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Eduardo Galeano: en la muerte de un gran escritor, de un compañero imprescindible

Fuentes: Rebelión

Las venas abiertas de América latina, todas ellas, sobre todo las de la ciudadanía rebelde y noble, están transitadas por un inmenso dolor . Ha fallecido uno de los grandes protagonistas de la historia de lucha y dignidad de esta América que todos tenemos en nuestro corazón. ¿Quién no ha aprendido de sus libros, de […]

Las venas abiertas de América latina, todas ellas, sobre todo las de la ciudadanía rebelde y noble, están transitadas por un inmenso dolor . Ha fallecido uno de los grandes protagonistas de la historia de lucha y dignidad de esta América que todos tenemos en nuestro corazón. ¿Quién no ha aprendido de sus libros, de sus textos, de sus notas, de sus conferencias, de sus sabias reflexiones,… de él? ¿Quién ha estado ciego para no sentir su inmenso compromiso?

Hace años, un gran poeta ibérico e internacionalista, Jorge Riechmann, escribió un poema en honor de uno de los lectores de Galeano: Manuel Sacristán. El poema lleva una dedicatoria. La siguiente:

«Conozco una y solo una brújula infalible en ética y política (que, en el nivel que más importa, son la misma cosa): del lado de las víctimas o contra ellas. No pretendo que sea fácil ajustar la conducta personal a ese criterio de emancipación: digo solamente que es certero y no marra nunca. Lo he aprendido de gente como Manuel Sacristán, que más que decirlo lo mostraron. DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES, reza la pintada en la pared que evoca Eduardo Galeano».

Un poema de «La estación vacía», seguro de Galeano lo leyó, que ahora es justo dedicarle a él.

 
    No tenemos nada.
    Nada de nada.
    Pero no es
    ni mucho menos
    la nada:
    es nada
    vale decir
    una chispa
    una preposición coja
    un sigilo instantáneo
    una partícula nada elemental
    una escama de júbilo
    una lumbre pequeña
    una chispa
    que pasa
    de unos labios  a otros.
    No tenemos algo
    de nada
    sino nada de nada.
    No tenemos nada.

Importa saber que el nombre de Guevara, escribió esta vez Sacristán tras el asesinato del médico revolucionario, «ya no se borrará de las historias, porque la historia futura será de aquello por lo que él ha muerto. Esto importa para los que continúen viviendo y luchando». Para Guevara importó llegar hasta el final con coherencia. En la montaña, en la calle o en la fábrica, proseguía Sacristán, «sirviendo una misma finalidad en condiciones diversas, los hombres que en este momento reconocen a Guevara entre sus muertos pisan toda la tierra, igualmente, según las palabras de Maiakovski, «en Rusia, entre las nieves», que «en los delirios de la Patagonia». Todos estos hombres llamarán también «Guevara», de ahora en adelante, al fantasma de tantos nombres que recorre el mundo y al que un poeta nuestro, en nombre de todos, llamó: Camarada.» También recordarán el nombre de Galeano: Eduardo. Adiós camarada. Nunca podremos agradecerte suficientemente lo mucho que de ti hemos aprendido. ¡Hasta la victoria siempre! Te vas… pero sigues con nosotros.

 

 
 
 
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.