La Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, en Argentina, premió al periodista y escritor uruguayo en un aula que quedó chica por la multitud que quería escuchar al cronista latinoamericano.
Caía la tarde y los calores primaverales ya instalados en la Ciudad de La Plata se hacían sentir en el auditorio de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el pasado miércoles 22 de octubre. El aula anfiteatro se llenó como esperaban los organizadores, que habían previsto la concurrencia y, para que nadie se perdiera de escuchar a la personalidad extranjera premiada, pusieron una pantalla gigante en el pasillo del edificio.
Es que Eduardo Galeano, uruguayo, pero ciudadano del mundo, por tanto que lo retrata, lo cuenta y lo rescata de los olvidos con sus historias mínimas, recibía el premio Rodolfo Walsh a la trayectoria profesional.
Llegó antes que puntual a la facultad, pasada las cinco y media de la tarde. Con unas zapatillas deportivas discretamente oscuras, un jean, remera de algodón azul eléctrico y saco negro colgando del hombro bajó de un auto, acompañado por el Secretario de Relaciones Institucionales de la casa de estudios. Su mirada penetrante, profunda y serena observó sin demasiado detalle la construcción y pronto fue llevado hacia los pisos superiores en las oficinas administrativas del Decanato.
Abajo, la multitud se agolpaba en la puerta del auditorio, ansiosa por conseguir un lugar privilegiado para ver al escritor que tantas juventudes marcó y continúa marcando en América Latina. Entre los estudiantes de distintas facultades se mezclaban docentes, curiosos y ancianos. Nadie quería perderse una buena ubicación para fotografiarlo y para llegar a autografiar algún ejemplar de Las venas abiertas…, Memorias del fuego, El libro de los abrazos, e incluso la última publicación, Espejos. Una historia casi universa.
Colmada de gente -como se preveía- en el aula-anfiteatro circuló la expectativa. La emoción era particular en la facultad, pues también se premiaban a dos de sus docentes, Carlos Vallina y Jorge Bernetti, y al director de cine y actual Director Nacional de Medios Públicos en Argentina, Tristán Bauer.
Con las formalidades del caso, el locutor presentó a las autoridades y a los premiados y previo a empezar la entrega, la Municipalidad de la Ciudad de La Plata le otorgó la distinción de Huésped de Honor de la ciudad de La Plata considerando los sobrados motivos para ello.
Cabe recordar, que Galeano se destacó por dirigir la revista Marcha hasta 1974, trabajar en el diario Época, en la Revista Crisis, y seguir escribiendo en el exilio, primero en Argentina y luego en España.
Con argumentos como «el compromiso con la verdad» y «la militancia social», jerarquizando la investigación como elemento esencial en cualquier trabajo periodístico y dando al periodista una práctica anticonvencional y antirutinaria, el Honorable Consejo Académico de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP otorga anualmente el Premio Rodolfo Walsh a la trayectoria periodística y académica.
Cada premiado recordó la figura de Rodolfo Walsh como un emblema del periodismo de investigación en Argentina, del profesional que lleva su oficio con compromiso y pasión y su trabajo militante con otros, con los excluidos, los desoídos, los olvidados.
La premiación a Galeano fue entregada en último lugar, como figura descollante de la jornada. El locutor pretendía presentarlo, contar su recorrido profesional. Pero fue interrumpido. Mejor dicho, no pudo siquiera insinuar estas palabras. De forma muy cordial, el uruguayo tomó el micrófono tras el agradecimiento de Bauer emocionado por su estatuilla y por la compañía del escritor a quien leyó a los 13 años.
«Carlos -le dijo Galeano al locutor-, te voy a pedir… Ya leyeron una biografía bastante larga y escucho que hablan de mí y tengo una sensación bastante larga. Así que prefiero saltearla, con mil disculpas y perdones», comentó entre la ovación.
Recordó la historia que le contó un sultán de Persia, hace más de mil años, «y era una historia tan buena que nunca pude olvidarla». El sultán no conocía las berenjenas y en la corte se las dieron a probar. Un poeta, a su servicio, le contó los beneficios de estas verduras, tras la expresión satisfactoria del cortesano al probar bocado. Luego, harto de adulaciones, el sultán dijo que las berenjenas le parecían una porquería, y entonces el poeta le dio toda la razón. Un hombre de la corte, testigo de esta contradicción, le cuestionó al poeta su abrupto cambio según la opinión del sultán. A lo que el poeta respondió «soy cortesano del sultán, no de la berenjena», relató Galeano con su voz cándida que amerita un relato durante mil y una noches.
Y así vinculó a Walsh, amigo y colega de Galeano en las cruzadas periodísticas en pos de la búsqueda de la verdad y de la palabra justa, y agradeció el premio que lleva el nombre del periodista porque «estos premios llevan el mejor de los nombres posibles, porque llevan el nombre de un poeta que no fue cortesano de ningún sultán».
Destacó las enseñanzas que recibió de Rodolfo, como en otras oportunidades las han señalado compañeros como Horacio Verbitsky y Rogelio García Lupo. En primer lugar «nos enseñó a valorar el oficio periodístico. Que no hay que venderse o alquilarse. Tradicionalmente despreciado por literatos».
A su vez, repasó otros nombres vinculados al periodismo latinoamericano que, en el cenit de sus carreras, fueron recordados como escritores de ficción, pero que sus orígenes y sus buenas historias también habían pasado por letras de molde de las primeras planas del continente. Entre ellos destacó a Martí, Quijano y Walsh.
«La producción de libros ha estado en lo alto del altar. En cambio, al oficio periodístico le tocó ser habitante de los bajos fondos de la literatura. Pero muchas veces brilla con más fulgor».
«Nadie debe sentirse besado por las hadas en su cuna por el hecho de escribir literatura y no periodismo. El periodismo escrito es literatura. Rodolfo lo enseñó porque lo practicó, con cuidado y responsabilidad». Cualidad señalada en varias oportunidades por Verbitsky: «Rodolfo enseñaba con el ejemplo. Sentaba el culo en la silla y hasta que no terminaba el trabajo no se paraba. Sólo para mear o para comer algo frutal. No era de bajar línea», destacó el escritor uruguayo.
El segundo factor que Galeano destacó de Walsh fue «el respeto por la palabra». Consideró que el oficio de escribir había que llevarlo «como compromiso y como desafío; escribiendo para los olvidados del mundo. Y él sentía que tenía que escribir mejor que nadie. Porque en cada página se iba a jugar entero para probar que esa aventura iba a valer la pena».
«Rodolfo tenía voluntad de belleza y voluntad de justicia, que son hermanas siamesas que nacieron para vivir pegaditas, espalda con espalda, y que muy mal hacen aquellos que cometen el crimen de separarlas», enfatizó.
Y añadió: «El oficio de escribir es doblemente hermoso. Hermoso como exigencia. Cuando tiene que denunciar. Cuando dice palabras que nacen por una impostergable necesidad de decir. Palabras que quieren ser mejores que el silencio. Por eso, qué alegría recibir este premio que lleva el nombre de mi maestro: averiguador de la vida y perseguidor de la esperanza… Como quien dice, perseguidor de la lluvia en estos tiempos de sequía universal».
La búsqueda de la verdad, construida desde las palabras, anécdotas, gestos y aromas de aquellos que no ocupan los titulares de los grandes medios de comunicación. Reconstruir la memoria, una historia «casi universal», es la propuesta de Eduardo Galeano en su último libro Espejos. Él sabe que más allá de los colores, las fronteras, el hambre y los bombardeos todas las personas son hermanas, se reflejan entre sí, y comparten un sino: este mundo.