La Gran Guerra fue diferente a todas las que ha habido o habrá en este mundo nuestro. Los estudiosos de la estrategia lo explican por una razón muy clara. La evolución tecnológica de los armamentos consiguió por aquel entonces un desarrollo tan prodigioso de la capacidad de fuego que una posición bien defendida podía fácilmente […]
La Gran Guerra fue diferente a todas las que ha habido o habrá en este mundo nuestro. Los estudiosos de la estrategia lo explican por una razón muy clara. La evolución tecnológica de los armamentos consiguió por aquel entonces un desarrollo tan prodigioso de la capacidad de fuego que una posición bien defendida podía fácilmente convertirse en inexpugnable. Eventos como la batalla de Balaclava (1854) en la guerra de Crimea o la de Sedán (1870) en la guerra franco-prusiana habían ya demostrado que las cargas de caballería que hasta entonces habían sido decisivas empezaban a resultar impotentes ante una artillería cada vez más eficaz, pero fue en la I Guerra Mundial cuando la movilidad que había caracterizado hasta entonces las operaciones bélicas cedió su lugar a una guerra de posiciones. Sólo con el aumento posterior de la capacidad de fuego móvil de la aviación y los carros de combate la estrategia volvería a sus formas habituales.
Aquella guerra diferente, conflicto interminable de frentes estancados, de masivos ataques infructuosos y consiguientes carnicerías, fue el horror con el que se estrenó un siglo pródigo en horrores. Con sus 37 millones de bajas, toda una generación fue masacrada por la codicia de los banqueros y la estupidez de los patriotas. Algunos de los que la sufrieron escribieron después páginas inmortales que nos acercan a aquellos escenarios dantescos. Son obras como Adios a todo eso de Robert Graves o Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque. En estos momentos hay que saludar la aparición en su primera versión castellana de otro libro al que cabe situar entre los mejores de esta serie, Guerra del 15 de Giani Stuparich (Editorial Minúscula, traducción de Miquel Izquierdo).
Nacido en 1891 en Trieste, por aquel entonces puerto principal del imperio de los Habsburgo, Giani Stuparich estudia literatura italiana en Florencia, donde se licencia con una tesis sobre Maquiavelo. El estallido de la I Guerra Mundial lo sorprende en su ciudad natal, pero tras cruzar ilegalmente la frontera se alista voluntario en el I regimiento de granaderos de Cerdeña, siendo enviado al frente del Isonzo, donde se desarrollaban violentos combates en ese momento. Guerra del 15 nos narra su partida de Roma el 2 de junio de ese año en compañía de su hermano menor Carlo que moriría poco después y su amigo el también escritor Scipio Slataper, su incorporación al frente el día 6 y sus experiencias en las dos primeras de las que hoy se conocen como batallas del Isonzo. Tras ser ascendidos a oficiales, Giani y Carlo son destinados lejos de la zona de combates y con ello la acción descrita en el texto se interrumpe el 8 de agosto.
Guerra del 15 es a la vez un libro de una enorme calidad literaria y un documento humano conmovedor. Publicado en 1931, está elaborado con las notas que Giani Stuparich tomó durante su estancia en el frente. En él nos encontramos con todas las sensaciones a flor de piel de un soldado de la Gran Guerra. Al principio es sólo el peso de la mochila y el agua tibia de la cantimplora, las nubes y los colores del amanecer desde la tienda de campaña. Los paisajes son los de su niñez, horizontes conocidos de hermosas montañas, bosques y arroyos. Son jóvenes y podían estar de excursión por su tierra. Pero en seguida llega el espanto de los primeros cadáveres, cuerpos destrozados que podíamos ser nosotros. Y nos internamos en un viaje alucinante al mundo de las trincheras y el alambre de espino, del cañoneo ensordecedor y los shrapnels, nubecillas que revientan: un estampido y silbidos de metralla y muerte. La crónica sigue día tras día por los paisajes que Giani había conocido en la dulzura de otro tiempo transformados en una sucursal del infierno.
Uno de los valores más notables del libro es precisamente este: el contraste entre la amenaza torturante de la guerra y el gozo de una naturaleza que invita cada momento con los sonidos y colores de la vida. El arte literario del autor hace que estas dos componentes se enfrenten de continuo y convierte la obra en un documento impactante. Los «dos hermanos triestinos», como se les conoce en el regimiento, cuyo origen dará lugar a desconfianza en los mandos en alguna ocasión, luchan además en las montañas próximas a su ciudad, a la vista de ella a veces. En ella sueñan entrar como conquistadores. Giani es un perfecto patriota italiano, que se enfurece ante cualquier muestra de cobardía o escaqueo entre sus compañeros, perfecta carne de cañón para el sangriento negocio de los banqueros.
Tras una noche de combates, Giani escribe: «Los hombres, con sus movimientos silenciosos, semejan sombras penosas y frágiles en este espeluznante desierto de piedra, en este aire crepuscular chirriante y gemebundo; uno casi siente el deseo de gritar para oír su propia voz y para oír a alguien respondiéndole. Me tiembla en el pecho un sentimiento desesperado de piedad no sólo por estos hombres entregados a la muerte, sino por toda criatura humana.»
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