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Ecos del gueto

Fuentes: Diagonal

El Sur global está dando lugar a una explosión de ritmos musicales que a menudo vuelven al Norte reciclados para el ‘mainstream’. Nos preguntamos por las causas de este fenómeno.

Desde hace algunos años asistimos a la aparición en tromba de una serie de nuevos estilos musicales de procedencia no europea: el funk de las favelas brasileñas, el reggaetón panamericano, el kuduro angoleño que arrasa en Portugal o las distintas mutaciones de la cumbia (desde la tecnocumbia de México a la cumbia villera tan popular en Argentina). Todo este torrente de creatividad ha desembarcado con fuerza en las escenas musicales de los países europeos y norteamericanos. No es la primera vez que los sonidos ‘no occidentales’ fascinan a los mercados de Europa y EE UU, de hecho no hay más que recordar la invasión de la world music a mediados de los años ’80 para darse cuenta de que hay sólidos precedentes. Sin embargo, esta nueva ola de sonidos ‘periféricos’ tiene grandes diferencias con aquel movimiento que conviene explorar. Sobre todo porque hay indicios suficientes para pensar que, más que estar asistiendo al nacimiento de una nueva moda, podemos estar presenciando un verdadero desplazamiento de la energía de la creación estética en el ámbito de la cultura popular que surge de algunos de los procesos sociales y políticos de mayor calado a nivel global. Repasemos cuales son los principales elementos materiales de este cambio cultural incipiente. Los nuevos estilos del sur global son urbanos y son comparables con los movimientos urbanos occidentales

Cultura en la ‘ciudad miseria’

Una de las características que mejor definen a la nueva música del gueto global es que se trata de una música urbana. La world music fue un movimiento de reconversión de la gran tradición rural en un sonido ‘moderno’ cercano a los parámetros que se habían construido durante 30 años de cultura pop occidental. Sin embargo, los nuevos estilos que surgen del Sur global son directamente urbanos y son comparables con los movimientos urbanos occidentales, muy especialmente, con el más universal de ellos, el hip hop.

Este giro estético urbano no es ninguna coincidencia. Estamos asistiendo a una nueva fase de urbanización global en la que los polos más dinámicos son precisamente los lugares en los que se esta fabricando la nueva música. Según Mike Davis, autor de Planeta de las ciudades miseria y uno de los principales intérpretes de estos cambios, el crecimiento de las megalópolis del Sur global ya es el fenómeno social más importante de las últimas décadas. Una serie de procesos cruzados han redundado en una fortísima aceleración de las migraciones desde el campo hacia las ciudades. La causa central de esta nueva afluencia de masas de población hacia la ciudad son las nuevas rondas de acumulación originaria que desencadenaron los programas de ajuste del FMI desde mediados de los ’80. Por supuesto, la puesta en marcha de este tipo de políticas supone la separación de los campesinos tradicionales de sus tierras y medios de subsistencia y el desplazamiento de poblaciones enteras de desposeídos hacia los núcleos urbanos. Una vez allí se incorporan a nuevas comunidades urbanas -favela, villas miserias, bidonville– con una economía caracterizada por situaciones de ultraexplotación con modalidades de trabajo forzado y de esclavitud por deudas que, en occidente, se asocian más con los contextos feudales o de transición al capitalismo. Es importante tener en cuenta que si podemos hablar de formas culturales tan dinámicas en contextos de tanta escasez material es debido a la bajada de los costes de hacer música debidos a factores como una fuerte transferencia tecnológica y un uso intensivo de la copia.

Contextos poscoloniales

Como ya pusiera en claro Frantz Fanon en los ’60, el verdadero sujeto político y cultural poscolonial en potencia son las grandes masas agrícolas desplazadas a la ciudad en el proceso de abandono de sus tierras y de desposesión de sus medios de vida. En los contextos poscoloniales no va a emerger un proletariado fordista con los niveles de encaje institucional de la Europa de la posguerra. Siguiendo el análisis de Fanon, las minorías sociales poscoloniales que se encuentran en situaciones parecidas (trabajos industriales, cualificaciones medias-altas, posibilidades de ejercer cierta presión negociadora), tienden a diferenciarse de la gran masa de desposeídos y a blindar sus privilegios mediante una alianza (también cultural) con las clases dominantes de cada país e indirectamente con el poder colonial que tutela este tipo de situaciones. Si este análisis era cierto en la época de Frantz Fanon, lo es mucho más en la era post ‘ajuste estructural’ en la que estamos viviendo. En términos culturales, se puede avanzar que este sujeto político poscolonial se distancia tanto de la herencia colonial como de las formas tradicionales agrícolas. Como podemos comprobar con los nuevos géneros musicales, se producen híbridos urbanos que, aunque mantienen elementos de ambas tradiciones, tienden a convertirse en formas de comunicación masivamente utilizadas en los contextos en los que nacen y, además, a desbordar estos medios sociales para asomarse con fuerza a contextos culturales y estratos sociales mucho menos dinámicos.

El ‘black power’ o el rastafarismo fueron expresiones de este tipo de vinculación entre un lado y otro de la diáspora

Desde la época de las luchas de liberación nacional de los años ’60 y ’70, se han ido trabando conexiones entre los guetos del primer y del tercer mundo, a la vez que las minorías, y no tan minorías, afroamericanas herederas de la esclavitud y de siglos de opresión brutal recodificaban sus identidades en términos emancipatorios. La operación cultural central de este periodo consistió buscar las similitudes estructurales entre las masas desposeídas de uno y otro punto de la diáspora. El black power o el rastafarismo fueron expresiones de este tipo de vinculación entre primer y tercer mundo y entre un lado y otro de la diáspora. Las apuestas políticas y estéticas de esta época son legibles como una fuente duradera de inspiración estética y cultural y el rastro es identificable en los sectores más militantes de los nuevos estilos del gueto global que coexiste, en muchos casos, con crudas temáticas sexuales sin que parezca generar demasiadas contradicciones en sus seguidores e intérpretes.

Decadencia de la clase media

Pese a la amenaza política permanente sobre los sectores migrantes de primera, segunda y tercera generación en las ciudades de EE UU y Europa, las grandes victorias de las minorías étnicas de las metrópolis del ‘primer mundo’, se han proproducido en el frente cultural. Por remitirnos al contexto urbano europeo, las dos grandes potencias coloniales europeas, Gran Bretaña y Francia, han visto cómo los jóvenes procedentes de las clases medias se rendían fascinados a las formas culturales y estéticas procedentes del gueto. En Francia, en un contexto político de rebelión crónica de las banlieues, el hip hop ha sido prácticamente el único vínculo entre los habitantes de los segregados barrios periféricos y las clases medias. Sin llegar a compensar unas políticas públicas claramente discriminatorias, el fenómeno del hip hop francés por lo menos produjo una representación social de las periferias capaz de reequilibrar levemente la imagen estrictamente negativa de estos barrios producida por los medios blancos. En el caso inglés, sobre todo en las grandes metrópolis, la cultura juvenil se ha venido a identificar prácticamente al completo con la herencia poscolonial afrocaribeña, especialmente en los desarrollos de la bass culture de los soundsystems jamaicanos. España, que ha recibido la mayor oleada de inmigración de su historia no va a ser una excepción a estas tendencias y no sería sorprendente que las nuevas generaciones rompan con la herencia cultural de las clases medias, muy especialmente con la larga hegemonía del pop-rock indie que proviene del estallido autoafirmativo de mediados de los ’90.

Subculturas como el punk o el hippismo tendían a s eñalar los límites de las condiciones sociales

Este ascenso imparable de las formas culturales del gueto coincide con la decadencia cultural de las antiguas clases medias y clases trabajadoras fordistas. Estos grupos sociales habían sido los protagonistas indiscutibles de la creación de subculturas juveniles desde los años ’60 en adelante. Subculturas como el punk o el hippismo con sus distintas expresiones musicales tendían a señalar los límites de las condiciones sociales, bastante excepcionales, en las que habían florecido apuntando, desde muy distintas posiciones, a un horizonte de emancipación que prolongaba la famosa máxima de Walter Benjamin sobre los surrealistas: «ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución». Vistas desde la distancia, estas eran las expresiones de una clase media ascendente a la que se habían incorporado numerosos elementos de clase obrera gracias a una larga herencia de luchas de clases. Pero la fuerte presión a la que han sido sometidas por el neoliberalismo, especialmente en términos de estancamientos salarial y de cancelación de las perspectivas de movilidad social ascendente, ha terminado por minar su dinamismo cultural. Hoy los restos de estos estilos se reciclan y recombinan cada cierto tiempo creando toda una panoplia de microestilos que tienen más de diferenciación de producto y fabricación de nichos de mercado que de movimientos culturales de la escala y el significado de sus predecesores.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Ecoos-del-gueto.html