Urge un plante decidido y común frente a todos los desmanes amparados en los macroproyectos de energías renovables, como se hizo en los años 70 contra el abstruso programa nuclear.
O sea que, corrompido el litoral por las continuadas políticas urbano-turísticas de ocupación implacable de un espacio escaso y frágil, colonizadas las áreas de montaña por urbanizaciones elitistas e instalaciones de esquí, tras su radical hundimiento demográfico, y envilecido el crecimiento de las ciudades a manos de prácticas esencialmente especulativas, nos quedaba el territorio interior, el rural, el más genuino y resistente, el solar de la mayoría de los españoles de las dos últimas generaciones, como esperanza de conservación y descanso para el espíritu. Pero, poco a poco, las prolíficas e insaciables infraestructuras del transporte y la energía, la agricultura intensiva, extensiva y venenosa, y el urbanismo disperso y caprichoso, fugitivo del incómodo medio urbano, fueron carcomiéndonos la perspectiva del paisaje restaurador, la memoria de nuestras vidas y el alma atribulada.
Todo lo cual resultó siempre insuficiente, provisional, antesala de más y más agresiones, ya que los espejismos del desarrollo se habrían de repetir y superponer, siendo el mayor de ellos, y el más avieso, el energético, ese del más, más y más: más consumo, más tecnología, más dependencia. Así que a los valles inundados y deshabitados, al pespunteo de chimeneas humeantes, a las incursiones de centrales nucleares apostadas en nuestras riberas, había que añadir, esta vez con algazara general, ficciones afinadas y alianzas inconfesables, los prometedores núcleos de energías de futuro: molinos de viento que espantan, ensordecen y trampean aves y hasta nubes; extensas granjas de espejos refulgentes que sustituyen al agro alimenticio, y proyectos tan imaginativos como inimaginables, perfectamente alineado todo ello en dogmas múltiples, renovados, idolátricos y opresivos.
Y así, el sector más directamente relacionado con la degeneración climática, que es el de la energía en general, con el transporte como infección y el automóvil como anestesia reacciona, se reorganiza, fabula y se impone con una estrategia universal de exculpación propia asumiendo el liderazgo de “un mundo energético nuevo”, del que se pretende descartar la emisión de CO2 desarrollando las llamadas energías renovables, tras combatirlas y desprestigiarlas durante decenios pero que -con sus medios de propaganda y embaucamiento de las instancias políticas y mediáticas- han convertido en la gran esperanza civilizatoria, en el grial laico de la salvación por el capitalismo y en una orden imperiosa de acatamiento universal.
De tal manera que el sistema productivo capitalista -que tanto memo daba por finiquitado cuando la crisis financiera generada en Estados Unidos en 2007, arrastrando al mundo entero-, lejos de sufrir acoso o menoscabo por sus crímenes y miserias, ha conseguido imponerse con marca verde, climáticamente adaptado y ecológicamente centrado lo que, siendo en realidad todo lo contrario, cunde y permea como una fe expansiva todas nuestra sociedades obnubiladas e inermes, faltas de tiempo para pensar, instrumentos para incordiar y, sobre todo, ganas de reaccionar.
El sector más directamente relacionado con la degeneración climática, que es el de la energía en general, con el transporte como infección y el automóvil como anestesia reacciona, se reorganiza, fabula y se impone con una estrategia universal de exculpación
Y, como muestra de espectacular de éxito mediático y político desvergonzado, se declara al petróleo y al gas villanos universales y merecedores de radical sustitución por el sol y el viento, pero se aprovecha la guerra que culmina la tríada de crisis desatadas (la financiero-especulativa, la pandémico-subversiva y la actual, bélico-imperialista) para afianzar su poder político-económico, relanzar su consumo y multiplicar los beneficios de las empresas que los manejan y monopolizan… Lo que no obsta para que, al mismo tiempo, el sector de las energías renovables triunfe, arrolle y agreda, atribuyéndose la supuesta bula que le concede su (auto) definición como salvífico y ecológico.Y todo el entramado del sistema político-económico internacional el sector más directamente relacionado con la degeneración climática, que es el de la energía en general, con el transporte como infección y el automóvil como anestesia reacciona, se reorganiza, fabula y se impone con una estrategia universal de exculpación —incluyendo muy destacadamente a la Unión Europea y, por supuesto, España— se lanza al nuevo y sugestivo negocio con verdadera furia, tanto inversora como antiecológica, burlándose de lo que creíamos avances de la legislación ambiental protectora, exigiendo sumisión a las poblaciones afectadas, tantas veces vendidas por sus munícipes irresponsables, y degenerando nuestros paisajes al metalizarlos y escamotearlos: generadores eólicos y plantas fotovoltaicas pretenden aniquilar nuestro mundo visual y espiritual con la coartada de su necesidad y su limpieza.
En riguroso cumplimiento de la profecía ecologista —que señala a las sociedades desarrolladas como suicidas y al virus de la codicia económica como dominante y responsable del envenenamiento de las relaciones sociales— las respuestas dadas a la acumulación de crisis resultan catastróficas para la humanidad y la naturaleza, pero altamente provechosas para la coalición canalla, y universal, de intereses económicos insaciables, que controlan al poder político internacional.
No ha servido de mucho advertir sobre la inconsciencia y estupidez de numerosos grupos o instancias ecologistas que las respuestas dadas a la acumulación de crisis resultan catastróficas para la humanidad y la naturaleza, pero altamente provechosas para la coalición canalla, y universal, de intereses económicos insaciables
No ha servido de mucho advertir sobre la inconsciencia y estupidez de numerosos grupos o instancias ecologistas que las respuestas dadas a la acumulación de crisis resultan catastróficas para la humanidad y la naturaleza, pero altamente provechosas para la coalición canalla, y universal, de intereses económicos insaciables, que controlan al poder político internacional —aterrados por el CO2 y el cambio climático, pero sin espolear el pensamiento más allá— se creían obligados, incluso éticamente, a hacer causa común con el empresariado emergente, aunque este se delatara con oportunistas, pillos y aventureros de toda laya, mientras las grandes empresas preparaban su entrada triunfal en ese nuevo negocio, avasallando como de costumbre. Por lo que hay que seguir recordando que el CO2 no es culpable de nada, salvo indirecta e involuntariamente, que hay que ir a la dinámica que genera sus emisiones y, más todavía, al sistema que envilece al entorno y a los humanos, que es el mismo que se apropia de la fabulosa operación crematística de las renovables.
Sin planificación energética, sin legislación rigurosa (ya que la existente se reduce y minusvalora) y sin armas de control acrecido de los ciudadanos sobre los proyectos (en definitiva, sobre empresas, ayuntamientos y autonomías), la actitud de respuesta a este desvarío monumental debe de ser de bloqueo sistemático, de “hasta aquí hemos llegado”, de exigir la renuncia de esos objetivos irresponsables que marca el Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) con su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima que, sobre carecer de espíritu planificador —cuándo, dónde y cómo, no sólo cuánta potencia eléctrica instalar, y sobre todo por qué, situando como principal objetivo la reducción de consumos—, es contradictorio con los planes del mismo MITECO de estímulo del gas por motivos políticos, de promoción de la producción de hidrógeno por esa nueva ilusión automovilística y de la parafernalia que conlleva nuestra conversión en “potencia gasística”. Todo lo cual incrementa el consumo energético, que nuestras administraciones debieran tener por indeseable (¡que ya va siendo hora!), genera nuevas fuentes de emisiones de gases de invernadero (incluyendo el CO2) y condena ambientalmente a nuestras tierras, aguas y cielos.
Sin planificación energética, sin legislación rigurosa (ya que la existente se reduce y minusvalora) y sin armas de control acrecido de los ciudadanos sobre los proyectos (en definitiva, sobre empresas, ayuntamientos y autonomías)…
Resumiendo, y en el caso de España, donde el MITECO trabaja con entrega y fervor para lograr el empeoramiento ecológico, con ese protagonismo necio en el trasiego del gas a Europa, el alineamiento con las medidas (ilegales) antirrusas y el azuzamiento de las inversiones en renovables, urge un plante decidido frente a todo esto: como se hizo en los años 1970 contra el abstruso programa nuclear, rechazando y resistiéndose las organizaciones ecologistas y vecinales a todos y cada uno de los nuevos proyectos de energías renovables.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/energias-renovables/desorden-furia-devastacion-energias-renovables