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Desobediencia y disentimiento

Fuentes: majfud.info

Para Zavarzaeh, la relación entre el centro y el margen es una relación de oposiciones, conflictiva, entre exclusión e inclusión. Su crisis es uno de los síntomas de la Posmodernidad «[The] relation between the center and the margin […] is itself a symptom of the crisis of posmodernity and uncertainty about the norms that might […]

Para Zavarzaeh, la relación entre el centro y el margen es una relación de oposiciones, conflictiva, entre exclusión e inclusión. Su crisis es uno de los síntomas de la Posmodernidad «[The] relation between the center and the margin […] is itself a symptom of the crisis of posmodernity and uncertainty about the norms that might «justify» and «explain» the acts one undertakes.» .

Sin embargo, ¿qué significa, exactamente, «crisis» de la relación tradicional entre el centro y el margen? Sin duda que ésta no ha cambiado desde el neolítico: hay un centro desde el cual se emite un discurso predominante que es, al mismo tiempo, excluyente. Quienes son perjudicados por ese discurso o quienes lo resisten deben, necesariamente, ubicarse al margen. La crisis de esta relación dialéctica significa, antes que nada, una conciencia y un cuestionamiento ético de esta relación, mucho antes que un cambio estructural (espacial) del centro tradicional.

Ahora bien, ¿cómo somete el centro y cómo se defiende el margen, cómo reacciona el margen y cómo se reorganiza el centro?

Es importante anotar que el centro es el principal productor de «legitimaciones», es decir, el principal redactor del discurso ético predominante. Pero este discurso necesita de un enemigo: el margen. Personalmente, creo que una de las fortalezas del centro en relación con la «res intermedia» consiste en mantener una clara relación ético simbólica con el margen. Es decir, el centro necesita del margen. Sin el peligro y la amenaza, no podría existir una dominación ideológica efectiva. Es por esta razón que el centro debe combatir el surgimiento ético-contestatario del margen, pero nunca suprimirlo completamente. Si no existiera un margen (hecho dialécticamente imposible en la Sociedad Obediente) el centro lo inventaría. En este sentido, podemos entender la existencia endémica y simbiótica de los grupos «guerrilleros» colombianos y las estructuras de dominación sociales tan características de las sociedades latinoamericanas, como lo son el ejército, la Iglesia católica y el «patriarcado político». Esa relación perversa que se alimenta de antagonismos ha sido una característica de casi toda América Latina. Su herencia, incluso, se ha trasmitido invisible pero poderosamente a «democracias» como la uruguaya o la argentina.

Una segunda forma de «manipulación ideológica» que practica el centro, aparte del antagonismo, es la «absorción». Lo que también podríamos llamar, «integración de la exclusión» o «anulación del discenso»[3].

Lo que aún queda sin aclarar es si el centro es plural o no. Sabemos que el margen lo es, pero la respuesta no es tan clara cuando interrogamos al centro. Cabrían dos posibilidades: a) el centro es único, por naturaleza ideológica y de organización jerárquica; o b) el centro es una pluralidad «coherente», es decir, capaz de integrar los distintos niveles y categorías de discursos de dominación: racial, de clase, económico, de género, etc. Una mujer de clase dominante sería, de alguna forma y al mismo tiempo, marginal por su sexo.

Sabemos que parte fundamental de la ideología dominante, la ideología «central», consiste en asociar al margen con descalificativos éticos, como pueden serlo de orden social, sexual o de producción. Es decir, el margen es improductivo, desordenado, peligroso para el orden y la seguridad, sexualmente desviado o contra natura, inmaduro, etc.

En las películas de Hollywood, el margen finalmente se integra al centro. El hippie, el bohemio, el contestatario, la mujer «libertina», etc., terminan fracasando o integrándose a la estructura capitalista. En ocasiones, el margen aparece como una forma inocente que cumplirá una función «reformadora» de algunos elementos disfuncionales del centro (al que deberá ayudar a recuperar su propia centralidad en tiempos de «desviación»). En otros momentos, el margen aparece reconociéndose a sí mismo como incapaz de cambios serios y como característica de la inmadurez psicológica, ideológica, productiva y moral de la sociedad a la que critica.

Por el contrario, en películas latinoamericanas como «El crimen del padre Amaro» el centro triunfa finalmente en la trama, pero este triunfo significa una derrota ética necesaria en la meta-trama, es decir en las lecturas probables del espectador. El centro se revela, esta vez, como inmoral, corrupto. También en esta película se da una paradoja que, aunque pueda sorprender, no es para nada propiedad de la posmodernidad, sino de los orígenes del cristianismo: el centro representa la fuerza y el poder social, la dominación, al mismo tiempo que la marginalidad ética. Desde este punto de vista, este discurso es marginal. Sólo el poder del dominante puede imponer una censura de expresión; pero el censurador es, históricamente, el que ha perdido la batalla por la legitimación ética, porque su discurso es insuficiente. El personaje del padre Natalio representa al típico marginado: se encuentra en la clandestinidad política y eclesiástica. También se encuentra marginado por el poder político, civil, representado por el periódico del pueblo. Sin embargo, es el único «héroe-ético» que sobrevive en la aniquilación ética de la película. Su derrota, la excomulgación ¾la separación definitiva de la corrupción y del poder¾ como la de Jesús, es la única forma efectiva de triunfo moral.

Por estas mismas razones, y retomando conceptos que ya analizamos en ensayos anteriores (sobre la Sociedad Desobediente), debo aclarar que, para mí, «desobediencia» no significa quebrantamiento de las reglas sociales. Contrariamente a lo que nos dice la ideología dominante, la desobediencia es una actitud de madurez social e individual, de insumisión que lleva a cambiar las reglas democráticas, a desplazar aquellos códigos sociales, legales o culturales, que oprimen al individuo en beneficio de los intereses particulares del poder central, del poder de clase, de raza, de género, etc. Precisamente, la desobediencia es lo que diferencia a un adulto joven de un niño de pocos años.

Quebrantar las reglas establecidas en una sociedad, por injustas que éstas sean, es una forma de perpetuar el poder. Esto ya lo entendieron Sócrates y el mismo Jesús, personaje verdaderamente subversivo, si hubo alguno en la historia de la humanidad, tanto que para matarlo de verdad fue necesario su oficialización dogmática, es decir, su fabulosa integración al centro, al poder.

Como afirma el profesor de la Universidad de Berkeley, Mas’ud Zavarzaeh, el disentimiento es parte de la tradición de los sistemas actuales de dominación. La tradición integra y resuelve dos tópicos fundamentales de las sociedades capitalistas: lo nuevo y lo permanente. Para ello, la tradición recurre a la «deshistorización» de los hechos sociales y políticos. Integra en su propio discurso al «disidente», al rebelde, como resultados necesarios de una sociedad dinámica, moderna y pluralista -democrática.

«[Dissent] is ineffective because it is an idealistic distancing from the existing institutions of capitalism and not a materialist critique of its operations nor an intervention in its economic order and class organizations of culture.» [4]

En el caso de América Latina, el rebelde, el subversivo, cuando no logra en un gran movimiento revolucionario destruir la estructura de dominio social (lo cual constituye la regla general), termina integrándose a una tradición aún más perversa: opera como justificación del dominio despótico de los poderes políticos, religiosos y militares.

La ideología dominante llena todos los intersticios sociales: desde la educación hasta la cultura, desde el trabajo hasta la televisión, desde los medios de prensa hasta el diálogo callejero. Todo está teñido por el discurso dominante. Así no sólo somos los objetos del dominio y de la opresión ¾de clase, de grupos financieros, de minorías políticas, de imposiciones sexuales, etc¾ sino que, además, somos nosotros mismos los «sujetos de propagación» de la misma ideología dominante.

Este mecanismo se puede observar ya desde épocas del más grande subversivo de la historia: Jesús. Jesús fue un trasgresor en todo sentido y, paradójicamente, no lo hizo en nombre del Demonio sino de su Padre, Dios. Al cuestionador de las Leyes y de las costumbres, al hombre que se rodeaba de prostitutas (estoy escribiendo en Word. El programa me subraya esta palabra en rojo. Se niega a reconocerla. Es parte de la ideología dominante, es el sutil perfil de más de mil años de moral opresora, filtrado en los orgullosos sistemas informáticos), de mendigos y de homosexuales ¾esta es una hipótesis que veremos más adelante. Así como Jesús revindica a la prostituta, absuelve a la adúltera, así debió hacer con los homosexuales. Sin embargo, el concilio de Nicea, o probablemente mucho antes, debió censurar estas «insinuaciones» como apócrifas. ¿Por qué? Porque la homosexualidad recordaba a la Roma de los césares, a la Grecia de los clásicos, es decir, al paganismo. Es cierto que en el antiguo Testamento Dios destruye a Sodoma y Gomorra. Sin embargo, no es menos cierto que también, según la tradición farise, ordenaba matar a las mujeres adúlteras. Jesús, de una forma clara y a través de cierta racionalidad, abolió esta Ley. ¿Cómo no haría lo mismo con una convención que no estaba escrita en Ley?). Es decir, Jesús es el revindicador del oprimido, del hombre y de la mujer marginados. Jesús es el enemigo del Poder, contrariamente a los que históricamente han afirmado que éste, el poder, es de «origen divino» («al César lo que es del César», dijo; y, efectivamente, la traición de Judas consistió en entregarlo al César, a Constantino, al Papa). El Mesías no se opone al poder directamente, lo cual nunca aprendimos correctamente. Su mensaje ha sido integrado y silenciado en el centro, pero sobrevive, como no podría ser de otra forma, en el margen. Paradojas de la historia ¾o no¾, gracias a laicos y ateos, la mayoría de las veces. La lucha consiste, entonces, en la conquista del espacio central: la sociedad.

Pero el Poder se toma revancha. A Jesús no lo asesinan cuando lo crucifican. Esa fue una derrota para el poder romano. A Jesús lo asesinan 297 años después, cuando el cristianismo sale de la clandestinidad, con Constantino y los sucesivos concilios terminan por esculpir un falso ídolo de piedra: el Dogma Católico. Es cuando su nombre se transforma en la más efectiva negación de su mensaje original. Cuando se transforma en el poder moral, en la ideología dominante.

Diferente a la dinámica moderna de los últimos doscientos años, la futura Sociedad Desobediente no procurará crear un «nuevo margen tradicional», el cual es ocupado hoy en día por el rebelde y por el disidente. Tampoco buscará desplazar el centro sobre sí mismo, lo cual significaría una contradicción. La sociedad Desobediente no se reconocerá en el margen ni en el centro, no reconocerá autoridad ni desplazados, aunque estos dos pares no desaparecerán completamente. La Sociedad Desobediente será la esfera cuyo centro está en todas partes.

Sin embargo, la Sociedad Desobediente no es inevitable; su probabilidad y la de su opuesto (el control físico, ideológico y económico, la permanencia del control social de una clase) se parecen. Y de esto depende, una vez más, el destino de la humanidad: no de un proceso inevitable, sino del éxito o de la derrota de una justa revolución. La mayor amenaza que sienten los poderes sociales (económicos, financieros, militares, de clase, etc.) es la progresiva anarquía de los procesos de producción. A este «descontrol» deben responder con una mayor tensión entre el centro y el margen, publicidad ideológica mediante: el mundo se hace cada vez más inseguro; las sociedades necesitan pagar seguridad con libertad, control con independencia. La lucha será más dura de lo que calcula la tradición. Los poderes hegemónicos, los controladores éticos e ideológicos ya no se enfrentarán a medievales hordas de campesinos analfabetos. Desde la Edad Media no hemos ganado en inteligencia, pero sí tenemos mejores posibilidades de usarla y de malograrla. Es cierto que muchas veces, cuando vemos las realidades de África y de América Latina sentimos que este proceso tardará aún cincuenta años en llegar. Sin embargo, está naciendo y, paradójicamente, las últimas regiones en reconocerlo no serán los continentes del Sur, sino el gran continente del Norte. Y aunque hoy no lo reconozca y prefiera seguir mirándose el ombligo, este cambio lo beneficiará, porque será al fin la verdadera liberación del individuo como ser social ¾como ser verdaderamente espiritual.

Nunca alcanzaremos la Paz ni la Justicia definitiva. Pero esas dos aspiraciones humanas serán más probables en un orden que en el otro. Precisamente, para controlar el orden es necesario el desorden. No hay policía sin delincuencia; no hay militares sin guerra. Sin embargo, los delincuentes y las guerras son necesarios para el control que mantiene el poder a través de la policía y los militares. Lo mismo ocurre con los poderes religiosos, financieros, con el dominio del capital sobre la sociedad. Una de las tareas de la Sociedad Desobediente es superar los antagonismos que diariamente son inyectados en su cuerpo, para mantenerla adormecida -controlada.