A lo largo de la historia, en las sociedades patriarcales se han establecido etiquetas sociales que limitan las potencialidades humanas en función de su adecuación de género. En la humanidad ha predominado el cacicazgo masculino; el hombre constituyó el sujeto histórico dominante y la mujer se convirtió en la dominada. Mediante la dicotomía de lo […]
A lo largo de la historia, en las sociedades patriarcales se han establecido etiquetas sociales que limitan las potencialidades humanas en función de su adecuación de género. En la humanidad ha predominado el cacicazgo masculino; el hombre constituyó el sujeto histórico dominante y la mujer se convirtió en la dominada. Mediante la dicotomía de lo masculino-femenino se adjudican valores con significaciones antagónicas que, junto a otras categorías como estatus social, raza, nacionalidad, sexualidad, agudizan los niveles de discriminación presentes en las relaciones de poder.
En la red persisten criterios en torno a estos temas, pero han mostrado ambigüedades que suscitan las siguientes interrogantes; ¿cuáles son los orígenes de género y sexualidad? ¿Cuál es su utilidad para el logro de una sociedad más inclusiva? ¿Qué rol debe ocupar la familia, instituciones educativas y culturales, medios de comunicación, poder eclesiástico, el gobierno y la ciencia en la deconstrucción de patrones tradicionales de género y sexualidad?
Durante la segunda mitad del siglo XX ocurría un hecho sin precedentes; movimientos feministas anglosajones develaban los estudios de género. Estereotipos sociohistóricos asignados a hombres y mujeres -junto a roles, identidades y espacios de socialización- fueron planteados como construcciones culturales, desvirtuándose el carácter «natural» e «inamovible» con que se habían enmarcado hasta ese momento. Parafraseando a Simone de Beauvoir «No se nace mujer: se llega a serlo»; ser mujer/hombre y lo femenino/masculino no dependen de la biología per se, obedecen a patrones socioculturales y educativos que pueden cambiar bajo los efectos del ser humano.
Como expone Reina Fleitas «el género devino entonces un concepto que se refería a construcciones o pautas culturales que habían incidido en la formación de una identidad femenina subordinada, mientras el sexo quedaba para explicar los procesos biológicos diversos del ser mujer frente a los del hombre, los cuales atenido a su carácter natural no determinaban diferencias de posición social«. No se trataba de ignorar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sino que el mal considerado «sexo débil» no continuara en condiciones de «utillaje».
A medida que se profundizaban los estudios de género, aparecían otros problemas que complejizaban las concepciones teóricas y la sexualidad mereció espacios diferenciados de análisis. La teoría queer– término cuyos significados que se ajustan a este particular «extraño», «raro», «invertido», «tarado», «desviado»- fue muy útil para que la comunidad LGBTI de los años 90 llamara la atención sobre la existencia de una sexualidad que había sido considerada «pecaminosa» o «criminal» al transgredir la visión social basada en la heteronormatividad (normas establecidas donde se impone un modelo hegemónico heterosexual). Siendo Judith Butler una de sus principales representantes, se partía del presupuesto que si el género y la sexualidad eran construcciones socio-históricas y culturales, la liberación sexual era posible.
En Cuba, si bien la familia, instituciones educativas y culturales, medios de comunicación, poder eclesiástico, el gobierno y la ciencia han representado canales expeditos para legitimar y reproducir visiones tradicionales al respecto; no se pueden obviar los cambios evidenciados en los últimos tiempos. Ello resulta plausible pues constituyen vías certeras en la aplicación de acciones educativas y culturales, fundamentales para influir en el imaginario social y que se adopten posiciones a favor de las denominadas «sexualidades periféricas».
En el caso del poder eclesiástico, las Iglesias de la Comunidad Metropolitana (ICM) han actuado como contraparte a posturas tradicionales adoptadas dentro de la Iglesia Católica y otros devotos de la fe cristiana. Un estudiante me comentaba las manifestaciones públicas adoptadas por algunos «extremistas», que utilizan a Dios como «fachada» para esconder posiciones homofóbicas. Le preocupa que esos hechos recientes sean analizados como estados de opinión y presionen a la sociedad cubana y el gobierno, cuando en realidad no todos los católicos y cristianos asumen actitudes tan «retrógradas».
Sus preocupaciones pueden tener fundamento, a juzgar por criterios que persisten en algunos «corrillos políticos». Al interior del Partido Comunista de Cuba (PCC) coexisten varias posiciones; algunos consideran a los integrantes de la comunidad LGBTI como personas de «dudosa moral»; otros reconocen la necesidad de respetar sus derechos, pero no creen que deban ser centro de atención del gobierno ante problemas más concretos; existen casos que deciden no expresar sus opiniones quizás como resultado de una «educación machista»; y otra posición aboga por el amparo jurídico de sus derechos y que expresen su sexualidad sin ser objeto de tabúes y manifestaciones de discriminación.
Esperemos que enfoques políticos anclados en el tiempo no se interpongan; remover construcciones sociohistóricas y culturales sobre género y sexualidad, aprehendidas y reproducidas socialmente, pudiera conducirnos a posiciones más acertadas en la sociedad cubana. Resulta insoslayable «tirar de los hilos» para motivar a una reflexión colectiva; ¿sojuzgar, limitar?… consensuar y tolerar, verdaderas claves para el debate contemporáneo.
Fuente: http://jovencuba.com/2018/09/23/develando-el-genero-un-debate-contemporaneo/