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Dos cartas (y un artículo) de Adolfo Sánchez Vázquez

Fuentes: Rebelión

En este primer centenario del nacimiento de Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), es justo recordar dos cartas que en los años ochenta del pasado siglo dirigió a su amigo y compañero de lucha y organización Manuel Sacristán Luzón (1925-1985). La primera está fechada el 4 de julio de 1980. ASV escribe desde México D.F. El fallecimiento […]

En este primer centenario del nacimiento de Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), es justo recordar dos cartas que en los años ochenta del pasado siglo dirigió a su amigo y compañero de lucha y organización Manuel Sacristán Luzón (1925-1985).

La primera está fechada el 4 de julio de 1980. ASV escribe desde México D.F. El fallecimiento de Giulia Adinolfi, la esposa-compañera del traductor de El Capital, en febrero de 1980, y la denuncia de un nuevo atropello político a Sacristán son los motivos centrales de la carta. 

A Manuel Sacristán

Barcelona

Querido amigo:

Muy tardíamente me he enterado en ésta del fallecimiento de tu esposa. Comprendo que, aunque esperado, ha debido de ser un golpe muy duro para ti. Cuenta en ese trance tan doloroso con mis más sinceros sentimientos.

Cuando me disponía a escribirte con este motivo, me entero también de que, junto a Castillo del Pino, Castells y Vidal Beneyto, se te ha negado una vez más, pero ahora de forma aún más escandalosa, el derecho legítimo a ser catedrático de la universidad. Es verdaderamente asombroso a la vez que sumamente indignante, que esto pueda suceder todavía en España, aunque no debiera sorprender tanto si se piensa en quienes tienen el poder fáctico -como ahí se dice- en España y, consecuentemente, en el sistema universitario.

Pero de todas maneras no puede uno dejar de sentirse indignado ante hechos de esta naturaleza. Te expreso, pues, en este momento mi más viva solidaridad y la esperanza de que este entuerto pueda ser deshecho algún día, o sea, cuando decisiones de este tipo no estén en manos de este vergonzoso y cavernario consejo de rectores.

Afectuosamente,…

El profesor de Metodologías de las Ciencias Sociales en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona fue nombrado catedrático en 1984, apenas un año antes de su fallecimiento en agosto de 1985. En cartas e intervenciones se refirió en alguna ocasión a la decisión rectoral que denuncia ASV en su carta. Así, en el coloquio de una conferencia sobre Sartre que impartió en la Facultad de Derecho de la UB en abril de 1980.

Lo hizo en estos términos

Estimado Manolo:

Hace unos días os envié el texto de una entrevista que me han hecho en Yugoslavia para la revista Socialism in the world.

Como os decía en las líneas manuscritas que puse en dicho texto, para mí sería muy satisfactorio que se publicara en vuestra revisa ya que en aspectos básicos me siento afín a ella. Por otro lado, aprovecho en esta ocasión la buena disposición que me mostraste en una conversación nuestra, aquí en El Agora, para haceros llegar alguna colaboración mía. Me doy cuenta de que el texto es largo, pero si os interesara podríais publicarlo -como habéis hecho con otros- en dos números.

Queda, pues, el texto en vuestras manos. Lo que sí os ruego muy encarecidamente es que en cuanto adoptéis una decisión -en un sentido o en otro- me la comuniquéis lo más pronto posible. Aquí la publicará más adelante la revista Cuadernos políticos.

La revista vuestra la estoy recibiendo normalmente. El último número que he recibido es el 20.

En espera de vuestras noticias, recibid, tanto tú en especial como el colectivo de mientras tanto, mis saludos más cordiales,…

Sacristán conservaba, entre sus papeles de trabajo y archivos, varios escritos comentados de su amigo exiliado

El cineasta, novelista e historiador Xavier Juncosa entrevistó a ASV años después, en torno a 2004, para los documentales «Integral Sacristán». No se pierdan la entrevista. Vale la pena oír la forma en que Adolfo Sánchez Vázquez habla de su amigo y compañero.

Para el libro que acompañaba estos documentales el gran filósofo hispano-mexicano escribió un artículo -«Mis encuentros con Manuel Sacristán»- con esta nota de advertencia: «Este breve escrito está inspirado en un texto de 1986 que elaboré para un acto de homenaje a Sacristán en México (publicado posteriormente en Filosofía y circunstancias, Anthropos, Barcelona, 1997, y en mientras tanto, nº 30-31, 1987, 115-122) y en la entrevista que mantuve con Xavier Juncosa, durante su estancia en México en 2004, para los documentales de «Integral Sacristán»».

El texto al que hacemos referencia es el siguiente

«Conocí a Manuel Sacristán en una primera y fugaz visita mía a España a principios de los años setenta. Ambos colaborábamos con la editorial Grijalbo: él, en Barcelona, como traductor cautivo e incansable dada sus difíciles condiciones de existencia y como promotor de algunas publicaciones y colecciones, y yo, en México, como traductor también, pero menos cautivo entonces, y como promotor de la colección que posteriormente sería «teoría y praxis». En este primer encuentro auspiciado por Juan Grijalbo, intercambiamos nuestros proyectos, apreciaciones y, con ellas, en el terreno filosófico y político, nuestras convergencias y divergencias.

La primera impresión que me produjo Sacristán correspondía en cierto modo a la imagen que de él me había hecho a través de sus textos: la imagen de un hombre agudo, incisivo, cortante y lapidario en sus expresiones, parco en lo elogios, pero todo ello con una vena soterrada de bondad e ironía. Creo que normalmente de la lectura de la obra de un autor brota cierta imagen que, en muchos casos, queda borrada por su presencia real. No sucedió lo mismo con Sacristán. Entre sus textos incisivos, cortantes, agudos, críticos y su personalidad existía un nexo directo que saltaba a la vista, si bien es cierto que la vena bondadosa e irónica soterrada había de aflorar con más fuerza en el trato posterior.

Pasaron algunos años y la primera ocasión de volver a verlo se dio en México, con motivo del cuarto coloquio nacional de filosofía celebrado en Guanajuato en 1981, en el que él presentó un trabajo donde mostraba sus preocupaciones ecologistas y metodológicas recogido posteriormente en el segundo volumen de sus Panfletos y materiales, y que fue publicado también aquí, en México, en la revista Dialéctica.

Su comunicación fue acogida con mucho interés. En primer lugar, porque la temática de la que él se ocupaba en aquella época no era una temática muy cultivada, sobre todo en América Latina, y sobre todo despertó mucho interés entre los marxistas porque todavía en el marxismo de aquellos años el ecologismo era un asunto por el que prácticamente apenas se transitaba. Sacristán hizo una conferencia brillante que fue bien acogida, con muchos aplausos, con mucho interés. Tengo un recuerdo muy satisfactorio de ello.

Regresó poco después a México, durante el curso académico de 1982-1983. Tuve entonces la oportunidad de reunirme con él varias veces y conocer así un aspecto más cálido, cordial y comunicativo de su personalidad que, más allá del círculo de sus allegados en España, permanecía ciertamente oculto. Como es sabido, Sacristán se casó en segundas nupcias en México con Mª Ángeles Lizón.

Precisamente, ese mismo año volvimos a encontrarnos en Madrid en la Universidad Complutense con ocasión de la celebración del centenario del nacimiento de Marx. Presentó allí un trabajo, que expuso a partir de notas y fichas, sobre el pensamiento de Marx en sus últimos años a través de su correspondencia. Argumentó muy sabia y críticamente contra cualquier concepción determinista de la historia que quisiera presentarse como inspirada en el legado del último Marx.

Recuerdo también muy bien de esa conmemoración otro detalle que pone de manifiesto su coraje, su compromiso político, que, desde luego, no había disminuido en absoluto: en la sesión en la que yo había de dictar mi conferencia sobre Marx, Sacristán pidió la palabra para proponer una enérgica condena de la invasión de Granada que acababa de producirse unas horas antes. No hace falte que indique la autoría del atropello.

Nos despedimos en Madrid para no volvernos a ver nunca más. Creo que después de nuestro último encuentro nos sentimos más cercanos mutuamente, tanto filosófica como humanamente. Conservo una hermosa y dolida carta que me envió a propósito de una colaboración mía en mientras tanto en la que me hablaba de un trabajo en curso sobre la noción de dialéctica sobre la cual él mismo había realizado aportaciones de enorme interés.

Creo que su legado fundamental ha sido, por una parte, su contribución a un marxismo que no debería confundirse con el cientificismo que había dominado gran parte de la historia del marxismo, y cuyo último representante importante fue Althusser, y, por otro lado, tampoco él consideraba el marxismo como una tradición abstracta, humanista en un sentido genérico, desvinculada de la acción, de la praxis.

Me parece, pues, que su marxismo, sobre todo en aquellos años en que lo conocí, representaba un intento muy fecundo de distanciarse primero, y de romper después, con un marxismo dogmático dominante entonces, no solamente en los países llamados socialistas, sino en general en la izquierda. Como yo estaba instalado en el mismo intento, en el mismo proyecto de fundamentar un marxismo crítico, abierto, eso estableció una simpatía natural, obvia, por el esfuerzo que estaba realizando Sacristán en dirección a un marxismo también antidogmático.

Refiriéndome a la etapa última de su vida en la que ya estaba con una salud muy deteriorada, y siendo consciente de la gravedad de su estado de salud y de la cercanía de la muerte, él seguía trabajando, escribiendo, leyendo, pensando en nuevos proyectos. Seguía realmente entregado a un esfuerzo intelectual. En ese sentido, creo que puede hablarse del heroísmo intelectual de Sacristán

Sacristán puso su pensamiento y su actividad al servicio de la más noble causa que pueda abrazar un hombre de nuestro tiempo: la lucha contra la explotación y contra todo tipo de opresión, y a su vez, por la construcción de una sociedad más justa y más racional en la que ya no puedan tener cabida, cualquiera que sea el nuevo ropaje con que se cubran, los explotadores y opresores de hombres, mujeres y pueblos».

Tal fue la noble causa, concluía ASV su artículo, «a la que dedicó su vida un gran hombre, un pensador deslumbrante, un filósofo nunca alejado del compromiso ni de la acción».

Palabras que, sin duda, también debemos utilizar para hablar de Adolfo Sánchez Vázquez y de su obra. Con la admiración a él debida, para que no habite el olvido.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes