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Disidentes del dogma

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés por S. Seguí

Nunca deberíamos estar más vigilantes que en los momentos en que se establece un nuevo dogma. La claque favorable a lo que en la actualidad recibe el halagador calificativo de mainstream theory o teoría imperante, en materia de calentamiento global va desde Al Gore hasta George W. Bush, quien se apuntó a la lista a finales de mayo pasado. Hechizada por el atractivo que tiene el clima como agente revolucionario, la izquierda se ha visto arrastrada por la inocente idea de que el calentamiento global impondrá cambios sociales radicales al capitalismo.

¡Lástima de ilusiones! El capitalismo está deglutiendo el calentamiento global con la misma felicidad con que una serpiente pitón podría tragarse un cerdito. La prensa, próspera con la difusión del miedo, promueve esta amenaza inexistente con el mismo entusiasmo con que se refería a la inminencia de un ataque soviético durante la Guerra Fría, de común acuerdo con la industria armamentística. Hay dinero al alcance de la mano, o sea que, como dijo Talleyrand: «Enriqueceos.»

El eslogan que campea en el frontispicio de la nueva guerra contra el calentamiento global es que el consenso científico es unánime. Lo cual es falso de toda falsedad. La abrumadora mayoría de los constructores de modelos climáticos computerizados, beneficiarios de una industria que recibe donaciones por valor de 2.000 millones de dólares al año, sin duda lo creen. No es el caso, sin embargo, de los componentes del grupo de auténticos científicos del clima, es decir de científicos altamente cualificados en materia de física atmosférica, climatología y meteorología. Por su parte, los geólogos forman un grupo particularmente escéptico.

Tomemos por ejemplo al profesor Zbigniew Jaworowski, que trabaja en Varsovia, famoso por sus críticas a los datos relativos a las capas profundas del casquete de hielo. Su crítica es particularmente acerba respecto a la conclusión del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), de las Naciones Unidas, de que el nivel de CO2 es ahora más alto que nunca en los últimos 650.000 años. En su estudio de 1997 publicado en el número de primavera de 21st Century Science and Technology hace trizas esa afirmación.

O tomemos al Dr. Habibullo Abdussamatov, del Observatorio Astronómico Pulkovo, de San Petersburgo, quien afirma que estamos ante una tendencia al calentamiento, pero que los humanos tienen poco que ver con ella por cuanto el agente es un cambio de larga duración en la radiación solar, que, afirma, decaerá en los próximos años, lo que puede significar el comienzo de una edad de hielo. La comunidad científica rusa le ha dado todas las facilidades para utilizar la estación espacial rusa para medir el enfriamiento global.

Veamos también los escritos del Dr. Jeffrey Glassman, físico e ingeniero, retirado de la academia y la empresa californianas, que proporciona una elegante demostración de cómo la solubilidad del CO2 bombea en los océanos de la Tierra concentraciones atmosféricas de este gas, y cómo su incremento en la atmósfera es consecuencia del aumento de temperatura, no su causa.

Enfrentado a la plaga de vendedores de miedo, el Dr. Patrick Michaels, en permiso sabático de la Universidad de Virginia, y actualmente miembro del Cato Institute, ha desmontado en sus estudios académicos y más recientemente en su libro Meltdown casi todas las afirmaciones de los partidarios del efecto invernadero, en particular en lo relativo a huracanes, tornados, elevación del nivel del mar, desaparición del casquete de hiero, sequías e inundaciones. A menudo se acusa a Michaels de ser un francotirador al servicio de la industria de los combustibles fósiles, pero nunca he podido ver fallos en sus críticas científicas.

Uno de los mejores trabajos sobre la mitificación del efecto invernadero, realizado desde una perspectiva de izquierda, es el de Denis Rancourt, investigador de ciencia medioambiental y profesor de física por la Universidad de Ottawa. Recomiendo en particular su ensayo de febrero del presente año titulado Global Warming: Truth or Dare?, accesible en su sitio Internet Activist Teacher, en el que se pueden hallar también interesantes trabajos de David Noble sobre el lobby del efecto invernadero.

El talón de Aquiles de los modelos computerizados, que constituyen el elemento fundamental en la divulgación del miedo al CO2, es su incapacidad de estudiar debidamente el agua. En su forma de vapor, es un gas de efecto invernadero más importante que el CO2 en una proporción de 20 a 1, y aun así, los modelos elaborados no han sido capaces de tratar el asunto debidamente. El ciclo global del agua es complicado, y lo que desconocemos del mismo es al menos del mismo tenor que lo que conocemos. El agua se evapora de los océanos, ríos, lagos y lugares húmedos, entra en la atmósfera como vapor de agua, se condensa en nubes y se precipita en forma de lluvia o nieve. Cada uno de estos pasos está influenciado por la temperatura y cada una de las formas que adopta el agua tiene una gran repercusión sobre los procesos globales del calor. Las nubes tienen un enorme efecto, no cuantificado, sobre el calor que recibimos del sol. El agua existente en la superficie de la Tierra actúa diferentemente en la retención del calor del sol según se halle en estado líquido -muy absorbente-, sólido -muy reflectante- o como nieve -más reflectante que el hielo-. Estos factores modifican sensiblemente el equilibrio térmico de la Tierra e interactúan de manera imposible de predecir por los modelos computerizados de cambio climático.

Los primeros modeladores del calentamiento global simplemente se encogieron de hombros ante la complejidad del problema del agua y básicamente pasaron al margen de su ciclo atmosférico. Más adelante, parchearon los modelos con unas pocas características de dicho ciclo, basándose en todos los casos en suposiciones no probadas del efecto de una mayor evaporación oceánica en las nubes, del efecto de las nubes en la reflexión de la energía solar, y del efecto del calentamiento de las nubes en la precipitación en forma de lluvia y nieve. Todas estas ecuaciones son irremediablemente inadecuadas a la hora de describir el papel del ciclo del agua.

Además de la incapacidad de explicar el agua, el otro gran inconveniente ante el que se hallan los partidarios del modelaje es el dato, firmemente establecido, de que en primer lugar cambia la temperatura, y luego, de 600 a 1.000 años más tarde, cambian los niveles de CO2. Los modeladores tienen como de costumbre una respuesta enrevesada: afirman que el incremento de temperatura se inicia por un efecto «relativamente débil» del incremento de calor del sol, como afirma Milankovitch. Este efecto inicial provoca el calentamiento de los océanos, que -como afirma el Dr. Martin Hertzberg- libera grandes cantidades de CO2. Éste gas sería el verdadero culpable porque amplifica el relativamente débil efecto solar, convirtiendo así un calentamiento de poca envergadura en un asunto realmente grave.

Se trata de una disertación brillantemente elaborada, que constituiría una maravilloso argumento para demostrar que, una vez que el calentamiento comienza, el CO2 lo empeora cada vez más. Lamentablemente para los modeladores del clima, la Historia de la Tierra nos dice que no empeora cada vez más. La disminución cíclica del calor del sol, según Milankovitch, comienza unos miles de años más tarde; luego, el calentamiento se detiene, se revierte la situación y sigue una edad de hielo. Es evidente que el CO2 excedentario debe de desaparecer por medio de algún tipo de reciclaje con el que los modeladores todavía no se han topado, es decir, un reciclaje que mantiene el clima de la Tierra en un equilibrio irregular.

Si la opinión pública se traga este nuevo dogma del efecto invernadero, no sólo nos van a cargar tasas de carbono en nuestro billete de avión, sino que vamos a tener que desembolsar las compensaciones por el supuesto ahorro en carbono que suponen las inmensamente caras centrales nucleares que tan deseosos están de construir, con la finalidad de legar un mundo más limpio y fresquito a nuestros nietos.

http://www.thenation.com/doc/20070625/cockburn

25 Junio 2007


[1] En el sitio de Counterpunch http://www.counterpunch.com/cockburn06092007.html puede consultarse una versión ampliada de este mismo artículo (N. del T.)