Los dos últimos informes del IPCC (Panel Intergubernamental por el Cambio Climáticos de las Naciones Unidas) fueron suficientemente claros: existe un cambio climático y es buena medida consecuencia de las actividades humanas. Anticipan un futuro cercano plagado de nuevas amenazas, un porvenir en que las catástrofes ambientales se volverán habituales propias de un planeta […]
Los dos últimos informes del IPCC (Panel Intergubernamental por el Cambio Climáticos de las Naciones Unidas) fueron suficientemente claros: existe un cambio climático y es buena medida consecuencia de las actividades humanas. Anticipan un futuro cercano plagado de nuevas amenazas, un porvenir en que las catástrofes ambientales se volverán habituales propias de un planeta en crisis.
En respuesta a esta situación existe una campaña creciente fomentada desde el sector corporativo y los Estados, intenta ganar nuestras simpatías y nuestra voluntad a favor de los biocombustibles (cultivos energéticos). Las dirigencias políticas en general, que ignoran toda posibilidad de moderar el consumo, creen sin embargo, haber hallado en los biocombustibles, una nueva panacea, un nuevo horizonte que aseguraría empleo, que alentaría las producciones y que ayudaría a conservar el medio ambiente.
No obstante, desde hace bastante tiempo, en los países productores de la materia prima para biocombustibles (soja argentina y brasileña, palma aceitera de Indonesia y Malasia, etc.) organizaciones de la sociedad civil vienen denunciando los estragos que la actual agricultura industrial y los cultivos energéticos están provocando: deforestación, despoblamiento del campo, pérdida de biodiversidad, contaminación de las cuencas hídricas, creciente hacinamiento en las ciudades, hambre e indigencia.
Es por ello que, por un momento y cuando el sector de las Naciones Unidas dedicado a la energía, emitió el 9 de mayo un severo documento anticipando los nuevos riesgos a que nos arrastra el poner la agricultura al servicio de los motores, supusimos que existían algunas reservas de sentido común y de cautela. Recordemos los reiterados fracasos sufridos como consecuencia de las pretendidas soluciones tecnicistas que, responden a un pensamiento lineal, incapaz de revisar las causas y siempre dispuesto a nuevas fugas hacia delante, en especial cuando significan jugosos negocios para las empresas.
Para nuestra sorpresa, al día siguiente desde el Fondo Común de Materias Primas de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, los periódicos expresaron una postura diametralmente opuesta a la anterior: «Producir biocombustibles será positivo para los países en desarrollo, porque va a ser una ventana para diversificar la producción» (EFE, 10/05/2007).
Nosotros decimos: si los técnicos y los científicos aún no consiguen ponerse de acuerdo sobre los posibles impactos y las consecuencias sociales y ambientales de una producción masiva de carburantes provenientes de la agricultura, ¿por qué razón la dirigencia política que poco sabe del tema más allá de lo que informan los prospectos de las empresas, los promueve activamente?
Consideramos que el sentido común y una actitud responsable ante las amenazas del Cambio Climático, exigen una postergación de las políticas al respecto, hasta que las investigaciones y los debates establezcan con claridad el carácter de las soluciones que se proponen y los riesgos que implican.
GRR Grupo de Reflexión Rural, Argentina y
Campaña «No te comas el mundo», Estado Español
Nota de Prensa. Barcelona, 11 de mayo de 2007