En la década de los 70 un grupo de mujeres se abrazaron a los árboles de los bosques de Garhwal en los Himalayas indios. Intentaban defenderlos de las «modernas» prácticas forestales por parte de una empresa privada. La mayoría de los hombres del pueblo querían aceptar la oferta de compra que había hecho la industria […]
En la década de los 70 un grupo de mujeres se abrazaron a los árboles de los bosques de Garhwal en los Himalayas indios. Intentaban defenderlos de las «modernas» prácticas forestales por parte de una empresa privada.
La mayoría de los hombres del pueblo querían aceptar la oferta de compra que había hecho la industria maderera y obtener dinero inmediato. Sin embargo, las mujeres sabían que la defensa de los bosques comunales de robles y rododendros de Garhwal era imprescindible para resistir a las multinacionales extranjeras que amenazaban su forma de vida. Para ellas, el bosque era mucho más que miles de metros cúbicos de madera. El bosque era la leña para calentarse y cocinar, el forraje para sus animales, el material para las camas del ganado, la sombra…
El abrazo de las mujeres Chipko a los árboles (chipko significa abrazo en su lengua) era el abrazo a la vida. El movimiento Chipko es uno de los ejemplos más conocidos del ecofeminismo, un diálogo entre la sostenibilidad ecológica y la visión, la práctica y el relato que hacen las mujeres de la vida, un encuentro que liga íntimamente la protección de la naturaleza y la subsistencia de las comunidades humanas.
La problemática ambiental: los límites al crecimiento
El planeta Tierra es un sistema cerrado. Eso significa que la única aportación externa es la energía solar (y algún material proporcionado por los meteoritos, tan escaso, que se puede considerar despreciable) Es decir, los materiales que componen el planeta son finitos, y aquello que puede renovarse, por ejemplo, el agua o el oxígeno que respiramos, es gracias a los trabajos invisibles que la Naturaleza hace de modo gratuito.
Hace ya más de 30 años, el conocido informe Meadows, publicado por el Club de Roma constataba la evidente inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus consumos. Alertaba de que si no se revertía la tendencia al crecimiento en el uso de bienes naturales, en la contaminación de aguas, tierra y aire, en la degradación de los ecosistemas y en el incremento demográfico, se incurría en el riesgo de llegar a superar los límites del planeta, ya que el crecimiento continuado y exponencial, sólo podía darse en el mundo físico de modo transitorio.
Más de 30 años después, en 2004, aparecía una revisión actualizada de este informe que muestra cómo la advertencia anterior parece haber caído en oídos sordos y, hoy, la humanidad no se encuentra en riesgo de superar los límites, sino que los ha sobrepasado y se estima que aproximadamente las dos terceras partes de los servicios de la naturaleza se están deteriorando ya.
Algunos síntomas de este deterioro global quedan ilustrados en los siguientes ejemplos:
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El fin de la era del petróleo barato está a la vista. Cada vez se va agrandando más la brecha entre una demanda creciente y unas reservas que se agotan y cuya dificultad de extracción aumenta. Las guerras por el petróleo y las fuentes de energía fósil no han hecho más que comenzar. Hoy día, no existen alternativas energéticas que puedan mantener la demanda actual y mucho menos su tendencia al crecimiento.
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El cambio climático, provocado por el aumento descontrolado de la emisión de gases de efecto invernadero, incrementa las alteraciones y perturbaciones no lineales y catastróficas. Estos gases son vertidos a la atmósfera por los diversos artefactos creados para el transporte de personas y mercancías, así como por la desregulada actividad industrial de empresas, mayoritariamente multinacionales, que se implantan, cada vez con más frecuencia, en el territorio de los países más pobres.
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Los efectos del calentamiento global se ven agravados por la destrucción de los sumideros de CO2 en el planeta y por el deterioro del sistema que los millones de años de evolución habían fabricado para defenderse de los cambios y las perturbaciones: la biodiversidad.
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El ciclo del agua se ha roto y el sistema de renovación hídrica que ha funcionado durante miles de años, no da a basto para renovar agua al ritmo que se consume. La sequía en muchos lugares ha pasado a ser un problema estructural y no una coyuntura de un año de escasas precipitaciones. El control de los recursos hídricos se perfila como una de las futuras fuentes de conflictos bélicos, cuando no lo es ya.
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El panorama de deterioro se completa si añadimos los riesgos que suponen la proliferación de la industria nuclear, la comercialización de miles de nuevos productos químicos al entorno cada año, sin que se apliquen las más mínimas normas de precaución, la liberación de organismos genéticamente modificados cuyos efectos son absolutamente imprevisibles o la experimentación en biotecnología y nanotecnología que nadie sabe dónde puede llevar.
La degradación de los servicios de la Naturaleza puede empeorar durante la primera mitad del presente siglo haciendo imposible la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el acceso a los servicios básicos para una buena parte de la humanidad.
Ya nadie duda que el rápido y reciente deterioro global de los ecosistemas es claramente antropogénico. Es el sistema productivista, basado en el consumo creciente y en la velocidad e impuesto por los países ricos a través de la denominada globalización, el principal responsable de la destrucción.
Esta responsabilidad del mundo occidental, se puede ver claramente a partir del cálculo de la huella ecológica, un indicador que expresa en unidades de superficie de la Tierra, el uso que un determinado país o comunidad hace de los recursos naturales y servicios que le presta la Naturaleza para absorber los residuos y regenerar los bienes consumidos.
Si comparamos la huella ecológica con la biocapacidad del territorio para proveer los recursos consumidos podemos deducir el grado de sostenibilidad de nuestras acciones. En el estado español se usa el doble de recursos de los que podría generar nuestro territorio y es lo habitual en todos los países industrializados, con los Estados Unidos a la cabeza en el cómputo. La huella ecológica muestra que una parte muy pequeña de la población mundial consume y gasta lo que es de todos y todas.
Desde el ecologismo se considera que la apropiación que los países más ricos hacen de los bienes y servicios que la Naturaleza presta genera una deuda ecológica. Una deuda que las economías del Norte han adquirido con las del Sur a causa de de los impactos ambientales y sociales provocados por la imposición de un modelo de comercio injusto y desigual, por el saqueo y la explotación de recursos naturales que los países del Norte obtienen casi gratis para sostener su nivel de vida, por la contaminación atmosférica global que causan las enormes emisiones de carbono que emiten los países ricos al usar la energía fósil en la industria y el transporte, por la degradación de las mejores tierras de cultivo para monocultivos de exportación al Norte, por la apropiación de los conocimientos ancestrales de los pueblos del Sur,..
No es extraño, por tanto, que en los países del Sur también han ido naciendo propuestas ecologistas. Se caracterizan por ser movimientos colectivos que actúan para defender sus territorios y su acceso comunal a los recursos, su posibilidad de subsistencia o su calidad de vida frente a las agresiones de los grandes proyectos extractivos, turísticos o de infraestructura por parte de grandes empresas que actúan de forma ajena a sus intereses.
Un ejemplo conocido de este ecologismo popular en el Sur es el movimiento de las mujeres Chipko, al que hacíamos referencia en la introducción.
En estos movimientos las mujeres adquieren un papel protagonista. La causa principal es la cercanía de las mujeres a las condiciones económicas y materiales que permiten la subsistencia. Son las responsables del aprovisionamiento energético y material y se suelen ocupar de la agricultura y la medicina popular. Ellas son, por tanto, testigos directos del deterioro y sufren de forma directa la destrucción de los ecosistemas.
La subordinación de las mujeres y la naturaleza
El ecofeminismo es a la vez, al igual que ocurre con el ecologismo, un discurso y un movimiento social plural. La mayoría de variantes del ecofeminismo coinciden en ver una relación íntima entre la subordinación de las mujeres y la destrucción de la naturaleza. Según ellas, el problema ecológico no se origina solamente a partir de los excesos antropocéntricos de la especie humana en relación a la naturaleza. Este antropocentrismo es en realidad androcentrismo, es decir, un modelo cultural en el que se imponen las visiones masculinas sobre las femeninas, consideradas inferiores, ignoradas e incluso invisibilizadas. La explotación de la naturaleza y la explotación de la mujer se conectan entonces mediante una forma de ver la realidad y un conjunto de prácticas: el sistema patriarcal.
El ecofeminismo entiende que la crisis ambiental puede solucionarse si no se introduce una perspectiva de género y se resaltan las importantes contribuciones de las mujeres a la sostenibilidad social y ecológica. En el fondo propone «poner en femenino» los discursos, valores y prácticas sociales.
La crítica del feminismo se centra en el patriarcado, un modelo de organización que se caracteriza por dividir la realidad en pares de opuestos (cultura/naturaleza, mente/cuerpo, razón/emoción, conocimiento científico/saber tradicional, ciencia/experiencia, público/privado, etc.). El patriarcado sostiene que los primeros componentes de cada par son más valiosos, y los asocia a lo masculino. Las mujeres quedarían, pues, del lado de la naturaleza, del cuerpo, de la materia, de las emociones, del saber tradicional, de la experiencia, del objeto, de lo privado, rasgos considerados femeninos frente a sus opuestos considerados masculinos. A partir de ahí, se justifica ideológicamente el dominio y la explotación de la naturaleza y de las mujeres a favor del hombre y los valores masculinos.
La economía de mercado intensifica la situación al invisibilizar todo aquello que no tenga traducción a un valor monetario. Las mujeres han venido realizando muchos trabajos imprescindibles para la vida (parir, alimentar, cuidar, mejorar semillas y plantas, buscar leña, conseguir agua, etc.) que no son pagados y que por tanto no figuran en ninguna cuenta de resultados. Sin embargo, el sistema capitalista considera que población activa es aquella que está en edad de trabajar, siempre que no sea estudiante, ama de casa u otros colectivos que no realizan trabajo remunerado. Según esta definición, una persona en edad legal de trabajar que lleva a cabo tareas domésticas en su casa y no recibe remuneración salarial forma parte de la población inactiva.
La mitad de la humanidad, las mujeres, han venido realizando históricamente todas las labores asociadas a la reproducción y los cuidados de los seres humanos, pero para el capital, el valor de los cuidados, de la armonía vital, de la reproducción y de la alimentación, del cuidado de las personas mayores o dependientes, es algo pasivo, que no cuenta en el mercado porque no produce valor en términos económicos.
Algo similar sucede con los trabajos que realiza la naturaleza. La fotosíntesis, el ciclo del carbono, el ciclo del agua, la capa de ozono, la regulación del clima, la creación de biomasa, los vientos o los rayos del sol son gratis y, aunque sus trabajos son imprescindibles para vivir, no son contabilizados y, como lo que no genera dinero no cuenta, también son invisibles para el mercado.
El ecofeminismo defiende que, prácticamente en todo el planeta, son las mujeres a través de su trabajo no monetarizado en los hogares y su trabajo fuera del hogar en las economías de subsistencia, quienes proveen a los seres humanos de los recursos materiales, los cuidados y los afectos que necesitan. Precisamente por ejercitar este tipo de tareas, muy cercanas a la creación de bienestar y satisfacción de necesidades básicas, corporales y emocionales, es que las mujeres son más conscientes de la necesidad de frenar el deterioro ambiental global.
El ecofeminismo, por tanto, busca como objetivos esenciales conservar la tierra y sus recursos, poniendo en el centro la vida y su cuidado, en contraposición a la búsqueda de beneficio económico a corto plazo. Se opone, por tanto, de forma esencial a la concepción neoliberal de la economía y la sociedad.
Desde una perspectiva de género, se pueden establecer paralelismos muy interesantes entre las propuestas feministas y las ecologistas. Si hablábamos de huella ecológica para medir el impacto de los estilos de vida sobre la sostenibilidad de la Naturaleza, cabe hablar de la huella civilizadora de las mujeres como indicador que evidencia el desigual impacto que tiene la división sexual del trabajo sobre la sostenibilidad y sobre la calidad de vida humana.
La huella civilizadora es la relación entre el tiempo, el afecto y la energía amorosa que las personas necesitan para atender a sus necesidades humanas reales (cuidados, seguridad emocional, preparación de los alimentos, tareas asociadas a la reproducción, etc) y las que aportan para garantizar la continuidad de vida humana. En este sentido, el balance para los hombres sería negativo pues consumen más energías amorosas y cuidadoras para sostener su forma de vida que las que aportan, por ello, desde el ecofeminismo, puede hablarse de deuda femenina, como la deuda que el patriarcado ha contraído con las mujeres de todo el mundo por el trabajo que realizan gratuitamente.
Las propuestas ecofeministas
El análisis del camino hacia el colapso que ha elegido e impone la sociedad occidental obliga a acometer urgentemente una serie de transformaciones en las que las mujeres tienen mucho que aportar.
En primer lugar es preciso cambiar la concepción del trabajo. La actividad de los seres humanos sobre la tierra, el trabajo humano, está siendo capaz de deteriorar nuestro hábitat hasta hacerlo inhabitable. Por eso es urgente revisar la concepción del trabajo como enfrentamiento y explotación de recursos naturales y personas. Debemos recuperar o construir unos modos de supervivencia respetuosos con la tierra y con las necesidades humanas en los que mujeres y hombres compartan las cargas y los beneficios de aquellas actividades que nos permiten vivir.
Frente al ciclo trabajo-ocio regulado por la producción y el consumo, la sostenibilidad supone tiempos de trabajo que respeten los ciclos de la vida, tanto los ciclos de regeneración del medio natural como los ciclos vitales humanos (procreación, infancia, vejez) o los ciclos diarios de actividad y descanso.
Es preciso distinguir trabajo y empleo, ya que en caso contrario, se convierten en invisibles todos los trabajos que no están monetarizados e incorporados al mercado laboral, como son especialmente los trabajos reproductivos y de cuidado realizados en su mayor parte por las mujeres (crianza, preparación de alimentos, atención a la enfermedad, a los ancianos o a la discapacidad…), en muchas ocasiones los trabajos de las comunidades de subsistencia y los trabajos de la naturaleza para el mantenimiento de la vida.
Esto lleva, por tanto, a considerar la economía del cuidado asignada a las mujeres como algo difícilmente mercantilizable. La finalidad de estos cuidados no es monetaria, sino que persigue aumentar la calidad de vida humana. Resultaría imposible pagar con salarios de mercado todo este trabajo. La explotación del trabajo de las mujeres y de los trabajos de la Naturaleza, son, por tanto, condición necesaria para la existencia del sistema capitalista.
El ecofeminismo, sobre todo en los países del Sur cuestiona la categoría occidental de pobreza. De acuerdo con lo que plantea Vandana Shiva (2005), el modelo de desarrollo basado en la economía de mercado, considera que las personas son pobres si comen cereales producidos localmente por las mujeres en lugar de comida basura procesada, transformada y distribuida por las multinacionales del agrobusiness. Se considera pobreza a vivir en casas fabricadas por uno mismo con materiales ecológicos como el bambú y el barro en lugar de hacerlo en casas de cemento y PVC. Es propio también de pobres llevar ropa hecha a mano a partir de fibras naturales en lugar de sintéticas.
Pero es que además, no es cierto que en las sociedades occidentales cada vez se viva mejor y seamos más ricos. Hemos aumentado la pobreza ambiental y social. Vivimos en un entorno más contaminado, aumentan los casos de cáncer y las alergias de extraño origen, respiramos un aire más sucio, comemos alimentos regados con aguas contaminadas, abonados con productos químicos, producidos por animales enfermos y torturados, no tenemos tiempo para dedicar a las personas que queremos, trabajamos en cosas que no nos gustan, viajamos cada día mucho tiempo para llegar a nuestro trabajo, nos vemos obligados a pagar hasta para que los niños jueguen y la mayor parte de la población vive endeudada con los bancos.
Para Shiva, el desarrollo occidental, que califica de «mal desarrollo» frente a las economías de subsistencia, va asociado a un crecimiento económico y el aumento de la productividad basados en la destrucción la naturaleza y en la explotación de la mujer para producir vida, bienes y servicios para satisfacer las necesidades básicas. La productividad y crecimiento ilimitado, presentados como positivos en sí mismo, progresistas y universales son en realidad patriarcales, destruyen el medio ambiente y generan enormes desigualdades entre hombre y mujeres.
Por tanto, el camino hacia la sostenibilidad implica librarse de un modelo de desarrollo que lleva a la destrucción. El ecofeminismo es un movimiento activo y solidario en las luchas de resistencia mundiales al modelo de progreso y bienestar que impone la globalización y que se basa en la maximización de beneficios monetarios a corto plazo, aunque sea a costa de la salud de las comunidades humanas y de los ecosistemas.
La sostenibilidad sólo se puede alcanzar en una sociedad que incorpora y da valor a los saberes y trabajos de las mujeres que, por haber estado muy cercanas a las condiciones materiales de subsistencia, han desarrollado trabajos y habilidades que les hacen estar más adaptadas para caminar hacia ella.
El proyecto ecofeminista debe pues centrarse en la organización económica y política de la vida y el trabajo de las mujeres y plantear alternativas viables al modelo desarrollista responsable de la crisis ecológica que pasan por la mejora de las condiciones de vida de las mujeres y de los pobres.
La sostenibilidad se basa en la autosuficiencia, la descentralización, la complejidad y la autoorganización. La vida, los ecosistemas, son una estrategia de autoorganización, a través de la cual se buscan los equilibrios, las sociedades humanas sostenibles no son ajenas a esta estrategia. Para alcanzar la sostenibilidad resulta ineludible superar la solución individualizada de los problemas y necesidades, por lo que sostenibilidad y salud comunitaria van de la mano. En este contexto, la inteligencia colectiva es una estrategia capaz de generar alternativas y construir un nuevo espacio de supervivencia. Los procesos de reflexión y actuación que involucran al conjunto de la sociedad proporcionan una ventana para soñar e inventar un modelo de organización social y económica que encare la crisis que ha causado vivir de espaldas a la Naturaleza y al resto de las personas.
La recuperación del principio femenino permite trascender los cimientos patriarcales del mal desarrollo y transformarlos. Permite redefinir el crecimiento y la productividad como categorías vinculadas a la producción -no a la destrucción- de la vida. De modo que el ecofeminismo es un proyecto político, ecológico y feminista a la vez, que legitima la vida y la diversidad, y que quita el sostén al conocimiento y la práctica de una cultura de la muerte que sirve de base solamente a la acumulación de capital.
Referencias bibliográficas
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