Un incendio forestal. Foto: Creative Commons. «La ecofilosofía es una reafirmación racional de la visión unitaria del mundo, una visión en la que el cosmos y la especie humana pertenecen a la misma estructura». Os proponemos hoy desde esta ‘Ventana verde’ que leamos juntos Filosofía Viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida, libro […]
Un incendio forestal. Foto: Creative Commons.
«La ecofilosofía es una reafirmación racional de la visión unitaria del mundo, una visión en la que el cosmos y la especie humana pertenecen a la misma estructura». Os proponemos hoy desde esta ‘Ventana verde’ que leamos juntos Filosofía Viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida, libro escrito por el pensador polaco Henryk Skolimowski y editado hace unos meses por Atalanta. «Necesitamos una forma de fervor religioso que una nuestras energías y voluntades en el extraordinario proyecto de salvar la tierra y de salvarnos a nosotros mismos».
En tiempos revueltos, escasos de cordura y amplitud de miras, de generosidad para mirar al otro y elevarse un poco sobre la zafiedad de la porquería que ensucia el suelo -o que hemos escondido bajo la alfombra-, en tiempos de selfies, de ausencia de referentes y auténticos héroes, en tiempos en los que prácticamente solo encontramos villanos en el gran cómic de los poderosos que nos gobiernan, en tiempos de trampas y estafas como éstos, disfruto de encerrarme en casa con música -de Arvo Pärt, por ejemplo-, con mi perro, y leer, volver la mirada hacia libros donde encuentro sosiego y sabiduría. El último que me ha iluminado y aportado paz es Filosofía Viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida, escrito por Henryk Skolimowski en 1992, y publicado por Atalanta hace unos meses, editorial que ya el año pasado sacó otro libro suyo fundamental, La mente participativa.
Dice este filósofo polaco nacido en 1930 y autor de medio centenar de libros, principal representante de la ecofilosofía: «El siglo XXI será un siglo ecológico; de lo contrario, es muy posible que no haya siglo XXII. El ecologismo será la cuestión política crucial de nuestra época, como el conservadurismo y el liberalismo lo han sido en el pasado». Pero, no, nada, ¿para qué mirar al planeta?, mejor mirar a la pequeña plaza y ver si tiene las banderas de nuestro pueblito bien puestas.
«La ecología es el hilo que une a todo el planeta y a todos sus habitantes. La ecofilosofía es una expresión filosófica de la nueva unidad entre los humanos, el planeta y los demás seres», subraya Skolimowski. «La ecología es en la actualidad algo más que una ideología; ha asumido el papel de una nueva religión; el pensamiento ecológico es un pensamiento casi religioso. Necesitamos una forma de fervor religioso que una nuestras energías y voluntades en el extraordinario proyecto de salvar la tierra y de salvarnos con ello a nosotros mismos».
Lo que viene a decir el pensador polaco es que la tecnología nos ha traído muchos beneficios a la humanidad, muchas comodidades, pero que haberla entronizado, haberla convertido en un nuevo dios, nos ha empobrecido, creado angustia, que «nos ha despojado de calidad espiritual para banalizar nuestra vida». Y, por otro lado, señala que las religiones tradicionales se han quedado ancladas en el pasado, no han sabido dar respuestas a esa creciente soledad que sienten hombres y mujeres en nuestra época, se han quedado muy alejadas de lo que reclama la humanidad. Ante ese despojamiento del ser humano para dejarle solo en lo biológico y lo científico y lo tecnológico, surgen otras vías de espiritualidad, para hacernos sentir que pertenecemos a algo que va más allá de nosotros mismos con nuestras pobres miserias o nuestras pobres riquezas. Y ahí es donde encuentra su espacio y proyección la ecofilosofía.
Escribe Skolimowski: «La sociedad tecnológica se ha olvidado de los valores que han guiado la acción con sentido en las sociedades a lo largo de los milenios, aquellos que se dirigen a incrementar la felicidad o a reducir el sufrimiento del ser humano; a incrementar la justicia o a reducir la injusticia; a incrementar la belleza de la vida o a reducir su fealdad; a incrementar nuestro conocimiento y nuestra sabiduría o a reducir nuestra arrogancia y nuestros prejuicios; a traer el cielo a la tierra o a erradicar de la tierra el infierno. Por eso la verdad, la bondad, la belleza, la sabiduría y la gracia son los valores que han actuado siempre como motores de la acción con sentido».
Verdad, bondad, belleza… Valores difíciles de medir con pautas materialistas, tecnológicas, capitalistas… «Cuando nos relacionamos con el mundo a través de la tecnología, no pensamos en ser benévolos, compasivos y amorosos, sino en ser eficientes, dominantes , afirmativos. Esta actitud dominante y manipuladora forma parte en el presente de la constitución mental de los occidentales». Y añade: «La tecnología ha traído evidentemente efectos beneficiosos, como el confort, el aumento de la calidad de vida material, la eliminación de enfermedades contagiosas, la sensación de libertad de movimiento, y ha servido de escalera para escapar de las limitaciones y constricciones de la conciencia religiosa, pero también ha engendrado una nueva imagen de lo humano: el hombre fáustico que celebra el momento buscando gratificación inmediata. El hombre fáustico sostiene que sólo se vive una vez, y que por tanto hay que vivir al límite, a costa de lo que sea y de quien sea, aunque eso signifique la ruina de futuras generaciones y la destrucción de hábitats ecológicos «.
Desde el otro punto de vista, tampoco hay refugio en las religiones tradicionales. Señala: «Con el declive de la religión, los valores religiosos se han vuelto cada vez menos importantes, particularmente porque el fundamento absoluto sobre el que se levantaban, Dios, ha sido cuestionado y a menudo eliminado. El marco triunfante de la visión del mundo secular implicó el surgimiento de los valores científico-tecnológicos, que cada vez se han vuelto más utilitarios, instrumentales y relativistas, liberándolos de los viejos absolutos (basados en Dios), pero también apartándonos de las fuentes de nuestro sustento espiritual y de nuestro sentido más profundo».
Skolimowski cimenta esta nueva religión sobre tres pilares: la esperanza, la responsabilidad y la austeridad. «La esperanza es una necesidad que se deriva de la vulnerabilidad de la naturaleza humana, que necesita afirmación, compasión, solidaridad, valentía y responsabilidad». «La esperanza forma parte de nuestra estructura ontológica. La esperanza es un modo de nuestro propio ser. Estar vivo es vivir en estado de esperanza. La esperanza es el andamiaje de nuestra existencia. La esperanza es una reafirmación de nuestra fe en el significado de la vida humana, en el sentido del universo. La esperanza es la precondición de todo sentido, todo empeño, de toda acción; es una celebración de la conciencia. La esperanza es una cualidad esencial del ser humano».
Y promueve como filosofía de vida la austeridad: «Un valor absolutamente positivo, una forma de riqueza, no de pobreza. La austeridad es un vehículo de la responsabilidad (otro gran valor: esperanza y responsabilidad), un modo de ser que hace posible y tangible la responsabilidad en un mundo en el que reconocemos la existencia de límites naturales y de relaciones simbióticas en el seno de un sistema vital cuyas partes están interconectadas. Entender el derecho de los otros a vivir es limitar nuestros deseos superfluos». «La austeridad, lejos de ser algo deprimente que tiene que ver con la abnegación y el sacrificio, es una manifestación positiva de nuevas cualidades; sólo entonces viviremos con una austeridad elegante».
Leyendo a Skolimowski encontramos que su pensamiento se ha expandido y encontrado eco en muchos pensadores ecólogos como, cerca de nosotros, Joaquín Araujo. «La ecofilosofía supera ampliamente el mero cuidado de los recursos naturales. Tener conciencia ecológica no sólo entraña consumir una cantidad juiciosa de los recursos existentes y defender medidas rigurosas para hacerlos durar más tiempo; también supone mostrar una actitud reverente ante la naturaleza y comprender que el ser humano es una extensión de la naturaleza y que la naturaleza es una extensión del ser humano. Hay que considerar los valores humanos como parte de un espectro más amplio en el que la naturaleza participa y que la naturaleza codefine».
Y nos remite a menudo al jesuita filósofo francés Teilhard de Chardin. Pero que nadie se confunda: «La espiritualidad es un asunto sutil, difícil de definir y a menudo difícil de defender. Mucha gente la rechaza por su asociación tradicional con la religión institucionalizada». Pero tal como lo utiliza Skolimowski nada tiene que ver con el espiritualismo, las prácticas ocultistas o las connotaciones religiosas establecidas. «La espiritualidad, tal como yo la entiendo, es un estado de la mente, un estado del ser».
El filósofo polaco huye de los selfies, abre el foco y se convierte en un buen retratista de la sociedad actual: «Lo más grave de todo es que jamás en la historia de la humanidad se ha buscado el saber (y, supuestamente, el conocimiento) a una escala tan vasta como en el momento actual, y jamás el extrañamiento del individuo respecto del mundo y sus congéneres ha sido mayor. La causa, por lo tanto, ha de residir en la naturaleza del conocimiento que buscamos. Un conocimiento alienado de la mente humana y de los valores humanos insensibiliza y aliena a su vez a las personas que lo adquieren». Y eso que cuando lo escribió, en 1992, las redes sociales no marcaban nuestro ritmo diario de comunicación con los demás.
Skolimowski es positivo y esperanzado respecto al cambio: «No hay una nueva concepción de lo humano que no empiece como sueño, como visión, como utopía. Sólo llega a materializarse cuando hombres y mujeres resueltos y determinados perciben su atractivo y, con voluntad y coraje, la transforman en realidad. No hay realidad humana que no esté tejida de sueños».
Frente al hombre económico, entendido como un simple eslabón de la cadena de montaje, como un factor de eficiencia; Skolimowski aboga por el hombre ecológico, que trasciende, que va más allá de las cadenas de producción, más allá del pulso mecánico de la maquinaria capitalista.
Reprueba tanto el comunismo como el consumismo, por hacer infelices a los seres humanos. «El espíritu del consumismo ha promovido, de forma sutil y penetrante, el avance del relativismo moral. Advirtamos que en el corazón mismo de la filosofía consumista (y de la publicidad, que es su metodología, por así decirlo) estriba la presuposición de que se puede persuadir a todo el mundo para que se dé un capricho y compre. La complacencia se ha convertido en un principio moral universal de la publicidad y del consumismo. Este principio abomina de todos los demás, particularmente de los que tienen mayor profundidad moral, pues podrían hacernos inmunes a la persuasión y, por lo tanto, al consumo incesante. Es importante subrayar este punto: para la ideología dominante de la sociedad consumista existe un único valor moral, el del consumo».
Frente a esa desolación que ve en el mundo actual, propone «los valores ecológicos», que «nos ligan a la naturaleza, a la tierra y a nuestros semejantes». «No son valores absolutos, pero tampoco subjetivos o relativistas. Son propios de nuestra especie, y por tanto, intersubjetivos. Nos unen y nos sustentan como seres humanos». «Los valores más importantes son la reverencia por la vida, la responsabilidad ante todo lo que existe, la austeridad de nuestros estilos de vida y la justicia para todos».
Y concluye, en este libro de 333 páginas completamente recomendable para quien quiera ir más allá de esta realidad que nos formatean a diario con platos precocinados de estulticia: «Mientras buscaba las causas del autosabotaje de la civilización occidental, sometí a un riguroso examen lo que había sucedido durante los últimos cuatro siglos con la cultura occidental y, especialmente, con la filosofía occidental. Llegué a la concusión de que el problema radicaba en el proyecto mismo, en las filosofías mecanicistas del siglo XVII, que sentaron los cimientos de toda nuestra civilización. Fue por aquel entonces cuando aparecieron los presupuestos de que el universo es una máquina, de que el conocimiento es poder y de que la naturaleza existe para que nosotros la explotemos y la saqueemos. Sencillamente habíamos concebido un lenguaje inapropiado para relacionarnos con la naturaleza».
Deja de leer y escucha a Arvo Pärt, cierra los ojos y piensa en ti como parte de la naturaleza y parte de un todo. Eso es la religión de la ecofilosofía.
Fuente: http://elasombrario.com/ecofilosofia-salvar-planeta/