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Don Quijote de La Habana

Fuentes: Rebelión

En un lugar de La Habana de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo, etcétera, etcétera. Así, parafraseando a Cervantes, podría hoy comenzar estas líneas que me inspira la reciente entrevista concedida por Hugo Chávez a la televisión cubana, en la que éste concluye su intervención ante las cámaras citando […]


En un lugar de La Habana de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo, etcétera, etcétera. Así, parafraseando a Cervantes, podría hoy comenzar estas líneas que me inspira la reciente entrevista concedida por Hugo Chávez a la televisión cubana, en la que éste concluye su intervención ante las cámaras citando a su vez al argentino Miguel Bonasso: «Ahora [Fidel] sí tiene perfil quijotesco» [*].

Perfil quijotesco. Muchos han sido los pintores y dibujantes que a lo largo de cuatro siglos dedicaron un rincón de su obra a plasmar la figura del héroe cervantino, pero sin duda fue Gustavo Doré quien logró que su trazo quedase grabado en el subconsciente colectivo universal como el Don Quijote por antonomasia. Las lecturas de mi infancia, con el caballero de la triste figura en primer lugar, desembocaban siempre en aquella edición resumida de la Editorial Luis Vives que formaba parte del material de aprendizaje de muchos niños españoles y que todavía conservo. En ella, lo que más me impresionaba en las imágenes era precisamente el perfil afilado de sus rasgos y, sobre todo, la mirada fogosa, cual águila avizor, que dejaba ver buena parte del blanco del ojo.

Es curioso de qué manera la vida se las arregla a veces para cumplir los designios de la elucubración humana. Poco se imaginaba Gustavo Doré cuando dibujó a Don Quijote en la segunda mitad del siglo XIX que a principios del XXI la realidad suplantaría a la ficción en la persona de un caballero comandante -quijotesco donde los haya-, que desde su juventud ha pasado las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio desfaciendo entuertos y peleando a favor de los galeotes de la tierra.

Fidel - El Quijote

Maravillas de la informática, me han bastado sólo unos minutos para realizar el montaje que aquí le ofrezco al lector, en el que un Fidel Castro aún convaleciente de su operación quirúrgica es la imagen rediviva del Don Quijote estoico y sufridor de mis lecturas infantiles: las mismas barbas, los mismos ojos, la misma nariz. ¡Extraño destino el de este hombre, que le ha permitido llegar a ser, en la praxis y en la fisonomía, la reencarnación del personaje más noble de la literatura novelesca! Y, sin embargo, las claves que lo han conducido a tal metamorfosis estaban a la vista desde el principio, pues no en vano el primer acto editorial de la Revolución cubana fue lanzar una edición millonaria del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, un gesto político que demuestra hasta qué punto el joven líder sabía ya que a través del mimetismo quijotesco -la cultura adquirida en los libros puesta al servicio de un ideal- sería posible crear el hombre nuevo guevariano (entienda el lector que donde digo «hombre» considero también a la mujer), es decir, ese ser generoso, solidario, internacionalista, tozudo y valiente que hoy en día constituye la semilla en que germinan las nuevas generaciones del pueblo cubano.

Seguiré citando a Cervantes. Desocupado lector, sin juramento podrás creer la veracidad de una anécdota que tuve la fortuna de vivir durante un caluroso día de junio como tantos otros en La Habana y que antes de terminar esta página te quiero contar. Hela aquí:

Éramos cuatro amigos. El noticiero nos había informado de que el ciclón Arlene acababa de pasar sin pena ni gloria por el extremo occidental de la isla de Cuba. Nuestros planes, por lo tanto, seguían en vigor. A media tarde alquilamos un auto en el que a la mañana siguiente pensábamos viajar a Villa Clara para visitar la tumba del Che. Pero antes queríamos aprovechar la noche habanera. Así, los cuatro enfilamos la amplia avenida que conduce desde el Palacio de las Convenciones al Malecón. Había empezado a oscurecer y el cielo estaba lleno de nubes. Ya cerca de la Calle 28, empezó a llover. Las gotas, al principio tímidas como muchachitas, se fueron animando poco a poco hasta perder la vergüenza. Cayó un rayo, luego otro y, en cuestión de segundos, se resquebrajó la bóveda del cielo y sobre nosotros se abatió el diluvio universal. El trópico es así, desmesurado hasta lo imposible.

Hubo un apagón que dejó en tinieblas la ciudad y las calles dejaron de serlo para convertirse en ríos caudalosos. Nuestro auto avanzaba con lentitud, centímetro a centímetro, atrapado en un caos de sorprendidos automovilistas. De improviso, un nuevo relámpago iluminó el entorno y ante nuestros ojos apareció una escena extraordinaria, la de un barquito que avanzaba corriente abajo, compitiendo con el tráfico rodado. En la proa, escrito en rojo, se leía su nombre, «El Cubano», y a bordo un jovial Odiseo de piel mestiza se afanaba con los remos por llegar quién sabe adónde, quizá a una cita amorosa ineludible en el barrio de al lado.

Fue una imagen fugaz, de las que no se olvidan. Pero también fue más que eso: en el esfuerzo de aquel navegante, imperturbable ante la adversidad, se condensaba la determinación quijotesca de un pueblo forjado en la lucha cotidiana contra todo tipo de elementos y que bajo el mando de un hidalgo posmoderno resiste a las pruebas más terribles desde hace ya casi cincuenta años, sin doblegarse nunca; de un pueblo que no teme ni a imperios ni a ciclones; de un pueblo, en suma, tan invencible como Don Quijote.

[*] Véase CubaDebate

Dedicado a Quintín Cabrera, Gennaro Carotenuto y Carlos Tena.

Este artículo en español en Tlaxcala.

Traducido al italiano para Tlaxcala por Gianluca Bifolchi.

Manuel Talens es escritor español, miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este texto es copyleft y se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y de mencionar a su autor y la fuente.