El gasto en alimentos es el de mayor impacto para una familia cubana urbana, de ahí la importancia de analizar las características peculiares de la distribución alimentaria en Cuba. La canasta de alimentos -a la que todas las personas en Cuba tienen acceso mediante el racionamiento- no satisface completamente los requerimientos nutricionales promedio, aunque sí […]
El gasto en alimentos es el de mayor impacto para una familia cubana urbana, de ahí la importancia de analizar las características peculiares de la distribución alimentaria en Cuba.
La canasta de alimentos -a la que todas las personas en Cuba tienen acceso mediante el racionamiento- no satisface completamente los requerimientos nutricionales promedio, aunque sí para los menores de siete años de edad. Existen otras fuentes que también se subsidian -como el consumo social, la alimentación pública y el autoconsumo-, pero no todas las personas pueden acceder a ellas; de manera que, en dependencia de la posibilidad de obtenerlas o no, habrá que recurrir en mayor o menor medida a los espacios mercantiles, lo cual repercute de forma considerable en el nivel y composición del gasto de alimentos de la familia.
Para ilustrar esto se ha estimado cuáles serían los gastos en alimentación per cápita, según la distribución de alimentos por fuente, y su composición si la fuente es subsidiada o no. Para completar el gasto en los espacios mercantiles se han aplicado los precios vigentes en el mercado agropecuario en cada año. Estas estimaciones se realizaron para 2005 -según la información contenida en ONE, 2006―, para 2011 -considerando un consumo per cápita equivalente al de 2008- y para 2016, a partir del consumo aparente estimado de acuerdo a la disponibilidad de alimentos por fuente con los precios vigentes ese año.
Las familias con acceso a alimentos por el autoconsumo se encuentran en una situación favorable, ya que esta fuente garantizaba un equivalente del consumo de alimentos medio superior al 20 por ciento en 2011 y de alrededor de 14 por ciento en 2016, y a precios relativamente bajos. Sin embargo, esta no es la situación de la mayoría de las familias urbanas.
La potencial adquisición de alimentos por alguna otra fuente subsidiada, además de la asignación racionada, resulta determinante en cuanto al gasto por ese concepto. Sobre la importancia de estas erogaciones ya se ha hecho referencia en trabajos previos, así como sobre la persistencia de altos precios en los espacios de mercado vigentes, como consecuencia de su imperfecto diseño[1]. Son problemas que persisten y exigen pronta solución.
En el mercado agropecuario, por ejemplo, persisten limitaciones que restringen la competencia y su potencial eficiencia. Entre ellas destacan: la marginalidad de la oferta, dadas las reglas de acceso de los concurrentes, la falta de mercados de insumos para poder ampliar la producción y la oferta, y también por la descapitalización del sector productor de alimentos; la colusión tácita que ocurre entre los agentes de este mercado, como resultado de sus propias reglas de acceso y de la escasez de servicios de transporte para esta carga, entre otros aspectos.
En resumen, las estimaciones logradas ponen de manifiesto que, aun con los incrementos implementados en salarios y pensiones en 2005, para las familias cuyos ingresos procedían exclusivamente de estas fuentes resultaba muy difícil asumir gastos por encima de los considerados como básicos ―por ejemplo, los destinados a compras de equipamiento y otros enseres para el hogar, el pago de servicios a privados (reparación de equipos, el transporte, el cuidado de niños, enfermos o ancianos para poder trabajar, y otros cuya provisión por el Estado es insuficiente), la adquisición de libros no escolares y el entretenimiento.
Para 2011 este escenario se complejizó aún más, al combinarse la contracción de los productos racionados -que ahora deben ser adquiridos en los mercados de «oferta y demanda»- con el aumento de precios de otros productos y servicios, situación que no logra ser compensada por el incremento en los salarios y pensiones medios.
Finalmente, es en 2016 que se observa una mejoría en la situación. Esto puede atribuirse al incremento del salario medio que ocurre a partir de 2011, como consecuencia de la introducción del pago por resultados en el sector de la producción de bienes y del incremento salarial en actividades escogidas de los servicios como, por ejemplo, la salud.
Sin embargo, por la naturaleza misma de las medidas que dan origen a los incrementos salariales, se manifiesta una mayor heterogeneidad del salario promedio entre sectores de la actividad económica. Esta mayor diferenciación se hace evidente cuando se compara el coeficiente de variación del salario medio entre sectores en 2005 y 2011 con el de 2016: 14 y 15 por ciento vs. 25 por ciento, respectivamente.
Si se replica el contraste de ingresos y gastos para el nivel salarial de un trabajador de los servicios comunales, sociales y personales (sector de más bajo salario medio en 2016), la situación de déficit de ingresos se manifiesta incluso para una familia con dos trabajadores.
Además de estar relacionada con los incrementos salariales, esta mejoría en el acceso a un nivel básico de gastos se vincula al hecho de contemplar un nivel básico de consumo que no incorpora algunos gastos que ya hoy podrían decirse que no son suntuarios, como por ejemplo: tener acceso a un nivel de consumo de hortalizas, frutas, condimentos, productos lácteos y grasas comestibles; así como el incremento de gastos para acceder a algunos de los servicios básicos, y las erogaciones que supone el tener que acceder a algunos bienes -como ropa y calzado, y servicios de transporte- en mercados con precios sustancialmente superiores a los aquí contemplados.
El verdadero dilema de los gastos de una familia
De esta manera, se realiza una nueva estimación de los gastos familiares en 2016, en la que se incorporan a los gastos en alimentación algunos rubros que no se habían tenido en cuenta para la estimación de los gastos básicos, considerando que, según la Organización Mundial de la Salud[2]: «Llevar una dieta sana a lo largo de la vida ayuda a prevenir la malnutrición en todas sus formas, así como distintas enfermedades no transmisibles y diferentes afecciones».
Tal es el caso de las frutas y hortalizas. En un informe reciente de la OMS[3] (2017), se recomienda:
«…como objetivo poblacional la ingesta de un mínimo de 400 g diarios de frutas y verduras (excluidas las patatas y otros tubérculos feculentos) para prevenir enfermedades crónicas como las cardiopatías, el cáncer, la diabetes o la obesidad, así como para prevenir y mitigar varias carencias de micronutrientes, sobre todo en los países menos desarrollados.»
Igualmente, se incluye en el consumo entre 20 y 25 gramos diarios de aceite comestible y 25 gramos de leche en polvo entera (aproximadamente 250 ml de leche fluida). Como fuente de proteína animal se rebaja el aporte de la carne de cerdo y se complementa con carne de pollo, que son las dos fuentes más accesibles.
Se mantienen las dos variantes de consumo calórico consideradas en la primera parte de este artículo: 3.524 kcal diarias (equivalentes al consumo aparente estimado para 2016), que denominamos primera variante; y 2.400 kcal diarias (equivalentes a la recomendación nutricional promedio para la población cubana en ese año), aludida como segunda variante.
Para los otros gastos se tomaron precios más cercanos a los que prevalecían en el mercado en 2016: para ropa y calzado, equivalentes a los de las tiendas en CUC[4], y para el transporte, no solo los del transporte público, sino utilizando algunos días los servicios de refuerzo y de las cooperativas no agropecuarias.
Los resultados bajo estos supuestos no tan restrictivos en términos de consumo y ampliando los límites de los que pueden considerarse gastos básicos, muestran que los gastos totales por hogar se mueven entre:
- 097 a 2.245 CUP[5], equivalentes a 699-748 CUP per cápita, para la primera variante de consumo de alimentos.
- 650 a 1.811 CUP, equivalentes a 550-604 CUP per cápita, para la segunda variante de consumo de alimentos.
Se evidencia que considerar precios de mercado para otros renglones de consumo hace que el gasto en alimentos pierda peso relativo, aunque mantiene su protagonismo en la primera variante.
Bajo estas condiciones, todos los «tipos» de hogares considerados enfrentan déficit de ingresos para asumir sus gastos de consumo. Estos déficits se estiman entre:
- 488 y 1.357 CUP, equivalentes a 163 y 452 CUP per cápita, para la variante 1 de consumo de alimentos.
- 54 y 913 CUP, equivalentes a 18 y 304 CUP per cápita, para la variante 2 de consumo de alimentos.
Para enfrentar los gastos estimados, una familia de tres personas necesitaría un ingreso equivalente a tres salarios medios de ese año (740 CUP) o de 9 a 10 salarios mínimos (225 CUP).
Vale destacar que estas estimaciones no han considerado los gastos destinados a: compras de equipamiento y otros enseres para el hogar, al pago de servicios a proveedores privados (como puede ser el caso de la reparación de algunos equipos o de la propia vivienda, el transporte, el cuidado de niños, enfermos o ancianos, para poder trabajar, y otros cuya provisión por el sector estatal es insuficiente), la adquisición de libros no escolares y de servicios de esparcimiento. Tampoco se han considerado gastos por el alquiler de la vivienda, que algunas familias, sobre todo las jóvenes, deben enfrentar para poder crearse su propio espacio de desarrollo.
La dinámica de la transformación de la economía cubana en años más recientes impone determinadas condiciones para poder acceder a servicios que, aunque se declaran universales para todos los cubanos, en la realidad no lo son. En este caso pueden mencionarse, por ejemplo, los servicios de salud, que en pos de su mayor eficiencia han sido compactados. Tal tendencia implica para el usuario del servicio recorrer mayores distancias para lograr el acceso y la necesidad de servicios de transporte complementarios que no siempre están disponibles a precios asequibles.
La calidad de los servicios sociales, que forman parte intrínseca de la identidad del socialismo cubano, también ha sufrido un deterioro en estos años. Aun cuando a mediados de la década de los 2000 se emprendieron numerosos programas para resarcirlos del deterioro sufrido a inicios de la pasada década de los noventa, este es un proceso que no puede considerarse concluido mientras los prestatarios de esos servicios se encuentren entre los trabajadores menos remunerados del país.
Los escasos incentivos para mantenerse empleados en estos sectores inciden en la pérdida de la calidad de su prestación. Por ejemplo, cada vez más quienes tienen hijos cursando la enseñanza general deben sufragar gastos adicionales para el pago de repasadores particulares que garanticen la correcta asimilación de los conocimientos que deben incorporar.
La distorsión que implica para quien trabaja el no poder solventar los gastos esenciales para la reproducción de su fuerza de trabajo y sostener a su familia, puede ayudar a comprender muchos de los fenómenos negativos que se manifiestan en la actual sociedad cubana y lo fútil que pueden resultar (y de hecho resultan) las medidas administrativas para su enfrentamiento y solución.
Reflexiones finales
Cuando se abordó esta investigación por primera vez en 2006, se citó la intervención del entonces presidente del Banco Central de Cuba, Francisco Soberón, en la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular de diciembre de 2005, donde refería: «…al trabajador que vive de su salario, se le crea una situación difícil, pues el dinero que recibe puede ser mucho para comprar los productos normados. Sin embargo, no es suficiente para acceder a mercancías que también les resultan necesarias, pero que se venden a precios de mercado»[6]. En 2011, al evaluar nuevamente la problemática, sus autoras afirmaron que el planteamiento de Soberón mantenía total y reforzada vigencia.
Muchas han sido las transformaciones que impactan sobre el gasto familiar básico y su estructura desde ese entonces hasta la fecha: la elevación de salarios y pensiones, la variación en la cantidad de alimentos racionados, la eliminación o reducción de subsidios a bienes y servicios, así como la dinámica de los precios de los bienes básicos.
Entre 2011 y 2016 se aprecian dos regularidades: una mejora en el salario promedio y una contracción del rol de la canasta de productos racionados en el consumo. Los cambios en los salarios se concentran en determinadas actividades económicas, se incorpora una mayor heterogeneidad en los ingresos salariales y todavía una parte importante de la población se encuentra empleada en las actividades que perciben los más bajos salarios: comercio y reparación de efectos personales; hoteles y restaurantes; servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler; administración pública, defensa y seguridad social; educación; cultura y deporte; servicios comunales, sociales y personales. Ellas representan 46 por ciento del empleo. Por ende, 12 años más tarde, la situación referida por Soberón no ha cambiado sustancialmente, aun con las modificaciones salariales introducidas en los marcos del proceso de actualización.
A partir de supuestos muy conservadores acerca del consumo para una selección de productos y servicios de carácter básico (alimentos, ropa y calzado, productos de higiene y aseo, medicamentos, y servicios de energía eléctrica, transporte, agua y gas) e ingresos provenientes de la relación laboral con el Estado (salarios y pensiones) que se corresponden con los promedios obtenidos a escala del país, se demuestra que:
- los gastos crecieron con mayor rapidez que los ingresos entre 2005 y 2011, esta relación se invierte entre 2011 y 2016;
- la heterogeneidad de los salarios entre los sectores de la actividad económica se mantuvo prácticamente invariable entre 2005 y 2011, mientras que entre 2011 y 2016 acusa un aumento considerable;
- la alimentación compromete alrededor de las 2/3 partes de los gastos básicos;
- aquellas familias cuyos ingresos dependen de un salario medio o de un salario y una pensión medios, no están en condiciones de enfrentar estos gastos básicos.
Si se consideran supuestos menos restrictivos para los gastos y más restrictivos para los ingresos que los que se tomaron en cuenta para las estimaciones realizadas en 2006 y 2011, se demuestra que la situación se torna difícil, incluso para familias con dos asalariados en su composición. Se necesitan más que dos salarios en una familia de tres personas para cubrir los gastos básicos.
Por ejemplo, si se incorpora el consumo de hortalizas, frutas, productos lácteos y grasas comestibles, y se asumen precios más cercanos a los que prevalecían en el mercado en 2016 (para ropa y calzado, equivalentes a los de las tiendas en CUC, y para el transporte, no solo los del transporte público, sino utilizando algunos días los servicios de refuerzo y de las cooperativas no agropecuarias), una familia de tres personas necesita un ingreso equivalente a tres salarios medios de ese año (o de 9-10 salarios mínimos) para enfrentar sus gastos.
La insuficiencia de ingresos para asumir gastos imprescindibles para llevar una vida decorosa puede no tener lugar para núcleos familiares con acceso a fuentes de ingreso superiores (lícitas o no). Por ejemplo, la imperfecta e insuficiente ampliación del trabajo por cuenta propia ha permitido a un grupo de personas mejorar sustancialmente su captación de ingresos.
Sin embargo, una parte considerable de los empleados estatales ha visto deteriorarse sistemáticamente el poder de compra de su salario en estos años de transformación económica, lo que no es coherente con el principio expreso en la conceptualización del modelo socioeconómico cubano de que «la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción como la forma de propiedad principal del sistema socioeconómico»[7], así como la noción de que «el ideal de bienestar y prosperidad de los ciudadanos está sustentado, principalmente, …en sus ingresos provenientes del trabajo[8]».
Notas:
[1] Anaya, Betsy y Anicia García: «El sector agropecuario cubano en la actualización», en Torres, Ricardo y Dayma Echevarría (compiladores): Miradas a la economía cubana. Un acercamiento a la «actualización» seis años después, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2007. González, Ricardo y Anicia García: «Mercados agrícolas en Cuba: elementos básicos para un análisis institucional, en Bergara, Mario y Vilma Hidalgo (coordinadores): Transformaciones económicas en Cuba: unaperspectiva institucional, editado por la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana yel Departamento de Economía de la Universidad de la República, Montevideo, Uruguay, 2016.
[2] OMS (2015): Alimentación sana, Nota descriptiva Nº 394, en sitio http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs394/es/, fecha de consulta 2018-02-12.
[3] OMS (2017): Fomento del consumo mundial de frutas y verduras, en sitio http://www.who.int/dietphysicalactivity/fruit/es/, fecha de consulta 2018-02-12.
[4] Se refiere la red de tiendas recaudadoras de divisas, que operan en CUC (peso cubano convertible) y más recientemente también en CUP (peso cubano no convertible). En Cuba hay dos monedas de circulación nacional: el peso cubano no convertible (CUP) y el peso cubano convertible (CUC). De acuerdo al cambio oficial, 24 CUP equivalen a 1 CUC, que a su vez equivale aproximadamente a un dólar estadounidense.
[5] El CUP, peso cubano no convertible, es la moneda más antigua del país y una de las dos que existen de circulación nacional, con una equivalencia aproximada de 24 CUP respecto a la otra moneda cubana (CUC o peso cubano convertible). Esta última equivale aproximadamente un dólar estadounidense, de acuerdo con el cambio oficial.
[6] Soberón, Francisco: «El Socialismo no es para los cubanos una opción coyuntural», en Juventud Rebelde, edición digital, viernes 25 de diciembre, 2005, sitio http://www.jrebelde.cu/2005/octubre-diciembre/dic-23/cuba_intervencion_index.html#up, fecha de consulta 2006-01-06
[7] Partido Comunista de Cuba (2017): Documentos del 7mo Congreso del Partido aprobados por el III Pleno del Comité Central del PCC el 18 de mayo de 2017 y respaldados por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 1 de junio de 2017 (I), p. 5, La Habana.
[8] Ibídem, p. 11.
Betsy Anaya Cruz y Anicia Esther García Álvarez, economistas cubanas
Fuente: http://www.ipscuba.net/economia/dinamica-de-gastos-basicos-en-cuba-segunda-parte-y-final/