El informe publicado por OXFAM: «Una economía al servicio del 1%» ha producido titulares tan llamativos como que «en 2015, sólo 62 personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones» y que «no hace mucho, en 2010, eran 388 personas» o que «los 20 españoles más ricos tienen tanto como el 30% más pobre». El […]
El informe publicado por OXFAM: «Una economía al servicio del 1%» ha producido titulares tan llamativos como que «en 2015, sólo 62 personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones» y que «no hace mucho, en 2010, eran 388 personas» o que «los 20 españoles más ricos tienen tanto como el 30% más pobre».
El mismo día que OXFAM presentaba dicho documento escuché, no por error, sino por pura indiscreción, como el que se asoma al patio para escuchar los chismorreos de los vecinos con la intención de descubrir el edificio en que vive, la tertulia matinal del programa «Más de uno» de Onda 0.
Escuché con curiosidad a los distintos colaboradores de Carlos Alsina poniendo en cuestión y quitando importancia el demoledor documento publicado por la ONG.
Para nuestros vecinos de patio el problema no es tan grave. El argumento defendido, en definitiva, es algo así como que poner el foco en la desigualdad es erróneo porque, si la economía fuese un pastel y conseguimos que este crezca continuamente, ¿qué más dará que la porción de los más ricos sea más grande cada vez respecto a la de los más pobres si la parte que les corresponde a estos últimos también crece en términos absolutos y su pobreza, por tanto, disminuye?
Este argumento, tan «de sentido común» en la cabeza de muchos de nuestros vecinos, es cómo mínimo cuestionable.
Sin ir más lejos, para no salirnos demasiado del patio que nos ocupa, la evolución social y económica de España en los últimos años contradice esta sucesión de hechos. Aun en un teórico escenario de recuperación económica, amplios sectores de nuestra sociedad han visto empeorar sus condiciones laborales y se han visto afectados por el deterioro de servicios públicos básicos como la educación, la sanidad o la dependencia. Por no hablar de las personas que ha sufrido la infamia de los desahucios, los que se han quedado sin trabajo o los que, aun trabajando, se mantienen en la pobreza. Así pues, podríamos afirmar que en nuestro patio hay más pobreza hoy que cuando comenzó la llamada «recuperación económica» allá por 2014. En términos relativos pero también en términos absolutos.
Lo que deseaba gritar al patio mientras charlaban desenfadadamente (sin entrar en el debate del crecimiento económico y la distribución de la riqueza) es que la desigualdad de la que habla el documento que dio origen al debate, en sí misma, es un disparate y un gran problema. En primer lugar porque creo que es injusta y evitable. Y si es así, debemos intentar paliarla por puro sentido ético. En segundo lugar porque la desigualdad dificulta el propio desarrollo de la economía y puede generar situaciones de riesgo para el conjunto de la sociedad. Pero además, en tercer lugar, porque la desigualdad económica se traduce en último término en desigualad política y social.
En escenarios de empobrecimiento y crecimiento de la desigualdad, la participación pública y política de los más afectados, si no se combate activa y conscientemente, se reducirá drásticamente. Las legislaciones locales, nacionales e internacionales velarán entonces por los intereses de los agentes sociales más poderosos y organizados que serán quienes puedan participar de manera activa e influyente en las distintas instituciones más o menos formales que rigen las políticas públicas haciendo que sus expectativas sean satisfechas.
Esta situación podrá ser combatida activa y conscientemente y se deberá hacer desde distintos ámbitos. Por un lado desde las propias instituciones cuando sea posible y por otro desde la participación política a través de distintas formas de asociacionismo de base. Pero también, coherentemente, desde el terreno económico que ya lleva tiempo desarrollando modelos de trabajo, producción, distribución y consumo que representen modelos alternativos al paradigma dominante. Se debe democratizar la economía de igual manera que se debe profundizar en la democratización de la política.
Desde hace años, en algunos ámbitos del mundo de la Cooperación Internacional, se ha identificado que la manera más eficaz de cambiar las condiciones de vida de la población a medio y largo plazo, es acompañar y promocionar los procesos de empoderamiento político, social y económico de las poblaciones afectadas por las situaciones más desfavorables. Esta misma receta, traducida a nuestra realidad y nuestros códigos, se puede aplicar a nuestra situación en este «Primer Mundo» que habitamos. La hegemonía del modelo económico a nivel mundial hace que, salvando las distancias, las lógicas que suceden allí sean las mismas que suceden aquí.
En realidad, pese a lo que defienden nuestros vecinos de patio, como también señala de alguna manera el informe OXFAM, parece que la economía es algo más compleja que ese «crecer para repartir y enriquecernos todos en cascada». Parece que el enriquecimiento de unos, tiene que ver con el empobrecimiento de otros. Parece difícil entender Europa sin pensar en la colonización de América, África y Asia. Parece complicado imaginar Estados Unidos sin Centro América, Asía y América del Sur. Parece complicado, de igual manera, pensar en Alemania y Francia sin los países del sur de Europa. Parece raro también pensar en el norte de España sin el sur y en los barrios céntricos de Madrid o Barcelona sin sus periferias.
Parece por tanto lógico pensar que en los centros pero también en las periferias, aquí y allí, comiencen a surgir lógicas de participación política, social y económica, no sólo como polos de resistencia a los cambios y abusos que se les vienen encima, sino con la convicción de poner en práctica una vida alternativa al modelo que intenta convertir su vida en una no vida.
No sé si estos experimentos político-económicos que se ponen en práctica en las esquinas de nuestro patio imaginando horizontes posibles y alternativos serán suficientemente profundos, estables y transformadores o serán cooptados por el conjunto del sistema económico y servirán para apuntalarlo más si cabe. No sé si formarán parte de la desconexión que defendía Samir Amin a finales de los años 80 o no conseguirán más que entrar precariamente en las lógicas de las que intentan escapar. No lo sé. Lo que es seguro es que son una dosis de dignidad necesaria en un mundo que parece empeñado en sumergirse en la indiferencia y la indignidad.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Desigualdad-y-dignidad