Desde los rascacielos el banquero ve las filas de pisos a los lados de los profundos surcos que son las calles, allí ha mandado sembrar y espera obtener la cosecha de dinero con la que hacerse más rico y disponer de SU derecho con más facilidad, ese derecho-dinero que le da el dominio social y […]
Desde los rascacielos el banquero ve las filas de pisos a los lados de los profundos surcos que son las calles, allí ha mandado sembrar y espera obtener la cosecha de dinero con la que hacerse más rico y disponer de SU derecho con más facilidad, ese derecho-dinero que le da el dominio social y produce la corrupción de quienes hablan políticamente por él, el dinero obtenido por el trabajo de la mayoría otorga el derecho al robo social. Ahora, el tiempo en que vivimos, hoy en España, les toca a sus mercenarios echar a la gente trabajadora de sus casas por no tener dinero para pagar las hipotecas con que el banquero y cada colaborador-propagador engañaron a buena parte de la población. Todo un ejército de plumillas, de mercenarios, ocupan su puesto al servicio de los corruptores difundiendo ideas ambiguas, en las que no se señala al responsable, las noticias las dan en forma de escándalos sin salida, señalan a los trabajadores como proclives a engañarse, cuando ellos han contribuido siguiendo el ideario del capital, borran toda responsabilidad de quienes se apropian de los bienes sociales, y cuando más, hacen culpas personales del caído entre los mismísimos ladrones, dan voces lastimeras sin dejar de poner voz al reclamo de quienes les alimentan, ninguno llama a dar una respuesta organizada; televisión, radio, prensa al servicio del capital. Charlatanes, seguidores de órdenes contra la mayoría, descreídos, incapaces de sumarse a la protesta de los trabajadores, suprimidos como seres humanos e inútiles para aprender nuevas palabras, nuevos signos, han sido capaces de cambiar el significado de las que existen, de desdibujar los caminos que los trabajadores quieren abrir para cambiar la realidad, de callar la versión de quienes se han opuesto a los dueños de sus sueldos, y ahora, desconfiados entre si hacen correr en sus filas la voz: «no muerdas la mano de quien te da de comer». Cuando Cayo Lara le dice a Zapatero que como presidente de gobierno no debe permitir que los bancos se queden con las casas de los trabajadores, que tiene la obligación de impedirlo, Zapatero le responde: «es que los bancos no quieren». ¿Así se expresa un gobernante del pueblo, o así habla un siervo del banquero? «Los Vigías, Los Cumplidores, los Adalides, los Justicieros, unidos estrechamente a los planificadores, los apóstoles y los promotores, ellos son los dueños de la mentira y de la verdad», es un pequeño párrafo de la novela «La señorita B», de Ramón Nieto, sobre la gente de Palacio y los guardianes a su servicio.
Desde los rascacielos el banquero ve las filas de pisos a los lados de los profundos surcos que son las calles, y espera obtener de todo ello más dinero para ejercer Su derecho con más facilidad, el robo social. Ellos, los capitalistas, son los que difunden la idea: tener dinero es equivalente a tener derecho, y no hay idea más antisocial, no hay idea más perniciosa para la mayoría social. Y una vez introducida esta idea en la vida de los trabajadores, pueden disponer de nosotros, que divididos, individuo por individuo, nos enfrentamos a la búsqueda de algo de dinero con lo que imitar el comportamiento miserablemente a los capitalistas, despreocupación, vida vacía, ignorancia de la realidad que vivimos, desconocimiento de nuestra historia, generando en nosotros tales niveles de dependencia que nos hace seres ridículos, manejables, dependencia del sistema capitalista de tal magnitud que nos lanza contra los que son como nosotros, contra nuestro entorno social para preocuparnos solo de nuestro recibo individual, de nuestra cadena, de lo que y de quien nos ha quitado el derecho. Dinero No es Derecho. Más aun tener dinero no debe permitir consumir el agua de todos, destrozar la sanidad de todos, acabar con la enseñanza de todos, con el trabajo de todos, eso son derechos. El valor del dinero es comercial y en lo que afecta a los bienes sociales es antisocial. El Derecho es Justicia Social. Si el dinero corrompe al derecho, el derecho deja de ser derecho. Si el poder del dinero gobierna, la clase trabajadora reduce y pierde su derecho a la justicia y a la igualdad, y una sociedad dominada por el dinero de unos pocos es una sociedad dominada por el fascismo, conducida por fascistas, hablaran de derechos, pero los derechos estarán filtrados por intereses que los pervierten, que los dejan en ridículo, que los hacen inútiles, es el fascismo de nuevo cuño. Y es que el capitalista y sus propagadores, esos plumillas, han tergiversado los signos sociales, han cambiado el valor entre las personas. Todos los sistemas anteriores, los que han conducido al capitalismo de última generación, atacaban el humanismo y aun así podría decirse que en alguna medida éste tenía alguna prevalencia; es en su último estadio cuando los ladrones sociales y sus mercenarios atentan contra los valores humanos hasta situar el dinero por encima de todo, y educan en el olvido y la ignorancia, en la superficialidad y en el miedo a los trabajadores que se preocupan por mejoras sociales, ocultan que son los trabajadores quienes debían detentar el Derecho, que son los trabajadores la fuerza de producción, los sostenedores del modelo social y que son, somos, los que podemos cambiar el orden inhumano, podemos hacer que el capital no pueda con lo social, podemos hacer que el Dinero no es Derecho.
Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria ([email protected])
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