Cada vez que oigo hablar de «lucha contra la desinformación» me echo a temblar, porque esta palabra, que recientemente se ha puesto de moda, es un saco en el que cabe de todo y eso que llaman «lucha» contra ella está tomando unos derroteros muy preocupantes.
Y es que la desinformación es un concepto muy útil en estos tiempos en los que nadie busca la verdad: lo único importante es que parezca que uno tiene razón para que su narrativa sea la dominante. La información es poder, da igual si es verdad o mentira. Por eso, se está empezando a llamar desinformación a todo aquello que no permite visiones del mundo simples y monolíticas, de esas que sirven para mantener la lucha de la tribu X contra la tribu Y.
A alguien se le puede acusar de desinformar por todo tipo de cosas, algunas tan graves como la calumnia, las injurias o la mentira, pero también se llama desinformación a errores, opiniones, valoraciones e incluso a datos que apoyan visiones de la realidad que no gustan o que ponen en riesgo los valores de algún colectivo. Se está empezando a poner de moda llamar «desinformación» a todo aquello que matiza o aporta reflexiones divergentes. Los matices y las sutilezas están de más, nos distraen de lo importante: creer en la tribu.
Recientemente me llegó un ejemplo de ataque tribal vestido de “lucha contra la desinformación”, esta vez argumentado con una incoherencia tan demencial que casi hace estallar mis circuitos cerebrales. Una noticia se hacía eco de un informe que acusa a varios científicos del BC3, el CSIC y varias universidades de «propagar desinformación científica» por defender los beneficios de la ganadería extensiva. El estilo que usan es muy habitual en los debates actuales y consta, más o menos, de los siguientes elementos:
– Un tono de lucha encarnizada
– Una búsqueda de enemigos a los que echar la culpa de todos los males del planeta
– Unos cuantos datos científicos sin contexto apoyados por algunas citas que son usadas para defender que la única verdad es la suya y quienes argumentan algo ligeramente diferente son desinformadores
– Una conclusión tajante que “demuestra sin lugar a duda”, que la opción A es moralmente superior a la opción B en todos los aspectos.
La sostenibilidad de la alimentación humana no es un tema sencillo. Reducir el consumo de carne puede bajar de formar muy significativa el impacto de la alimentación humana, no cabe duda de ello. Además, para aquellas personas que considera que la muerte de animales es una frontera moral, el veganismo es la opción más adecuada. Pero si hablamos de sostenibilidad global, las cosas no son tan sencillas. En algunos casos, como demuestran los estudios de los científicos acusados de «desinformadores» (y que invito a leer porque son trabajos de calidad[1]) puede tener efectos beneficiosos que compensan sus perjuicios. Algunos tipos de ganadería son enormemente eficaces para regenerar las tierras, evitar la desertización y captar cantidades muy elevadas de carbono en los suelos. También es cierto que la ganadería mal aplicada o aplicada en exceso pueden causar graves problemas de erosión y desertización. Pero… ¿es buena o mala la ganadería?
Depende. Depende de matices, depende de la forma de aplicarla, depende del cuánto y del cómo y de muchos otros detalles demasiado sutiles para la forma zafia de discutir a la que estamos acostumbrados últimamente. Ya nadie tiene tiempo para sutilezas ni posturas ecuánimes y mesuradas. Los debates actuales se reducen a exponer que «mi opción es la verdad científica, todos lo que defienden otra cosa son herejes y todo lo que dicen es peligrosa desinformación».
Este debate sobre la carne no es el único ni el primero. El mismo patrón de dogmatismo y pobreza en los razonamientos se ve en todas partes. Se puso de moda durante los debates pandémicos, cuando se llamaba «desinformación» a todo aquello que aportara el más mínimo matiz al discurso oficial. Aquello tuvo tanto éxito, que nos hemos acostumbrado a descalificar con esa dichosa palabra todo lo que molesta. En estos momentos, todas las discusiones están hechas con este mismo martillo de cantero de falta de matices y dogmatismo: da igual si estamos hablando de transición energética, de reforma laboral o del asfaltado de una calle.
Al calor de esta pobreza intelectual florece la irracionalidad. Existen conspiraciones completamente absurdas que se mantienen durante años sin que el sentido común las quite de en medio porque la gente está perdiendo la sensatez. Pero no es extraño que el sentido común esté desapareciendo, porque hasta los medios más serios caen en la trampa de manipular, de ofrecer información sesgada y sin contexto y de calificar como «desinformación» realidades que sus lectores han visto con sus propios ojos.
Todo esto pinta muy mal. Si seguimos por este camino, el debate público va a seguir degradándose hasta que un día de estos necesitemos que venga algún listo a salvarnos imponiendo una verdad oficial en la que todos debemos creer y el resto será censurado.
La verdad es un concepto demasiado grande para el ser humano. No existe ningún tribunal que pueda decirnos qué debe ser censurado y cómo debemos pensar. Incluso si ese tribunal estuviera formado por los mejores científicos y las personas más sabias del planeta, la censura es un caramelo demasiado goloso para no ser corrompido por el poder.
Cuando Voltaire y Montesquieu defendían el derecho de cada individuo a tener sus propias creencias y expresarlas con libertad, lo hacían sabiendo bien a dónde conduce la censura, por muy nobles que sean inicialmente los ideales que la justifiquen. Lo único que podemos hacer para acercarnos a la certeza es aquello que las sociedades científicas comenzaron a hacer en la Ilustración: usar foros que contrasten las observaciones, permitir el debate abierto donde los argumentos ilógicos caigan por su propio peso, compartir el conocimiento y huir de quienes quieren imponer un modo de pensar único.
Por eso veo con preocupación la actitud que están tomando muchos científicos y ecologistas que están enfrascándose en una lucha contra el negacionismo climático. Por muy insidiosas, zafias y manipuladoras que sean las mentiras y conspiraciones con las que algunos quieren justificar su estrategia de avestruz, no podemos ponernos a su nivel. No deberíamos defender la verdad a base de intentar cerrar la boca a quien mantiene una opinión contraria a la nuestra.
No deberíamos utilizar adjetivos mordaza como «negacionista», «trumpista» o «retardista». ¿Qué significa, por ejemplo, el adjetivo «retardista» que utiliza el propio Fernando Valladares? Yo misma he sido calificada de «retardista» por afirmar que el objetivo no debe ser reducir las emisiones de CO2 a cualquier coste porque el límite planetario más acuciantes no es el desbalance de carbono sino la pérdida de biodiversidad. ¡Pero es que esto mismo es lo que afirma Rockström, el propio creador del concepto de límites planetarios!
No es «lucha contra la desinformación» lo que necesitamos, sino buena información. Pero si quienes deben informar se saltan el rigor y la ecuanimidad de vez en cuando porque quieren arrimar el ascua a su sardina y favorecer su narrativa, la gente terminará por no confiar en nadie y creer lo que le apetece creer. Por otra parte, si para contrarrestar esta demencial abundancia de bulos nos olvidamos del respeto a las opiniones ajenas y la libertad de expresión, terminaremos perdiendo los valiosos legados del pensamiento crítico y la libertad de creencias que tantísimo costó conquistar en siglos pasados.
La solución a todo esto es que no hay atajos. La única forma de defender la verdad, la razón y la evidencia científica es a base de honestidad y rigor en la comunicación. Las mentiras, calumnias e injurias deben denunciarse siguiendo los cauces legales que ya están bien definidos en el ordenamiento jurídico. Los errores y las tonterías deben ser mantenidos a raya a base de comunicación rigurosa y mucha paciencia, sin caer en la tentación de censurar a quien piensa de forma equivocada. Sólo el buen hacer equilibrado y riguroso es capaz de defender la verdad y la racionalidad. La razón suele estar en el término medio, en ese equilibro del mantenerse fieles a la verdad y la justicia gandhiano que tan pocos seguidores tiene en estos días.
Notas:
[1]
.https://link.springer.com/article/10.1007/s13593-023-00940-6
.https://www.nature.com/articles/s41612-023-00349-8
.https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/21683565.2023.2195359
.https://link.springer.com/article/10.1007/s11104-023-05936-5
.https://helda.helsinki.fi/server/api/core/bitstreams/8fb22d39-f6fa-4d3e-87f9-4e412291c1de/content
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/01/24/desinformacion-cambio-climatico-y-tirania/