polo, si recordaba cómo y cuándo […]

¿Habrá alguien en la izquierda de este país que no haya leído nada escrito por Salvador López Arnal? Parece imposible… Continuamos aquí la serie de entrevistas iniciadas en el número anterior con los hacedores de esta revista.

En el número anterior yo le preguntaba a otro antiguo colaborador, Higinio Polo, si recordaba cómo y cuándo había iniciado su colaboración con esta revista. Te lo pregunto también a ti.

Si mi memoria no me falla, fue una iniciativa tuya por sugerencia de Francisco Fernández Buey. Me pediste una antología de Manuel Sacristán sobre lo que entonces yo mismo aún llamaba «la cuestión nacional», centrada especialmente en España. Hablo de 1996 o 1997.

La segunda colaboración fue una reseña de un libro, excelente, sobre el bilingüismo en Cataluña. Desde entonces y hasta hoy mismo he ido participando en varias secciones de la revista.

No te oculto que aquella posibilidad que me ofreciste fue una sorpresa y todo un honor para mí. Fui lector del Topo desde muy joven, desde 1976, y recuerdo las Jornadas del Pueblo Español de Barcelona como uno de los momentos de felicidad, hablando políticamente, más importantes e inolvidables de mi vida.

¡Ah, Las jornadas! Se vendieron 30.000 entradas si no recuerdo mal; hubo numerosos debates, proyección de películas, actuaciones musicales… En aquellos tiempos llegamos a imprimir 50.000 ejemplares, aunque durante mucho tiempo estuvimos estabilizados en 35.000. Ahora imprimimos 3.600, y cuando lo digo por ahí hay gente que piensa que exagero, que imprimimos menos; así de mal está el sector. ¿Qué hemos hecho mal para que tantos lectores se desconecten?

No creo que hayáis o hayamos (déjame incluirme) hecho las cosas mal o muy mal para que muchos o bastantes lectores se hayan desconectado. Los tiempos han cambiado y no siempre para bien, no siempre para ampliar nuestro apetito de lectura e información crítica. Durante años el Topo tal vez haya aparecido ante muchos ojos como una revista demasiado politizada, demasiado dura, demasiado difícil, muy de «otros tiempos».

Por lo demás, los hábitos de lectura y los medios que consultan las nuevas (y las viejas) generaciones son muy diferentes. ¿Para qué voy a leer-adquirir el Topo si tengo cinco millones de artículos interesantes en la red? 3.600 no es, pensando fríamente, un mal número. Incluso es un pequeño éxito.

Lo cual no quiere decir que no podamos hacer un Topo mejor, más sugerente, más teniendo en cuenta los gustos o las formas de lectura actuales, sabiendo a qué atenernos en nuestras circunstancias. Yo mismo soy uno de los principales culpables de lo que voy a señalar a continuación pero acaso todos nosotros, sin excepción, deberíamos comprometernos a hacer aportaciones más breves, de cuatro o cinco páginas. Un máximo de máximos.

Discrepo absolutamente. Pero no quiero interrumpirte… prosigue, por favor.

¿Discrepas de mi autocrítica, de mi propósito de enmienda? Pues tocado y hundido. Te prometo que lo digo en serio.

No, discrepo en que haya que reducir obligatoriamente el tamaño de los artículos a cuatro o cinco folios. Para eso ya está internet. Pero esa es una discusión para otro momento. Así que vuelvo a la pregunta: ¿qué ha pasado?

¿Qué ha pasado, qué explica ese paso del 50 al 3,6? Pues han pasado muchas, muchas cosas, como sabes. Durante años pasó que las revistas político-culturales como el Topo no estuvieron muy de moda, los puntos de interés estaban ubicados en otras coordenadas, muy distintas, algunas de ellas alejadas del mundo cultural (y el punto de vista político) que representaba y representa la revista. El desencanto y sus efectos posteriores, si queremos decirlo así, aunque también es cierto que el número de «revistas alternativas» en los primeros años de la transición fue enorme, excesivo quizás.

Está también el hecho de que el Topo dejó de publicarse durante unos años. Hubo gente que no llegó a conectarse de nuevo. Por razones que no sabría explicar.

Tal vez no hayamos llegado a las nuevas generaciones jóvenes. Mi experiencia vale muy poco, pero mis estudiantes de preuniversitario no han sabido, en general, de la revista hasta que me oyeron hablar de ella. Aún más: llevo años sin ver a uno de mis estudiantes con un Topo en sus manos o en la mochila.

Otro elemento importante (recordemos el aforismo de Brecht: primero el estómago, luego la moral), es la pérdida de poder adquisitivo de muchas familias y, elemento más decisivo, la derrota cultural que, en mi opinión, y no descubro ningún nuevo Mediterráneo, han tenido y sufrido las clases trabajadoras españolas. A lo anterior puede sumarse el auge del nacionalismo en Cataluña y uno de sus efectos: los focos de atención de un amplio sector de la ciudadanía están en otras publicaciones. Para el mundo secesionista, casi sin excepciones, el Topo debe ser parte de la vanguardia reaccionaria del frente españolista.

Asunto importante también es la irrupción de Internet y de los móviles. Muchos, muchísimos jóvenes, leen a través de Internet y de las redes sociales. Hay basura aquí, como se dice a veces. Pero no todo es basura, por supuesto. Hay muchas páginas, algunas de ellas buenas e incluso excelentes, donde poder formarse (e informarse) política, cultural y filosóficamente.

Y, por supuesto, están los límites de tiempo, de vida, para el ocio y la formación. Si uno tiene que levantarse a las 6 de la mañana (o antes) y llega a casa a las 19, después de tropecientas horas de curro, y tiene que ponerse a hacer las tareas domésticas, no tiene tiempo para muchas lecturas. Ni tampoco ganas.

Entonces, ¿debemos cerrar la tienda y dedicarnos a otras cosas?

No, nada de eso. Nada de cerrar tiendas, nada de dedicarnos a otras cosas. Está muy bien esta tienda (que está lejos de ser una tienda). Tal vez las formaciones de izquierda, los sindicatos si estuvieran por la labor, las organizaciones sociales críticas (que no son todas) podrían echar una mano. No digo subvencionando, pero sí informando a sus activistas y simpatizantes de que el Topo existe, que tiene energía y que está dispuesto a cavar, a seguir cavando, cien años más.

Deberíamos incidir más en el mundo universitario y en los jóvenes de ciclos formativos de grado superior, los futuros trabajadores cualificados. Si me preguntas cómo, me temo que mi respuesta se parecerá mucho al silencio, pero estaría bien ir penetrando poco a poco en esos colectivos. Deberíamos presentarnos de nuevo en sociedad. Son impresiones, poco más, y algo desorganizadas.

Bien, dejémonos de lamentos y regresemos al pasado. He leído que militaste en el PC (m-l). Nada menos. ¿Cómo aterrizaste en ese partido?

Cuando empecé a estudiar Matemáticas, Exactas decíamos entonces, en la Universidad de Barcelona. Te hablo de 1972, durante el segundo curso. Había militado un poco, si a aquello se le puede llamar militar, en las Plataformas Anticapitalistas de mi barrio, el Besòs, pero casi sin enterarme. No tenía apenas formación política y las discusiones politizadas-organizativas me aburrían mucho.

En la facultad conocí a un compañero, algo mayor que yo, que me regaló el Manifiesto Comunista, Los principios de la matemática de Russell y me habló del PCE (m-l), donde había militado, como un grupo serio, combativo, «comunista de verdad», nada reformista. Y ahí me metí. De hecho, poco después otros camaradas se fueron del partido y me quedé, sin pretenderlo ni buscarlo y porque no quedó otro remedio, como uno de los responsables del PCE (m-l) en la universidad barcelonesa. Un auténtico disparate. ¡Menudo cuadro o dirigente era yo!

Éramos muy pocos y algunos compañeros fueron detenidos, torturados y encarcelados. Yo tuve suerte a pesar de que incumplí mil normas básicas de clandestinidad.

Creo que no hicimos muchas barbaridades; algunas sí. Pero prefiero no contarlas; me da vergüenza, mucha vergüenza

¿Hasta cuándo estuviste militando?

Hasta que emprendieron lo que llamaban «lucha armada», a principios de 1975. Yo no era capaz de acometer las acciones que me sugerían; enfrentarme, atentar, pistola en mano, contra policías. Por lo demás, mi experiencia con la dirección del partido en París, en algunas reuniones a las que me convocaron, no fue muy positiva. Vivían o hacían ver que vivían en otro mundo, al menos desde mi punto de vista. No tenían o no querían tener buena información sobre la situación de la clase obrera española y sobre su voluntad y posibilidades de lucha revolucionaria (y eso que entre ellos, lo he sabido luego, estaba una de las mejores cabezas lógicas que ha tenido este país). Parecían creer que la toma del poder era cuestión de días y de voluntad de lucha, de nada más. Tal vez pensaban que era una forma de dar ánimos.

Aprovecho para recordar a un militante del PCE (m-l) que fue salvajemente torturado esos años, en septiembre de 1973, Cipriano Martos, murió en la comisaría de Reus (Roger Mateos acaba de publicar un excelente libro sobre Martos y sobre aquellos años). Y, por supuesto, recuerdo también a los tres luchadores antifascistas del partido asesinados el 27 de septiembre de 1975: José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz (también Txiki y Otaegi, los olvido). Yo hubiera podido ser uno de ellos.

Y después, ¿hubo algún otro compromiso partidista?

Te cuento ahora. Pero déjame respirar antes un momento.

Respira

Fuente: http://www.elviejotopo.com/articulo/desde-una-izquierda-sin-complejos/