¿Como explicar el 15M cinco años después, sus consecuencias, sus límites y sus potencias? No es fácil, pero hay que intentarlo, porque de cómo lo leamos depende también la apuesta política que hagamos. Estas diez tesis no pretenden dar una explicación acabada ni finalista, sino plantear una serie de cuestiones que nos parecen interesantes para […]
¿Como explicar el 15M cinco años después, sus consecuencias, sus límites y sus potencias? No es fácil, pero hay que intentarlo, porque de cómo lo leamos depende también la apuesta política que hagamos.
Estas diez tesis no pretenden dar una explicación acabada ni finalista, sino plantear una serie de cuestiones que nos parecen interesantes para la acción política transformadora.
El 15M se entiende mejor si observamos otros países europeos que no han vivido un movimiento similar
Toni Negri dijo hace poco que el 15M produjo una ruptura antifascista. Esto quizás suene un poco exagerado, pues presupone un eje de conflicto que no estaba presente en la sociedad española, al no existir ningún régimen fascista con el que romper, pero es muy útil como metáfora.
En 2011 la española era una sociedad rápidamente empobrecida, con una clase media en descomposición y una importante presencia de población migrante que podía convertirse en el chivo expiatorio de algún demagogo. Es decir, se daban una serie de condiciones objetivas que en otros países de Europa han supuesto la base material de populismos de derechas.
Sin embargo, el estallido espontáneo de la movilización en las plazas dejó claro cuál era el problema. Como decía uno de los lemas más populares, «no somos mercancías en manos de políticos y banqueros». A partir de ahí, la crisis no se hizo menos grata, pero sí menos bárbara.
El 15M no fue sólo un ciclo de movilizaciones, fue un movimiento
Las movilizaciones suelen plantear una serie de reivindicaciones concretas, defensivas u ofensivas, que deben ser resueltas por las instituciones. El 15M se movilizaba, pero era algo más. Proponía prácticas, formas, anhelos, tan poco concretos y abstractos que «no cabían en las urnas».
Las asambleas en las plazas pretendían sustituir a los parlamentos como espacios de deliberación, la democracia directa sustituir a la ficción representativa, la ciudadanía recuperar la política, el espacio urbano volvió a ser común durante unas semanas.
Aunque el movimiento nunca consiguió pasar de ser «anti-poder» a ser «contra-poder», dejó un poso cultural, una serie de propuestas de prácticas de lucha que reaparecen cuando algún sector de la sociedad irrumpe para expresar su descontento.
El 15M no llegó a constituir un sujeto político, pero desarticuló al bloque social dominante
La columna vertebral del 15M fueron los hijos de las clases medias, esa construcción ideológica basada en la capacidad de consumo y de endeudamiento.
Construida pacientemente durante décadas por las élites españolas, la crisis de 2008 supone la descomposición de las relaciones materiales que sostenían este constructo.
Decenas de miles de jóvenes universitarios (que, recordemos, no son la mayoría de la juventud) sufren la crisis económica como una crisis de expectativas: el capitalismo español no ha sido capaz de producir puestos de trabajo al mismo ritmo que títulos universitarios.
El sector social sobre el cual el régimen del 78 había basado su estabilidad se deshizo: empezó por los hijos de las clases medias, pero rápidamente alcanzó a sus padres, convitiendo al 15M en un sentimiento inter-generacional.
El 15M no fue un movimiento de clase, pero sí fue «lucha de clases»
Las clases medias en proceso de proletarización no lucharon durante el 15M como «clase universal», sino que se resistían precisamente a esta proletarización.
Algunos sectores sociales como los trabajadores del sector público vinculados a la sanidad o a la educación se incorporaron al movimiento a través de las «mareas». Otros sectores sociales como la clase obrera tradicional o el precariado metropolitano miraron con simpatía al 15M, pero no participaron colectivamente en el movimiento.
Aunque el 15M no construyó un sujeto de clase, podemos decir que fue un episodio atravesado por la lucha de clases, al vincular economía y política, es decir, desnundando los vínculos que ligan la obtención de beneficios al poder político y viceversa.
Eso sí, el 15M ataca las consecuencias de la relación estructural que existe bajo el capitalismo entre política y economía, pero nunca llega a cuestionar la propia relación.
El 15M no fue de izquierdas ni de derechas, pero sí que tuvo un alma radical
Contaré una anécdota para ilustrar esta tesis. En una asamblea del 15M, tras horas de debates entre izquierdistas, una chica coge el micrófono. Cansada de tanta palabrería, dice: «Yo no sé si soy de izquierdas o de derechas, pero sí sé cómo me siento cuando me levanto por la mañana para ir a trabajar: me siento explotada».
Creo que es una metáfora ilustrativa de la crisis de la izquierda, de sus códigos, de su política, de sus expresiones culturales. ¿De qué sirve todo el aparato ideológico de la izquierda tradicional si no sirve para expresar el odio contra la explotación?
Lo que se expresaba en el 15M era difuso y heterogéneo, pero también radical. Por eso, cuando en el 15M se dijo que «somos los de abajo contra los de arriba», no hubo ninguna renuncia ideológica, sino que se expresó una nueva radicalidad que la izquierda realmente existente era incapaz de portar.
El 15M no fue anticapitalista, pero se articuló en torno al mayor enemigo del capitalismo: la democracia
La teórica marxista Ellen Meiksins Wood planteó en un famoso ensayo que el eje de lucha por la emancipación humana debía ser «democracia contra capitalismo». Eso significa que el capitalismo, como construcción histórica, entra cada vez más en contradicción con los planteamientos democráticos.
El neoliberalismo ha logrado subsumir en las lógicas capitalistas a espacios que estaban parcialmente fuera de ellas, como ciertos derechos otrora considerados fundamentales en la Europa del Welfare, por ejemplo, la sanidad y la educación.
El 15M fue una rebelión profundamente democrática, pues trató de recuperar el hilo entre derechos y ciudadanía, quebrado por el contra-reformismo neoliberal.
Aunque nunca llegó a plantear nada parecido a una alternativa socialista, con sus prácticas y sus anhelos fue capaz de cuestionar profundamente la hegemonía neoliberal.
Por desgracia, la rebelión democrática del 15M se detuvo a las puertas de los centros de trabajo, permitiendo que el secreto de las relaciones de poder al que se refería Marx se mantenga todavía inaccesible.
El 15M no era inevitable, pero era necesario
Gramsci advertía al marxismo mecanicista de que «se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertos modos de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal».
Eso significa que el 15M no tenía que ocurrir inevitablemente, pero que estaba implicito en la situación. Y ocurrió, provocó una mutación en la «crisis». De ser una crisis vivida con extrema dureza y de forma dispersa, pasó a ser una crisis de régimen, una crisis del sistema político.
El 15M no resolvió la cuestión de la organización, pero sí que la planteó
Lejos de ver el 15M como un momento de celebración, el 15M, por usar una expresión del filósofo Daniel Bensaid, fue un momento de reapertura de la cuestión estratégica.
Después de llevar la crisis de lo económico a lo político: ¿Cómo convertir la indignación en conquistas sociales efectivas? ¿Cómo organizarnos cuando ha quedado claro que las viejas formas políticas de la izquierda ya no sirven? ¿Como evitar caer en el «happening permanente» que proponían determinados sectores del movimiento y pasar a una «guerra de posiciones» paciente, a contrapelo de los ritmos propuestos por la politica posmoderna?
Muchas preguntas, pero una constatación: no surge ninguna organización del propio movimiento. Sólo esto permite explicar nuestra siguiente tesis.
Podemos no es el 15M ni viceversa, pero sin el 15M, Podemos no existiría
El 15M genera las condiciones para que surja Podemos, pero Podemos no surge del 15M. Podemos surge por el agotamiento del 15M y de sus expresiones ulteriores como las mareas, incapaces tanto de lograr conquistas concretas como de dar el salto a la lucha por el poder.
De esta combinación entre la posibilidad (el 15M crea una base social impugnatoria) y la incapacidad (esa base social es incapaz de auto-organizarse de forma estable) surge Podemos.
Por eso, Podemos vive permanentemente en una relación de tensión: heredero del legado del 15M, ha sido incapaz de desarrollar más allá del terreno electoral las potencias de auto-organización social que el 15M había propuesto.
El 15M ya no está, pero vuelve una y otra vez
Si hubo un momento decisivo en la campaña electoral del 20D, fue el famoso minuto de Pablo Iglesias. Podemos llegaba muy desgastado a esa campaña electoral y en un debate entre los principales candidatos, Pablo Iglesias apeló a la «fidelidad» al «Acontecimiento» del 15M, interpelando a través de la televisión a millones de personas.
La apelación funcionó. Aunque ya no quede movilización en las plazas ni auto-organización en asambleas o en las mareas, el 15M sigue siendo una forma de decir justicia social y democracia.
Una de las características que Badiou considera en un «Acontecimiento» es que es irrepetible. Sin embargo, el 15M ha propuesto formas de lucha y de organización que vuelven cuando aparece lo único previsible en la sociedad capitalista: el conflicto.
Ahora, en cierto modo, el 15M es «la sonrisa del fantasma».
Brais Fernández, militante de Anticapitalistas, forma parte de la redacción de ‘Viento Sur’.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/movimientos/30377-diez-tesis-para-explicar-cinco-anos-del-15m.html