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Educación feminista & Machosfera

Educar en tiempos de machosfera

Fuentes: https://www.pikaramagazine.com

La desconexión entre el mundo adulto y la juventud ha dejado un vacío que los discursos de odio aprovechan. Incorporar el feminismo en la educación es hoy una necesidad pedagógica urgente.


“La juventud de ahora no es como la de antes, no aguantan nada”. “Están todo el día con el móvil”. “No valoran lo que tienen”. Frases como estas se repiten a diario en conversaciones o titulares de prensa, alimentando un imaginario adultocentrista que retrata a la juventud como apática, confundida o incluso peligrosa. Se dice casi sin pensar, como si hablar mal de la juventud fuera una cosa heredada. Pero mientras se la critica, pocas veces se hace el esfuerzo por comprender realmente sus vivencias, preocupaciones y necesidades. Esta desconexión entre el mundo adulto y el juvenil no solo refuerza estigmas, sino que deja a muchas jóvenes sin herramientas para comprender el mundo que habitan, tomar decisiones informadas o construir una mirada crítica. Y en esa distancia es donde los discursos de odio —antifeministas, racistas, contra la diversidad o de nostalgia al franquismo— se cuelan en las aulas a través de las redes sociales, entornos digitales y, a veces, desde sus propios hogares.

“Hasta el 2018 viví 15 años de auge feminista”. Pamela Palenciano es artivista feminista. Lleva 22 años trabajando con adolescencias a través de talleres sobre violencias machistas y su monólogo No solo duelen los golpes. Palenciano se ha movido por centros educativos de todo el Estado. “Cuando comencé a hablar de violencia machista sentía que había una apertura brutal. Es cierto que siempre había algunas personas que se incomodaban, pero normalmente eran una o dos. Todo cambió a partir de 2018, ahí empezó el declive”, cuenta. La artivista lo sintió como una montaña rusa: de aquel éxito de la huelga del 8M; de la salida masiva de jóvenes a las calles de todos los rincones del Estado, a la llegada de la ultraderecha y de influencers con discursos antifeministas. También la división del propio movimiento feminista. Entonces, esas dos personas incómodas en sus monólogos pasaron a ser 20. La mitad de la clase.

Los discursos e insultos que recibía Palenciano se volvieron más violentos, especialmente tras la pandemia. “Las personas jóvenes entraron en una dinámica a la que no se le prestó atención. Pasaban todo el día con el móvil, conviviendo con quienes no querían, cuando lo que realmente necesitaban era estar con sus iguales. Esa situación generó un vacío emocional donde encajó perfectamente el discurso antifeminista y contra cualquier valor que implicase una apertura”.

Para Palenciano, revertir la normalización de los discursos de odio en la juventud no pasa solo por penalizar actitudes o reforzar contenidos “correctos”, sino por transformar el paradigma educativo que los ha dejado crecer. El modelo dominante ha sido el de un mundo adulto que juzga más de lo que escucha, que educa desde la imposición más que desde el vínculo. Este cambio implica romper con esa lógica adultocentrista y poner el feminismo sobre la mesa, no como un tema puntual, sino como una forma de estar en el aula. Supone crear espacios donde las jóvenes puedan pensar(se), hablar de lo que sienten, cuestionar lo que ven en redes, y construir sentido frente al odio que circula con fuerza. “No podemos estar todo el día señalando con el dedo”.

En esta misma línea habla Isa Duque, más conocida como La Psicowoman, autora del libro Acercarse a la Generación Z. En sus dos décadas trabajando en la promoción de los buenos tratos y la prevención de violencias con personas jóvenes, destaca cómo los discursos de odio entre adolescentes no surgen de la nada, sino que son una prolongación de ideas y actitudes que ya están presentes en generaciones adultas. “Me preocupa más lo que escucho en los claustros o lo que comparten adultas por grupos de mensajería, que lo que oigo en los patios. La cultura de la humillación y la monetización del odio no interpela solo a la chavalería, sino a todas las capas de la sociedad”.

Duque señala la dificultad creciente de trabajar la igualdad en los centros educativos. Algunos de sus talleres, como Viva el amor del bueno, tienen buena acogida, pero hay resistencias en temas más polémicos. Además, muchas docentes sienten miedo ante posibles reacciones de las familias. A esto se suma la influencia de la llamada machosfera, un conjunto de comunidades en internet que promueven discursos antifeministas, misóginos y reaccionarios, especialmente dirigidos a chicos jóvenes.

La psicóloga también hace autocrítica: “No hemos adaptado muchas formaciones a los códigos y formas de pensar del alumnado actual. Lo que funcionaba hace 15 años ya no sirve. Si no se activan sus emociones o se conecta con su realidad, la charla no impacta”. Por eso ella ha hecho un trabajo de adaptación: “No he cambiado los valores feministas que transmito en los talleres, pero sí acerco el tema de una manera más estratégica. Si de primeras comento que voy a hablar sobre feminismo o violencias machistas, sé que muchas se van a cruzar de brazos”.

El día a día en el aula

Celia Carretero es profesora de Secundaria desde hace ocho años. Comenzó en Madrid y, desde hace tres, trabaja en Castilla-La Mancha. Con el tiempo, ha percibido un aumento de los discursos de odio y posturas antifeministas en las aulas, algo que también relaciona con el cambio de su contexto educativo. En Madrid trabajó en centros grandes, con más conflictos, pero también con mayor diversidad. En cambio, en pueblos de Castilla-La Mancha, en centros con menos de 150 alumnas, observa cómo ciertas tradiciones conservadoras siguen muy arraigadas y se reflejan en el alumnado.

En clase escucha argumentos calcados de los discursos de partidos de extrema derecha, sobre todo en temas como la migración. Sin embargo, cuando les pregunta si quieren que sus compañeras migrantes se marchen, responden que no: “No se corresponden sus palabras con sus hechos. Reproducen lo que oyen sin ningún tipo de crítica ni análisis”. Asimismo, Carretero señala que el alumnado se sorprendió cuando les dijo que era feminista, hasta tal punto que el tema llegó a tratarse en reuniones con delegadas de otros cursos. “Al principio se mostraron reacias y les chocó bastante, pero cuando profundizas y trabajas con textos como los de Emilia Pardo Bazán, se ve una evolución. Aún así, no es fácil: parte del profesorado evita implicarse por miedo a posibles reclamaciones”, cuenta.

Sobre las formaciones que las instituciones públicas ofrecen al profesorado, así como los talleres que se imparten en las aulas, la profesora de Literatura considera que, en muchas ocasiones, no son útiles ni prácticos e incluso están desfasados. Recuerda, por ejemplo, una sesión sobre mujeres en el deporte en la que, pese al reciente triunfo de la selección femenina de fútbol, se limitaron a contar historias de los años 90.

En la misma comunidad autónoma trabaja Ana —prefiere no decir su apellido—, en la comarca de La Sagra, situada entre Toledo y Madrid. Hace cuatro años que es profesora y relata que en su instituto se han vivido situaciones complejas, incluso de violencia entre el alumnado y hacia el profesorado. Siente el rechazo que genera declararse feminista y la dificultad añadida de ser tratada con el mismo respeto que sus compañeros hombres. “Lo que a mí me funciona es ir poco a poco y encontrar una pequeña ventana; ahí es cuando te escuchan. Si vas directa a hablar del 25N, por ejemplo, se levantan de las sillas”, comparte.

Ángela Ruiz, compañera de Ana en otro centro de la misma comarca, pone el foco en la necesidad de escuchar a la juventud: “Al final también son víctimas del sistema. La mayoría provienen de familias de clase obrera con muchas dificultades. Necesitan que les hablemos en su idioma, que nos acerquemos desde nuestras propias experiencias”.

Una mirada parecida comparte Silvia Ambrós, profesora de cocina en un centro de formación profesional en Zaragoza. En sus clases hay personas de todas las edades, aunque predominan jóvenes a partir de 17 años. Tras años en cocinas donde solo ascendían sus compañeros, decidió dar el salto a la docencia. Allí promueve el respeto, la convivencia y el pensamiento crítico. “Las jóvenes que acaban aquí vienen muy desmotivadas. La mayoría entran porque se sienten obligadas a hacer algo”, explica. Su forma de acercarse parte del recuerdo de cómo era ella de joven, derribando jerarquías: “Faltan recursos y materiales adaptados. Muchas veces somos las propias docentes quienes tenemos que buscarnos la vida para acompañarlas”.

Desde un instituto concertado en la provincia de Barcelona, Marina Rivestrabaja con adolescentes en situación de vulnerabilidad dentro del Programa de Diversificación Curricular. Allí, percibe un rechazo creciente hacia el feminismo, que muchas ven como exagerado o radical. Explica que desmontar estos discursos requiere constancia y estrategias que conecten con sus experiencias, como testimonios reales, documentales o dinámicas empáticas. Y señala una gran desconexión del mundo adulto: “Hablamos sobre ellas, pero no con ellas”. A pesar del desgaste, destaca que hay momentos de empatía que abren espacios para la transformación: “La respuesta solidaria del alumnado ante la llegada de compañeras refugiadas de Ucrania me hizo ver que, incluso en los casos más cerrados, hay lugar para la conexión y la humanidad”.

También desde Catalunya, Martí Busquets, profesor de Matemáticas en un instituto de la provincia de Girona, subraya que el problema no puede resolverse solo desde el aula. Falta una visión más amplia que conecte con las dinámicas del centro y del entorno familiar, social y mediático. “Se nota la diferencia entre los centros que recurren al castigo y aquellos que fomentan la responsabilidad personal. Castigar transmite que el problema es que te han pillado, no que hay algo sobre lo que reflexionar”, subraya. Además, resalta la importancia de trabajar con referentes diversos, como hombres que rompen con la masculinidad hegemónica, para mostrar otras formas posibles de ser.

Cuando el antifeminismo se disfraza de rebeldía

Durante los últimos años, la extrema derecha ha logrado presentar sus ideas como provocadoras y “antisistema”, frente a un feminismo percibido por parte del alumnado como institucional y aleccionador. En ese escenario, influencers —con mensajes simplificados— se muestran como quienes “dicen lo que otras no se atreven”, vendiendo lo reaccionario como rompedor.

Según el Barómetro Juventud y Género 2023, elaborado por el Centro Reina Sofía de Fad Juventud, aunque el 63 por ciento de la juventud reconoce que la violencia machista es un problema social muy grave, el 30 por ciento cree que es inevitable. Además, crecen las percepciones que cuestionan la protección legal de las mujeres: un 46 por ciento considera que la violencia hacia los hombres es igual de problemática que la violencia de género y un 44 por ciento considera que ellos están desprotegidos ante las denuncias falsas. El 42 por ciento de la juventud se identifica como feminista, una cifra que cae al 26 en el caso de los chicos.

Kota Alonso, educadora social y tallerista especializada en prevención de violencias patriarcales, habla de la importancia de trabajar a partir del vínculo. En los últimos años ha encontrado una realidad antifeminista más fuerte en contextos donde antes se la percibía como alguien con quien divertirse y conversar: “Llegan al aula con una cantidad de prejuicios muy fuertes. Piensan que les voy a juzgar”. Para ella, parte del problema es que durante mucho tiempo se ha relativizado el avance de discursos fascistas, antifeministas, racistas y misóginos, como si no estuvieran pasando de verdad: “Hace años que esto pasa, pero solo ahora empezamos a hablar de ello. ¿Por qué hemos tardado tanto?”.

La educadora social se refiere a una actitud extendida que relativiza la presencia de la extrema derecha, cuando en realidad está muy bien organizada, con estrategias potentes y en auge global. “No podemos pensar que la persona joven ve un vídeo en YouTube y ha llegado ahí por casualidad. No ha sido por arte de magia”, dice. Y añade la necesidad de una autocrítica en los movimientos sociales y las comunidades educativas por no haber tenido presentes a las adolescencias en las militancias ni en los espacios de reflexión: “Ha habido una actitud pasiva que ha dejado a las adolescencias en contacto con estos discursos y sin un contradiscurso claro”.

En algunos centros, la figura de la coordinadora de Igualdad ha sido clave para consolidar espacios donde trabajar temas como la diversidad, el feminismo y la convivencia. María, que tampoco quiere mostrar su apellido, es profesora de inglés en un instituto público de Valencia, donde existe esta figura a escala autonómico —no en todas las comunidades autónomas está—. Celebra los avances sociales respecto a su etapa como estudiante y resalta los esfuerzos concretos y creativos de su centro por fomentar una mirada crítica: “El año pasado organizamos una actividad en el marco del 25N donde el alumnado plasmó en un cartón con forma de lápida el nombre y la edad de una mujer asesinada por violencia machista. Es impactante, pero necesario. Lo tienen que ver así”.

La profesora se implica activamente con su alumnado siguiendo los contenidos que consumen e investigando para desmontar bulos. Les recomienda herramientas como Maldito Bulo y defiende que no hay que culpar a la juventud, sino ofrecerle recursos y tiempo para pensar. “El problema es que quienes están educando a las personas jóvenes son las redes sociales. En mi centro, además, la mayoría del alumnado proviene de familias con pocos recursos, donde ambos progenitores trabajan y no pueden saber, ni controlar qué están viendo sus hijas”.

De la importancia de la figura de la coordinadora de Igualdad también habla Laura Álvaro, docente desde 2016 y referente del cargo en su centro de primaria en Soria. Allí se trabaja de forma sistemática la perspectiva feminista: “Mi colegio parte de un contexto especial, introduciendo referentes femeninos y conceptos como la carga mental o la pirámide de las violencias machistas desde edades tempranas. Cuando llegan a secundaria, estos conceptos ya están integrados”. Aunque reconoce que el feminismo institucional puede percibirse como parte del establishment, explica que un enfoque pedagógico cercano puede ofrecer a la adolescencia herramientas para pensar y cuestionar el mundo que les rodea.

Cerrar brechas, abrir espacios

Isa Duque defiende que, más que hablar de educación en igualdad, hay que hablar de educación transformadora y por la equidad. En un contexto de abandono escolar con rostro masculino, donde los discursos de odio encuentran terreno fértil, insiste en que prevenir es más eficaz y justo que intervenir tarde. Reclama una mirada más crítica hacia cómo nos relacionamos con los chicos jóvenes: “No basta con transmitir valores; hay que revisar nuestras propias ideas sobre lo masculino, contextualizar sus realidades y acompañarlos emocionalmente en una sociedad que los ha dejado huérfanos, también digital y afectivamente”.

Pamela Palenciano comparte esa preocupación y destaca la importancia de crear nuevas plataformas como Broders, un proyecto online que busca contrarrestar el auge de los discursos de odio entre los chicos jóvenes. Insiste en la necesidad de renovar formas, ceder espacios y formar nuevas voces. “Toca bajarse del sillón, compartir el conocimiento y dejar paso a quienes conectan con la chavalería desde dentro”, recomienda. En un panorama saturado de ruido, defiende que trabajar desde la creatividad, la alegría y la ternura con las adolescencias puede ser una forma poderosa de rebeldía frente a la política del odio.


Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2025/06/educar-en-tiempos-de-machosfera/