Como se acerca fiestas de final de año y la confección de las listas y cartas de regalos está a la orden del día en algunas familias, que no en todas, me permito apuntar una modesta sugerencia pensando en términos comunitarios y en listas alternativas que no tienen que ver propiamente con regalos sino con […]
Como se acerca fiestas de final de año y la confección de las listas y cartas de regalos está a la orden del día en algunas familias, que no en todas, me permito apuntar una modesta sugerencia pensando en términos comunitarios y en listas alternativas que no tienen que ver propiamente con regalos sino con derechos y también con obligaciones.
En un artículo reciente, de obligada lectura en mi opinión, sobre los últimos acontecimientos bolivianos [1], Joaquim Sempere recuerda que una de las primeras medidas tomadas por el primer gobierno del presidente Evo Morales fue disminuir su propia remuneración en un 57%. Como existe en Bolivia una norma que prohíbe que cualquier otro miembro de la organización del Estado o de la función pública tenga un salario superior al de la Presidencia, la medida acarreó una importante disminución del gasto público en estos vértices, cuantía que no estoy en condiciones de cuantificar pero que, desde luego, no fue un mero e insustantivo grano de sal.
No parece prudente ni razonable que España, la octava potencia económica del mundo como suele decirse y pregonarse con orgullo patrio, se quede atrás en un ámbito así. Pongámonos, una vez más, a la altura de las circunstancias como quería Ortega. ¿Qué función estatal es equiparable a la admirada presidencia de la República boliviana? No parece difícil la respuesta: la del Jefe del Estado del reino de España, la del no tan admirado Jefe de la Casa Real borbónica española. Añadamos, si nos parece ajustado, la figura del presidente del gobierno y la de todos los presidentes y presidentas autonómicos. Si se tercia, y debería terciarse, sumemos la de los grandes ejecutivos españoles. La suma adquiere con ello dimensiones de calado. Añadamos a un tiempo la posibilidad de una ley similar a la señalada en el caso boliviano: nadie es más (¡faltaría más!) ni puede cobrar más (¡hasta aquí podríamos llegar!) que las primeras autoridades del Estado. Aceptemos, para ser sosegadas y no dar pie a etiquetas de radicalismo (que intentan arrojar al cubo de los desastres una palabra tan hermosa como «radical»), que una reducción del 57% es excesiva, a todas luces (¿luces?) excesiva. Apuntemos, pues, otros dígitos más moderados (palabra prestigiada cuyo prestigio merecería sin duda también un análisis): el 33% por ejemplo. Luego, además de decirlo con estudiada y teatral cara risueña, pasemos a la acción y al control de su realización.
¿Qué hacer entonces con los medios obtenidos, con el ahorro conseguido? ¿Qué destinos podríamos discutir y decidir entre toda la ciudadanía, sin exclusión por orígenes sociales o geográficos? Las propuestas serían diversas con toda seguridad (muchas son las necesidades y los caminos humanos) pero me permito señalar las piedras de un sendero que podrían aspirar a un consenso razonable: abonar con mimo la sanidad pública para disminuir sustantivamente las listas de espera y conseguir que médicos, médicas y personal sanitario traten en todo momento (y estén en condiciones de hacerlo) a los ciudadanos como ciudadanos y no de cualquier otra forma; ayudar, de verdad y no con la boca pequeña y en tiempo de ruido electoral, a la enseñanza pública para conseguir que la ratio profesorado/alumnos en los cursos de la enseñanza obligatoria (ESO), tratando desigualmente lo que sin duda es muy desigual, permita instruir realmente (y no sólo en papeles, leyes y papers) a jóvenes ciudadanos de origen trabajador que pueden y deben ser instruidos y no orientados masivamente hacia ciclos formativos o afines, por lo demás dignos de ser muy tenidos en cuenta, amparándose en un fracaso escolar del que nadie parece querer extraer conclusiones razoonables; dotar a la salud mental y a enfermedades llamadas minoritarias de mayores medios, todos los que estén a nuestro alcance, sin olvidar sociedades empobrecidas donde enfermadades aquí superadas diezman su población; por fin, y por no prolongar la lista, aspirar a hacer público lo que de hecho es ya en parte público, consiguiendo que las residencias de nuestros mayores tengan ese estatus de público en su gestión, permitiendo a un tiempo una dignificación laboral y salarial de las trabajadores y trabajadores, especialmente de las primeras, que ejercen su decisiva, no reconocida y difícil labor en un ámbito de tanta importancia social y humana.
No es ninguna revolución social, no es nada que se asemeje a ello. Desde luego. No hay confusión en la mirada. No es ni siquiera una reforma en profundidad del sistema ni incluso, aceptémoslo, un cambio epidérmica. El paradigma, por usar un término tan desgastado, seguiría siendo el mismo: ojos y billetes verdes. Se trataría meramente pulir algunas aristas de este capitalismo globalizado, tan español eso sí, en manos de un puñado de multinacionales y de unas 600 familias desperdigadas a lo largo y ancho de las tierras de Sefarad que campan a su aire destemplado y sin bridas. No es de hecho una fusión consistente de realidad y deseo pero sí sería un paso ilustrado, un pequeñísimo avance emancipador, en la larg(uísim)a marcha hacia un socialismo prudente, que mira críticamente su historia, pero que no está dispuesto a entregarse a los liquidadores de la Tierra ni a sus representantes.
Puestos a soñar en tardes de reuniones y encuentros familiares, ¿no sería ésta una finalidad al alcance de todas las cosmovisiones que aspiran a transformar este mundo grande y terrible que nos ha tocado en suerte? ¿Nos ponemos en marcha? MAS y Bolivia como ejemplo. No es un mal titular.
Notas:
[1] Joaquim Sempre, «Miarada sobre Bolivia», Público, 21 de diciembre de 2009, p. 7. Admitiendo -y destacando- que Joaquim Sempere está más activo y lúcido que nunca, sin negar todo ello y deseándole una larga y fructífera prolongación, ¿no es este un buen momento para que la izquierda catalana y española organice un homenaje en honor suyo, y en el de tantos y tantos intelectuales comprometidos con causas de emancipación y de lucha antifascista? ¿Podemos dudar del decisivo papel que han tenido y tienen en varias generaciones de ciudadanos y universitarios rebeldes?
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