Almudena Rubio comisaría una exposición de 200 imágenes desconocidas de Kati Horna y Margaret Michaelis, dos fotógrafas anarquistas que cubrieron la Guerra Civil.
La investigadora Almudena Rubio Pérez descubrió hace años cientos y cientos de fotografías inéditas de las fotógrafas Kati Horna y Margaret Michaelis en las famosas “Cajas de Ámsterdam”, el archivo de la CNT-FAI que consiguió salvarse al cruzar la frontera poco antes de acabarse la guerra civil española. El archivo se alberga en el International Institute of Social History de Ámsterdam, una institución antifascista creada en los años 30 precisamente para salvaguardar los archivos del movimiento obrero que sufría la represión del fascismo, y que constituye hoy uno de los mejores enclaves para el estudio de este movimiento y de toda la tradición socialista. Almudena Rubio, además de haberse hecho cargo de la digitalización del archivo libertario, ha trabajado durante años en la obra de Horna y Michaelis. El resultado de todo ello son varias publicaciones aparecidas en prestigiosas revistas académicas (aquí y aquí), y muy particularmente, una gran exposición que ella misma ha comisariado y de la que se trata en esta entrevista. La exposición, tras pasar en una versión reducida por la Real Academia de Bellas Artes en Madrid, se encuentra ahora en su versión completa en la Diputación Provincial de Huesca, donde permanecerá hasta su traslado a Barcelona. Sebastiaan Faber, Catedrático de Estudios Hispánicos en el Oberlin College (Ohio, EEUU), autor bien conocido en nuestra revista, conduce la entrevista.
A comienzos de 1939, Kati Horna, una refugiada antifascista húngara de 26 años, cruzó los Pirineos después de haber pasado casi dos años en España fotografiando la Guerra Civil para organizaciones anarquistas. Llevaba consigo una pequeña caja de hojalata con 270 negativos, que solo representaban una fracción de su producción fotográfica del conflicto. Un par de meses después, mientras caía Barcelona, 48 grandes cajas de madera también cruzaron la frontera francesa: contenían el archivo íntegro de la CNT-FAI, salvado a duras penas de las garras de Franco.
Horna acabaría exiliada en México, donde vivió hasta su muerte en el año 2000. A principios de los años 90, donó sus 270 negativos de la Guerra Civil al entonces archivo, hoy Centro de Memoria Histórica, en Salamanca, donde fueron expuestas por primera vez en 1993. Las 48 cajas de la CNT-FAI, a su vez, acabarían, vía París e Inglaterra, en el legendario Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde no serían abiertas y catalogadas hasta después de la muerte de Franco.
Tuvieron que pasar otros 40 años más hasta que la investigadora Almudena Rubio Pérez identificara, entre los miles de negativos y fotos almacenadas en las cajas, 522 imágenes más de Horna, además de cientos de fotos de otra fotógrafa asociada con la CNT, la austriaca Margaret Michaelis (1902-1985). Horna llegó a España a principios de 1937, pero Michaelis había vivido aquí desde 1933. Ambas, con sus respectivas parejas, se movían en ambientes libertarios. En España, las dos trabajaban como fotógrafas y en labores propagandísticas: se dedicaban a documentar la guerra y la revolución con el fin no solo de informar al mundo de lo que estaba ocurriendo, sino también para desmentir la propaganda antirrevolucionaria y recabar apoyos internacionales para la causa mediante una agencia fotográfica y revistas como Umbral.
Almudena Rubio (Madrid, 1980), licenciada en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid, lleva ocho años trabajando como investigadora y comisaria en el Instituto de Ámsterdam, donde se especializa en los archivos del anarquismo español y en Kati Horna. La precedieron conocidos libertarios holandeses como Arthur Lehning (1899-2000), Rudolf de Jong (1932) y Kees Rodenburg (1948). Además de sus trabajos de investigación, Rubio también dedica su tiempo a la música.
Estos meses, Rubio ha comisariado una exposición que incluye más de doscientas de las imágenes fotográficas rescatadas de Horna y Michaelis, la mayoría de las cuales nunca se han visto. Después de pasar por la Real Academia de Bellas Artes en Madrid, la exposición se encuentra instalada, hasta el 13 de noviembre, en la Diputación Provincial de Huesca.
Muchas de las imágenes incluidas en la exposición se concibieron en su día como herramientas de propaganda. ¿No es fácil que se malentiendan hoy?
Es una pregunta que me planteo con frecuencia. Por ese motivo, como comisaria, me esfuerzo por contextualizar su obra lo mejor que puedo. Es cierto que muchas de las imágenes hablan por sí mismas. Pero conocer el contexto les otorga otra dimensión y nos permite además reconstruir y valorar una época pasada en su contexto y confrontarla además con el presente. Pienso, por ejemplo, en la fotografía de Kati Horna utilizada como imagen de la exposición. Es una fotografía tomada en el interior de una iglesia gótica del siglo XV en Binéfar, un pueblo aragonés situado entre Lleida y Huesca. En la iglesia vemos a dos carpinteros trabajando, envueltos en dos tremendas haces de luz que entran por los ventanales articulando la foto. Es una fotografía preciosa. Pero ¡cuánto más significado gana esta imagen si explicas que se trata de una iglesia colectivizada por y para el pueblo y convertida en taller de carpintería! Lo mismo ocurre con otra fotografía de Horna que nos muestra a tres niños en un palacio en Barcelona. La imagen es maravillosa en sí misma pero no debemos olvidar que los niños estaban allí porque el palacio habido sido expropiado y convertido en una Escuela Moderna, organizada según los principios libertarios de Francisco Ferrer i Guardia.
¿Le consta que el público de la exposición está siendo receptivo a esta potencia contextualizada?
Sí, me parece que sí. En Madrid se superaron las expectativas en cuanto a visitantes. La exposición atrajo a mucha gente y lo que es mejor, gente diversa y de todas las edades. También he sabido que surgieron debates espontáneos entre los asistentes, relacionados con las colectivizaciones y el papel de los anarquistas en la guerra. Para mí, que la exposición provoque reacciones de ese tipo es un logro, al menos un logro relacionado con la voluntad de dar a conocer ese otro discurso que encierran las fotos de nuestras protagonistas. La exposición recoge su obra inédita, pero también una lectura desconocida y necesaria sobre su paso por la España antifascista que hoy nos permite conocerlas mejor.
El tema de las colectivizaciones sigue siendo muy controvertido, en parte porque dividió –y sigue dividiendo– a la izquierda. Las autoridades republicanas las suprimieron a la fuerza en Aragón y otros lugares.
Claro. Por eso queríamos que su trabajo llegara a Huesca, precisamente. Tanto Horna como Michaelis, como fotógrafas contratadas por la CNT-FAI, se esforzaron en documentar esa revolución, que, en efecto, tuvo un gran arraigo en Aragón. De hecho, llama la atención el esfuerzo de los anarquistas por documentar todo ese proceso desde el principio. No sé si sabes que, en plena contienda, pusieron en marcha el Instituto de Documentación, un archivo que tuvo como objetivo dar a conocer su rol en aquellos meses. ¡La creación de un archivo en plena guerra contra el fascismo! Hasta ese punto llegaba su responsabilidad con su lucha. Y sí, efectivamente las colectivizaciones fueron suprimidas por la fuerza bajo la sombra de Stalin… Es una parte de la guerra civil que no interesa que se conozca. No me sorprende: fue un logro demasiado explosivo…
En un artículo sobre Horna y Michaelis en la revista Historia Social, usted argumenta que muchas de estas imágenes parecen muy personales, íntimas, y sin embargo respiran una gran autenticidad. ¿La autenticidad no está reñida con el afán propagandístico?
Supongo que sí, pero de algún modo, creo que Horna y Michaelis consiguen combinar las dos cosas. Son fotografías que surgen en una oficina de propaganda, eso es un hecho. Sin embargo, confluyen en una cierta autenticidad. Sin serlo, logran ser “objetivas” y al mismo tiempo, y especialmente en el caso de Horna, gozan de un intimismo maravilloso que va más allá de la documentación, evocando lo personal. En mi opinión, esto se debe a la afinidad de Kati Horna con el sujeto retratado y, en definitiva, con la verdad o el ideal que había detrás. Horna lo expresó muy bien cuando dijo: “La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.
¿Qué hay de nuevo en estas imágenes, además de ser fotografías nunca antes expuestas en España?
Representan una mirada de la guerra poco conocida, desde la retaguardia anarquista. Pero, además, una retaguardia anarquista vista por dos mujeres fotógrafas extranjeras y militantes. Son fotografías desconocidas reforzadas con una investigación de años que nos aporta una información desconocida hasta ahora y que nos obliga a hablar de ellas en otros términos, aunque no guste. Sus imágenes, sean del campesinado aragonés, de la Nueva Escuela, de los milicianos de la División Ascaso o de un campo de concentración para fascistas en Teruel, responden a un hecho histórico concreto. Representan una mirada sobre la historia que algunos han llamado intimista o humanista. Sin embargo, son términos que a mí no me acaban de convencer.
¿Por qué no?
Porque como diría Susan Sontag, eso es descartar la política, despolitizar esa mirada, impulsada precisamente por la convicción política de la que nació. A fin de cuentas, el compromiso político es lo que conecta a las fotógrafas con los temas y las personas que captan sus cámaras. Esa empatía con el sujeto que la fotógrafa está retratando está directamente relacionado con la causa que provoca ese encuentro. Los dos forman parte de esa experiencia. No es un trabajo que se pueda o deba despolitizar.
Las tres fotógrafas más conocidas de la Guerra Civil Española son refugiadas judías antifascistas: Gerda Taro, alemana de ascendencia polaca; Kati Horna, húngara; y Margaret Michaelis, austriaca, nacida en lo que hoy es Polonia. Taro murió en España, aplastada por un tanque en 1937. Horna y Michaelis, en cambio, sobrevivieron y pasaron el resto de sus vidas en México y Australia, respectivamente. ¿Cómo se relacionaron posteriormente con los años intensos que vivieron en España?
No debió ser fácil. En el caso de Michaelis, tengo la sensación de que se produjo una ruptura radical. Que yo sepa, nunca habló de la guerra o al menos no en público. El caso de Horna debió ser diferente. Su hija Norah Horna, y su nieta Kati, de quien guardo un recuerdo memorable, me contaron que Kati Horna, como tantos otros, no quería hablar de la guerra. Sin embargo, con José Horna en su casa de Colonia Roma y en sus encuentros con otros antifascistas que llegaron de España como Benjamin Peret, su vínculo con España tuvo que permanecer vivo.
Cuando Horna vendió sus negativos al archivo de Salamanca, ¿sabía que había más fotos en Ámsterdam?
Sí, de hecho, llegó a declarar en una entrevista que los anarquistas habían logrado ponerlas a salvo, al enviar sus archivos a Ámsterdam.
¿Por qué se tardó tanto en descubrirlas, entonces?
No lo sé, ignoro por qué los historiadores hicieron caso omiso de esas declaraciones suyas en las que daba pistas sobre el paradero de su archivo. En cualquier caso, yo estoy feliz de que haya sucedido así. Me pregunto a menudo si ella estaría contenta y conforme con este “redescubrimiento” de su obra.
El Instituto de Historia Social fue fundado en 1935, justo antes de la guerra española, y en su sección española ha contado con leyendas del anarquismo holandés como Arthur Lehning y Rudolf de Jong…
Es verdad, hay toda una genealogía institucional que confluye aquí en el instituto. Las conexiones son directas. Cuando leí la biografía de Michaelis, de Helen Ennis, supe que la propia Margaret viajó junto a Arthur Lehning a Valencia; y a su vez Lehning había trabajado junto a Jaap Kloosterman durante años. Algo que supe afianzada ya mi amistad con Jaap, a quien le estoy enormemente agradecida por su apoyo incondicional en este proyecto. De alguna manera, la historia fluye a través de las generaciones y eso otorga una dimensión viva a las fotografías… Y sacude las memorias, además.
Gran parte de la historia del anarquismo español está escrita por historiadores con poca o nula afinidad ideológica con el movimiento. Los expertos del Instituto, en cambio, se han aproximado al material desde una profunda simpatía con el ideario libertario, si no una militancia activa. ¿Es también su caso? ¿Eso tiene un peso?
En mi caso fue mi interés por el anarquismo y la contracultura lo que me llevó al instituto, al que ya conocía estando en Madrid, precisamente por ser un referente internacional en esos campos. Sin embargo, no es necesario ser afín a una ideología para hablar de ella; eso sí, tienes que conocerla.
¿Y cómo ha sido convivir, póstumamente, con estas dos mujeres durante los últimos años?
Es interesante que hables de convivencia, porque es verdad: en cierto modo convivo con ellas. Les dedico una gran parte de mi tiempo. La investigación es en cierto modo una obsesión y las obsesiones te quitan mucho tiempo. Por otro lado, Horna me ha permitido conocer a gente increíble y vivir experiencias maravillosas. Especialmente cuando la investigación y la música confluyen, como ocurrió durante mi viaje a México y tuve la posibilidad de cantar en la casa de Frida Kahlo y en el Colegio de San Ildefonso acercándome al mismo tiempo a la Horna mejicana.
Porque aparte de la investigación también canta…
Sí, este año he publicado mi primer disco. Algunos amigos me animan a crear el cancionero de Kati Horna al estilo de Chicho Sánchez Ferlosio. De hecho, me consta que José Horna tocaba la guitarra y le cantaba canciones a Kati. ¡Quién sabe, quizás me anime!
Fuente: https://www.lamarea.com/2022/10/14/dos-miradas-ineditas-sobre-la-retaguardia-anarquista/